16 El siglo XIX Presentación del tema Esquema de contenidos 1. El siglo XIX, período de triunfo del liberalismo. 2. El Romanticismo. 3. El Romanticismo europeo. 4. Sociedad y cultura del período realista. 5. El Realismo. 6. El Realismo europeo. 7. El Naturalismo. En el siglo XIX se desarrollan dos grandes movimientos literarios: el Romanticismo y el Realismo. El Romanticismo coincide con el triunfo del liberalismo en Europa y con el despliegue de la economía capitalista. El movimiento romántico, que tiene su origen en Alemania en la corriente Sturm und Drang, se define por la búsqueda de un mundo ideal y por el rechazo de la sociedad materialista. La segunda parte del tema se dedica a la caracterización de la época realista, surgida a raíz de los movimientos revolucionarios desarrollados en Europa a partir de 1848, que hicieron que la burguesía sustituyera su mentalidad exaltada e idealista por otra realista. Se alude a las grandes tendencias y autores del Realismo europeo y se termina con el Naturalismo. Recursos metodológicos ● En el documento 1, de Ricardo Navas-Ruiz (El Romanticismo español. Historia y crítica, Anaya), los alumnos podrán encontrar una precisa descripción del tratamiento romántico de los temas del amor, la vida y la muerte. ● Con mucha frecuencia se ha empleado una cita del extraordinario novelista francés Stendhal, seudónimo de Henri Beyle (1783-1842), para definir la novela realista del siglo XIX. Pertenece a su novela Rojo y negro (Orbis) y dice así: Una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante vuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino. ¡Y el hombre que lleva el espejo en su cuévano será acusado por ustedes de ser inmoral! Más justo sería acusar al largo camino donde está el barrizal y, más aún, al inspector de caminos que deja el agua estancarse y que se formen los barrizales. Se puede pedir a los alumnos que expresen su parecer sobre esta concepción stendhaliana de la novela. ● Desde el punto de vista del lenguaje, una de las características más destacadas de la novela realista es la imitación del habla coloquial. En el texto recogido en el documento 2, de Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríguez (Manual de literatura española. VII. Época del Realismo, Cénlit), los alumnos encontrarán un análisis de este importante aspecto del lenguaje de la novela realista. ● Una característica destacada de la novela realista es la presencia de un narrador omnisciente. Conviene que los alumnos dispongan de una descripción precisa de este tipo de narrador, tal como la que ofrece el crítico Ramón Buckley (Problemas formales de la novela española contemporánea, Península) a propósito de la novelística de Miguel Delibes: Delibes es omnisciente en todas sus novelas. Es decir, su conocimiento, como autor, de los personajes de la acción es total. Esto entraña: 1) Conocimiento de la acción física de los personajes. 2) Conocimiento u opinión del psiquismo de los personajes. 3) Juicio u opinión del autor sobre la conducta de los mismos y sobre el conjunto de sus acciones. Naturalmente, en principio cualquier novelista es, o puede ser, totalmente omnisciente sobre los personajes que ha creado. Pero ya dije cómo el escritor “behaviorista”, en busca de un realismo a ultranza, “pretende” conocer sólo la acción física de los personajes (1) y cómo la mayor parte de los novelistas actuales nos revelan conducta y psiquismo (1 y 2). Pero lo que no hacen es juzgar a sus personajes (3), ya que esto implicaría un “endiosamiento del autor”, su afirmación de que se halla en un plano moral superior al de sus personajes, “inadmisible en nuestros días”. Otras actividades ● Como actividad interdisciplinar en relación con el Departamento de Filosofía, puede pedirse a los alumnos que aporten datos por escrito sobre las tres grandes concepciones filosóficas de signo materialista del mo- mento que reaccionaron contra el idealismo: el positivismo de Auguste Comte, el evolucionismo de Charles Darwin y el marxismo de Karl Marx. Textos y documentos documento 1 El amor se convierte en eje principal del romanticismo. Suele ofrecer dos formas: la sentimental y la pasional. La primera, escasa en España, consiste en una actitud de melancolía, de tristeza íntima, de ensueño irrealizable cuyos ingredientes son el alma tímida del poeta, la mujer amada e imposible, el paisaje compañero. El amor pasión, magníficamente ejemplificado en las obras dramáticas, Don Álvaro, El trovador, Los