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Gloria eterna a Pan
(Con un Llamamiento geniano)
Desde (hacia) una mujer inasible.
En el ideal ascético están insinuados tantos puentes hacia la
independencia, que un filósofo no puede dejar de sentir júbilo y
aplaudir en su interior al escuchar la historia de todos aquellos
hombres decididos que un día dijeron no a toda sujeción y se
marcharon a un desierto cualquiera.
Federico Nietzsche
Genealogía de la moral,
«¿Qué significan los ideales ascéticos?», 7
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Preludio
Dejó escrito Bertrand Russell, en uno de sus mejores ensayos, que «el tiempo libre es esencial para la
comunidad». Su escrito (Elogio de la ociosidad, 1932) iba todo él en esa dirección y poco antes
amonestaba a la humanidad por un hecho curioso: a quien invierte y pierde lo invertido, se le honra
como héroe de la economía, aunque «habrá desviado un considerable volumen de trabajo por caminos en
los que no dará placer a nadie». Es decir, que no alimentará bocas. Pero a quien dedica sus beneficios a
dar fiestas, que producen más, «se le despreciará como persona alocada y frívola». Algo insólito.
Lo que deja patente en semejante catilinaria, como buen pagano que era, es que «se ha trabajado
demasiado en el mundo». El trabajo, al fin y al cabo, provoca la usura, porque lograr más activos de los
que se pueden consumir sólo lleva a una cosa que Russell, filósofo que nos es simpático, no duda en
condenar: «el verdadero malvado es el hombre que ahorra».
Yo no he querido guardarme nada. Esto es preludio y con él no he de presentar una hoja de ruta ni
pretendo que sea justificación de nada, pero aquí no se encontrará trabajo, sino convivium, banquete.
Comida para los estómagos amigos, porque convidar es el único acto social decente.
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No obstante, dudo de que se comprenda el leit-motiv, tan mío como el que Wilde tuvo para su De
profundis: «el único crimen consiste en ser superficial. Todo lo que se comprende está bien». Bien, esa
es la intención, comprender. Intelectualizar una conducta: comprender sólo es posible a posteriori.
Primum vivere… Basta de apriorismos; vivid y que vuestros instantes sean potencia creadora. Ya llegará
la hora de enceldarse e imitar a san Jerónimo, como en aquella serie de grabados alquímicos de Durero...
Del Carpe diem al Beatus ille; Horacio no desencaminó y el Renacimiento es un ejemplo.
El fin de estas páginas, en definitiva, es alejar la experiencia de juicios maniqueos presentando los
límites por los que discurrió. Por eso la «traición» a una regla personal no es más que algo cómico: ésta
aún no está escrita y cuando lo esté será de acuerdo a lo hecho. Es el presente el que crea de acuerdo
consigo mismo. Algo así descubrió Jean Cocteau, que durante su desintoxicación del opio declaró
sugestivo: «Sin duda se me acusará de faltar a la compostura. Me gustaría mucho no tener compostura.
Es difícil. La falta de compostura es la marca del héroe».
+ Luis Sintierra Supertramp.
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I.- El abrazo de Hera
Hera nació de Cronos, como Zeus. Fue, desde el principio, la cónyuge idónea para éste y era claro que
acabaría siendo reina del Olimpo. Como hija del Tiempo, su corazón se repartía entre el ayer y el
mañana, a partes iguales, dejando el presente vacío. Es decir, detestaba a quien utilizase el ahora como
medida de eternidad. De ahí dos consecuencias: es arquetipo de madre y esposa; y abominó de la edad
impuesta por su padre Cronos, plagada de andróginos estériles y arrogantes.
Y sin embargo no es Hera, por ello, un monogámico ejemplo, pero siempre podía acudir al manantial
de Kanathos para borrar toda mancha lasciva de su cuerpo. Igual diríamos de Zeus, que esparció sus
semillas en cuantos surcos pudo. Por decirlo mejor: son los infieles que confirman la regla de la
monogamia.
Lo curioso de esta Diosa Madre es que su belleza, si indudable, era también extraña, o algo complicada.
Dicen que era implícita, que se ocultaba tras el rostro del deber y el poder. Amor imposible, en cualquier
caso. Y así se lo hizo ver a Zeus, que se presentó sin disfraz y nada timorato a pedirle que se entregara
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con él a los placeres de Eros y Afrodita. Ella, que sabía de qué iba la historia, le había pedido a Afrodita
que le prestara la prenda mágica que ceñía sus pechos. Zeus le prometería ser diosa entre las diosas,
reina de reinas, y ella quería aceptar.
Pero no hay que obviar que Zeus y Hera son hermanos y por ellos muy similares. Pastaron en los
mismos prados.
Ante la oferta divina, Hera negó la mayor y recriminó a su hermano semejantes palabras. Ante la
insistencia de este, se dejó hacer un rato y hubiese valido con fingir un poco, con permitir que la
voluptuosidad hiciera lo que su intención última no le permitía, pero en seguida se retiró. «No vamos a
llegar a más, eh»; y con una mueca despectiva, la carne marmórea, los ojos fríos, pero una sonrisa por
dentro, logró que Zeus se escabullera.
Y él pensando quosque tandem? ¡Hasta cuándo?
Apareció Zeus al poco con apariencia de pajarillo atrapado en un fangal. Hera, con su instinto
maternal, tuvo que cogerlo y colocarlo junto a su mejilla, después entre sus senos, más tarde en su
regajo. Con tan mágico engaño logró Zeus llegar a donde le interesaba y aprovechó bien la oportunidad.
