El Derecho de Cataluña y los derechos de los catalanes La historia de Cataluña es, en cierta medida, la historia de la formación del derecho que le permitió constituirse en una sociedad organizada y políticamente diferenciada. Es una historia larga, cuyos orígenes hay que buscarlos al final de la edad media. Se ha fabulado mucho sobre el proceso de formación del derecho catalán y se han creado multitud de leyendas en busca de justificación para las propuestas políticas que se han sucedido en diferentes épocas. Fue, sin embargo, una evolución que ha quedado escrita en su mayor parte desde su mismo nacimiento, por lo que deja muy poco espacio para la imaginación a todos aquellos que quieran conocerlo. Y es preciso recordar que el derecho propio de Cataluña, en la medida en que se ha ido articulando como fuente de los derechos de los ciudadanos que viven en su territorio, también es el fundamento de la singularidad política del país y ha sustentado la legitimidad de sus instituciones. Se ha dicho por parte de los estudiosos que el derecho de Cataluña no es un derecho foral, entendiendo como tal el que ha sido otorgado por concesión (o imposición) del soberano, sino que es un derecho especial, en el sentido de que ha sido elaborado por los órganos con capacidad para dictarlo y que posteriormente ha sido refrendado por el rey. Se trata, con todos los matices que la realidad socio-política que cada momento histórico exige, no de un derecho otorgado, sino de uno derecho "emanado desde bajo". Conviene sin embargo significar que, teniendo en cuenta la manera como en los momentos presentes se confunden intencionadamente los términos al servicio de las tácticas políticas partidistas, resulta muy arriesgado hablar de representatividad o de voluntad popular de las instituciones medievales o de las de tiempos menos lejanos pero anteriores al establecimiento de la democracia. Ello no obstante, hay que reconocer que algunas de nuestras instituciones tradicionales tenían elementos que las hacían similares a las actuales, de manera que las Cortes Catalanas medievales y de los siglos posteriores, a pesar de que no eran elegidas por sufragio universal del pueblo, estaban compuestas por miembros de los estamentos más representativos de la sociedad, cosa que ha llevado a algunos catalanistas a considerarlas como precursoras del parlamentarismo moderno. Con todo, sin obviar los matices derivados de la observación que se acaba de apuntar, el derecho catalán, una vez superada la etapa de realización de recopilaciones de las costumbres propias de cada pueblo, villa o diócesis que habían regido hasta bien entrado el siglo XV (como los de Tortosa, Gerona, Perpiñán, etc), entró en un proceso de sistematización de las normas que habían de ser comunes a todo el territorio por encargo de Fernando I, casualmente el primer rey compartido con Castilla. Los trabajos empezaron en el año 1413, a partir de los Usatges (usos) de Barcelona y las Constituciones, Capítulos y Actos de Corte, y fueron editados de forma oficial por primera vez el año 1495, durante el reinado de Fernando V (el católico). Posteriormente, el texto fue objeto de varias revisiones, la más importante de las cuales fue la acordada por las Cortes de Barcelona de 1564, que fue sancionada por Felipe II, e impresa en tres volúmenes entre 1588 y 1589 bajo el título de Constitucions i altres drets de Catalunya (Constituciones y otros derechos de Cataluña). Su contenido, con pequeñas correcciones, fue vigente hasta 1716 (año de la publicación del Decreto de Nueva Planta de la Audiencia de Cataluña, que supuso su abolición). El esquema de aquellas Constituciones, con pequeñas variantes, seguía el modelo del Corpus luris Civilis del emperador bizantino Justiniano (482-565), de manera que el derecho se sistematiza y se ordena de la siguiente forma: El libro 1 comprende lo que hace referencia a la Iglesia, a las fuentes del derecho y a la organización judicial y administrativa. El libro 2 hace referencia al inicio del procedimiento, a las personas y documentos que intervienen en el mismo, y a algunas de las cuestiones que pueden ser planteadas en juicio. En los libros 3 y 4 se trata de los jueces y del proceso, de los derechos reales, de las sucesiones legítimas y de las obligaciones. El libro 5 trata del derecho de familia. El 6 de las sucesiones. El 7, del dominio, de la prescripción, de las sentencias y de las apelaciones. El 8 trata de las violencias en las cosas, de la guerra, de las servidumbres, de las garantías en los contratos, de la adopción y de las donaciones. El libro 9 trata del derecho y del procedimiento penal. En el libro 10 se incluyen instituciones diversas como la división de las cosas, las reglas del Derecho, los notarios, los feudos y otras disposiciones de carácter económico. A la vista del esquema apuntado, el lector moderno, agobiado por el alud de leyes y disposiciones de todo tipo encargadas de regular la convivencia en la actualidad, podría pensar que tres volúmenes de normas, divididos en 10 libros (o capítulos) parece muy poca cosa, pero se equivocaría. En el período histórico de su vigencia, que se prolongó por algo más de 300 años, Cataluña