El General Temeroso EL GENERAL TEMEROSO El General Temeroso Era un conocido periodista de un diario argentino de primera línea. Al borde de los sesenta años estaba disfrutando de la riqueza de expresión que había logrado. Originariamente profesor de historia, se había ido inclinado por el periodismo como actividad paralela y para los treinta años en forma profesional y única. Su amor a la profesión sólo competía con su amor por el idioma, de modo que su prosa se fue haciendo cada día más precisa y pulida. Esa noche había cenado con un grupo de amigos militares que cultivaba con lealtad desde hacía muchos años y con los que intercambiaba información, casi todos ellos ya estaban retirados de la institución; pero había vivido intensamente los años de hierro de la reciente historia argentina cuando combatían sangrientamente contra grupos guerrilleros en las ciudades y un reducido grupo en ambiente rural. La conversación de la noche giró, lógicamente, sobre esos temas. Había acompañado la sólida carne asada con vino tinto más allá de la prudencia, y en un momento sintió que todo el tablero de control tenía lucecitas roja que titilaban. Llegó a su casa poco después de medianoche y se desplomó en la cama matrimonial ejerciendo la ocupación total, ya que su esposa con su hija se hallaban a quinientos kilómetros de distancia en la casa de los abuelos de la niña. Se durmió de inmediato, y tuvo un sueño lúcido: “Desde comienzos del siglo XX los militares argentino no había entrado en combate, salvo entre ellos, en golpes militares más corteses que violentos. El derrocamiento de Perón ya fue otra cosa, y se vieron -3- en la disyuntiva de tener apretar el gatillo de sus armas. Comandó esa revolución el General Eduardo Lonardi, en la que participó el General Pedro Eugenio Aramburu. Hasta ese momento, en el cuadro de evaluación anual de la foja de servicios, en el punto referido al valor personal de cada uno, automáticamente se colocaba la frase: “Se le supone”, teniendo en cuenta la virginidad bélica. Lonardi dudó mucho, luego de la revolución, de seguir otorgando a su subordinado, Aramburu, esa duda inmaculada, ya que en las acciones que se le encomendaron había demostrado con holgura que no llegaba a justificarla. Pero antes que se pudiera hacer la modificación el General Lonardi fue barrido por la dinámica del proceso, y al cabo de un año murió de cáncer en los Estados Unidos. A falta de valor personal Aramburu sostenía su carrera con los miles de recursos que la vida proporciona a los cobardes para que sigan existiendo: disimulo, astucia, crueldad, etc. La fórmula personal del General para no demostrar esa carencia, basíca en su profesión, consistía en mantener una postura de gravedad afectada, que le creaba una atmósfera de seguridad digna ante los ingenuos. En circunstancias desafiantes el pavo abre su cola emplumada, tiñe el colgajo de su cuello de un llamativo color rojo y espumando su plumaje impone respeto. El 9 de junio de 1956 el prestigioso General Juan José Valle, nacido en 1896, ingeniero militar a los 22 años, y opuesto al revanchismo político de la dupla Aramburu - Almirante Jorge Isaac Rojas, comandante de la Marina, que extremaron su encono contra Perón en todas las múltiples figuras que puede crear la imaginación vengativa, lanzó una revolución contra la pareja de gobierno, expresando un vago ideario de acción política y tratando de espar-4- cir una solución atemperante sobre la irritada piel del país. El poderoso sistema de inteligencia militar había detectado tempranamente la conspiración de Valle, al que secundaba el General Raúl Tanco, pero dejó que siguiera adelante para echar la red cuando conocieran a todos sus integrantes. La revolución de Valle era para el Gobierno el secreto del polichinela, todos lo conocían pero nadie hablaba de él. Para desgracia de los complotados la organización del levantamiento militar también parecía ser obra del famoso títere. La proclama revolucionaria no llega a ser leída por que fueron detenidos con anterioridad quienes se preparaban para lanzarla desde una escuela con un modesto transmisor. Sólo en la provincia de La Pampa un coronel levantisco consiguió irradiarla. Ni Tanco ni Valle consiguieron entrar a Campo de Mayo, el acantonamiento militar que según los organizadores respaldaría el levantamiento contra el Gobierno. Sólo lo hacen el Coronel Eduardo A. Cortines y el Coronel Ricardo Ibazeta, que son detenidos antes que disparen un tiro. Valle se oculta en la casa de un político amigo, y cuando el Gobierno afirma que dicta una amnistía a aquellos golpistas que se entreguen, entra en dialogo con un oficial naval, de la confianza del Almirante Rojas, el Capitán de Navío Francisco Manrique. Este le lleva a Valle la promesa de respeto por su vida si se entrega a las autoridades; lo hace el General para asumir su responsabilidad y evitar que caiga alguna pena sobre sus subordinados, pero es detenido, sumariado y fusilado en pocas horas. Sus sobordinados son igualmente fusilados. El decreto que ordena el fusilamiento de los amotinados es posterior a la detención de casi todos ellos. Es principio universal que la ley penal no es retroactiva, sino que solo rige para quienes la vulneren después de haber sido publicada. El General Temeroso -5- fue quien firmó el decreto de muerte retroactivo y lo aplicó. Dormía el General Temeroso en la Residencia Presidencial de Olivos cuando a las 10 de la noche la esposa de Coronel Ibazeta llega vivamente preocupada porque su esposo ha sido