¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? DERECHOS POLITICOS COMO DERECHOS HUMANOS “Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en su historia sufrió la Nación durante el período que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la persona humana.” Prólogo del Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? El planteo debe iniciarse por determinar qué son los derechos humanos si he de intentar dar respuesta al interrogante que motiva esta investigación. Dicen al respecto Riquert y Jiménez que son “aquellas facultades o prerrogativas de la persona o grupo social que, enmarcadas dentro del contexto del Estado de Derecho, regulan la dignidad y existencia misma de la persona humana, permitiendo a sus titulares exigir de la autoridad respectiva, la satisfacción de sus necesidades básicas allí enunciadas”. Sin ánimo de sacralizar esta conceptualización1, debe reconocerse que contiene algunos de los elementos que orientarán la solución a consagrar, a saber, la dignidad, la calidad del Estado en el que se ejercen, la doble dimensión individual y social de la persona y la íntima vinculación con sus necesidades esenciales. Fijado, pues, el punto de partida, corresponde advertir que, no obstante compartir la génesis y el alcance pacíficamente admitidos que tienen otros derechos humanos -vida, salud, integridad física-, los derechos políticos gozan de características que les adjudican sus rasgos distintivos respecto de aquellos. Esto revela la necesidad de indagar acerca de las razones por las cuales éstos participan de la naturaleza de los derechos humanos; qué es lo que hace que deban ser reconocidos como tales, con alcance ecuménico, so pena de condena universal para el que ose inobservarlos, dado que la simple referencia a su mención convencional no resulta suficiente para justificar esa inclusión. I. FUNDAMENTO NORMATIVO DE LOS DERECHOS POLITICOS. LA CONSAGRACION CONSTITUCIONAL Sabido es que, mediante la reforma constitucional concretada en el año 1994, se introdujo el texto del artículo 75 inciso 22, con arreglo al cual adquirieron jerarquía constitucional los tratados internacionales allí enunciados, por lo que cabe tenerlos como la fuente normativa primera de los derechos humanos en general y de los derechos políticos en particular. Así, el art. 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el art. XX de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes el Hombre, el art. 23 de la Convención Americana Sobre Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos -en especial el art. 25- y los arts. 37 a 40 de la Constitución Nacional consagran normativamente los derechos políticos de los ciudadanos. Todas estas normas consignan los siguientes derechos políticos: el de participar, directamente o por medio de representantes en la 1 RIQUERT, Marcelo Eduardo y JIMENEZ, Eduardo Pablo exponen en Teoría de la pena y derechos humanos, EDIAR, Buenos Aires (1998), p. 50 y siguientes, distintas definiciones de lo que debe entenderse por derechos humanos, distinguiendo aquellas compatibles con orientaciones filosóficas iusnaturalistas, pasando por las que enfatizan sólo aspectos relacionados con necesidades de la persona hasta posiciones iuspositivistas. Personalmente, adhiero a las primeras, dada la sustancialidad que trasuntan al hacer hincapié en nociones como “derechos esenciales” (CSJN, Fallos, 241:295), “dignidad humana como valor jurídico” (EVANS DE LA CUADRA, Medina) y a la identificación con “facultades”, “prerrogativas” (GUTIERREZ POSE) o “atributos” (HUBNER GALLO) inherentes al hombre y a la mujer. 1 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? dirección de los asuntos públicos2; de elegir y de ser elegidos para desempeñar funciones públicas y tener acceso en condiciones de igualdad a ellas. Ciertamente que resultan elemento útiles para su mejor contextualización las expresiones vertidas en los respectivos preámbulos: a) La Declaración Universal de Derechos Humanos, indica que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca […] de todos los miembros de la familia humana”. b) La Declaración Americana de los Derechos y Deberes el Hombre expresa que “todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos […]”. También consagra el principio que manda que “el cumplimiento del deber de cada uno es exigencia del derecho de todos”. c) La Convención Americana Sobre Derechos Humanos define como propósito de los Estados signatarios la consolidación “en este Continente, dentro del cuadro de las instituciones democráticas, un régimen de libertad personal y de justicia social, fundado en el respeto de los derechos esenciales del hombre”. d) El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos declara que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables”. Asimismo, señala la imprescindibilidad del goce de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales a efectos de permitir el acceso al “ideal del ser humano libre, en disfrute de las libertades civiles y políticas y liberado del temor y de la miseria”. LA CONSIDERACION ESPECIAL DE LA SITUACION DE LA MUJER3: LA NECESIDAD DE CORRECCION DE UNA DOBLE VULNERACION HISTORICA “De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras las mujeres somos el ser más desgraciado” Eurípides (“Medea”) La historia demuestra que los derechos de la mujer han resultado sistemáticamente objeto de una doble violación. Por un lado, la sola condición de su titular implicó su postergación en el ejercicio de los más elementales derechos humanos4. La misma situación imperó -y aún impera- respecto de los derechos políticos, toda vez que las mujeres fueron lisa y llanamente omitidas como sujetos de estos derechos. Esta circunstancia resultó idénticamente grave aún en aquellas democracias más antiguas y consolidadas. A este respecto, no debe perderse de vista la lucha de las sufragistas inglesas y norteamericanas en aras de conseguir el reconocimiento de su derecho a participar políticamente en la selección de gobernantes y de ser ellas mismas mandatarias del poder popular. En nuestro país, tal conquista de la mujer no se produjo sino Se pregunta Marco Tulio Cicerón en Tratado de la República, Porrúa S.A., México (1986), p. 20 , “¿Qué es la cosa pública sino cosa del pueblo? Es, pues, cosa común de la ciudad. Pero ¿qué es la ciudad sino multitud de hombres reunidos en un mismo cuerpo y viviendo de vida común? Por esta razón se lee en los políticos romanos: ‘Una multitud de hombres errantes y dispersos se une por la concordia y viene a ser ciudad’”. 3 Como lo señala BIDART CAMPOS, Germán, Tratado elemental de derecho constitucional argentino, T. IV, Sociología del Derecho Constitucional, EDIAR, Buenos Aires, (2003), p. 165, “… los derechos políticos de la mujer no eran pretendidos ni vistos socialmente como integrativos del derecho a la igualdad y de su recíproco valor en materia política”. 4 Fue privada del derecho a la vida cuando nacía con precedencia al hombre, único que tenía la titularidad de la primogenitura y cuando su esposo fallecía con anterioridad a ella y, por imperio de una mixtura de mandatos religioso-jurídicos, debía acompañarlo en su tránsito al más allá; idéntica consecuencia letal tenía -y aún tiene- en aquellas culturas en las que el repudio nupcial era ejercido por el hombre con derivaciones familiares y sociales igualmente dramáticas para la mujer. Otro tanto cabe decir de los derechos patrimoniales en los que ni siquiera era considerada como posible titular. 2 2 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? hasta mediados del siglo XX, por obra de la decisión política de incorporarla al proceso de selección gubernativa durante la gestión gubernativa del peronismo. Con todo, la paulatina ampliación del espectro de su efectiva participación política no es aún completo, al punto de no haber alcanzado su total equiparación con el que titularizan los hombres, lo que ha impulsado su consagración en los textos convencionales internacionales, reconociendo el carácter de derecho humano de los derechos políticos de aquella, enmarcado en el contexto de la no discriminación. De esta suerte, el art. 7 de la Convención Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer5, dispone la obligación de los Estados Partes de garantizar a la mujer, en igualdad de condiciones con los hombres, el derecho a votar, a participar en la formulación y ejecución de las políticas gubernamentales, a ocupar cargos públicos y ejercer todas las funciones públicas. La motivación de esta normativa se inspira, como reza el preámbulo de este instrumento internacional, “en la igualdad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos del hombre y la mujer”. A tenor de los resultados obtenidos a partir de la implementación de las iniciativas plasmadas en la Convención, debe concluirse que los avances obtenidos resultan aún insuficientes y demandan su urgente actuación, aunque no puede negarse que constituye un fundamental paso adelante en la exageradamente pospuesta equiparación entre el hombre y la mujer. Es que si el hombre –como género- ha experimentado un severo desconocimiento de sus derechos políticos, no es menos veraz que la mujer lo ha sufrido todavía con mayor crudeza, por la sistemática posición de desventaja en la que tradicionalmente se la ha sumergido, padeciendo esta doble lesión a sus derechos esenciales que exige ser remediada. II. PRESUPUESTOS DE LOS DERECHOS POLITICOS COMO DERECHOS HUMANOS De lo preapuntado se advierten algunas notas comunes a los derechos políticos: la recurrente mención a la dignidad como fuente de todos los derechos humanos, entre los que corresponde incluir a los políticos. También es dable enfatizar la vinculación que se reconoce existente entre hombres y mujeres, en cuanto son titulares de derechos y deberes que se tornan recíprocamente exigibles. Por último, se puntualiza la índole instrumental de los derechos políticos, destinada a permitir alcanzar los bienes más preciados del hombre: la libertad, la justicia, la igualdad y la paz. Atento a su naturaleza y teleología, surge con suficiente notoriedad que los derechos políticos no se ejercen de cualquier modo ni en cualquier condición sino que exigen determinados presupuestos que permiten –o, en su caso- facilitan su vigencia y actuación. 1. EL CONTEXTO VITAL DEL SER HUMANO: LA SOCIEDAD6 “Señor, tuyos ser queremos./Rey nuestro eres natural,/y con título de tal/ya tus armas puesto habemos./Esperamos tu clemencia,/y que veas, esperamos,/que en este caso te damos/por abono la inocencia.” Lope de Vega (“Fuenteovejuna”) Adoptada por la Asamblea General e la ONU el 18 de diciembre de 1979. ARISTOTELES, Política, Altaya, Barcelona (1997), p. 41, sostiene que “ya que vemos que cualquier ciudad es una cierta comunidad, también que toda comunidad está constituida con miras a algún bien (por algo, pues, que les parece bueno obran todos en todos los actos) es evidente. Así que todas las comunidades pretenden como fin algún bien; pero sobre todo pretende el bien superior la que es superior y comprende a todas las demás. Esta es la que llamamos ciudad y comunidad cívica”. Concluye Aristóteles, op. cit., p. 43, que “está claro que la ciudad es una de las cosas naturales y que el hombre es, por naturaleza, un animal cívico”. 5 6 3 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Es un dato evidente que las personas interactúan naturalmente entre sí, desarrollando una compleja trama de relaciones y generando lo que se ha dado en denominar “realidad social”, como producto de la sola convivencia humana. Menciona Rosanvallon7 que lo político “… corresponde a la vez a un campo y a un trabajo. Como campo, designa un lugar donde se entrelazan los múltiples hilos de la vida de los hombres y las mujeres, aquello que brinda un marco tanto a sus discursos como a sus acciones. Remite al hecho de la existencia de una ‘sociedad’ que aparece ante los ojos de sus miembros formando una totalidad provista de sentido. En tanto que trabajo, lo político califica el proceso por el cual un agrupamiento humano, que no es en sí mismo más que una simple ‘población’, toma progresivamente los rasgos de una verdadera comunidad. Una comunidad de una especie constituida por el proceso siempre conflictivo de elaboración de las reglas explícitas o implícitas de lo participable y lo compartible y que dan forma a la vida de la polis”. El individuo y la sociedad en la que se desenvuelve constituyen elementos inseparables de una unidad dialéctica8, debiendo advertirse que dentro de la sociedad también actúan grupos que con su propio hacer colectivo edifican la realidad social, siendo posible concluir que sin los hombres y mujeres individualmente considerados, aquella no existe de modo independiente9. En la base de toda la concepción moderna del mundo está esta noción de sociedad como núcleo, estructurado por relaciones de jerarquía artificial, no natural10. En el mismo sentido, Adam Smith había expuesto que la sociedad es un conjunto de individuos aislados que se relacionan voluntariamente, generándola11. Si se postula que la sociedad es un conglomerado voluntario de individuos iguales por naturaleza, debe indagarse en la razón que justifique porqué algunos, la mayoría, tendrían que obedecer a otros, la minoría12. Según Rousseau, el único poder legítimo desde una perspectiva estrictamente racional es aquel que no suprime la libertad de los individuos, sino aquel en el que cada ROSANVALLON, Pierre, Por una historia conceptual de lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires (2002), p. 16. Sobre los límites de ingerencia de la sociedad respecto del individuo, señala STUART MILL, John en Sobre la libertad, Colección “Biblioteca de los Grandes Pensadores”, Barcelona (2004), p. 171 y siguientes, que “aunque la sociedad no esté fundada sobre un contrato, y aunque nada bueno se consiga inventando un contrato a fin de deducir obligaciones sociales de él, todo el que recibe la protección de la sociedad debe una compensación por este beneficio; y el hecho de vivir en sociedad hace indispensable que cada uno se obligue a observar una cierta línea de conducta para con los demás. Esta conducta consiste, primero, en no perjudicial los intereses de otro; o más bien ciertos intereses, los cuales, por expresa declaración legal o por tácito entendimiento, deben ser considerados como derechos; y, segundo, en tomar cada uno su parte (fijada según un principio de equidad) en los trabajos y sacrificios necesarios para defender a la sociedad o sus miembros de todo daño o vejación. Justificadamente la sociedad impone a toda costa estas condiciones a aquellos que traten de eludir su cumplimiento, sin que con esto se agote todo lo que la sociedad puede hacer. Los actos de un individuo pueden ser perjudiciales a otros, o no tener la debida consideración hacia su bienestar, sin llegar a la violación de ninguno de sus derechos constituidos. El ofensor puede entonces ser justamente castigado por la opinión, aunque no por la ley. Tan pronto como una parte de la conducta de una persona afecta perjudicialmente a los intereses de otras, la sociedad tiene jurisdicción sobre ella y puede discutirse si su intervención es o no favorable al bienestar general”. 