Lenin habló durante una hora. Como de costumbre, lo hizo con estridencia, dando puñetazos en la mesa, gritando e insultando a quienes discrepaban de él. Su estilo jugaba en su contra: daban ganas de no votar a alguien tan grosero. Pero, pese a ello, resultaba per suasivo. Sus conocimientos eran vastos; su instinto político, infalible, y pocos hombres conseguían mantenerse firmes bajo la lógica aplastante de sus argumentos. Grigori estuvo de parte de Lenin desde el principio. Creía que lo importante era hacerse con el poder y poner fin a los titubeos. El resto de los problemas podrían solventarse después. Pero ¿opinarían lo mismo los demás? Zinóviev se pronunció en contra. Era un hombre apuesto, pero también él había modific ado su apariencia para despistar a la policía. Se había dejado barba y cortado al rape la mata de pelo negro y rizado. Consideraba que la estrategia de Lenin era demasiado arriesgada. Temía que un alzamiento proporcionara a la derecha una excusa para perpetrar un golpe mil itar. Quería que el partido bolchevique se concentrara en ganar las elecciones a la Asamb lea Constituyente. Ese tímido argumento enfureció a Lenin. - ¡El gobierno provisional nunca celebrará unas elecciones generales! -dijo-. Quien crea lo contrario es idiota e ingenuo. Trotski y Stalin eran partidarios del levantamiento, pero Trotski irritó a Lenin diciendo que debían esperar a que se llevara a cabo el Congreso Panruso de los Sóviets, programado para diez días después. A Grigori le pareció una buena idea -Trotski siempre era razonable-, pero Lenin lo sor prendi al bramar: - ¡No! - Es probable que seamos mayoría entre los delegados… -repuso Trotski. - ¡Si el congreso forma gobierno, tendrá que hacerlo en coalición! -replicó Lenin, exas perado-. Los bolcheviques que lo compongan serán centristas. ¿Quién querría eso… sino un traidor contrarrevolucionario? Trotski se ruborizó por el insulto, pero no dijo nada. Grigori comprendió que Lenin tenía razón: como de costumbre, había pensado a más largo plazo que ningún otro. En una coalición, la primera exigencia de los mencheviques sería que el primer ministro fuera un moderado… y probablemente no se decantarían por Lenin. Grigori concluyó, y supuso que también lo estaba haciendo el resto del comité, que la única manera de que Lenin llegara a ser primer ministro era por medio de un golpe. La discusión se prolongó hasta la madrugada. Al final, decidieron, por diez votos a dos, ll evar a cabo un levantamiento armado. Cuando la reunión acabó, Galina preparó un samovar y sacó queso, salchichas y pan para los hambrientos revolucionarios. IV Siendo niño, en la hacienda del príncipe Andréi, Grigori presenció en una ocasión el apo geo de una cacería de venados. Los perros habían derribado a un ciervo justo a las afueras del pueblo, y todos fueron a mirar. Cuando Grigori llegó, el animal agonizaba y los perros ya devoraban sus entrañas con voracidad, derramando sus intestinos destrozados mientras los cazadores, a lomos de caballos, lo celebraban con tragos de brandy. Incluso entonces la desgraciada bestia hizo un último intento de defenderse. Embistió con su poderosa corna menta y ensartó a un perro y tajó a otro, y por un 493