tenía poco que ver con la Cataluña actual. La estructura política de las Cortes Catalanas era muy rudimentaria: los tres estamentos o "brazos" (el eclesiástico, formado por la clerecía, el militar, formado por los nobles, y la cámara real, formada por los representantes de las villas y ciudades sometidas directamente al poder real), eran los únicos que tenían representación (al fin y al cabo unos pocos centenares de personas en todo el país), mientras que la inmensa mayoría de ciudadanos eran poco menos que parias. Para ilustrar la situación de los catalanes de la época es bueno recordar que hasta el fin de la guerra de los Remences (sentencia de Guadalupe de 1486), y aún algunos años después, los campesinos catalanes no tenían ningún derecho, pertenecían a la tierra que trabajaban y eran comprados y vendidos con ella (lo que se conoce como servidumbre de la gleba). Institucionalmente, la única entidad que daba cohesión al territorio desde los tiempo de Pedro III, el Ceremonioso (13361387), era un organismo denominado Diputación del General (antecedente remoto de la actual Generalitat), que era el encargado de recaudar el "servei" (servicio) o tributo que los "brazos" daban al rey, a petición de éste. Por tanto, la progresiva implantación de un derecho común a todos los habitantes del territorio, era una pieza fundamental en el proceso de estructuración del principado. Ahora bien, también es cierto que el derecho sólo tenía interés para aquella minoría de ciudadanos (clérigos, militares, terratenientes y gente de confianza del rey) que tenían algo que perder, pero no para la inmensa mayoría de "catalanes" que no tenían nada, ni siquiera donde caerse muertos. A pesar de todo, no sería justo desdeñar la importancia de aquel esfuerzo de recopilación y estructuración temática de las normas legales, porque, por una parte, supuso el compendio de todo el derecho aplicable y, por otra parte, fue una realización de las Cortes (con la imprescindible colaboración de los jurisconsultos y estudiosos) que el rey se comprometía a respetar, cosa que comportaba una cierta capacidad de control teórico del poder muy digna de considerar. Desde su publicación, las Cortes Catalanas exigieron el juramento de las Constituciones a los sucesivos reyes, incluso a Felipe V, que lo hizo el año 1701. Y ello es relevante porque todos los monarcas catalanes, desde Fernando I (de Trastámara), ostentaron al mismo tiempo la corona de Castilla, salvo Luis XIII y Luis XIV de Francia a los que se sometió Cataluña durante los 12 años que duró la guerra dicha de Separación que, como es sabido de todos, finalizó con el Tratado de los Pirineos de 1659 y la mutilación de una parte del territorio en favor del país vecino. Ahora bien, además de la descrita esquemáticamente en los párrafos anteriores, hay otra historia del derecho de Cataluña, que es la de su aplicación práctica y que, si un día fuera escrita, se podría considerar la historia de los derechos de los catalanes. Los que han estudiado la azarosa vida del Principado saben que las cosas no siempre han sucedido como estaban previstas y que el derecho aplicado, en la realidad, tampoco ha coincidido siempre con la recopilación de normas legales que estaban escritas. Los que han tenido poder e influencia, han disfrutado de unos derechos que el resto de catalanes ni siquiera ha alcanzado a vislumbrar, por lo que sería interesante poder contrastar el derecho vigente en cada momento histórico con los derechos de que han gozado efectivamente los ciudadanos. A estos efectos baste recordar que, entre su instauración en el año 1487 (durante el reinado de Fernando II, el Católico), hasta su abolición en el año 1834, la Inquisición jugó un importante papel en Cataluña, y no solo en la represión de los herejes. Pero esta es otra historia que seguramente nadie quiere remover. Es la historia convulsa de una sociedad que ha evolucionado en función de muchas circunstancias, entre las que han tenido una importancia decisiva el reparto del poder, la forma en que se ha ejercido, la existencia o no de contra-poderes, el funcionamiento de las instituciones y la gradual reducción de las inmensas diferencias sociales entre los ciudadanos que se ha ido operando desde la edad media hasta nuestros días. También es la historia de las pugnas de intereses de las castas y gremios, de los sueños de grandeza de unos y de las mezquindades de otros, de la cordura y los arrebatos de locura colectiva (“el seny i la rauxa” como se denomina con benevolencia a una forma de proceder que, a lo largo de la historia, ha comportado calamidades que, aún ahora, resultan inexplicables ). En el fondo, si fuéramos sinceros, habríamos de reconocer que este territorio, como entidad políticamente singular dentro de España, ha tenido virtualidad por la existencia de un organismo que recaudaba los tributos (la Diputación del General) y por la vigencia de una recopilación de normas jurídicas comunes a todos sus habitantes, diferentes de las que regían en el resto del estado (las Constituciones) que, a pesar de su nombre, no tienen nada que ver con una constitución en el sentido jurídico-político que actualmente se da a este