9 LOÑ, Félix, Lecturas de la Constitución, Lexis Nexis, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, (2004), p. 55, con cita de HELLER, Hermann, Teoría del Estado. Por su parte, DRUCKER, Peter, op. cit., p. 15, expresa que “el binomio posición y función sociales del individuo constituye la ecuación de la relación entre el grupo y el miembro individual. Simboliza la integración del individuo con el grupo, así como la del grupo con el individuo. Expresa el propósito individual en relación con la sociedad y el propósito de la sociedad en relación con el individuo. De este modo se hace comprensible y razonable la existencia individual desde el punto de vista del grupo, así como la existencia del grupo desde el punto de vista del individuo. Para el individuo no existe la sociedad si carece de posición y función sociales. Una sociedad sólo adquiere sentido si su propósito, sus objetivos, sus ideas y sus ideales tiene sentido en relación con los propósitos, objetivos, ideas e ideales del individuo. Es necesario que exista una bien definida relación funcional entre la vida individual y la vida del grupo”. 10 ABAL MEDINA (H), Juan, La muerte y la resurrección de la representación política, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires (2004), p. 36. 11 ROUSSEAU, en El contrato social, Altaya, Barcelona (1996), p. 106, indica que “no hay más que una sola ley que por su naturaleza exija un consentimiento unánime. Es el pacto social, porque la asociación civil es el acto del mundo más voluntario; habiendo nacido todo hombre libre y dueño de sí mismo, nadie puede, bajo ningún pretexto, someterlo sin su consentimiento. Decidir que el hijo de una esclava nazca esclavo es decidir que no nazca hombre.- Por tanto, si respecto al pacto social se encuentran oponentes, su oposición no invalida el contrato: impide solamente que entren a formar parte del mismo; son extranjeros ante los ciudadanos. Una vez instituido el Estado, el consentimiento se manifiesta en la residencia; habitar el territorio es someterse a la soberanía”. 12 DE TOQUEVILLE, Alexis, La democracia en América, Folio, Barcelona (2001), p. 111, considera “impía y detestable esa máxima de que, en materia de gobierno, la mayoría de un pueblo tiene derecho a hacerlo todo, y, sin embargo, pongo en las voluntades de la mayoría el origen de todos los poderes. ¿Estoy en contradicción conmigo mismo? Existe una ley general que ha sido hecha, o al menos adoptada, no sólo por la mayoría de tal o cual pueblo, sino por la mayoría de todos los hombres. Esa ley es la justicia. La justicia forma, pues, el límite del derecho de cada pueblo (…) Así, pues, me niego a obedecer una ley injusta, no niego, en absoluto, a la mayoría, el derecho a mandar; apelo, solamente, desde la soberanía del pueblo, a la soberanía del género humano”. 7 8 4 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? uno, al someterse al poder soberano, sólo se obedece a sí mismo. En sus orígenes, también razones de conveniencia han influido para consolidar esta realidad social bajo la férula de una estructura propia, el Estado, que traduce los impulsos de aquella. Como lo pone de relieve Savater13, “la vida de los individuos permanentemente enfrentados unos a otros, siempre temiendo el golpe fatal es una existencia oscura, brutal y corta. Por esa razón prefiere cada cual renunciar a su impulso violento contra los demás y someterse todos a un único monopolizador de la violencia, el gobernante: ¡más vale temer a uno que a todos, dice Hobbes, sobre todo si ese uno se rige por normas claras y no por caprichos!”. Por cierto que la realidad social no es susceptible de ser comprendida sino como un fenómeno dinámico que se caracteriza por no ser un producto cristalizado, terminado de manera definitiva sino como un estado de frágil equilibrio en permanente evolución, continuamente generador de tensiones que alteran el contexto en el que se desarrolla la dialéctica relacional, en busca de nuevas respuestas a los problemas emergentes. Destaca Savater14, que “las leyes e imposiciones de la sociedad son siempre nada más (pero también nada menos) que convenciones. Por antiguas, respetables o temibles que parezcan, no forman parte inamovible de la realidad (como la ley de la gravedad por ejemplo) ni brotan de la voluntad de algún dios misterioso: han sido inventadas por hombres, responden a designios humanos comprensibles (aunque a veces tan antiguos que ya no somos capaces de entenderlos) y pueden ser modificadas o abolidas por un nuevo acuerdo entre los humanos”. Las naturales contradicciones suscitadas en el seno social -en el sentido de oposición de proyectos- no pueden asumirse en un marco de anarquía, atento a las dificultades que ello traería aparejado para su resolución. En este orden de ideas, Savater15 se pregunta si “¿Es posible una sociedad anárquica, es decir, sin política? Los anarquistas tienen desde luego razón al menos en una cosa: una sociedad sin política sería una sociedad sin conflictos. Pero ¿es posible una sociedad sin conflictos? ¿Es la política la causa de los conflictos o su consecuencia, un intento de que no resulten tan destructivos? ¿Somos capaces los humanos de vivir de acuerdo… automáticamente?”. Concluye que “el conflicto, el choque de intereses entre los individuos es algo inseparable de la vida en compañía de otros. Y cuanto más seamos, más conflictos pueden llegar a plantearse”. Este fenómeno se efectúa en un ámbito de convivencia ordenada, gobernada por una autoridad que se afinque en un poder legítimo suficiente para imponer las reglas resultantes, a todo el grupo social16. La sociedad moderna no abdica de la idea de orden, entendiendo, además, que el caos está impregnado de SAVATER, Fernando, Política para Amador, Ariel, Barcelona, España (2004), p. 59. SAVATER, Fernando, op. cit., p. 25. 15 SAVATER, Fernando, op. cit., p. 42 y 43. 16 VIGO, Rodolfo, Interpretación Constitucional, Lexis Nexis, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, segunda edición, p. 135, destaca que “El régimen político no sólo requiere aquel equilibrio, sino que en el ejercicio de las respectivas atribuciones, se respeten los requisitos formales y también los sustanciales y axiológicos, previstos en la Constitución. Ese régimen, lejos de ser estático y rígido, requiere de una permanente adaptación, de manera que sin alterar lo esencial, se pueda ir consolidando y perfeccionándose. Esta mirada a los poderes del Estado, si pretende ser exhaustiva, exige abarcar el correspondiente ‘sustrato axiológico’, porque, como enseña Hesse: ‘el contenido como el éxito de la actividad de los poderes estatales dependen del éxito de la formación de unidad política’, y éste supone ‘reducir a una unidad de actuación la multiplicidad de intereses, aspiraciones y formas de conductas existentes en la realidad social’. La unidad política no significa negar el pluralismo ni el conflicto, pero se opone a la situación de anarquía, pues con aquella sólo se trata de alcanzar una unidad funcional de modo que en ‘un determinado territorio se puedan adoptar y se cumplan decisiones vinculantes’ para todos los miembros de la sociedad política”. 13 14 5 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? negatividad, convirtiéndose en un estado de naturaleza del que sólo se puede salir políticamente, esto es mediante la construcción artificial -cultural, en rigor- de un orden racional17. Esta afirmación no significa omitir el reconocimiento que la sociedad actual exhibe un cierto grado de diversidad que se asemeja mucho al caos. Pero, como lo sostiene Abal Medina (h)18, “la sociedad moderna estará fragmentada pero no desarticulada; la disolución de la unidad decantará en un conjunto de partes o sectores ordenados, la pérdida del interés de todos (…) no resultará necesariamente en una selva de millones de intereses antagónicos guerreando todos contra todos, sino que será políticamente articulada”. Comúnmente, afirma Peter Drucker19, “nadie define como ‘sociedad’ a una masa humana desorganizada, en pánico y corriendo de un lado a otro en medio de un naufragio. Eso no es una sociedad, aunque se trate, sin duda, de un grupo de seres humanos. En realidad, el pánico es una consecuencia directa del colapso de una sociedad, y el único modo de superar ese colapso es la restauración de una sociedad con valores sociales, disciplina social, poder social y organización social”. De tal suerte, entonces, cabe afirmar que el Estado es también una realidad humana o, más precisamente, un producto cultural, derivado de una necesidad de las personas convivientes que exige un ámbito en el cual expresarse ordenadamente y tomar determinadas decisiones que involucran a la totalidad del nucleamiento de que se trate20. Sostener que la convivencia humana se fenomenaliza con arreglo a un cierto orden implica decir también que se manifiesta en dos niveles distintos; el primero, en el que se da la interactuación entre los hombres y mujeres en un plano de igualdad, generando a la sociedad y el segundo, en el que aparece el Estado, que se caracteriza por ser una unidad política organizada que se sustenta en la existencia de una autoridad, generalmente conocida con la denominación de “gobierno”, que ejerce el poder dentro de un ámbito territorial previamente definido y en el cual puede imponer coactivamente a los hombres y mujeres que viven en él, las reglas establecidas bajo la forma de derecho. Fijado lo anterior, resta inquirir si estas condiciones son susceptibles de ser generadas con indiferencia del ámbito en el que deben ser ejercidos los derechos políticos o, en su caso, si sólo pueden existir gracias al imperio de un determinado modo de gobierno, generalmente identificado como Estado democrático o de derecho. En otras palabras, corresponde establecer si cualquier forma de gobierno resulta compatible con la actuación de los derechos políticos en tanto derechos humanos, autorizando a verificar la presencia de un segundo presupuesto. 2. EL ESTADO DEMOCRATICO “Como bellamente define Zambrano, la democracia es la sociedad en la cual no sólo es posible sino exigido el ser persona” Ernesto Sábato (“La Resistencia”) ABAL MEDINA (H), Juan, op. cit., p. 50. Op. cit., p. 51. 19 DRUCKER, Peter, Escritos Fundamentales, T. III, “La sociedad”, Sudamericana, Buenos Aires (2002), p. 13 y siguientes. 20 Refiere CASSIRER en Antropología filosófica que “la vida política no es, sin embargo, la forma única de una existencia humana en común. En la historia del género humano el Estado, en su forma actual, es un producto tardío del proceso de civilización. Mucho antes de que el hombre haya descubierto esta forma de organización social ha realizado otros ensayos para ordenar sus sentimientos, deseos y pensamientos. Semejantes organizaciones y sistematizaciones se hallan contenidas en el lenguaje, en el mito, en la religión y en el arte”. 17 18 6 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? a) Los titulares de los derechos políticos. Advierte Bidart Campos21 que los así llamados derechos políticos componen una categoría no siempre dotada de la necesaria precisión, sino que son tales cuando únicamente se titularizan en sujetos que tienen la calidad de ciudadanos o, siendo extranjeros, reciben excepcionalmente esa titularidad en virtud de una norma expresa, la calidad de entidades políticas reconocidas como tales, dentro de las que se cuentan los partidos políticos y están dotados de una voluntad calificable sólo como política, autorizando esta caracterización a distinguirlos de los derechos civiles. Si bien es cierto que nos encontramos en el ámbito de los derechos humanos y, como tales, los derechos políticos deben predicarse de toda persona, por el solo hecho de serlo, no es menos veraz que, en el caso, su titularidad presenta un problema interpretativo en aras de individualizar correctamente al sujeto activo, conforme lo anticipa Bidart Campos22. En este sentido y ante la realidad que muestra que cada Estado tiene establecidas las bases que condicionan y definen el carácter de ciudadano, único legitimante de los derechos políticos, en ejercicio de su propia soberanía, y en aras de no entrar en abierta contradicción con el principio que manda no discriminar en razón de la nacionalidad23, el autor seguido propone una solución interpretativa que permite sortear el escollo: “El deber de otorgar el goce de los derechos políticos a ‘todos los ciudadanos’ sin distinción de origen nacional quiere decir que cuando el derecho interno confiere la ciudadanía que capacita a ejercer aquellos derechos no se puede hacer diferencia a favor de quienes son ciudadanos por su origen nacional o por nacimiento y en contra de quienes son ciudadanos porque han adquirido la nacionalidad en cuanto -de origen extranjero- se han nacionalizado o naturalizado. O sea que una vez que se adquiere la ciudadanía todo ciudadano debe gozar de derechos políticos aunque ese ciudadano (naturalizado) sea de origen extranjero”. Suele ser habitual identificar a los derechos políticos con el derecho a emitir opiniones o, con más precisión, a expresarse con objetivos de igual naturaleza, en sus diferentes variantes, a saber, el sufragio24, la declaración plebiscitaria o consulta popular y el pronunciamiento público, entre otros mecanismos. Sin embargo, los derechos políticos no se agotan en ellos pues -con mayor amplitud- se relacionan con necesidades esenciales del ser humano consistentes en influir -de alguna manera- en su propio destino. b) ¿Quién reconoce los derechos políticos? BIDART CAMPOS, Germán en Tratado elemental de derecho constitucional argentino, EDIAR, Buenos Aires (1992), t. II, El derecho constitucional del poder, p. 34, puntualiza que “hay derechos civiles que sin dejar de ser tales y sin entrar en la categoría de los políticos pueden ejercerse a veces con un fin netamente político; por ej.: el derecho de reunión y el derecho de petición llevan, ocasionalmente, como propósito único y entrañable, el de influir o gravitar políticamente en los órganos de poder; tales son los casos de una reunión para apoyar o criticar a los gobernantes de turno, o una petición para demandar la renuncia del presidente de la república. En épocas preelectorales, numerosos derechos civiles son usados, asimismo, con motivación y propósitos políticos”. 