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Hera recuerda mal aquellos momentos, pero una conmoción nueva le hizo cerrar los ojos y vibrar. Al
abrirlos se encontró, no con el noble cuco necesitado, sino con la potencia olímpica de Zeus que, con
toda su corporeidad recobrada, se saciaba con ciertos dones lúbricos de su amada.
Hera estaba vencida y se fundieron en un abrazo que duró trescientos años, tiempo de vacío en la
tierra y de parálisis extática para dos fuerzas de magnetismo sagrado. Trescientos años o un segundo, la
eternidad se alcanza en un instante.
Coda prosaica
Es cierto que la historia de Zeus y Hera se nos puede presentar como algo idealizado, pero la mitología
clásica refleja la vida real, las situaciones a las que los humanos se enfrentan a lo largo de su existencia.
Por ello no debe extrañar que Hera sintiera después celos de Zeus por las infidelidades, que además eran
mutuas; ni que Hera atentara contra la vida de sus hijos; tampoco que se sintiera enfrentada con todo su
ser contra Hércules y Dioniso; o que reprochara después a Zeus el haberla forzado en su doncellez.
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Hera, en su belleza inverosímil, no tenía solución de continuidad. En el momento en el que la madre
sustituye a la esposa, deja de ser un igual para Zeus, que nunca pierde su estatuto de fecundador. En los
intervalos en que los dos volvían al mismo nivel, que se recuperaban a sí mismos, retomaban los lances
de antaño y así nacieron Eris y Ares, dioses -causualidad- de la discordia y de la guerra.
Nada raro. Y pronto volvían a lo anterior: la infidelidad como forma de escape de una unión
impuesta por lo sociológico (que no es la sociedad, sino su ritmo comprendido). Por si fuera poco, Ares
resultó un fanfarrón inútil, irritante vástago que avergonzaba a sus padres, que se responsabilizaban el
uno al otro.
El amor perfecto no existe. Aunque Zeus y Hera son una potencia retroalimentada juntos, las dificultades
de acoplamiento son numerosas. La voluntad, en todo caso, les permite continuar en la aventura
polimórfica.
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II.- Lo heroico
De Zeus se conocieron muchas amantes, ya se ha dicho. Quizá la más conocida sea la última que tuvo de
raza humana, la bella Alcmene, de la descendencia de Perseo. Aprovechando la ausencia de su marido,
Anfitrión, que estaba despachando una venganza -mandaba la guarnición en Tebas-, Zeus tomó su forma
y se coló en el catre de la pareja. Fruto de aquel encuentro, que duró tres noches, nacieron los mellizos
Hércules (hijo de Zeus) e Ificlés (hijo de Anfitrión).
Hablar de las aventuras de Hércules es cosa baladí. Baste decir que es un héroe solar y que en vida se
comportó como tal, desde el día en que estranguló las serpientes enviadas a su cuna por la histérica Hera.
Tras derrotar a un ejército extranjero con otros guerreros, se convirtió en héroe, el rey de Tebas le dio a
su hija Megara como esposa y heredó el puesto de su padre, protector de la ciudad.
Con ella tuvo dos hijos. Un día, enloquecido por la intervención maliciosa de Hera (o porque le
aburría la vida cortesana: prefería dormir bajo las estrellas que bajo techo), mató a sus hijos. Ahí terminó
el matrimonio, al menos en lo material. Se encerró un tiempo y después visitó al oráculo de Delfos, que
lo sentenció a ponerse al servicio de Eristeo, rey de Micenas.
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De los doce trabajos se sabe lo suficiente.
Entresaco dos escenas.
Primera: Hércules brindando un ternero en honor a Anteo, hijo de Gea y Poseidón. Por fin
encontraba un rival a su altura.
Segunda: al regresar de su último trabajo, ya hombre libre, Hércules descabeza a Euristeo y a tres de
sus hijos. Y maldice para sus adentros como Caliclés en el Gorgias: «son los hombres débiles y la masa
los que establecen las leyes: quieren atemorizar a los que son más fuertes que ellos… Pero bien sé que
cuando surge un hombre de natural poderoso, de una sacudida derriba todo eso y es entonces cuando
resplandece la justicia de la naturaleza».
Al regresar a Tebas, pone fin a su matrimonio, ya en términos formales, y da a Megara a su sobrino
Yolaos, hijo de Ificlés y Automedusa, que le ayudó en varias hazañas. Enseguida se puso a buscar una
nueva, esta vez Yola, nieta del rey de Ecalia, a quien ofrecían como premio de un concurso de tiro.
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Ganó, pero no se la entregaron. Hércules enfureció y acabó matando a Ifito, tío de la niña, violando con
ello las leyes de la hospitalidad.
En penitencia acudió de nuevo a Delfos y se le obligó a servir de esclavo, tras lo que fue vendido a
Onfalia, reina de Lidia. En aquellos tiempos limpió su reino de monstruos y bandidos, y la hermosa
reina, admirada, lo libertó, casándose con él. La relación que tenían destaca por el travestismo y el
cambio de roles sexuales. Vemos al Alciades cambiando la piel del león por turbantes, brazaletes y
chales. Así, una noche entró el dios Pan a seducir a la viciosa Onfalia y, confundido por las ropas,
empezó a magrear a Hércules. Al despertar el héroe, le dio tal patada que a partir de ese día Pan obligó a
sus seguidores a la desnudez.