amantes de Teruel, Don Juan Tenorio, surge repentinamente, sin causa razonable, y se desarrolla en términos de todo o nada. Para la mujer viene envuelto en nubes de inocencia; para el hombre, en afanes de aventura y fama. Rompe siempre las fronteras de las convenciones sociales: los amantes saltan por encima de los padres, de los códigos morales y aun de Dios. La consecuencia es la infelicidad: las dificultades se amontonan, el destino se interpone y la cara final de la pasión es la muerte trágica o el amargo desengaño del que nace el cinismo o la ironía. La vida para el romántico no vale por sí misma, sino en cuanto sirve para algo. En sí la vida se presenta como un cúmulo de tristezas, de dolores y desgracias sin cuento, por más que en la juventud se sueñe amor, riqueza, o fama: una profunda melancolía acompaña todos los mo- mentos del hombre sobre la tierra. Por eso se la estima en poco, como el “pirata” de Espronceda; por eso no cuesta eliminarla: el suicidio –Larra lo probó– es una solución fácil y justificada. Pero en cuanto sirve para realizar otras empresas la vida es estimable y valiosa: el romántico busca la acción, va y viene, recorre el mundo, se enfrenta a monstruos, quiere perderse y olvidar, porque cuando se detiene y medita, el vacío se abre ante él, la nada lo domina [...] La muerte es la gran amiga de los románticos. Como la vida no vale, a la muerte no se la teme. Es la gran liberadora, la que trae la paz al alma atormentada: sobre la tumba romántica el ciprés y la luna ponen siempre una nota de reposo, de encanto, suprimiendo el horror de la corrupción. Por eso los amantes infelices la desean; los resignados la esperan para unirse a los seres queridos; los amigos lloran al ausente con conformidad. Pero existe otro aspecto: el desprecio por la vida lleva al desgraciado al suicidio; al valiente, a la muerte heroica, y al temerario, a reírse del sino inevitable. No se puede leer una obra romántica sin toparse de un modo u otro con la muerte. RICARDO NAVAS-RUIZ documento 2 He aquí uno de los grandes logros de la nueva estética: la consecución de un instrumento lingüístico que pretende –y en muchos casos lo consigue– ser fiel reflejo de la realidad cotidiana. No podemos ignorar, con todo, la existencia de dos estadios distintos: la voz del narrador y el habla de los personajes. La primera presenta por regla general un estilo más cuidado y culto, a veces incluso retórico. Pero, a pesar de estos engolamientos esporádicos, participa muy a menudo del tono coloquial, con expresiones similares a las que ponen en boca de las criaturas. No presenta, naturalmente, los fenómenos típicos de la conversación, tales como anacolutos, interrupciones, etc., puesto que es un monólogo, ni se advierten en ella titubeos que serían inexplicables en un narrador omnisciente. El habla de los seres ficticios varía para ajustarse a los rasgos específicos de cada uno de ellos, convirtiéndose en un elemento esencial de su caracterización. Encontramos así una amplia gama de idiolectos que van desde el tono culto al más vulgar, pasando por los que reflejan las peculiaridades lingüísticas de una determinada región [...] El lenguaje coloquial de la novela realista presenta una serie de rasgos que nos permiten considerarlo como tal. Tanto el habla de los personajes como la del narrador está plagada de: Refranes, adaptaciones de los mismos o sentencias similares –“a zoquete regalado no debieras ponerle tacha” [...] Exclamaciones –“¡Pateta!” [...] Diminutivos afectivos o despectivos –“guasitas” [...] Aumentativos y superlativos –“frescachona” [...] Frases hechas –“hablando entre dientes” [...] Símiles coloquiales –“es pesado como el plomo” [...] Expresiones de tono desgarrado –“para que se pudra en el calabozo” [...] Expresiones humorísticas –“no paraba hasta dar, por lo menos, con la pata del Cid, si es que se conformaba con eso”[...] Léxico coloquial –“me acoquinaba”[...] Apelativos cariñosos –“Curiosón de los demonios”[...] Insultos e imprecaciones –Él sí que es un animal, un salvaje”[...] Hablemos, por último, de la tendencia de la novela realista a caracterizar a los personajes con una serie de muletillas que son, por otra parte, algo muy corriente en la vida real. Es un recurso que aparece con frecuencia en los seres planos como uno de los pocos rasgos que se les atribuyen. No falta tampoco en criaturas de mayor complejidad en un intento de aproximarse a la lengua coloquial. FELIPE B. PEDRAZA Y MILAGROS RODRÍGUEZ