22 BIDART CAMPOS en su clásico Tratado elemental de derecho constitucional argentino, t. III, Los pactos internacionales sobre derechos humanos y la Constitución, p. 239 y siguientes, ed. EDIAR, Buenos Aires (1991), ya indicaba con acierto que “el primer punto que conviene dilucidar en el rubro de los derechos políticos es la titularidad de los mismos. Ambos pactos [la Convención Americana sobre Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos] dejan de mencionar a la ‘persona’ para hablar del ‘ciudadano’, pero ninguno da pautas sobre la ciudadanía, de forma que parece quedar librado razonablemente al derecho interno determinar qué personas tienen el status del ciudadano”. 23 Conforme art. 2 numeral 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y art. 2 numeral 1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. 24 BIDART CAMPOS, Germán, op. cit., p. 34, en alusión al contenido conceptual del derecho electoral, destaca que “es una locución que tiene dos sentidos: a) objetivamente (y de modo análogo a como se habla de derecho civil, penal, comercial, etc.) es el que regula la actividad electoral en cuanto a sus sujetos, a su objeto, a los sistemas, etc.; b) subjetivamente, en cuanto designa la potencia de determinados sujetos para votar o para ser elegidos”. 21 7 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Conviene aquí hacer una distinción de los derechos políticos en relación a los restantes derechos de igual jerarquía, desde la perspectiva del sujeto que los reconoce. Digo ello porque nadie podría negar ab initio el derecho innato de toda persona a la vida, a la salud, a la integridad física o, incluso, a gozar de aquellos de índole eminentemente social. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los derechos políticos, cual si éstos no participaran de idéntica naturaleza, inmanente al ser humano como aquellos. Esto lleva a preguntarnos en qué se diferencian unos de otros. Ciertamente que su reconocimiento constituyó un fenómeno históricamente dado25. No obstante ser derechos esencialmente humanos, no fueron admitidos como pertenecientes a la persona desde siempre. Antes bien, medió un dilatado período previo de enfrentamientos enderezados a lograr su admisión en cabeza de sus titulares. Va de suyo que, según sea la posición ideológica que se asuma, se podrá afirmar que dichos conflictos se produjeron entre clases26, entre diferentes sectores de poder como monarcas y señores feudales, entre nobles y burgueses o entre distintos tipos de burguesía (terrateniente, mercantil, industrial), entre otros posibles agonistas. Es que los derechos de esta naturaleza adquieren vigencia sólo cuando un cierto estamento de la estructura social, el Estado, les reconoce existencia y necesidad de tutela, llegando, a veces, a determinar quiénes son los individuos susceptibles de ser sus titulares. A modo ejemplificativo de lo que vengo diciendo basta señalar que entre los griegos los derechos políticos sólo podían ser titularizados y ejercidos por un específico sector de los nucleamientos humanos, que accedían a la categoría de ciudadanos, completamente extraño al resto de la población27; otro tanto cabe señalar respecto de sus herederos históricos, los romanos y, sin que sea necesario remitirme a mucho más atrás en la historia, deben recordarse los experimentos nazi en Alemania, fascista en Italia, franquista en España, comunista en la ex Unión Soviética y en la China de Mao Tse Tung y el régimen del apartheid en Sudáfrica, entre numerosísimos ejemplos. Los antecedentes latinoamericanos no han sido más felices. A ello cabe agregar que en estos casos las reiteradas interrupciones institucionales pretendieron disimularse torpemente mediante la socorrida invocación a la necesidad de protección de libertades amenazadas, de determinadas nociones de lo que debe ser la identidad nacional o en respuesta a pretendidas corrupciones ideológicas. Pero lo cierto es que, so pretexto de erradicar peligros para el país de que se trate o de no extraviar rasgos atinentes a su identidad, se cercenaron los derechos BIDART CAMPOS, German, Tratado elemental de derecho constitucional argentino, EDIAR, t. IV, Sociología del Derecho Constitucional, p. 165, Buenos Aires (2003,) refiere, en relación a este punto que “los valores no son históricos, pero sí es histórico su ingreso a una comunidad. Este sería el tema del descubrimiento, la de-velación del valor o su des-ocultación en un ambiente social determinado. Aún sin que en materia tan sutil pueda hacerse cronología exacta, es indudable que hay un ‘momento’ histórico o temporal (…) en que ciertos valores alcanzan legitimidad sociológica, lo que significa que son reconocidos, adoptados y asumidos por las valoraciones predominantes –o promedio- de la sociedad”. 26 ABAL MEDINA (H), Juan, op. cit., p. 49, citando a LIPSTER, Seymour Martin en Political Man, expresa que “más que cualquier otra cosas, la lucha de partidos políticos constituye un conflicto entre las clases, y el fenómeno más notable del apoyo a un partido político consiste en que virtualmente en todo país económicamente desarrollado los grupos de menores ingresos votan por partidos de izquierda, mientras que los de mayores ingresos lo hacen por los de derecha”. 27 ARENDT, Hannah dice en La condición humana que “la polis se diferenciaba de la familia en que aquella sólo conocía ‘iguales’, mientras que la segunda era el centro de la más estricta desigualdad. Ser libre significaba no estar sometido a la necesidad de la vida ni bajo el mando de alguien y no mandar sobre nadie, es decir, no gobernar ni ser gobernado. Así pues, dentro de la esfera doméstica, la libertad no existía, ya que al cabeza de familia sólo se le consideraba libre en cuanto que tenía la facultad de abandonar el hogar y entrar en la esfera política, donde todos eran iguales. Ni que decir que esta igualdad tiene muy poco en común con nuestro concepto de igualdad: significaba vivir y tratar sólo entre pares, lo que presuponía la existencia de ‘desiguales’ que, naturalmente, siempre constituían la mayoría de la población en una ciudad-estado. Por lo tanto, la igualdad, lejos de estar relacionada con la justicia, como en los tiempos modernos, era la esencia de la propia libertad: ser libre era serlo de la desigualdad presente en la gobernación y moverse en una esfera en la que no existían gobernantes ni gobernados”. 25 8 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? políticos de la mayoría de los ciudadanos, entendidos estos como la posibilidad de influir de algún modo en el rumbo político del Estado y, por ende, de la sociedad de pertenencia28. La relación, entonces, entre Estado y derechos políticos resulta estrecha29. Mas, para mayor precisión, deviene menester decir que la expresión “derechos políticos”, debe completarse con un aspecto material, a saber, el de su contenido. Es que la sustancialidad de los derechos de esta naturaleza no debe hacer perder de vista que son susceptibles de gradación, lo que ha permitido a los interesados en restringirlos, dosificar su reconocimiento, ora en beneficio de un pretendido orden superior, ora en aras de sortear una emergencia vital para la nación, o bajo cualquier otra justificación de idéntico talante. Ello es así porque resulta poco menos que desaconsejable cegar toda posibilidad de ejercicio de derechos políticos, sin mencionar lo “políticamente incorrecto” que sería predicar expresamente su radical supresión. Una solución semejante devendría intolerable no sólo para los ciudadanos sometidos a tal restricción sino también para la comunidad internacional en general, condenando indefectiblemente al fracaso a un régimen que la adoptara. Es así como, en los períodos de mayor limitación a los derechos políticos, aún cuando fuera por mera conveniencia, se han autorizado interesadamente algunas expresiones de esta naturaleza, admitidas bajo la forma de intrascendentes opiniones ponderatorias del régimen imperante, o sobre aspectos verdaderamente inocuos por su evidente lejanía respecto de puntos políticos vitales de la sociedad, dejando sólo un estrecho esquicio, mezquinamente administrado, a las genuinas expresiones de la oposición para ratificar la ficticia vigencia del principio de libertad, propiciatorio del ejercicio de derechos de esta naturaleza. Concluyo así que los derechos políticos, no obstante ser inherentes a la naturaleza humana, presentan la peculiaridad de requerir, para su ejercicio, ser reconocidos por una entidad distinta al hombre individual, el Estado, a cuya constitución contribuyen. A lo largo de la historia de la humanidad, se ha arribado a ese reconocimiento de formas muy diversas: en algunos casos fue por obra de violentas rupturas institucionales, entre las que cabe contar la revolución francesa de 178930 o la revolución soviética de 1917; mientras que en otros casos, fue por medio de arduas negociaciones que dieron fruto a ajustados acuerdos, como el Bill de Derechos que los señores feudales impusieron al rey Juan en Inglaterra, la salida electoral que debió conceder el régimen racista de Sudáfrica permitiendo el acceso de Nelson Mandela al poder tras veintitrés años de 28 Señala SERRAFERO, Mario D. en “Constitución, democracia y crisis”, publicado en Constitución de la Nación Argentina, editada por la Asociación Argentina de Derecho Constitucional, T. II, p. 421, Santa Fe, Argentina, 2003, en relación al específico caso argentino, que “una de las violaciones más reiteradas [de la Constitución] ha sido la ruptura de la continuidad de los gobiernos elegidos por la población. Así se dio una esquizofrénica cadencia entre gobiernos civiles y militares y las recurrentes salidas electorales, circuito que atravesó gran parte del siglo XX. Es claro que no pudo articularse un armónico funcionamiento entre el sistema político, el régimen institucional, los elencos gobernantes y las responsabilidades de la sociedad política y de la sociedad civil. El análisis sobre las causas de tamaño desencuentro consumió distintos capítulos de un debate aún no resuelto. Así, pueden mencionarse –entre otras- las siguientes explicaciones causales: el régimen presidencial poco proclive a la estabilidad democrática, la cultura política anémica de la sociedad argentina, la carencia del hábito social de cumplimiento de la ley, la falta de recambio de la elite y el prolongado eclipse de la dirigencia, etcétera”. Va de suyo que algunos de estos elementos son susceptibles de ser aplicados, mutatis mutandis, a otras experiencias acaecidas en el tercer mundo. 29 Dice al respecto DWORKIN, Ronald, Los derechos en serio, Planeta-Agostini, Buenos Aires (1993), p.388, que “El gobierno [como titular del poder del Estado] debe tratar a quienes gobierna con consideración, esto es, como seres humanos capaces de sufrimiento y de frustración, y con respeto, o sea, como seres humanos capaces de llegar a concepciones inteligentes cómo han de vivir su vida, y de actuar de acuerdo con ellas. El gobierno no sólo debe tratar a las personas con consideración y respeto, sino con igual consideración y respeto “. 30 LOÑ, Félix, op. cit., p. 645, destaca que « la Constitución norteamericana de 1787 y la revolución francesa de 1789 consolidaron el principio de legitimidad liberal democrático por el cual las autoridades se consideraban legítimas –y, por lo tanto, acatadas sus decisiones- si habían accedido a sus cargos mediante la realización de elecciones”. 9 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? reclusión, el paulatino abandono de los estratos gobernantes por parte de la nomenclatura soviética tras las decisiones aperturistas adoptadas por Gorbachov, entre otros ejemplos. Según lo refiere Luigi Ferraioli31, “el legado político más importante del siglo que ha finalizado hace poco, ha sido la nueva reconstrucción jurídica del derecho y de las instituciones políticas, sean estatales o internacionales, generadas por las duras lecciones impartidas por las tragedias -totalitarismos y guerras mundiales- que han marcado su primera parte”. Concluye el autor citado que estas conquistas “se realizaron con una misma operación, la constitucionalidad del principio de la paz y de los derechos humanos, incluidos aquellos derechos a la supervivencia, que son los derechos sociales, como límites y vínculos normativos –una suerte de solemne ‘nunca más’ a los horrores de las guerras y de fascismosimpuestos a la política o sea, a los supremos poderes internos o internacionales”. Ahora bien, si se admite que la vigencia de los derechos políticos depende de su reconocimiento por una persona supraindividual, parece inevitable concluir en su frágil vigencia, pudiendo llegar a señalarse como su característica esencial, su contingencia frente a otros derechos humanos, como verbi gratia- la vida. Largamente superada la discusión acerca de si los derechos humanos son susceptibles de reconocimiento o de otorgamiento, cabe verificar si esa señalada dependencia autoriza en verdad a calificar de contingentes a los derechos políticos. Entiendo que debe hacerse una sustancial diferenciación conceptual entre la existencia de tales derechos y su vigencia. En efecto, nadie puede predicar hoy con algún grado de seriedad que una persona, sin distinción de raza, sexo, religión, nacionalidad o grado de culturización, no es titular de derechos de naturaleza política sólo porque el Estado en el que habita no se los reconoce. Tal respuesta implica tanto como confundir inaceptablemente dos nociones completamente dispares: por un lado, la existencia misma del derecho, que se torna actual por la sola vitalidad de la persona de quien se trate, y su vigencia, vinculada a la disposición del Estado de residencia a su reconocimiento. Lo cierto es que los derechos humanos en general y los derechos políticos en particular, como especie dentro de aquellos, dependen para su actuación, de un reconocimiento que le dispense el Estado en el que deban ejercitarse al punto de convertir a ese mismo Estado en su presupuesto. Dice al respecto Bidart Campos32 que “el presupuesto está dado por el Estado democrático con su fisonomía de ‘Estado social y democrático de derecho’, en el que -con fórmula para nada inocua ni vacía- se expresa un contenido material o sustancial al que concurre el conjunto de principios y valores”. “Los fundamentos de los derechos fundamentales”, publicado en Primeras Jornadas Internacionales de Derechos Fundamentales y Derecho Penal, por la Asociación de Magistrados y Funcionarios Judiciales de la Provincia de Córdoba, ed. Mediterránea, Córdoba, República Argentina (2002), p. 120 y siguientes. Con agudeza, destaca Ferraioli que “no existían hasta hace cincuenta años, en el imaginario de los juristas y en el sentido común, la idea de una ley sobre las leyes, de un derecho sobre el derecho y, era inconcebible que una ley pudiese limitar a otra, siendo la ley –paradigma o modelo iuspositivista de la modernidad jurídica- la única fuente omnipotente del derecho, concebida como producto de la voluntad del soberano, o entendida como expresión de la mayoría parlamentaria”. 