¿Cómo debemos interpretar el travestismo de Hércules y su disfrute con las ocupaciones femeninas
(bien aparece representado a veces con la rueca de la reina)? Lo primero no se trata más que un aspecto
lúdico de una dinámica general. Aunque es cierto que cuando la mujer es la dominante (reina), el
dominado (liberto) pierde su estatuto de alfa y se convierte en beta, con cierta tendencia a la
feminización de su conducta. Pero rompe un tabú, la capacidad del hombre para ciertos menesteres.
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Onfalia descubrió pronto quién era y lo envió de vuelta a Tebas con un buen tesoro. Así que volvía a ser
libre y con bastante dinero, con lo que decidió reparar todos los engaños de los que fue víctima en sus
años de esclavitud. Primero se lanzó contra Laomedón, rey de Troya, y venció. Acto seguido, lo hizo
contra Augias, rey de Elis, y fracasó.
Mientras tanto, conoció a Deyanira, amor eterno del héroe e hija del dios Dionisos. La desfloró tras
prometerse en matrimonio y siguió, dos días después, con sus cosas. Volvió a por Augias y lo exterminó
a él y a su gente, colocando en su lugar a Fileo e inaugurando los primeros Juegos Olímpicos en honor a
su padre Zeus, que ganó.
Cuando volvió a por Deyanira, tras deshacerse del centauro Euritión, que quería desposarla por la
fuerza, se marcharon a Etolia. De camino otro centauro violó a Deyanira, aunque el flechazo oportuno de
Hércules hizo que derramara fuera la semilla. Neso, el centauro agonizante, convenció a Deyanira de que
con ese asqueroso líquido lograría un potingue que impediría a su marido ser infiel.
Pasaba el tiempo y eran felices, a pesar de las correrías de Hércules con la virgen Auge, la joven
Fialo o la por fin conquistada Yola.
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Cuentan que Deyanira había heredado de Dionisos la comprensión por las flaquezas de la carne, pero
cuando su marido envió a Yola con algunas esclavas a su palacio, quedó trastornada. Como Hércules
había enviado también a su lugarteniente Licas para recoger ropas de oficiante religioso (tenía pendiente
un sacrificio ritual para que los dioses le apoyaran en una nueva conquista), Deyanira, celosa por primera
vez, untó su camisa con el semen sangriento del centauro y se la envió.
Por supuesto, enseguida se dio cuenta de que le enviaba una pieza de lana que le provocaría la
muerte y, arrepentida y de nuevo en sus cabales, juró suicidarse si así lo hacía.
Efectivamente, Hércules se puso la prenda y en pleno sacrificio de doce magníficos toros la piel empezó
a arderle. Si se arrancaba la tela se llevaba con ella la carne y los temblores le recorrían el cuerpo, así
que se lanzó de cabeza al agua de las Termópilas, cosa arriesgada y que de seguro le llevaría a la muerte.
Cuando Deyanira se enteró, se abalanzó al cuarto de su esposo y se retorcía entre lágrimas sobre el
lecho común cuando, ya con una desolación insoportable, atravesó con un puñal su corazón.
Pero Hércules, por alguna protección divina, no murió tras la caída. Por eso, al saber lo ocurrido con
Deyanira se le derrumbó el mundo y quiso morir. Ordenó que lo quemaran sobre una pira en el pico más
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alto de la zona. Allí dejó de existir, sobre la piel del león y con la maza por almohada, sereno y sin
lamentos, como en una fiesta de dioses, consumido por el fuego.
Shakespeare, creedme, no era tan bueno.
Coda poética
Visto el fracaso del matrimonio divino, la combinación de los iguales en una pareja de pretensiones
monogámicas y vocación procreadora, aquella donde el macho tiene que forzar la batalla carnal,
llegamos al amor heroico, el de los desiguales a priori que alcanzan su equilibrio dentro de la
experiencia lúdica del amor. Mientras que entre Zeus y Hera los celos son parte indispensable de la
relación, con Hércules y Deyanira no tienen sentido.
Entre los iguales, dioses o mortales, se parte de la idea de que desde el instante del primer
consentimiento dado uno le pertenece al otro. Es decir, la guerra está ganada ¡antes de desarrollarse! En
otros términos: el amor no es voluntad de poder porque ya se ha dado el apoderamiento, teóricamente
recíproco. El Alcides sin embargo no posee nada, aunque medios y motivos no le falten. La conquista de
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Deyanira es un proceso inacabado que sirve de acicate para continuar la relación. Su dinámica es esa:
apoderamiento progresivo y nunca culminado, porque cuando se logre se acaba el juego.
Lo celos no tienen cabida aquí porque no se pertenecen, no tienen derecho a juzgarse mutuamente. Y
en el momento en que aparecen, incluso por un único fogonazo pronto acallado, llega el final inevitable.
No se permite todo, por supuesto. Ni Hércules ni Deyanira permitirían los extremos de Zeus y Hera,
con hijos ilegítimos rodeando la pareja, que llevan vidas paralelas y ocultan sus andanzas. Se exige
permanecer dentro del terreno de juego (disculpen que abuse del símil deportivo), porque lo principal es
el otro que está dentro, y no la marabunta de fuera. Un hijo -una relación seria, una deslealtadsuspendería el partido. Enviar a casa a Yola, no.
Hércules (Heracles, «gloria de Hera»…) es la apuesta por el hic et nunc. Atenta contra la vida de sus
hijos -fuera conscientemente o no- y tal cosa es pretender la permanencia en el estado actual. Es rechazar
el mañana, es olvidarse del ayer. Es disfrutar del instante mágico y ya veremos lo que pasa.