detenido y le han informado que lo fusilarán. El Jefe de Guardia del Presidente le informa que el General está durmiendo y ha dado orden expresa de no ser molestado. Insiste la señora exponiendo su caso, y ante la gravedad del hecho llama al Jefe de la Casa Militar en consulta. Este funcionario informa que despertó al Presidente, le expuso la preocupación de la esposa de coronel Ibazeta, y el Presidente respondió: “Que la señora regrese tranquila a su casa. Que su marido no corre peligro de vida. Que para asegurar la vida del detenido inmediatamente tomará contacto con el Jefe de Campo de Mayo para reiterar la decisión de respetarle la vida”. La señora regresó un poco más calmada. El Jefe de la Casa Militar era Francisco Manrique. Cuando la señora quiso visitar a su esposo se enteró que ya había sido fusilado. En términos globales el General Temeroso es el responsable directo de una centena de fusilamientos y de una cifra superior de simples asesinatos. El verdadero ideario del Gobierno era el odio al peronismo, y como todo grupo conjurado lo verdaderamente peligroso era tratar de salir de círculo del poder. “Quién cabalga un tigre no puede bajarse de él, porque será devorado” En 1958 el General Temeroso debió entregar el Gobierno al Presidente Arturo Frondizi elegido en comicios regulares. El General Temeroso le había tomado gusto al poder y nuevamente cambia de vestimenta, presentándose ahora como un político democrático, creador de un partido político “Unión del Pueblo Argentino” (UDELPA) que logró el 22% de los votos. -6- Decidido a retomar el poder a pesar del resultado adverso, y comprendiendo que la mayor fuerza política continuaba siendo el peronismo, comienza a llevar adelante una línea convergente hacia ese movimiento. No advierte que ahora es Inquisidor General de los antiguos conjurados el General Eduardo Argentino Señorans que se halla al frente del Servicio de Inteligencia del Estado (Side) heredera en las funciones del Servicio de Inteligencia del Ejército. Con paciencia de araña teje su red el Inquisidor para atrapar a esa mosca descarriada que soñaba un destino de abejorro. El 1 de junio de 1970 envía a un Mayor del ejército a buscar a su domicilio al General, pidiéndole que lo acompañe hasta el Comando del Ejército. El General accedió. Fue conducido a una casa de seguridad del Inquisidor e interrogado por éste que estaba encapuchado. El General estaba sentado con el clásico reflector alumbrando su cara impidiéndole ver el resto de la habitación. El interrogatorio fue duro y el General comenzó a sospechar que lo habían apresado los antiguos conjurados. De pronto tuvo, por ejercicio de la memoria, la confirmación, que el fiscal enmascarado que lo interrogaba era el General Señorans. Lo identificó por el tono, las inflexiones de la voz. Con los rayos equis del terror vió la cara severa del Ángel de la Muerte, através de la capucha negra.. La Justicia que podía encontrar era nula. Temió un súbito balazo en la frente. Su espantado corazón temeroso registró el impacto emocional en dolorosa turbación que reflejó su rostro en un gesto y una mueca. Inmediatamente entró el médico previsto, que diagnósticó infarto coronario. Lo inyectó y lo recuperó. Había quedado débil. Sólo pudo sostenerse unos minutos más, pero un segundo infarto lo aniquiló. Murió el General Temeroso. -7- El cuerpo tibio de Aramburu fue entregado a los Montoneros que lo llevaron a Timote en un Jeep Gladiator precedido por un patrullero de la Side pintado como perteneciente a la Policía Federal. Poco antes de llegar al destino final, el patrullero regresó a Buenos Aires. En el sótano de una casa de Timote, tal era el nombre de la zona donde se hallaban, los hombres de Inquisidor les entregaron a los Montoneros el texto que debían publicar en la prensa describiendo como “habían secuestrado” al General Temeroso. Uno de ellos le dio un tiro en la nuca al cadáver para sostener la tesis del fusilamiento. Luego lo enterraron. El texto redactado por los especialistas de la Side describía al General Temeroso bajo su uniforme de digno de militar solemne y sin miedo. El soldado íntegro que dice a sus captores “Procedan”, cuando le informan que lo van a fusilar. Un General recto, digno, valiente. Los Montoneros publicaron ese texto en una revista que editaban, y unos pocos medios de comunicación lo sintetizaron. A partir de ese momento el Inquisidor fue borrando las huellas de su mano, asesinando a cada uno de los Montoneros que se prestaron al juego. Sólo se escapó Mario Firmenich del plomo que tenía dedicado. Por su parte el Inquisidor General murió en 1993 en la más absoluta soledad. Su único hijo se había sumado intelectualmente al peronismo y había muerto por los años ochenta. El viraje político de su hijo exasperaba el odio de Señorans, que en su cabeza buscaba a los culpables “de haber cambiado la cabeza de Eduardito”. A la mañana siguiente nuestro periodista se despertó con sed y se bebió dos grandes vasos de agua fresca. Los excesos de alcohol producen esas sensaciones de sed matinal, y muchas veces dispa-8- ran, la exacervación de la imaginación, sueños fantasiosos, talvez certeros. A mediodia la Redacción Central le pidió un artículo sobre la declinación del precio de la soja en el último trimestre. No teniendo sitio en el cerebro el sueño se escapó como una una pequeña bocanada de humo por su oreja. El viento lo llevó a la calle. Como gato sin dueño se subió hasta mi regazo y decidí escribirlo. Hugo Martínez Viademonte Neuquen, agosto de 2009 -9-