32 BIDART CAMPOS, Germán, “El art. 75, inciso 22, de la Constitución y los derechos humanos”, publicado en La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales nacionales, AAVV, editado por el Centro de Estudios Legales y Sociales, compilado por Abregú y Courtis, Buenos Aires (2004), p. 81. MORELLO, Augusto, en El Estado de Justicia, Librería Editora Platense, Buenos Aires (2003), p. 41, avanza un paso más en orden a caracterizar el Estado que reconoce a sus ciudadanos como titulares de derechos humanos, diciendo que debe hablarse ya de un verdadero Estado de Justicia, “timbrado por una sensibilidad que se hace cargo y procura solucionar el sofocante abanico de injusticias de la sociedad del riesgo”. 31 10 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? De esta suerte, colijo que es el Estado democrático o de derecho el que constituye un presupuesto esencial para el reconocimiento de los derechos políticos y, consecuentemente, para su ejercicio mas no para su existencia, la que le es proporcionada al individuo desde su mismo origen. Por ello enfatiza Pierre Rosanvallon33, “esta cuestión adquiere la mayor importancia en las sociedades democráticas, es decir, en aquellas donde las condiciones para vida en común no están definidas a priori, establecidas por una tradición o impuestas por una autoridad. En efecto, la democracia constituye a la política en un campo sumamente abierto a partir de las tensiones e incertidumbres que subyacen en ella”. Sólo la lucha por la democracia nos lleva a la posibilidad de constituir al sujeto crítico34, único capaz de generar el debate imprescindible para generar decisiones vitales para la sociedad -y para los individuos en ella contenidos-, inspiradas en la libertad y orientadas a la justicia. Por otra parte, la solución contraria significaría subordinar no sólo la actualidad sino también la entidad misma de los derechos humanos de naturaleza política a la sola decisión de un Estado o de quienes resulten titulares del poder dentro de él, incurriendo, de esta manera, en una verdadera contradicción lógica, consistente en desconocer que aquella voluntad soberana sobre la que un Estado debe afincarse para constituirse y fundar legítimamente su autoridad, no es preexistente, por no admitirse su entidad sino después de la constitución de ese mismo Estado y con sujeción a cuál sea su pronunciamiento acerca de la existencia de los derechos políticos. Lo insostenible del razonamiento deviene de toda evidencia y lo invalida. c) La defensa de los derechos políticos. Empero, debe concederse que hay un elemento que relaciona inescindiblemente a ambas ideas, esto es, la exigibilidad de los derechos políticos. Sabido es que de nada sirve la titularidad del derecho si, a la par, no existe la posibilidad de reclamar su observancia por los obligados a ello. Es así como derecho y acción conforman dos nociones que marchan acompasadamente en pos de permitir que la segunda garantice que el primero será defendido en contra de quien lo niegue, lo desconozca, lo lesione, lo restrinja o simplemente amenace su normal ejercicio. No me es ajeno que podrá afirmarse que, precisamente, un Estado que tienda a no reconocer los derechos políticos, se cuidará muy bien de proporcionar remedios procesales enderezados a facilitar su tutela. Dicha crítica, atendible por cierto, con ser veraz no deja de ser también incompleta, pues soslaya considerar que si hay algo que caracteriza a los derechos humanos -y no debe olvidarse que en el contexto que vengo analizando, los derechos políticos participan de tal naturaleza- es su connatural elementalidad, esto es, la simpleza de su postulación35, la llaneza de su reconocimiento normativo36 y Op. cit., p. 20. FEINMANN, José Pablo, La sangre derramada, Seix Barral, Buenos Aires (2003), p. 372. 35 PINTO, Mónica, en “El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas para la regulación de los derechos humanos”, publicado en La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales nacionales, AAVV, editado por el Centro de Estudios Legales y Sociales, compilado por Abregú y Courtis, Buenos Aires (2004), p. 163, califica a la preceptiva internacional que condensa los derechos humanos como necesariamente amplia y flexible. 36 En este sentido, no debe olvidarse que los derechos políticos, en tanto derechos humanos, han sido objeto de reconocimiento expreso en documentos, tratados y convenciones internacionales, bilaterales y plurilaterales, siendo posible notar, como lo señala HART, H.L.A. en El concepto de Derecho, Abeledo-Perrot, Buenos Aires (1998), p. 280, que “en la forma el derecho internacional se asemeja a tal régimen de reglas primarias, si bien el contenido de sus reglas, que suelen ser complejas, es muy distinto al de las reglas de la sociedad primitiva, y que muchos de sus conceptos, métodos , y técnicas son iguales a los del moderno derecho nacional”. 33 34 11 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? la común génesis humana de la que está dotado. Nada más hay que agregarle en orden a conceptualizarlo o caracterizarlo acabadamente, so riesgo de incurrir en una desautorizada limitación, verdaderamente inadmisible. En ese orden de ideas corresponde puntualizar que la ausencia de normas rituales específicas para la defensa de los derechos políticos no constituye obstáculo alguno para el ejercicio del reclamo37. Por el contrario, la sola vigencia de legislación supranacional que declara la existencia de derechos políticos, que reconoce su jerarquía de derecho humano y que prevee su exigibilidad, autoriza, por sí misma, la articulación de la demanda enderezada a obtener su actuación38. Por tal razón, cabe indicar que toda persona puede promover la acción pertinente, amplia y generosamente concedida39, destinada a reclamar sus derechos políticos, en tanto participan de la naturaleza de derechos humanos40. 3. SINTESIS DE AMBOS PRESUPUESTOS La adecuada y necesaria confluencia de ambos presupuestos –la sociedad como realidad inherente al hombre y el Estado democrático de derecho como su mejor expresión para la plena vigencia de los derechos políticos- resulta debidamente sintetizada en las palabras de Bidart Campos41 cuando afirma que “cuando la sociedad ha sido díscola hacia la democracia, ésta no ha prosperado por la sola disposición gubernativa favorable, y, a la inversa, cuando desde la sociedad se reforzó la propensión democrática, el poder presionado tuvo al fin que ceder”. III. INSTRUMENTACION DE LOS DERECHOS POLITICOS. CONCEPTOS VINCULADOS: PARTICIPACION, REPRESENTACION, PARTIDOS POLITICOS. Si se ha sostenido que los derechos políticos son derechos eminentemente humanos, debe afirmarse, por razones de coherencia, que requieren ser efectivamente ejercitados para que pueda predicarse su vigencia. Ello así porque aseverar que un derecho es vigente implica también decir que es actual y que tiene un sentido trascendente no sólo para el individuo que lo titulariza sino también 37 Esta característica defensiva de los derechos humanos en general y de los derechos políticos en especial, autoriza a afirmar que, en este campo nos encontramos dentro de lo que DWORKIN, Ronald denomina, op. cit., p. 72, “principios”, estableciendo su distinción con respecto a las normas y a las directrices políticas. Sobre aquellos, expresa que son estándares que han de ser observados, no porque favorezcan o aseguren una situación económica, política o social que se considera deseable, sino porque es una exigencia de la justicia, la equidad o alguna otra dimensión de la moralidad. Esto explica la factibilidad del reclamo, no obstante la carencia de normas procesales que lo viabilicen o de preceptos que la permitan. 38 PINTO, Mónica, op. cit., p. 163, enfatiza la singular relevancia que adquiere el principio pro homine en todo lo atinente a la interpretación de la entidad y alcances de los derechos humanos. Dice de este criterio hermenéutico que “informa todo el derecho de los derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la norma más amplia, o a la interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos e, inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria”. Esto se explica pues una solución contraria dejaría sin la debida y necesaria protección derechos cuya efectividad debe estar garantizada por imperio del mandato constitucional y convencional supranacional, instituidos en beneficio del hombre, a la sazón, su principal destinatario. Con idéntica orientación, señala BIDART CAMPOS en “El art. 75, inciso 22, de la Constitución y los derechos humanos”, publicado en La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales nacionales, AAVV, editado por el Centro de Estudios Legales y Sociales, compilado por Abregú y Courtis, Buenos Aires (2004), p.81, que “en todo este recorrido de interpretación e integración luce bien el sentido que hemos de atribuir a la tendencia a la maximización y optimización del sistema de derechos para su completitud y plenitud en el Estado democrático, al que hay que dar efectividad en la vigencia sociológica con indivisibilidad de las tres generaciones de derechos: los civiles y políticos, los sociales, y los de la tercera generación. Es en esta adición indivisible donde, a más de perforar toda incomunicación, hay que hospedar a los silencios e implicitudes del orden normativo para que rinda resultado benéfico hacia el sistema de derechos”. 39 SABSAY, Daniel, “El amparo como garantía para el acceso a la jurisdicción en defensa de los derechos humanos”, publicado en La aplicación de los tratados sobre derechos humanos por los tribunales nacionales, AAVV, editado por el Centro de Estudios Legales y Sociales, compilado por Abregú y Courtis, Buenos Aires (2004), p. 243 in fine, en referencia a la pretensión amparista, vista como el más abarcativo remedio procesal de naturaleza tuitiva de los derechos humanos, expresa que “un instituto de este tipo debería constituir un instrumento capaz de controlar desbordes a nivel de la vigencia de los derechos fundamentales; asegurando la vigencia de los principios de igualdad y de equidad. Ello en aras de reequilibrar el debilitamiento de las estructuras estatales, instituyendo un elemento de control social propio de la democracia participativa”. 40 De otra manera, sería lírica la disposición contenida en el art. 8 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y en el art. 2 numeral 3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. 41 BIDART CAMPOS, Germán, Tratado elemental de derecho constitucional argentino, EDIAR, T. IV, Sociología del Derecho Constitucional, Buenos Aires (2003), p. 97, citando a STRASSER, Carlos. 12 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? para aquellos otros sujetos que concurren con él en su ejercicio, provocando efectos concretos y advertibles en la sociedad y que repercuten en el funcionamiento del Estado, en tanto organización que aglutina los esfuerzos y tendencias comunitarios. El ejercicio de los derechos políticos se traduce necesariamente en su actuación concreta, mediante la exteriorización de decisiones de igual naturaleza, eligiendo, valorando, emitiendo un sufragio42 en alguno de los sentidos propuestos, aunque tal ejecución no se agota con el despliegue de esa actividad. Antes bien, admite otras formas de intervención idénticamente relevantes. En efecto, una concepción de los derechos políticos, reducida a la expresión meramente comicial resulta sumamente limitada y no alcanza a agotar el abanico de aquellos que, de una u otra manera, conjuntamente integran la libertad -ampliamente interpretada- de participación política. En este sentido, se ha dicho con acierto, que la democracia rectamente entendida importa una constante e ininterrumpida intervención de la ciudadanía en los asuntos públicos, tanto a través de mecanismos institucionalizados como de otros que no lo son, siempre que no impliquen alguna forma de violación a las leyes43. 