Trabaja durante toda su juventud y adultez con la servidumbre del operario, incluso con egoísmo. Se
le van los años entre la esclavitud y la revancha por las estafas soportadas. Mientras tanto, tiene sus
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escarceos y termina con Deyanira, a quien no miente sobre su condición y quien no se deja engañar por
idealismos sinsentido. Hay un sano pacto relacional.
Hércules lleva el trabajo con estoicismo, pero al mismo tiempo hace lo que quiere. Después llega la
hora de disfrutar, pero entonces, por un error fatal de su esposa, la historia acaba mal.
Si no hubiera sido así, nos habríamos encontrado con un Hércules fundador de una gran familia,
como antaño lo fue de ciudades, enamorado de una esposa única y educador de toda la prole. El triunfo
del patriarcado. El suicidio ritual no desmiente la historia alternativa: al acabar la juventud, las normas
cambian. Es hora de acomodarse y la familia es reposo incomparable.
Lo que Hércules demuestra es que en la vida hay que seguir una serie de etapas, hay que cumplir con
unos ritos de paso que nos permitan seguir. La negación de estos -su omisión- implica la infancia
perpetua. Entender la existencia como una línea cuyas únicas divisorias están en el fin de los estudios y
en la jubilación (¡economicismo, primer estadio de la usura!), es negar el sentido de la vida y calumniar
la existencia. Qué triste ver a Zeus, entrado en años, y jugueteando como un mozalbete picarón. Es
obsceno, y se repite a diario en nuestra «sociedad».
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Incluso eliminando lo sacro, que difiere de lo religioso como el trueque lo hace de la Bolsa, la vida
tiene una serie de etapas que podemos apreciar por lo fisiológico -que nos acusen de fisiócratas, lo
soportaremos- y que en el héroe griego quedan patentes con los periodos en que se divide su vida. Vida
incompleta, pero que al menos permite un esbozo de los primeros tiempos. Faltan, como se ha dicho, los
tiempos finales, en los que deja lo nómada y se aposenta en un terreno para hacer patria familiar.
Hay que observar que en la Antigüedad no era norma la mojigatería con que nos deshacemos hoy. Algún
escritor moderno, con raíces en lo ancestral, ha hablado de la diferencia entre fidelidad y lealtad. Pues
bien, Hércules fue siempre leal a Deyanira, no así Zeus con Hera, y viceversa. Son cosas de corazón y
sentimiento. Pero la fidelidad… Ah, eso es cosa militar, donde se juraba entregar el cuerpo a las
misiones del caudillo guerrero. Semper fidelis!, ¡ar!
Amor y guerra… Y a la postre, lo advertimos, Eris y Ares.
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Interludio
Es momento para el descanso y el desahogo. Las citas que vienen a continuación giran sobre la
dinámica general de la obra, acompañando (o enfrentándose a) las ideas que de ella se desprenden y
sirviendo, en su caso, como legitimación por la autoridad de sus dueños. Pertenecen a lecturas y
relecturas recientes y no persiguen la exhaustividad -cosa que sería imposible en pocas páginas-, ya que
su elección obedece más a lo azaroso del recuerdo automático que a un ejercicio de memoria o
investigación.
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1
«Aun dentro de una especie, puede haber razones para ser exigentes. El acoplamiento incestuoso, al
igual que la hibridación, puede tener consecuencias genéticas dañinas, en este caso porque los genes
recesivos letales y semiletales surgen a la superficie. Una vez más, las hembras tienen más que perder
que los machos, ya que su inversión en cualquier criatura determinada tiende a ser mayor. […] En
general, los machos tienden a ser más promiscuos que las hembras. Desde el momento en que las
hembras producen un número limitado de óvulos a un ritmo relativamente lento, poco provecho sacará
de un gran número de copulaciones con diferentes machos. Un macho, por otra parte, que puede
producir millones de espermatozoides cada día, sacará buen provecho de cuantos apareamientos pueda
conseguir. Un exceso de copulaciones puede no costarle, en realidad, mucho a una hembra, salvo la
pequeña pérdida de tiempo y energía, pero tampoco le reporta un bien positivo. Un macho, por su parte,
puede que nunca logre bastantes copulaciones con cuantas hembras diferentes sea posible: el término
exceso no tiene significado para un macho».
[Richard Dawkins, El gen egoísta, IX.]
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«El individuo cuyo instinto egoísta no es bastante fuerte, se somete: concierta el matrimonio que satisface las
pretensiones de su familia, escoge una carrera en armonía con su posición, etc., en suma, hace honor a su familia.
Si, por el contrario, la sangre egoísta hierve con bastante ardor en sus venas, prefiere convertirse en el criminal de
su familia y sustraerse a sus leyes».
[Max Stirner, El Único y su Propiedad, «La alucinación».]
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3
«El revolucionario, duro consigo mismo, debe serlo también con los demás. Las simpatías y los
sentimientos que pudieran reblandecerlo y que nacen de la familia, la amistad, el amor o el
agradecimiento, deben ser ahogados por la única y fría pasión de la obra revolucionaria».
[Netchaiev, Deberes del revolucionario hacia él mismo, VI.]
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«Contra el psicoanálisis, debe prevalecer el ideal de un Yo que no abdica, que quiere permanecer consciente,
autónomo y soberano frente a la parte nocturna y subterránea de su alma y frente al demonio de la sexualidad
-que no se siente ni “reprimido” ni psicológicamente escindido, sino que realiza un equilibrio de todas sus
facultades humanas, ordenadas hacia la realización de un significado superior de la vida y de la acción».