término. A la formación de la conciencia de una cierta diferencia ha ayudado, y mucho, el hecho de tener una lengua propia. Sin embargo, derechos colectivos, teniendo en cuenta que Cataluña antes del estatuto de 1932 nunca tuvo un instrumento jurídico equiparable a una constitución, como tampoco nunca tuvo unos fueros que ahora pueda reclamar (como tuvieron Navarra o el País Vasco), hemos tenido los que hemos tenido, que es tanto como decir que hemos tenido los que a lo largo de los años nos hemos ido otorgando a nosotros mismos y que los sucesivos soberanos se han avenido a jurar, aceptándolos y comprometiéndose a hacerlos cumplir. Incluso el rey maldito, Felipe V, lo hizo. Y, por otro lado, hemos dejado de tener todos aquellos derechos que a lo largo de los años hemos fiado al azar, los que en un momento u otro de la historia nos hemos jugado a una carta equivocada y, evidentemente, todos aquellos que hemos perdido lanzándonos a confrontaciones imposibles de ganar, a aventuras descabelladas que no tenían ningún posibilidad de salir airosas y a guerras absurdas contra adversarios infinitamente superiores, tanto en fuerzas como en razones para ganar. No nos engañemos. Renunciamos a la soberanía sobre todo el territorio en favor de Francia durante la guerra de Separación y, como consecuencia del tratado de los Pirineos que puso fin al conflicto, perdimos una parte del mismo, ignominiosa y definitivamente (visto que posteriormente nadie ha osado reclamarlo). Pocos años después, seguramente a causa del resentimiento por la mutilación del territorio, pero sobre todo por la obstinación de una minoría de aristócratas rurales que pensaban obtener más y mejores privilegios de un candidato a la corona española que al final los abandonó (el archiduque Carlos de Austria), perdimos el poco crédito político que nos quedaba cuando Felipe V, después de nueve años de guerra para destronarlo, considerándose traicionado y liberado del juramento que había prestado, decidió la abolición de las instituciones que durante 300 años habían constituido nuestra singularidad dentro de la realidad española que, guste o no, es la nuestra desde el Compromiso de Caspe de 1412. Han pasado los años y aún hay catalanes que niegan lo que es una evidencia histórica desde hace casi 600 años. Y no solo no la quieren aceptar, sino que, con una iniciativa partidista, sustentada en una justificación absolutamente pueril, nos han vuelto a enredar en un pulso con el estado, pretendiendo modificar sus normas y queriendo poner condiciones a nuestro "encaje" en su estructura, sin tener un objetivo claro, sin consenso interior ni apoyo exterior, sin base legal en que apoyar una buena parte de las pretensiones anunciadas y sin los medios mínimos imprescindibles para imponer la propuesta que surja en el caso previsible de que fracase la vía negociada. Es decir que, a plena conciencia, en contra del sentir de la mayoría parlamentaría en las Cortes Generales y de la mayoría social que la sustenta, y con la obstinación enloquecida que casi siempre ha caracterizado a los líderes catalanes en la resolución de los asuntos colectivos en los momentos claves de la historia, nos encontramos en las puertas de un nuevo fracaso, a añadir a la larga lista de los que lo han precedido. Por ello, es pertinente preguntar a aquellos que apelan a unos supuestos "derechos históricos" de Cataluña para justificar su estrategia ante las incertidumbres de una situación política que ellos mismos han contribuido a crear, ¿a qué derechos históricos se refieren? ¿A las Pragmáticas, Privilegios y Provisiones recogidos en el segundo volumen de los “Usatges” de Barcelona de 1413? ¿A las Constituciones y otros derechos de Cathalunya y a las Conmemoraciones de Pere Albert de 1495? ¿A las Constituciones y otros derechos de Cathalunya de 1564? ¿O tal vez se refieren a las Constituciones que juró Felipe V en las Cortes celebradas en Barcelona el año 1701? ¿O es que cuando hablan de "derechos históricos" se refieren a otras cosas? Si fuera así, sería un acto de lealtad con la resto de ciudadanos que explicasen claramente a que cosas se refieren. En otro caso. más valdría que aceptaran de una vez la realidad política en la que nos debemos mover, se atengan a las posibilidades reales que el marco constitucional ofrece a Cataluña para mejorar el autogobierno y la financiación (si es que existen), y que desistan de embarcar al país en otro descalabro histórico. De hecho, como probablemente no haya demasiados catalanes que tengan interés en repetir experiencias como las de 1659 o de 1714 (o, por no ir tan lejos, la de 1939), no les será difícil encontrar una excusa para justificar ante sus electores el abandono del embrollo en el que se han metido para volver a la moderación, el posibilismo y la cordura. Pero, si no lo hacen, conseguirán que Cataluña vuelva a ser víctima, una vez más, de los propios catalanes, de sus fantasmas, de sus utopías, de la ofuscación de sus líderes y de sus errores incomprensibles. Y, por mucho que después vociferen, solo ellos tendrán la culpa de la decepción, porque el resultado de esta aventura siempre ha sido previsible. Manuel lbarz Setiembre de 2005