1. La participación. La noción de participación política desempeña un rol de absoluta relevancia en el sistema de protección a los derechos humanos, dado que existe consenso acerca de que la defensa del libre e irrestricto ejercicio de los derechos políticos es -coetáneamente- presupuesto de aquella. Este ejercicio está vinculado de modo inseparable al principio de legitimidad44 y permite no sólo que se exprese la voluntad de la mayoría, sino que las minorías expongan su disenso, propongan soluciones distintas e influyan sobre la opinión pública45 para evitar que la mayoría actúe arbitrariamente46. Al respecto, Deviene de utilidad recordar una precisión que realiza PADILLA, Miguel en Lecciones sobre derechos humanos y garantías, Abeledo-Perrot, Buenos Aires (1993), T. II, p. 259, respecto de la diferencia que cabe hacer entre los términos “sufragio” y “voto”, generalmente confundidos en su significación. Así, mientras el voto es el dictamen o parecer dado sobre una materia, pudiendo aplicarse a actividades no políticas, el segundo, conforme cita efectuada de López, posee una connotación jurídico-política al consistir en una manifestación de voluntad individual que tiene por finalidad concurrir a la formación de una voluntad colectiva, sea para designar los titulares de determinados cargos o roles concernientes al gobierno de una comunidad, sea para decidir acerca de asuntos que interesan a ésta. 43 PADILLA, Miguel M., Lecciones sobre derechos humanos y garantías, Abeledo-Perrot, Buenos Aires (1993), T. II, p. 257. 44 DRUCKER, Peter, op. cit., p. 17 enfatiza que “el poder legítimo surge de la misma creencia social básica respecto de la naturaleza del hombre y su realización sobre la que reposan tanto la función social como el lugar del individuo dentro de esa sociedad. Es más, el poder legítimo puede ser definido como aquel poder real que encuentra su justificación en las características básicas de la sociedad. Existen, en toda sociedad, muchos poderes que nada tienen que ver con esos principios básicos, así como instituciones que de ninguna manera han sido diseñadas ni están dedicadas a satisfacerlos. En otras palabras, siempre hay muchas instituciones no libres en una sociedad libre, muchas desigualdades en una sociedad igualitaria, así como muchos pecadores entre los santos. Pero en la medida en que aquel poder social decisivo que llamamos gobierno se base en la afirmación de la libertad, la igualdad o la santidad y sea ejercido por medio de instituciones que han sido diseñadas para satisfacer estos propósitos ideales, la sociedad puede funcionar como una sociedad libre, igualitaria o santa. O sea, su estructura institucional es una de poder legítimo”. Por el contrario, precisa el mismo autor, op. cit., p. 19, que “el poder ilegítimo es un poder que no surge de las creencias básicas de una sociedad. Por lo tanto, no hay modo de decidir si quien detenta el poder lo ejerce de acuerdo con los fines del poder o no, ya que no hay un propósito social. El poder ilegítimo no puede ser controlado ya que por su misma naturaleza es incontrolable. No puede hacérselo responsable ya que no hay criterio de responsabilidad, así como tampoco una autoridad suprema socialmente aceptada para su justificación. Y lo que es injustificable no puede ser responsable. Por esta misma razón, no puede ser limitado. Limitar el ejercicio del poder significa fijar las líneas más allá de las cuales el poder deja de ser legítimo, es decir, deja de realizar un propósito social básico. Y si el poder no es legítimo desde el inicio, no existen los límites más allá de los cuales deja de ser legítimo.- Ningún gobernante ilegítimo puede llegar a ser un gobernante bueno o sabio. El poder ilegítimo inevitablemente corrompe, ya que sólo puede ser una fuerza, pero nunca una autoridad”. 45 Cabe tener en cuenta que el político se nutre de lo que la sociedad opina, de manera directa e inmediata. Un político que se divorcia de la realidad que le toca vivir, comete un verdadero suicidio y debe resignarse a desaparecer como alternativa de poder dentro del marco institucional de decisión. Su mayor o menor grado de flexibilidad y adaptación a los requerimientos sociales constituye el mejor indicador de la eficacia de las respuestas y soluciones que brinde a la sociedad en la que está inmerso. Por lo demás, la fluidez de las transformaciones sociales exigen un ágil y continuado análisis de situaciones cada vez más novedosas, a los fines de proponer salidas específicas para cada una de ellas. Asimismo, la sociedad se encuentra, generalmente, mejor predispuesta a comprender las causas y los efectos de los actos políticos en razón de su mayor inmediatez, expresándose a través de lo que se conoce como opinión pública, por diversos canales, sean los medios de comunicación, encuestas formales e informales o por cualquier otro. Cabe recordar, junto con LEGON, Tratado de derecho político genera”, EDIAR T. II, p. 441, que “la opinión pública debe ser opinión y debe ser pública. Para ser opinión no necesita tener ineludible y firme basamento racional, ni siquiera brotar de auténticas certidumbres personales: basta, acaso seguir el parecer de una autoridad que se presume mejor informada. No hay que confundir deseos y opiniones: lo primero parece orientarse hacia el interés egoísta; lo segundo, hacia el bien común. Para ser pública conviene que responda al consentimiento generalizado acerca de los fines o propósitos y que consulte el requisito de la intensidad, que no es lo mismo que el número. Esto de la intensidad interesa mucho en las cuestiones morales. Cuando se obtiene, puede reconocerse en la opinión pública la base del gobierno popular. No es necesaria la unanimidad; no basta la mayoría: debe tener fuerza moral para someter a la minoría disconforme o disidente sin ayuda de la violencia”. Gran incidencia tienen en el presente apartado, los grupos de presión, también llamados “factores de poder”, pues, como se encarga de ponerlo de manifiesto Linares Quintana en “Tratado de la ciencia del derecho constitucional”, ed. Alfa, T. VII, p. 700, su acción “sobre la opinión pública es condición indispensable para el éxito de la 42 13 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Miguel Padilla conceptualiza a la participación política como el derecho subjetivo de los habitantes de un país a intervenir en su gobierno, en la medida y con el alcance que la reglamentación establezca47. Como tal, la participación del ciudadano individual debe tener un objetivo propio y único -en el sentido de unidireccional, no de unívoco-, en el entendimiento que “el destino de los pueblos depende de muchos factores, pero, fundamentalmente, de la calidad de sus hombres de gobierno, que, inspirados en altos ideales, convoquen a sus ciudadanos a hacerlos realidad en una empresa común”. Estos inconvenientes, generados por las dificultades que encierran cada una de las diversas formas de intervención política, tornan necesario hacer referencia al concepto común a cuya implementación, todas aquellas coadyuvan, a saber, el de “lo político”. Señala Rosanvallon48 que al hablar sustantivamente de “lo político”, califica también de esta manera a una modalidad de existencia de la vida comunitaria y a una forma de la acción colectiva que se diferencia implícitamente del ejercicio de la política. Referirse a lo político y no a la política es hablar del poder y de la ley, del Estado y de la nación, de la igualdad y de la justicia, de la identidad y de la diferencia, de la ciudadanía y de la civilidad, en suma, de todo aquello que constituye a la polis más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida ordinaria de las instituciones”. Por tal motivo concluyo que, no obstante lo parcial de su contenido, la participación es inherente a los derechos políticos, como una de sus formas de expresión. 2. La representación. El problema de la participación se vincula, recíproca y simétricamente, con otro de igual tenor, a saber, el de la representación como derivación forzosa de aquel. Sobre este último ítem, Hobbes49 aporta que la noción de representación política consiste en sostener que alguien puede hacer a otro presente en un lugar en el que naturalmente no se está. En este proceso, el representante sustituye y al mismo tiempo encarna al representado50. La teoría de la representación, expresada por Hobbes se convirtió en la clave del sistema político moderno al otorgar una justificación para la obligación política independientemente de la voluntad divina. En virtud de ello, los Estados modernos se autodesignan, de modo impreciso, como gobiernos representativos. La idea de elección no era propia de las democracias clásicas, sino que estaba más relacionada con una forma política distinta como lo es la aristocracia. Ello así porque cuando se elige por votación influencia que se pretende ejercer sobre el gobierno: trátase de presentar como normal y conforme al interés general la campaña que se realiza en favor de los intereses que defienden”. LOÑ, Félix, op. cit., p. 777, señala que “si una característica del mundo actual es la proliferación de las asociaciones generando un pluralismo activo y multicolor parece que entre el sistema político (gobierno), los partidos y las organizaciones –grupos de presión o de interés- que existen en el entorno o medio social deben desarollarse múltiples o intensas vinculaciones. Ello así porque es de las organizaciones sociales de donde provendrán las demandas, en forma de presiones, para que el sistema político las recoja en sus decisiones (leyes, decretos)”, Agrega el autor seguido que “este intercambio activo de flujos y reflujos hace que las relaciones entre la sociedad y el sistema político sean cada vez más íntimas e interdependientes de manera tal que también se hace más difícil separar la esfera pública de la privada, conviviendo ambas, como lo marca BREZINSKI, en un marco de activa cooperación y colaboración”. 46 COLAUTTI, Carlos E. i, Derechos Humanos, Universidad, Buenos Aires (1995), p. 233. 47 PADILLA, Miguel, op. cit., p. 257. 48 Op. cit., p. 20. 49 Leviatán, capítulo XVI, “De las personas, autores y cosas personificadas”. 50 LACLAU, Ernesto, citado por ABAL MEDINA (h), op. cit., p. 40. 14 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? no se está eligiendo al más parecido, al semejante, inherente al principio democrático, sino al que estima mejor, dato propio del principio aristocrático51. Resulta ilustrativa la formulación que efectúa Fernando Savater52 en relación al tópico de la legitimidad, destacándolo como una de las materias que mejor conceptualiza la naturaleza cultural de la sociedad, de su expresión política, el Estado y, en definitiva, la articulación del derecho a gobernar. Expresa este pensador que “la forma más elemental de legitimidad, es decir, de justificación de la autoridad en sociedades relativamente complejas, provenía siempre del pasado”. Destaca luego53, lo que considera el más importante de los logros obtenidos por el ser humano en la materia: “lo natural es que manden los más fuertes, los más listos, los más ricos, los de mejor familia, los que piensan más profundamente o han estudiado más, los más buenos, los más santos, los generosos, los que tienen ideas geniales para salvar a los demás, los justos, los puros, los astutos, los… los que quieras, ¡pero no todos! Es verdad, que el poder sea cosa de todos, que todos intervengan, hablen, voten, elijan, decidan, tengan ocasión de equivocarse, intenten engañar o permitan que les engañen, protesten, metan baza… eso no es cosa natural, sino un invento artificial, una apuesta desconcertante contra la naturaleza y los dioses. Es decir: una obra de arte”. En sus orígenes, la representación sólo fue viable en la sociedad en la medida en que los ciudadanos, individualmente considerados, podían reconocerse como pertenecientes a una parte determinada de aquella y, por consiguiente, verse o sentirse representados por un partido. Sin embargo, esto que resulta mayoritariamente admitido debe enfrentar un certero y paradójico señalamiento efectuado por James Madison, al revelar la oposición entre las nociones de república y democracia, destacando la superioridad de la primera por cuanto se endereza a la total exclusión del pueblo en su capacidad colectiva, aunque con el resultado de producir decisiones menos pasionales y más cercanas al bien común54. Más aún, la idea de partidos políticos se tornaría en una verdadera aberración para el pensamiento clásico, habida cuenta que constituyen una facción que opone un interés particular al interés general. Dice al respecto Raúl Gustavo Ferreyra55 que el ideal de la autodeterminación requiere que el orden social y jurídico sea creado por decisión unánime de los ciudadanos y que dicho orden conserve su fuerza obligatoria mientras disfruta de la aprobación de ellos. Mas, ante la realidad de no ser realizable la democracia directa, se torna necesario acudir al mecanismo de la representación, cuya función primordial consiste en contribuir a la formación de la voluntad estatal –por intermedio de órganos elegidos por el pueblo, sobre la base del sufragio universal, secreto, libre e igual- que decide 51 Refiere al respecto CICERON, op. cit., p. 23, en tono justificativo de esta interpretación, que “si una sociedad elige al acaso los que han de regirla, perecerá tan pronto como la nave cuyo timón se entregue a un pasajero designado por la suerte. Un pueblo libre elegirá a aquel a quien quiere confiarse, y si atiende a sus verdaderos intereses, elegirá a los mejores ciudadanos, porque no puede dudarse que de sus consejos pende la salud de los Estados, y al designar la naturaleza a los más sabios y virtuosos para dirigir a los débiles ha inspirado al mismo tiempo a éstos el deseo de obedecer a los hombres superiores”. 52 Fernando Savater, op. cit., p. 70. 53 Op. cit., p. 91. 54 SIEYES, citado por ABAL MEDINA (H), Juan, op. cit., p. 53, afirma que el gobierno electoral representativo –o poliarquía, en palabras de Robert Dahl- es más adecuado que la democracia para las sociedades modernas porque en ellas “los individuos están ocupados y no tienen tiempo para dedicarse a los asuntos públicos. Kant, por su parte, había sostenido que la democracia es siempre una forma de gobierno necesariamente despótica. 55 La Constitución vulnerada, Hammurabi, Buenos Aires (2003), p. 184 y siguientes. 15 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? con arreglo a la mayoría. Es que la indispensable diferencia de las actividades comunitarias, entre las que cabe designar como más descollantes –por lo fundacionales- la producción y aplicación del Derecho, hace que tales funciones sean transferidas por los ciudadanos a órganos especialmente previstos. Ciertamente que un gobierno merece ser calificado como representativo en la medida en que sus acciones reflejen la voluntad del cuerpo de electores y sea responsable ante dicho cuerpo de las decisiones que adopte. Este tema se vincula a la mutua implicancia que guardan las nociones de representación de las mayorías y la legitimidad de la decisión política. En palabras de Félix Loñ56, “hoy impera el concepto de democracia como expresión del disenso. La mayoría, que es un ingrediente de la democracia, no constituye su elemento esencial. La nota principal de la democracia contemporánea (…) es el pluralismo, que significa la posibilidad de convivencia de las diferentes opiniones. De conformidad con esta creencia, quienes discrepan no son enemigos que buscan destruirse entre sí, sino adversarios que coexisten sin temor” y, por ello mismo, sus opiniones merecen ser oídas y compulsadas. 