[Julius Evola, Orientaciones, 9.]
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5
«Nos oponíamos al matrimonio y a la fornicación de los cuerpos, porque ellos producen el hijo de la
vida; pero no nos oponíamos a la fornicación de la mente, al matrimonio mental, como se practicaban en
la ceremonia secreta, en la cámara de la iniciación del castillo. Este fue el secreto no revelado, el tesoro
de los cátaros».
[Miguel Serrano, Elella, «Los Pirineos».]
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6
«Cuanto más prestigioso el modelo de nuestro amor, más legítimo éste. Cuanto mayor el prestigio, más
intenso el amor».
[Eloy Fernández Porta, €®O$. La superproducción de los afectos, «El imperio de la mediación
afectiva».]
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7
«De la misma manera que debe evitar todo recuerdo del cuerpo amado el que intenta despojarse de un
amor -pues nada más fácil que el amor se recrudezca-, así, el que desea abandonar los deseos de todas
las cosas en cuya pasión se enardeció, aparte sus ojos y sus oídos de aquello que dejó».
[Séneca, Cartas a Lucilio, LXIX.]
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8
«Soldado novicio que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno
de tu predilección; luego trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y por último, gobiérnate de
modo que tu amor viva largo tiempo. […] No esperes que el cielo te la envíe en las alas de Céfiro; esa
dicha has de buscarla por tus propios ojos».
[Ovidio, El arte de amar, «Libro primero».]
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9
«Opinan [los epicúreos] que el sabio no ha de enamorarse.
»[…]
»Las relaciones sexuales, dicen, nunca producen provecho, pero son amables con tal de que no
produzcan daño».
[Diógenes Laercio, Vidas y sentencias…, X.]
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«La Circe de la humanidad, la moral, ha falseado -moralizado- de pies a cabeza todos los asuntos
psicológicos hasta llegar a aquel horrible sinsentido de que el amor debe ser algo “no-egoísta”... Es
necesario estar firmemente asentado en sí mismo, es necesario apoyarse valerosamente sobre las propias
piernas, pues de otro modo no es posible amar. Esto lo saben demasiado bien, en definitiva, las
mujercitas: no saben qué diablos hacer con hombres desinteresados, con hombres meramente
objetivos…
»[…] Amor – en sus medios la guerra, en su fondo el odio mortal de los sexos».
[Friedrich Nietzsche, Ecce homo, «Por qué escribo yo libros tan buenos», 5.]
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11
«No hace mucho que leí tu carta / y, sin fuerzas para contestar, / mil pedazos al viento nos separan. /
Pondré casa en un país / lejano para olvidar / ese miedo hacia ti, este miedo hacia ti. // Y no hace mucho
que rompí / tu recuerdo pensando / acabar de una vez. / Pero el tiempo y la distancia / no son todo para
mí, / siempre hay algo que me hace volver. // Siempre he escuchado y ya no te creo, / ¿por qué no te
entiendo?, / ¿por qué estás tan lejos? // Sé que siempre he sido así / y que no tengo remedio, / ni lo
quiero tener. / Pero ni el miedo ni tus cartas / lo son todo para mí, / quizás otra vez te echaré la culpa a
ti».
[Héroes del Silencio, Senderos de traición, «La carta».]
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12
«Como los erizos, ya sabéis, / los hombres un día sintieron sufrir / y quisieron compartirlo. / Entonces se
inventaron el amor. / El resultado fue, ya sabéis, / como en los erizos».
[Nacho Vegas, El género bobo, «Como en los erizos».]
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III.- Sentencias versificadas y algún poema, todo con cierto aire
aforístico y pretencioso
Para Aline, por presentarme a Boris Vian y en desagravio.
32
–
Corred la voz: tiene los ojos en silencio
y esos ojos, ojos de verde felino, estaban hechos de ruido.
Qué vientos habrá vencido,
qué tormentas y qué extravíos se le quedaron
mirando de frente:
ahora yace su luz en cajas, entre maderas llenas de frío.
Y me acerco y me inclino y le digo: toma este sueño,
mi dueña, y que llegue al fin contigo.
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I
El Amor que puede ser expresado
no es el Amor eterno.
34
II
Ves en mi adentro
luces.
Ves en mi adentro
tinieblas.
Tú que me miras, dime:
¿me miras las luces
o las sombras?
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III
Yo he temblado porque tú temblabas,
he vibrado mientras nuestros corazones
-pero qué engaño tan miserable del cuerpoacompasaban sus latidos.
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IV
¿Puedes actuar y no-actuar?
37
V
Cuando seas capaz de hacer de tu vida un tornado,
un viento sacro que contenga el sí y el no,
las puertas enfrentadas que dan al mismo espacio:
Cuando fabriques; sólo entonces.
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VI
Irradiar luz, trocarla con los discípulos,
iluminar a los ciegos,
cegar a los sordos.
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VII
También hay que culminar
cosas que nunca empezamos.
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VIII
La solemne humillación del espejo
-también nosotros nos tratamos con crueldad.
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IX
Te asusta tu sombra –tu reflejo:
no eres capaz de traspasar tus límites
y verte desde fuera.
El orgullo abraza todos los rostros.
Hasta que seas capaz, aparta la vista.
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X
La contención del absoluto
en un cuerpo de mujer
difícil, imposible.
La luz concisa que se expande.
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XI
Por fin la noche.