3. Partidos políticos como medio de participación y sujetos centrales del ejercicio de los derechos políticos. Cabe inquirir ahora acerca de la forma en que tal representación se lleva adelante. Ello ocurre a través de los partidos políticos, que se han convertido, gracias a lo preceptuado por el art. 38 de nuestra Constitución Nacional, según la reforma introducida en el año 1994, en parte integrante de la estructura constitucional argentina, insertándose naturalmente en el desenvolvimiento de la vida institucional. Como derivación de esta consagración normativa expresa, los partidos políticos han adquirido la categoría de órganos constitucionales desde que configuran la ruta que vincula un punto de arranque, como lo es ser depositario de la soberanía del conjunto electoral, con un punto de llegada, a saber, la propia configuración de la política estatal, entendida ésta como proyecto común en el que la perspectiva asumida comporta la presuposición de que el Estado y la sociedad son dos estructuras diferenciadas. El poder del Estado que reside originalmente en el pueblo, revela hoy la sustancial intervención mediadora que incumbe en las democracias de masas a los partidos políticos. En palabras de Hariou57, en igualdad de condiciones, los partidos políticos, cuyo desarrollo está íntimamente ligado al del cuerpo electoral, son a la democracia de tipo occidental, lo que la raíz es al árbol. La función primordial que, de esta suerte, el texto constitucional reconoce a los partidos políticos es servir como instrumentos que canalicen y transmitan la voluntad popular, la que, por lo demás, también y en diferentes medidas y con diversas posibilidades, deberán coadyuvar a formar. Maurice Duvergier Lecturas de la Constitución, Lexis Nexis, Abeledo-Perrot, Buenos Aires (2004), p.780. HARIOU, André, Derecho constitucional e instituciones políticas, Ariel, Barcelona (1971) p. 295, citado por FERREYRA, Raúl Gustavo, op. cit., p. 187. En idéntico sentido afirma LOWENSTEIN en Teoría de la Constitución, citado por FERREYRA, Raúl Gustavo, op. cit, p. 188 que dentro de este contexto dogmático, el rol institucional de los partidos políticos es visiblemente tan necesario como insustituible, postura dogmática que lleva a sus últimas consecuencias, se ha animado a afirmar que el Estado del siglo XX fue un Estado de partidos, y que el puesto de la soberanía popular fue ocupado básicamente por la soberanía de los partidos políticos. 56 57 16 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? señala al respecto que los partidos políticos enmarcan a los electores de dos modos distintos; por una parte, estimulando las concepciones políticas de los ciudadanos, permitiendo la explicación más clara de las opciones políticas y, por el otro, seleccionando los candidatos entre quienes se desenvuelve la lucha electoral. IV. CRISIS “El sano descontento es un preludio del progreso” Mohandas K. Gandhi Por lo general se acude al concepto de crisis para describir un determinado estado de cosas que pone en tela de duda una cierta institución. En rigor, la crisis es el verdadero presupuesto del cambio, de la transformación de una cosa en otra, de una entidad dada, ya individualizada y aprehendida, en otra distinta, pendiente de individualización y de aprehensión, lo que motiva incertidumbre y un temor natural en los hombres destinados a vivir bajo el imperio de ese nuevo orden hasta entonces desconocido. Ocurre que nuestra forma de vivir en sociedad, como asevera Savater58, no es sólo obedecer y repetir, sino también rebelarnos e inventar, entendiéndose que no nos rebelamos contra la sociedad, sino contra una sociedad determinada. “Las sociedades humanas se transforman históricamente, de acuerdo a criterios mucho más complejos [que los de los animales], tan complejos… que no sabemos cuáles son. Unos cambios intentan asegurar determinados objetivos, otros, consolidar ciertos valores, y muchas transformaciones parecen provenir del descubrimiento de nuevas técnicas para hacer o deshacer cosas”. Todas estas consideraciones conducen al autor citado a expresar que “la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse…”. Si las crisis no se produjeran, no habría modificación posible, sumiendo a todo el sistema en una inacción letal para la persistencia de la vida social, anquilosando estructuras ya obsoletas pero vigentes merced a la ausencia de estímulos propiciatorios de la necesaria metamorfosis59. Va de suyo que no todo cambio está dotado de rasgos que autoricen a calificarlo de beneficioso, residiendo precisamente allí la riqueza de la elección de la respuesta susceptible de ser tenida por adecuada a la motivación originaria. El estado de crisis es entonces permanente y hasta –me atrevo a decir- imprescindible para la salud de la vida comunitaria pues de otro modo nos estaríamos condenando a una desaparición ineludible por el quietismo fatal en que se incurriría. En este punto, las crisis pueden fenomenalizarse tanto como una crisis de representación como lisa y llanamente- una crisis de los derechos políticos. 1.Crisis de representación60: Crisis de los partidos políticos61. SAVATER, Fernando, op. cit., p. 40 y siguientes. SAVATER, Fernando, op. cit., p. 46, niega que “… el conflicto entre intereses, cualquier conflicto o enfrentamiento, es malo de por sí. Gracias a los conflictos la sociedad inventa, se transforma, no se estanca. La unanimidad sin sobresaltos es muy tranquila pero resulta tan letalmente soporífera como un encefalograma plano. La única forma de asegurar que cada cual tiene personalidad propia es decir, que de verdad somos muchos y uno solo hecho por muchas células, es que de vez en cuando nos enfrentemos y compitamos unos con otros”. 60 Señala ARISTOTELES, op. cit., p. 189, que, entre las causas de los cambios que afectan a los sistemas políticos, “el engreimiento y el lucro, qué fuerza tienen y en qué medida está más o menos claro; pues cuando los que ostentan los cargos son engreídos y ambiciosos, promueven revueltas entre sí y contra los regímenes que les confieren el poder. Y su ambición se ceba una veces con los bienes privados y otras con los públicos”. 61 DE TOQUEVILLE, Alexis en La democracia en América, ya se interrogaba si “¿Se han parecido, pues, todos los siglos al nuestro? ¿El hombre ha tenido siempre ante los ojos, como en nuestros días, un mundo donde nada concuerda, donde la virtud carece de genio y el genio de honor; donde el amor al orden se confunde con el amor 58 59 17 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? “Me argüía que si el uso de la palabra tenía por fin hacer que nos comprendiésemos unos a otros, este fin fracasaba desde el instante en que alguno decía la cosa que no era; porque entonces ya no podía decir que nadie le comprendiese, y estaba tanto más lejos de quedar informado, cuanto que le dejaba peor que en la ignorancia, ya que le llevaba a creer que una cosa era negra cuando era blanca, o larga cuando era corta” Jonathan Swift (“Viajes de Gulliver”) Si la representación se ejerce mediante los partidos políticos y si éstos han ingresado en verdadero cono de sombras creado por su propia crisis, derivada del defecto de credibilidad de la ciudadanía a mérito de yerros recurrentes y del crónico debilitamiento del liderazgo entre otros factores, debe inferirse que, forzosamente, la representación ejercida por estos, también ha recaído en un ámbito crítico62. Según Ortega, la carencia que sufren las ‘naciones invertebradas’ es precisamente ‘la ausencia de los mejores’, es decir de aquellos dirigentes capaces de darles, superando sus intereses personales y sus lealtades sectoriales, un sentido de unidad”63. Esta crisis de representación se ha visto reflejada en la sensible disminución de la calidad de los dirigentes que acceden a las posiciones de poder estatal. Resulta notoria la generalizada decepción que impregna a la sociedad, por la sistemática frustración de los objetivos primigeniamente prometidos. Esta situación ha derivado en una necesaria disminución de la confianza que los hombres y mujeres de la comunidad depositan en los partidos políticos como conductos naturales de sus pretensiones comunitarias. Va de suyo que un partido político que, por vía de un pronunciamiento mayoritario que lo favorece en una contienda eleccionaria, contradice sus propios postulados una vez llegado a la titularidad del poder, extravía toda su base de sustentación, su legitimidad para gobernar, quedando en la más absoluta soledad y viendo facilitada su desalojo intempestivo del gobierno. Dice al respecto Bidart Campos64 que “lo que debe tenerse presente es que cualquiera sea la fisonomía y el funcionamiento de la partidocracia, también se intercalan en la dinámica constitucional muchos otros actores sociales: electorado; fuerzas armadas; asociaciones de diverso tipo; grupos económicos, patronales y empresariales; organizaciones sindicales y religiosas, y ese otro difuso pero operante protagonista que es el conglomerado de las opiniones públicas y de los medios de comunicación social”. De esa reflexión, “… se desprende que muchas veces los vacíos que no cubren los partidos al reclutar el consenso societario, es colmado por los demás operadores sociales que bien saben aprovechar la debilidad del sistema partidario para fortalecerse, e influir ante el poder”. Por otra parte, deviene necesario tener presente que “cuando se atiende a los lineamientos o aficiones doctrinarias dentro del electorado, se advierte que en algunos casos un sector importante de a los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio hacia las leyes; donde la conciencia no arroja más que una dudosa claridad sobre las acciones humanas; donde nada parece ya prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso”. 62 Señala KEANE, J. en Democracia y sociedad civi” que “El catálogo de quejas contra el parlamento, aunque varía de un sistema parlamentario de Europa occidental a otro, ha crecido constantemente. Hoy en día el parlamento tiende a ser visto cada vez más como el sello estampado sobre decisiones que se toman en otra parte. Este punto de vista sigue a menudo a quejas sobre la pompa caballeresca del parlamento, debates ritualizados y preocupación por detalles triviales. También hay signos, muy evidentes en los movimientos sociales, de una convicción creciente de que la democracia no es únicamente un asunto del parlamento, y que son preferibles los compromisos a nivel local e iniciativas sociales […]. Nunca ha existido un régimen político que simultáneamente fomentase las libertades democráticas civiles y aboliese el parlamento. Ni tampoco ha existido nunca un régimen político que mantuviese un parlamento democrático y simultáneamente aboliese las libertades civiles. Y, hasta ahora, nunca ha existido un régimen político donde una sociedad civil poscapitalista combinase profundas libertades políticas y un parlamento activo y vigilante. Construir exactamente este tipo de régimen podría considerarse uno de los desafíos históricos que hacen frente a la tradición socialista contemporánea”. 63 SERRANO, María Cristina, op. cit., p. 441. 64 BIDART CAMPOS, Germán, Tratado elemental de derecho constitucional argentino, EDIAR, T. IV, Sociología del Derecho Constitucional, Buenos Aires (2003), p. 265. 18 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? él carece de expresión partidaria propia o no encuentra afinidades con ninguno de los partidos existentes”65. He allí, pues, una de las más poderosas razones para la ocurrencia de la crisis partidaria por la ausencia de respuesta eficaz a la demanda de representación. 2. Crisis de los derechos políticos. Ahora bien, corresponde inquirir en qué ha consistido por lo común la crisis de los derechos políticos, siendo posible formular, a modo de primer acercamiento a una respuesta, que ésta radica en su desconocimiento liso y llano o, conforme modalidades pretendidamente más sutiles, en su retaceo. A lo largo de la historia argentina –presentando, por cierto, características comunes a otros países latinoamericanos66- se han suscitado numerosos ejemplos de la crisis de los derechos políticos. No fue otra cosa el defectuoso funcionamiento del sistema eleccionario con posterioridad a la sanción de la Constitución Nacional de 1853, en el que formalmente se reconocía la vigencia del derecho a la libre emisión del sufragio pero que, en los hechos, experimentaba severas deformaciones por los abusos cometidos por los candidatos de los partidos políticos67. La situación no se modificó ostensiblemente con el comienzo del siglo, ni siquiera con la declamada apertura dispuesta por la denominada ley Sáenz Peña68. Por lo demás, tampoco debe omitirse considerar la deliberada desviación de la teleología del sistema a través de la disminución de la importancia de la participación popular, bien sea directamente por la provocación de golpes de Estado, o, más sutilmente, mediante el debilitamiento del poder de decisión independiente de los ciudadanos con la merma de la calidad educativa69 o generando un perverso circuito de clientelismo político, entre otras estrategias adoptadas. 65 BIDART CAMPOS, Germán, Tratado elemental de derecho constitucional argentino, EDIAR, T. IV, Sociología del Derecho Constitucional, Buenos Aires (2003), p. 248. Agrega el citado que autor, citando a FLORIA, Carlos, que “esa falta deja sin expresión política a grupos sociales o a personas individuales que pudieran comulgar con el partido inexistente”, para señalar, finalmente, que “a la hora de los actos electorales hay franjas del electorado –o sea, personas individuales- que no encuentran al partido o a los candidatos de su preferencia”. 66 Las obras literarias de Jorge Amado, en relación a la caracterización de la vida política brasileña de principios y mediados de siglo, así como las descripciones que realiza en idéntico sentido Gabriel García Márquez sobre su Colombia natal, bajo la pátina metafórica de un Macondo en el que todos podemos reconocernos, constituyen fieles testimonios de este aserto. 67 Roberto J. Payró en su novela “Pago Chico” y José Hernández en su “Martín Fierro” proporcionan un detallado cuadro sobre la situación imperante en épocas de elecciones. Por su parte, Alberto Gerchunoff en “El hombre importante”, ed. Hachette, señala que “manejar la promesa, administrar la esperanza, mantener divididos los núcleos de opinión para ser su único punto de coincidencia es la sabiduría del gran político, la técnica del caudillo”. 68 No es dable pecar en el presente estudio de una ingenuidad de la que las fuerzas políticas intrínsecamente carecen y suponer, sin más, el gratuito advenimiento de un nuevo orden basado en parámetros más equitativos que los precedentes. Por el contrario, las distintas fuerzas sociales fueron gravitando con mayor intensidad para extender el ámbito del sufragio y garantir la verdad de los comicios. La reforma electoral la imponían los partidos políticos y la opinión pública, y la vida cívica del país estaba asfixiada por los comicios desiertos y el fraude electoral. Así, Rofman y Romero (“Sistema socioeconómico y estructura regional en la Argentina”, ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1997, p. 127) precisan que “luego de una obstinada resistencia, la oligarquía comprendió que era más riesgoso tratar de mantener el control exclusivo del Estado que aceptar la participación en el poder. La ley Sáenz peña, que concretó en 1912 el sufragio universal, garantizaba de todos modos que los viejos sectores dominantes no desaparecerían por completo de la escena política”. Dice Miguel Angel Cárcano (“Sáenz Peña. La revolución por los comicios”, ed. Hyspamérica, Bs. As. 1986, p. 157) que una gran masa de ciudadanos estaba virtualmente excluida de la participación política por obra del voto restringido y el funcionamiento de la “máquina electoral”, implementada de antaño por Julio Argentino Roca. Esta deficiencia ya había sido advertida por el propio Sáenz Peña en una misiva cursada a Ramos Mejía desde Roma, el 28 de mayo de 1908, señalando que “el predominio de Roca alejó de la política a muchos hombres de valor y de carácter que se han acostumbrado a la oscuridad y a quienes hay que sacarlos de su Bastilla” (citado por Cárcano en su obra, página 157, nota nº 1). En cuanto se refiere a la preparación que debió adquirir Sáenz Peña para tomar la decisión de la reforma, es menester anotar su enfrentamiento con el personalismo político imperante que determinó su momentáneo alejamiento de la lid electoral en 1892, así como su observación de los movimientos de grandes masas proletarias en Europa, la modificación del concepto de Estado propiciado por Duguit y Jellineck, la extensión del sufragio experimentada en Gran Bretaña, Alemania y Francia, los ensayos electorales de Bélgica (1899) y Suiza (18901892), indicando la franca tendencia de sustituir el sistema de lista, inaugurado por la Revolución Francesa, en el que sólo triunfaba la mayoría, hacia otras formas que aseguraran también la representación de las minorías en el Parlamento. A la luz de lo anterior, así como del análisis de sus ideas condensadas en ensayos y discursos, se torna acertado afirmar que los dos temas que Sáenz Peña pretendió abordar fueron el personalismo político y el voto libre. Resta agregar que la precitada opinión no era solitaria dentro del partido conservador, pues resultaron contestes en la crítica al orden vigente varias de sus más prominentes figuras como Carlos Pellegrini, Joaquín V. González, Mariano de Vedia, Ramón J. Cárcano, entre otros, mientras que hicieron lo propio los socialistas Alfredo Palacios y Enrique Dickmann y el radical Hipólito Irigoyen. 69 Señala VANOSSI, Jorge Reinaldo en Cómo incide la decadencia de la educación cívica en el deterioro de la credibilidad institucional publicado en el número especial del Suplemento de Derecho Constitucional dirigido por BIDART CAMPOS, Germán con motivo del 150º aniversario de la Constitución Nacional, ed. La Ley, abril de 2003, p. 30, que “el sentido de responsabilidad es fundamental en la enseñanza de la Instrucción Cívica (…) El principio de responsabilidad es tan importante o más que el del control; y la Instrucción Cívica, cuando se la enseñaba en serio, llevaba a que el ciudadano se formara en el concepto de la responsabilidad. ¿Para qué se controla? ¿Por controlar? No, esa sería una abstracción. Se controla para que recaiga sobre alguien la responsabilidad. Esta es la base fundamental. Lo contrario es fomentar la 19 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Quizás la más extrema de las posiciones vulnerantes de los derechos políticos, en tanto resultan verdaderamente negatorias de su propia existencia, consista en la anulación del adversario, convirtiéndolo en un “no ser político”. Se trata de una verdadera eliminación del otro, mediante la supresión de uno –o de todos- de sus derechos fundamentales, sus derechos políticos. Este deleznable fenómeno ha sido reiteradamente practicado por distintos regímenes totalitarios que, en ejercicio del poder estatal y so pretexto de preservar bienes colectivos sobrevalorados, declararon extinguidas las prerrogativas individuales de los ciudadanos y ciudadanas para participar en la formación de su destino como sociedad, le sustrajeron violentamente tales derechos acudiendo, incluso, a su eliminación física si ello era considerado necesario para hacer prevalecer sus objetivos. Es –precisamente- contra estas brutales formas de lesión a los derechos políticos que se han alzado las barreras opuestas por los tratados internacionales que los consagran como derechos de naturaleza eminentemente humana en reconocimiento a la dignidad innata de la persona. V. RAZONES DE SU JERARQUIA O LA RESPUESTA AL INTERROGANTE ORIGINAL: ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Una institución70 tan compleja como lo son los derechos políticos no pueden reconocer una sola motivación para ser calificada como derecho humano. Antes bien, dada su esencial amplitud y profundidad está íntimamente relacionada con distintos elementos: 1) la calidad de los sujetos involucrados en ellos, a saber, sus titulares, el hombre y la mujer individualmente considerados, así como la sociedad que los contiene; 2) la estructura que les debe su legitimidad y que, a la vez, debe reconocer los derechos políticos, esto es, el Estado; 3) las diferentes formas de participación en dicha estructura así como la instauración de principios que las vuelven realizables, entre los que se cuenta el de representación; 4) la inadecuación cíclica de todo el sistema a las nuevas exigencias que establece el desarrollo humano, lo que deriva en crisis de carácter individual, social, estatal y de participación y representatividad. Este vasto panorama obliga a distinguir, por eminentes motivos de rigor expositivo, las diversas razones que me persuaden de que los derechos políticos participan indefectiblemente de la naturaleza de los derechos humanos: 1. La naturaleza de hombres y mujeres: Ciertamente que la naturaleza gregaria del ser humano71 es la motivación fundamental de la convivencia72. Mas ello no alcanza a explicar razonablemente la noción organizativa que debe inspirar impunidad. Montesquieu, hace más de dos siglos decía: ‘No es tan grave que las penas sean leves, lo grave es que no se cumplan’. Porque al no cumplirse la sociedad toma conciencia de que vale lo mismo ser bueno que ser malo, cumplir con licitud o incurrir en ilicitud…”. 70 Desde una perspectiva jurídica, debe entenderse como institución al conjunto de normas interdependientes que consagran un sistema jurídico que tiene identidad propia, objetivos específicos y establece derechos y obligaciones que pueden ser reclamados de manera autónoma entre los sujetos activos y pasivos de la relación. 71 Dice ARISTOTELES en Política, que “la razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es clara. Pues la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra. La voz es una indicación del dolor y del placer, por eso también la tienen los otros animales (pues su naturaleza alcanza hasta tener sensación de dolor y placer e indicarse esas sensaciones unos a otros). En cambio, la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto y las demás valoraciones. La participación comunitaria en éstas forma la casa familiar y la ciudad”. Por su parte, CICERON, op. cit., p. 20, enseña que “de diferentes maneras se ha explicado el origen de las sociedades. Dicen algunos que los primeros hombres que habitaron la tierra tenían vida errante en bosques y campos; carecían de lenguaje para entenderse mutuamente y de leyes para respetarse; ramaje de árboles y hierbas de los prados les servían de lecho; las cavernas y los antros, de morada; en este estado eran víctimas de los animales más fuertes que ellos. Los que pudieron escapar 20 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? el funcionamiento de ese conglomerado. Es decir que lo primero –el aglutinamiento- no es más que una consecuencia de la naturaleza que, exige además, a los fines de su estabilidad y permanencia, incorporar algún modo de estructura que las garantice desde el punto de vista estático y una forma de funcionamiento desde una perspectiva dinámica. Siendo ello así, se torna necesario inferir la esencialidad natural de los derechos políticos como derechos humanos. 2. Lo supraindividual institucionalizado: Los derechos políticos contribuyen, por la especial teleología de la que están dotados, a la formación de una entidad distinta al hombre o la mujer que los porta, el Estado, el que, a su vez debe reconocerlos originariamente en aquellos para legitimar la voluntad que concurre a formarlo. En otras palabras, el Estado -como expresión organizada de la sociedad- no puede existir sin que antes existan los seres humanos en soledad primero y agrupados después, que lo constituyan y lo organicen, superando el simple agrupamiento. He allí, entonces, otra razón que jerarquiza los derechos de naturaleza política como derechos humanos. Desde la perspectiva propuesta la posición fundacional del Estado que tienen los derechos políticos aparece con suficiente evidencia, justificando su importancia social. Ahora bien, no resulta suficiente, a mi modo de ver, predicar tal cosa, poniendo énfasis en el Estado y desatendiendo, simultáneamente, la relevancia individual de los derechos en examen, habida cuenta que, en tanto humanos, le pertenecen a cada persona en sí misma, con prescindencia del resto de la comunidad pero su ejercicio no se concibe sino en el seno de esta última. No es dable imaginar derechos políticos actuados en soledad por un ermitaño. 3. La dignidad humana: Esos derechos que -no obstante su individualidad genética, deben ser ejercitados concurrentemente con otros seres humanos y son susceptibles de tutela- son inherentes a cada sujeto y lo conforman como tal, constituyen el modo mediante el cual éste se expresa sobre su destino, a la vez, individual y social. Ocurre que forma parte inescindible de la dignidad del hombre el poder reservar para sí la potestad de decidir su futuro, sin injerencias extrañas y así como tal derecho forma parte del bagaje vital de la persona en cuanto le autoriza a formular su propio proyecto de vida y ejecutarlo por sí, no puede soslayarse que es también integrante del mismo el modo en que quiere ser gobernado, la finalidad que desea imprimir a la sociedad que lo hospeda, las prioridades que como ser social también de sus mortíferas garras, o bien los que vieron perecer a su lado algunos semejantes suyos, conociendo el propio peligro, se refugiaron junto a otros hombres, imploraron su socorro y les hicieron comprender por medio de gesticulaciones lo que de su auxilio esperaban; inventáronse poco a poco los primeros elementos del lenguaje, y se dio nombre a cada cosa: insensiblemente se perfeccionaron los idiomas. Muy pronto comprendieron los hombres que reunidos en grupos no estaban bastante protegidos aún contra las fieras y se refugiaron entonces detrás de parapetos que les ofrecían seguros asilos durante las noches, y les permitieron rechazar sin combate los ataques de las bestias. Otros filósofos han considerado con mucha razón estos sistemas como visiones quiméricas, y han enseñado que no a los ataques de las fieras sino a la misma naturaleza humana debía atribuirse la formación de las sociedades; que los hombres se han reunido porque tienen naturalmente horror a la soledad y tienen necesidad de verse reunidos a sus semejantes…”. SAVATER, Fernando, en Política para Amador, Ariel, Barcelona, España (2004), p. 21, describiendo la doble vinculación entre la persona individual y la sociedad, señala que “llegar al mundo es llegar a nuestro mundo, al mundo de los humanos. Estar en el mundo es estar entre humanos, vivir –para lo bueno y para lo menos bueno, para lo malo también- en sociedad.- esa sociedad que nos rodea y empapa, que nos irá también dando forma (que formará los hábitos de nuestra mente y las destrezas o rutinas de nuestro cuerpo) no solo se compone de personas, objetos y edificios. Es una red de lazos más sutiles o, si prefieres, más espirituales: está compuesta de lenguaje (…), de memoria compartida, de costumbres, de leyes”. Culmina diciendo que “la sociedad nos excita, nos estimula, nos pone a cien; pero la sociedad nos permite, además, relajarnos, sentirnos en terreno conocido: nos ampara”. 72 LOÑ, Félix, op. cit., p. 57, señala que “el hombre es un ser social porque no puede realizarse sin sus congéneres. Necesita de ellos para preservar su individualidad. Es uno entre los demás. El individuo aislado es un ser antihumano”. 