No hay nadie vivo
-o despierto, qué más da.
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XII
¿Quieres estilo?
Hagas lo que hagas,
que sólo puedas hacerlo tú.
El cómo es tu fortaleza.
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XIII
Uno y distinto, el mismo cuerpo
y varias sombras.
Uno y distinto.
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XIV
Y por fin el fondo del abismo.
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XV – Tú creíste a Bolaño
¿Qué hay detrás de la ventana?
Eh, eh, eh.
¿Qué hay detrás de la ventana?
Te asomas, miras,
el cristal te lo permite.
Miras más allá.
¿Qué hay detrás de la ventana?
Buscas, buscas, buscas.
¿Qué hay detrás de la ventana?
¿Será cosa del cristal?
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XVI
Tranquilo.
Sigue el camino contrario:
siente y no demuestres.
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XVII
Sucédete a ti mismo.
Bienaventurados los que no cejan en la busca
porque de ellos es el secreto de la tierra.
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XVIII
Siete de agosto de un año viejo
y tú recitando la teoría de la falta;
cantando con voz grave tus defectos
y mis virtudes y mis defectos
y tus virtudes.
Siete de agosto de sol en ristre
y nosotros complementarios
nos acoplamos. Me faltas tú,
mi mitad perdida,
dónde estás.
Siete de agosto asfixia
y yo devengo como ente
sin nosotros. Despego y el aire
nos permite liberarnos;
respirar no es igualitario.
Soy un individuo a bocanadas.
Siete de agosto de frente, rasga piel
y nosotros potencia multiactiva.
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XVIII (bis) - ¿Qué es la potencia multiactiva?
Es el camino.
Es lo masculino.
Es lo femenino.
Es la creación.
Es la comunión.
Es la búsqueda.
Es el somos.
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XIX
Temer de cada gesto que destroce
la ilusión de ser felices.
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XX – Gloria eterna a Pan
Suena Pan
Pan
Pan
Suena la flauta de Pan.
Llega Pan en desnudez.
Su séquito exclama:
¡Gloria a Pan,
salud por siempre a Pan!
Wendy aparece,
Wendy se aleja.
Pan busca el amor
y Campanilla no le deja.
¡Wendy, socorro,
mi leal compañera!
(La soledad les atormenta.)
¡Ya no soy Pan,
muere de serio Pan!
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Pan
Pan
Pan
Gloria eterna a Pan.
¡Wendy, el final!
¡Las ninfas ya no bailan,
la siringa me adormece,
no me llaman las sirenas!
Suena la flauta de Pan.
Es un sollozo
de los Niños Errantes de Punk.
¡Punk! ¡Punk! ¡Punk!
Es el ángel caído que busca
la protección de la dama.
¡Punk es el amor
y Wendy…!
Wendy le quiere.
Y vuelve con
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Pan
Pank
Punk
Wendy danza con Pan.
¡Volamos por la noche,
alcanzamos las estrellas!
Ah, Wendy y Pan.
Pero Wendy se asusta, se va.
Y queda solo Pan
de nuevo Pan
como siempre Pan.
***
Una y otra vez
volverán
al Amor de Nunca Jamás.
56
IV.- Llamamiento geniano
Estás ante un Llamamiento que puede adolecer del carácter del grito: peligran la articulación y la
inteligibilidad de su contenido. Pero no es lastimero ni alarmante, no consiste en un vozarrón
escandalizado ni en una proclama agresiva; es una proclama personalísima, y allá quien lo suscriba.
Presupuestos
1.- En la familia de los erinaceidos, subfamilia de los erinaceínos, nos encontramos con un mamífero
insectívoro: el erizo. Cuerpo rechoncho, extremidades cortas, peligrosamente recubierto de púas. Mala
vista y excelente oído, mejor olfato. Ellos también prefieren la música al cuadro. En realidad omnívoros,
pasan en el invierno por períodos de letargo prolongados, que sólo interrumpen para comer.
El erizo es en general un animal solitario; a los de su especio los atrae embadurnándose el cuerpo
con saliva, a los enemigos los repele encerrándose en su carcasa de pinchos. Con unos permanece lo que
dura la cópula, con otros lo que tarda en retirarse el agresor.
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Mantiene las distancias con todos. Utiliza sus púas como Hércules y los cínicos utilizaban sus
báculos, como el campesino su bastón: para mantener alejadas a las fieras, a lo ajeno indeseado, y como
apoyo en el quehacer y el devenir.
No hay por tanto una natural sociabilidad en la que encuentre beneficio ni provecho. Sería
ridículamente artificial procurársela.
2.- No encontramos en la zoología filosófica (donde habitan el perro desvergonzado, el pollo/bípedo
implume, el burrito de carga, la paloma de pies ligeros, el águila solar,…), a pesar de sus posibilidades,
ningún ejemplo preclaro del erizo como animal totémico.
3.- El acto fundador de Duchamp reencarnó la belleza, le dio cobijo de nuevo en el cuerpo después de
siglos de peregrinaje metafísico hacia el ideal nunca alcanzado.
Pero, hoy, el hedonismo vulgarizado convierte al individuo en espacio publicitario y escaparate de
una moda inoculada en él a través de sus co-societarios (en relación sinalógica entre ellos) y de los
centros creativos de la necesidad del producto (publicidad).
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No hay por tanto una manifestación real en el revestimiento del cuerpo de unos impulsos sanos y
directos de su intelecto. Y como todo tiende al Uno -en economía, mercado monopolístico-, e incluso el
capitalismo tiene sus arquetipos (introducidos a presión en el inconsciente colectivo a través de la «telerealidad», verbigracia la parrilla televisiva, reality show), la Persona futura es físicamente un andrógino
que, para remarcar su vulgaridad, mentalmente es un machista o una feminista, respectivamente.
4.- Cualquier desvoluptuosización del cuerpo es un crimen. Y su conversión en modelo ejemplarizante y
didáctico es el culmen de un proceso mercantilista del que forman parte la castidad castradora, la
monogamia cuasicélibe, el deporte profesionalizado, la prostitución acomplejada y los desfiles de
modelos. Mercado económico o afectivo. Economía, al fin y al cabo.
Contento principal
Nosotros, los genianos, reclamamos al erizo como emblema legítimo. No nos asusta el esteticismo
contemporáneo: todo consiste en aparentar, en fingir (ay, las rameras), transmitir algo que no es. Más
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allá del utilitarismo estético, sumando, nosotros mantenemos las distancias con una apariencia
misántropa.
Superamos el sentimiento de grupo, disolvente definitivo del individuo. Que nos tachen de egoístas,
a nosotros que entendemos la amistad en su sentido más excelso. Sabemos que el bien común es una
justificación externa; que la razón de Estado es una excusa para incumplir lo que el Estado asegura; que
el castigo es la permisión del mal para hacer el bien.
El grupo ha traído las peores desgracias a la humanidad. Ni sentimiento de clase, ni nacional, ni
generacional. Hecatombes: he visto a las mejores mentes destrozadas… ¡por el fanatismo gregario!
Ante tamaño atropello de la individualidad, no cabe sino encerrarnos más en nosotros, para alcanzar
así la proyección que ilumine a quienes nos rodean en la geografía afectiva de la amistad. No cabe el
«todos», sino la sucesión de «túes» reconocidos, elegidos, alejados, acercados o expulsados por el Yo
central.
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La manifestación corporal del ericismo la encontramos en la barba. La cara hirsuta, desprestigiada hoy
por la rasuración metrosexualista, representa una lucha contra el grupo, un mecanismo de defensa contra
el mimoseo, el cariño infantiloide y el apasionamiento vulgar.
Todas las agresiones penetran a través de la carne, hasta el alma. El erizo protege ésta encerrando
aquélla entre sus púas. Se asegura que sólo se acercará a él quien lo quiera realmente por él, a pesar de
los pinchazos. No es carne de presa, porque la aritmética de los placeres impide elegirlo como caza.
Así actúa la barba. En un mundo en el que no encontraremos más agresiones que las sociales, con
ella basta. Es un repelente magnífico de sanguijuelas.
El erizo -el barbado- parece en ocasiones frío, inaccesible e insensible. Hasta causa rechazo por
pecar de fealdad según el canon, pero a los inmunes al Pensamiento Único no les importará. Sólo ante
quien a él interesa (cálculo emocional, tensión equilibrada entre placer y displacer) se muestra accesible,
adopta la postura que permite entrar a él (la cara conveniente de una ética poliédrica y estética).
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Hay otras razones para ser geniano. Sin desarropar por ello a las nacientes teorías de la sexualidad -cómo
no pensar en lo queer-, creemos que hay que revirilizar al hombre. No es sólo un tema cultural: la mujer
no tiene barba, no podría tenerla más que en errores naturales o manipulaciones científicas.
En la mitología europea no ha sobrevivido un Lingam hindú (advocación de Siva en forma de
miembro viril; Príapo -griego-, Frey -nórdico- y Mutunus -romano- están enterrados bajo dos milenios
de…) que apueste por la fuerza reproductora y creadora -generadora- masculina. El feminismo lleva en
tierras occidentales más de lo que algunas piensan. Por suerte, empero, algo cercano queda en los
actuales Dionisos y Pan, que además tenían (tienen) barbas proverbiales.
Puesto que la explotación fálica devendría en desórdenes poco adecuados para la paz personal
(serenidad. Prudencia, prudencia, prudencia, caute!), el cultivo de la pelambrera en las fauces parece lo
más oportuno y adecuado a nuestro objetivo.
Los asirios la consideraban atributo sagrado, para los árabes tocarla irreverentemente es una afrenta
grave, los paganos la rasuraban durante el luto,… Incluso los egipcios, que gustaban del afeitado
aceitoso, se las ponían postizas para los rituales. Pero hay ciertos pueblos que difieren en sus tradiciones.
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Los hebreos, lo dice el Levítico, sólo descuidan la cara en duelo: quieren alejarse de lo animal que hay en
ellos; curiosamente, los romanos comenzaron a afeitarse en el siglo II, coincidiendo con cierto ascenso
en sus estructuras socio-políticas.
Hay otros grandes ataques a la barba en los últimos quinientos años. El primero, en 1576, cuando san
Carlos Borromeo, cardenal recién desbarbado y vergonzante que cristianizó hasta límites histéricos el
catolicismo, dicta De barba radenda, un cúmulo de disparates que eliminó la barba de los eremitas y
otros enclaustrados católicos. Tan enemigo de la voluptuosidad fue el santo, que hasta su cuerpo se niega
a descomponerse y permanece incorrupto en una cripta de la catedral de Milán. Y el segundo viene del
primer Borbón que dejó ver sus cuernos diabólicos en Iberia: Felipe V. Suya es la culpa, que ya es deuda
familiar, de que en nuestra tierra desaparecieran en favor de las afrancesadas pelucas con perfume -¡qué
diría Recaredo!- y otras mariconerías, siempre cercanas a la más vulgar y malentendida androginia.