21 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? pretende fijar para el grupo humano en el que vive, desenvuelve sus actividades, se gana el sustento, se siente contenido, forma su familia, educa a sus hijos, previene el porvenir, entre otros incontables propósitos que, por su misma naturaleza, tiende a satisfacer. Es decir que no resulta aventurado señalar que, a la par de la titularidad del derecho de decidir qué hacer de su vida como sujeto individual y cómo encarar en la práctica la modalidad en que ejecutará ese proyecto, el hombre y la mujer también gozan de idéntico derecho a extender esa misma prerrogativa al ámbito de su vida en sociedad, contribuyendo a conformar la organización destinada a regular a la comunidad en la que está inserto, bajo la formulación de un proyecto sugestivo de vida en común73. Por lo demás, aquella prerrogativa tampoco se restringe a la sola emisión de un sufragio destinado a determinar quién habrá de asumir las responsabilidades de gobierno en un Estado dado sino, también, a la fijación de pautas o directrices enderezadas a la creación de normas de conducta reguladoras de la vida en sociedad74. Esta legitimación a los fines de la génesis legal, reside en lo que H.L.A. Hart ha llamado “el soberano detrás de la legislatura”75. De la sola lectura del texto de los tratados internacionales glosados al comienzo de este trabajo, surge con toda evidencia que la dignidad de la persona es el fundamento que impregna a todos los derechos humanos enunciados en ellos y, en consecuencia, a los derechos políticos como parte integrante de estos. En otras palabras, el objeto original del reconocimiento es esa dignidad esencial cuya presencia se predica en todos los hombres y mujeres y, por ende, los hace titulares del derecho a seleccionar el proyecto de vida –individual y socialmente considerado- que mejor convenga a sus intereses, bajo la forma del ejercicio de derechos de naturaleza política. 4) La teleología: Resulta un dato común a todas las convenciones internacionales que reconocen a los derechos políticos, su finalidad de asegurar la vigencia de otros derechos, depositados en cabeza de las personas, a saber, el derecho a la libertad, a la justicia, a la paz, a la igualdad. Ninguno de ellos tiene la posibilidad de adquirir actualidad si no es mediante el ejercicio de derechos de naturaleza política y, por lo demás, a nadie –excepción hecha de los totalitarismos a los cuales hace referencia Rosanvallonse le ocurriría negar su esencia fundamental y, coetáneamente, final. Es en ese orden de ideas que se inscriben los derechos políticos, como derechos de naturaleza también instrumental, en cuanto posibilitan la realización de aquellos frente a quien pretenda negarlos o retacearlos. La justicia, la libertad, la igualdad76 y la paz no pueden ser entendidos como fines meramente declamativos sino vitales y tampoco admiten ser reducidos a lo individual, sino que sólo deben ser En palabras expresadas por ORTEGA Y GASSET en España Invertebrada, citadaso por SERRANO, María Cristina en “La Constitución de 1853/1860”, publicado en Constitución de la Nación Argentina, editado por la Asociación Argentina de Derecho Constitucional, T. II, p. 440, Santa Fe, Argentina (2003). 74 DWORKIN, Ronald, op. cit., p. 72, llama “’directriz’ o ‘directriz política’ al tipo de estándar que propone un objetivo que ha de ser alcanzado; generalmente, una mejora en algún rasgo económico, político o social de la comunidad (aunque algunos objetivos son negativos en cuanto estipulan que algún rasgo actual ha de ser protegido de cambios diversos)”. 75 HART, H.L.A., op. cit., p. 89, señala que “en estos casos, para poder mantener la teoría de que dondequiera que hay derecho hay un soberano no susceptible de limitación jurídica, es menester buscar tal soberano detrás de la legislatura jurídicamente limitada”. 76 Esta afirmación no significa desconocer que, como lo señala FEINMANN, José Pablo, op. cit., p. 361, “todos sabemos que los hombres no son iguales. Son infinitamente desiguales y esto los torna fascinantes. Pero la desigualdad que indigna a la cultura de la izquierda es la desigualdad social y económica. Todos somos 73 22 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? ejercitados en alteridad, junto y frente a otros hombres y mujeres. Por ello es que estos fines trascienden al sujeto aisladamente considerado, convirtiéndose en bienes jurídicos susceptibles de protección, y permiten verlo actuar en sociedad con los demás integrantes del grupo al que pertenecen, constituyendo una persona distinta de sí misma como es el Estado, que le debe su propia existencia y le retribuye con el reconocimiento -y el amparo- de sus derechos, justificando, por ende, la jerarquía de humanos que ostentan los derechos políticos, en tanto posibilitan la concreción de los primeros. Sobre la paz en particular, y como bien generador de la atmósfera en la que se desarrollan los demás, destaca Luigi Ferraioli77 que la conquista del “constitucionalismo internacional conformado por la Carta de la ONU, expresa de la manera más explícita el paradigma hobbesiano de aquella artificial reason que es el derecho, cuya justificación racional reside en su función de garantía de la paz y, por eso, de la vida. Se ha dicho que todas las cartas constitucionales son contratos sociales de forma escrita, pactos de convivencia en torno a eso que puede o no ser decidido para garantía de los derechos de todos y de la paz; también derechos y paz equivalen a la razón social y, por ello, al fundamento filosófico de las instituciones jurídicas y políticas (…) en definitiva, no sólo la paz es el primer fundamento de los derechos humanos y en verdad también lo contrario (guerra), porque existe una correspondencia biunívoca entre el grado de paz social o internacional y el grado de garantías como sostén de tales derechos”. Finalmente, añade el citado autor que el fundamento axiológico de los derechos humanos, del que, por su naturaleza, participan los derechos políticos, fue “puesto en evidencia por las convenciones internacionales de los derechos, cumple el rol de norma del más débil contra la ley del más fuerte, que es propia del estado de naturaleza, es decir, de la ausencia de derecho y de derechos. Aquí también, el nexo entre forma universal de los derechos fundamentales y tutela del más débil, es la conexión de medios con fines, inherente a la conexión de racionalidad instrumental. Esa forma junto al rango constitucional de las normas que la expresan, efectivamente se configura como la técnica idónea a la tutela de los sujetos más débiles, en cuanto asegura la indisponibilidad y la inviolabilidad de esas expectativas vitales, establecidas como derechos fundamentales, poniéndolas al reparo de las relaciones de fuerza propias del mercado y de la política”. Quizás la formulación de Ferraioli del problema sea la más precisa en orden a determinar la justificación por la cual los derechos políticos son, por esencia, derechos humanos: “si deseamos que los sujetos más débiles física, política, social o económicamente sean tutelados por las leyes de los más fuertes, es necesario sustraerles vida, libertad y supervivencia, sea para la disponibilidad privada, como para aquella de los poderes públicos, formulándolas de modo rígido y universal”. 5) La integralidad del sistema de derechos humanos: iguales ante lo eterno, ante Dios, ante la muerte, ante el amor y ante el arte, por poner sólo algunos –tal vez desmesurados- ejemplos. Pero debemos ser iguales ante la educación, el trabajo y la salud. La derecha naturaliza la desigualdad tornándola imprescindible al sistema”. 77 Op. cit., p. 127. 23 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Surge con vigorosa evidencia de las consideraciones precedentes la profunda interrelación que existe entre los distintos derechos cuyo reconocimiento consagran los tratados internacionales. Esto es así porque, como lo remarca Héctor Gros Espiel78, todos los derechos humanos -los civiles y políticos, los económicos, sociales y culturales- y los denominados nuevos derechos, constituyen una integralidad, derivada de la circunstancia que todos ellos son interdependientes y se condicionan recíprocamente. Por eso resultaría errado centrar la protección de los Derechos Humanos sólo en la defensa de los civiles y políticos, como sería idénticamente inadmisible dejar de lado éstos en función de pretendidas exigencias del desarrollo económico. Como natural consecuencia de este aserto, deviene menester concluir que, si los derechos políticos son, simultáneamente, condición de vigencia de los demás derechos humanos y éstos lo son de aquellos, los políticos están impregnados de la misma naturaleza de los derechos humanos en general por su recíproca necesidad. VI. EPILOGO REFLEXIVO A lo largo de estas líneas se ha efectuado una indagación enderezada a determinar las causas por las cuales los derechos políticos participan de la naturaleza de los derechos humanos. El motivo de la búsqueda fue inspirada por la necesidad de superar los conformismos que conducen a sostener tal conclusión, sin mayor rigor, omitiendo el análisis de los rasgos distintivos de los derechos políticos y facilitando, de tal suerte, un más sólido convencimiento del acierto que encierra la postulación. Siempre me ha parecido que sostener a ultranza la jerarquía de un derecho únicamente en base a su sola consagración normativa no implica más que afincarse en un positivismo vacuo, acostumbrado a conceptualizar por mera tautología. Los derechos políticos no son derechos humanos sólo por haber sido enunciados en los tratados internacionales. Si tal cosa pudiera ser posible, también deberíamos admitir el derecho de algunos Estados a imponer la pena de muerte sólo porque se consignara tal potestad en la letra de un pacto celebrado entre ellos. No dudo que tal razonamiento deviene manifiestamente inadmisible por atentar contra los principios más elementales de la razón -de la lógica, diría algún pensador más autorizado- y de la naturaleza humana. Y es precisamente esto último lo que trata de hacer esta investigación: encontrar las motivaciones -primera y última- que permiten calificar de humanos a los derechos políticos, con fundamento en la naturaleza de las personas, del hombre y de la mujer, considerados en todos sus planos categoriales vitales, a saber, como individuos y como miembros de la sociedad y de ésta, tanto como simple agrupamiento y como partícipe de una estructura dotada de la capacidad de dirigir sus acciones con algún sentido, el Estado. Ha quedado fuera de toda posible disquisición la circunstancia de que los hombres y las mujeres son fines en sí mismos y no medios para la consecución de otros distintos. La instrumentación de los seres humanos está proscripta por ser contraria a su naturaleza, residiendo allí, la mitad de la respuesta a nuestro interrogante inicial: los derechos políticos contribuyen a conformar esa singular naturaleza 78 GROS ESPIEL, Héctorl, “Una reflexión sobre el Sistema Regional Americano”, publicado en Derechos Humanos-Corte Ineramericana. Opiniones Consultivas. Textos completos y comentarios, AAVV, coordinado por BIDART CAMPOS, Germán y Calogero Pizzolo (h), Ediciones Jurídicas Cuyo, Mendoza, República Argentina (2000), T. I, p. 19. 24 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? con la que los hombres y las mujeres vienen dotados a este mundo. Ahora bien, la otra mitad de la respuesta se nutre del reconocimiento de la esencial dignidad de la persona. Eso que los preámbulos convencionales designan como fuente de inspiración de las normas que contienen. Esa dignidad, que todos tenemos por el sólo hecho de existir, nos hace acreedores a la prerrogativa de decidir nuestro destino, de orientar nuestra propia vida hacia aquello que juzgamos mejor para nosotros, para nuestros semejantes y para nuestra posteridad. Esa posibilidad de decidir, de optar entre diversas posibilidades, de elegir, en definitiva lo que habrá de ser nosotros, es un derecho inalienable, innato, imprescriptible e innegable de todos los hombres y las mujeres. Es, por ende, un derecho humano. Ciertamente que los derechos políticos traducen apropiadamente esa ominosa capacidad de decisión, justificando que los Estados deban reconocerlos y permitiendo decir que el Estado democrático de derecho es el que brinda las mejores condiciones para su ejercicio. Sabemos que los derechos no son por sí mismos, sino que son para algo, que trasuntan una teleología que guía el obrar humano. Los derechos políticos cumplen acabadamente esa misión desde dos perspectivas diferentes: la primera, conforme a la cual permiten que las personas accedan a instancias cada vez más generosas de justicia, libertad, igualdad y paz y, la última, con arreglo a la cual son ellos los que facilitan la convivencia ordenada de los seres humanos y de una comunidad con otras, volviendo a los hombres y las mujeres actores -y no meros espectadores- de su propio drama, enriqueciendo su bagaje de libertad con un sentido que no desconoce su doble naturaleza individual y social. Es de esta manera cómo los derechos políticos -conjugados con el resto de los derechos humanos, por cierto- le permiten a los hombres y las mujeres que resultan sus titulares trascender a sí mismos, en cuanto acceden por su intermedio a la sociedad y, por esta al Estado y, a la vez, les autoriza a trascender su propio tiempo por cuanto las elecciones que se hagan en este ámbito están naturalmente destinadas a perdurar hacia el futuro, hasta que un nuevo proyecto las declare abolidas y las reemplace. Ciertamente que, a la luz de lo dicho, otra razón alcanza evidencia suficiente para afirmar la naturaleza humana de los derechos políticos: demasiados hombres y mujeres han ofrendado sus vidas en su nombre y por su causa a lo largo de la historia de la humanidad, dejando en claro su importancia vital y trascendente que va más allá de la propia vida y el propio tiempo. No se pagan precios tan altos por un bien que valiera poco. He allí la prueba más contundente de su valor; es, como lo dice Hannah Arendt79, la causa que fue abandonada en el siglo XX: “la más antigua de todas, la única que en realidad ha determinado, desde el comienzo de nuestra historia, la propia existencia de la política, la causa de la libertad contra la tiranía”. Esta causa es la causa de la democracia. LUIS ERNESTO KAMADA 79 Citada por FEINMANN, José Pablo, La sangre derramada, Seix Barral, Buenos Aires (2003), p. 369. 25 ¿POR QUE LOS DERECHOS POLITICOS SON DERECHOS HUMANOS? Trabajo ternado por el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de la Plata, en el Concurso de Monografías para el Premio “Instituto Interamericano de Derechos Humanos”, Costa Rica, mayo de 2005. 26