No calificaremos de ataque, si alguien está al tanto, los jocosos comentarios de Schopenhauer al
respecto; compartimos sus motivos. Debía estar confuso, porque sus patillas no eran cortas.
Es sabido que lo barbudo vuelve con las épocas clasicistas. Mientras, la depilación total deja de ser
marca femenina para convertirse en símbolo absoluto de una decadencia estética, de la asepsia sexual y
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de la inevitable tendencia del placer corporal a desaparecer en un mundo con los receptores eróticos
atrofiados por hiperestimulados (por un modelo de producción «farmacopornográfico»; zas).
Sea por Borromeo o por los reyes afrancesados, se nos presenta un futuro incierto. Los carilampiños
gobernarán la tierra en pocas décadas y expulsarán a los barbiespesos al submundo de la indecencia
estética, primer paso para la condena ética. Ya lo están haciendo.
Volverán con ello los tiempos oscuros, las décadas en que el Imperio Romano, que por la sangría
constante de tropas tenía que nutrirse de imberbes muchachos que aún no podían afeitarse, cayó con
furia nunca vista sobre los bárbaros germanos, de largas y espesas barbas (de ahí -¿nadie lo ha dicho
aún?- su nombre). La envidia de los jovenzuelos romanos, provenientes de la alta burguesía en plena
decadencia espiritual, hacía que se aplicaran con saña en devanar cabezas de paganos, que aún se
mantenían fieles a sus tradiciones y cultivaban interesantes artes.
Todo era cuestión de economía del tiempo. Lo que los sofisticados metropolitanos dedicaban a sus
afeites, aceites y rasuraciones corporales, los lúdicos aldeanos lo empleaban en conversar, leer, beber,
conocer y bailar. Fiestas dionisíacas, juergas pánicas.
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Así, en la misma Roma y al cabo de poco, se despreciaba a las gentes con barbas, acusándolas de ir
contra la moda, de no dedicar tiempo al culto al cuerpo y de recordar con su ostentación la inferioridad
intelectual que sus burguesitos acomodados demostraron en la guerra contra los peludos del norte.
¡Embarbeceos, hijos de Dioniso, camaradas errantes de Pan! Que sea con barba corrida, cerrada o de
chivo, desembocad barbiluengos o barbicortos, pero nunca os dejéis descañonar la cara. Pensad en que
en ello se os va la potencia multiactiva. Mesad vuestras barbas y ¡arriba la pilosidad!
¡Barbados del mundo, uníos!
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Notas terminales
1
El Interludio aparece entre la segunda y la tercera parte para romper de manera evidente el ritmo.
Aunque la mitología actual manda que hay antes idealización que posesión, que primero se cantan loas y
después se conquista, nosotros afirmamos lo contrario: sólo se conoce lo que ya se posee, y por tanto
sólo se ama (sacraliza) lo que es parte de lo cotidiano.
El Sol fue dios porque estaba incorporado en la cotidianidad. De lo contrario, la cotidianidad hace
perder el valor que se adquirió en el deslumbre primero, porque sólo después se descubren sus errores.
Y, como cantaba Brassens, «cualquier reincidencia rompería el encanto». En la teogonía -el Mundo
Antiguo- lo religioso es un valor de lo sagrado: procede de éste. Ahora parece que sólo se sacraliza lo
que los centros de ordenación religiosa estipulan.
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Con nuestro sistema amoroso, el afecto deja de ser una línea recta del tipo «fui, vi y vencí» y se
convierte en línea curva al estilo «fui, viví y me apropié». Hay que multilateralizar los afectos. Véanse
las diferencias entre las venidas de franceses y visigodos a Iberia-España.
2
En los dos últimos siglos se ha desarrollado un debate sobre a qué ciencia corresponde lo relativo al
afecto, si a la sociología o a la psicología. La sociología responde a las parejas constituidas por copertenencia a un grupo (tribu urbana, clase social, ámbito económico, círculo de amistades) y la
psicología a las formadas por afinidad personal directa (identidad ideológica o consaguinidad de espíritu,
objetivos comunes, sexualidad compatible).
Desde nuestra posición del individualismo comunitario, apostamos por la psicología como motor de
la relación afectiva. La primera fase de una relación es la del reconocimiento: por fuerza tiene que serlo,
al mismo tiempo, de las circunstancias intelectuales y de las culturales. ¿Hablamos del «yo y sus
circunstancias»? Sea. Pero mientras que el exterior importa, el interior afecta.
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Es, por otra parte, un cierre defensivo adecuado: el «amor» pasional entra por el cuerpo (v.
Llamamiento geniano), el amor razonado se le comunica al cuerpo.
Ya llegará la sociología como parte de la aprehensión. Si lo hace antes, se darán resultados como el
de Zeus y Hera, un desastre que no prescinde de momentos excelsos -potencia creadora-, como el del
abrazo centenario. Pero la genialidad sólo se alcanza de una manera y es la que hemos indicado. Así,
Hércules, el amor heroico, el amor fati.
Vale.
El Autor
Pamplona-Granada-Córdoba
(18 septiembre a 18 de octubre de 2010)
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Non plus ultra.
Imagen de portada: DeAngel, Bella y Bestia II.
N. del A.: Por juzgarlo innecesario, el contenido de esta obra no está sujeto a ningún tipo de registro legal. Se expone, pues,
al plagio. En tal caso, apelaremos a la más noble de las justicias: la poética.
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