LOS CORSARIOS FRANCESES EN LA PRIMERA INVASIÓN INGLESA Durante la Reconquista de Buenos Aires en 1806 se destacó un grupo de corsarios franceses comandados por el capitán Hipólito Mordeille. Su historia es poco conocida.1 Por Sebastián Miranda 1. La primera invasión inglesa Con motivo de los 200 años de la Reconquista hemos historiado sobre esta gesta en Defensa y Seguridad, en el Nro 32. Para no ser repetitivos haremos una breve reseña sobre la primera invasión inglesa y nos centraremos en los sucesos que permitieron la recuperación de la ciudad donde los corsarios tuvieron un papel destacado.2 En 1806 había en todo el Virreinato del Río de la Plata cerca de 1.400 veteranos de infantería, blandengues y dragones. La mitad de estas fuerzas estaban repartidas entre el Alto Perú y las fronteras luchando contra los indígenas. Las milicias, en los papeles, tenían alrededor de 5.400 efectivos. En la práctica al llegar los británicos a Santa María de los Buenos Aires no había más de 2.000 hombres en armas, la mayoría milicianos.3 El armamento era pobre y deficiente y mucho se había perdido en la reciente campaña contra la rebelión de Túpac Amaru (1780-1781) en el Alto Perú.4 Las obras de fortificación eran igualmente escasas, siendo las más importantes las de Colonia y Montevideo. Buenos Aires estaba débilmente guarnecida por un fuerte que era a su vez sede del gobierno del virrey. Su eficacia estaba limitada al alcance del fuego de sus cañones. Los constantes pedidos de los virreyes desde 1776 de nada sirvieron para que España enviara efectivos y armamentos en cantidades significativas. Esta situación, conocida gracias a la amplia red de espías, alentó a los británicos a atacar la ciudad. El 4 de enero de 1806 una fuerza naval británica comandada por el capitán de navío sir Home Popham compuesta por 8 buques de guerra y 61 transportes llevando a 6.360 hombres desembarcó en las cercanías de la Ciudad del Cabo, entonces colonia holandesa. Holanda era aliada de Francia y como tal, al igual que España, estaba en guerra contra Gran Bretaña desde 1804. El 18 de enero la guarnición local se rindió quedando en poder de los ingleses, bajo el mando del general Baird. H. Popham tenía amplios contactos con los comerciantes ingleses en América del Sur y mantenía una nutrida correspondencia con el venezolano Francisco Miranda por lo que venía hace tiempo madurando la idea de 1 Publicado para la revista Defensa y Seguridad. Ver. MIRANDA, Sebastián. La Reconquista. 200 años de una gesta heroica. En Defensa y Seguridad Mercosur, Buenos Aires, Defensa y Seguridad, Año 6, Nro 32, julio-agosto de 2006, pp. 27-36. 3 El trabajo más completo y exhaustivo es el de BEVERINA, Juan Bartolomé. El Virreinato de las Provincias del Río de la Plata. Su organización militar, segunda edición, Buenos Aires, Círculo Militar, 1992. 4 Tras su captura y ejecución la rebelión fue continuada por su primo, extendiéndose hasta 1783. 2 conquistar Buenos Aires y apoderarse de sus recursos económicos.5 Obtuvo la autorización de Baird para preparar una expedición contra la capital del Virreinato del Río de la Plata. La escuadra, formada por 5 naves de guerra y 5 transportes, quedó al mando del comodoro H. Pophan mientras que el componente terrestre estaba dirigido por el general de brigada Guillermo Carr Beresford. En total contaban con 1.040 efectivos. Una nave más se sumó para realizar reconocimientos y sondeos en los puertos para seleccionar los posibles lugares de desembarco. El 14 de abril de 1806 la fuerza expedicionaria zarpó del Cabo llegando para repostar provisiones a la isla de Santa Elena el día 29. H. Popham obtuvo el apoyo del gobernador local que le proporcionó tropas de la Compañía de Indias Orientales añadiendo 286 hombres y dos obuses de cinco pulgadas y media comandados por el teniente coronel Lane6. El 19 de mayo el virrey marqués de Sobremonte recibió noticias de la aproximación de la fuerza naval británica gracias a la captura de la tripulación de un bote de la fragata Leda, apresada cuando realizaba tareas de reconocimiento en las costas bonaerenses. El 9 de junio informes llegados desde Montevideo confirmaron la presencia de la fuerza invasora. El 24 el marqués de Sobremonte reunió las tropas veteranas disponibles, convocó a las milicias y distribuyó armamento entre ellas. El 25 de junio los ingleses comenzaron el desembarco en Quilmes. El virrey envió al brigadier Arce con 200 soldados, pero este les permitió efectuar la crítica operación sin molestarlos. En total desembarcaron 1.641 hombres con 8 piezas de artillería, contando los marineros que apoyaban a las fuerzas terrestres. A las 11 de la mañana del día 26 Arce atacó a los ingleses pero rápidamente fue dispersado, abandonando las 4 piezas de artillería que llevaba. Los españoles y criollos se retiraron e incendiaron el puente de Gálvez sobre el Riachuelo para obstaculizar el avance de los invasores. G. Beresford dispuso el descanso de sus tropas y al día siguiente se inició un fuerte tiroteo con los defensores de la orilla opuesta del Riachuelo. A las 7.30 de la mañana los británicos lograron apoderarse de algunas lanchas y botes y comenzaron el cruce, obligando al repliegue de los defensores. Sobremonte se retiró a Córdoba con los caudales públicos con el fin de organizar la resistencia para recuperar la ciudad a la que consideraba irremediablemente perdida. A las tres de la tarde del 27 de junio de 1806 el general Beresford y sus tropas penetraron sin oposición en el centro de la ciudad llegando al fuerte, sede del gobierno, a las cuatro.7 Beresford publicó un bando garantizando el respeto a las personas, las propiedades, la religión y dispuso que las autoridades españolas se mantendrían en sus cargos jurando fidelidad a Gran Bretaña. Por otro bando -el 4 de agosto- dispuso la liberalización del comercio, rompiendo las restricciones del monopolio. Rápidamente informó al Cabo y a Londres de lo ocurrido y pidió instrucciones y refuerzos, pues sabía que su situación era precaria dada la escasa cantidad de efectivos con que contaba para mantener una posición tan importante. Estos llegarían tardíamente, cuando la ciudad estaba reconquistada y desencadenarían la segunda invasión inglesa. 5 La mayoría de los historiadores consideran que el deseo del comodoro Popham de tomar la ciudad se debía al interés que este tenía en hacerse del considerable botín que se suponía había en la capital del virreinato. 6 Este batallón estaba formado por hombres de diversas nacionalidades con una preparación militar y una actitud para el combate que dejaban mucho que desear, nada comparables a la excelencia de las tropas de línea. 7 El detalle del proceso de ocupación puede consultarse en un poco conocido pero excelente trabajo. GONZALEZ CRESPO, José. Invasión 1806. En: Revista Ayer y Hoy, Buenos Aires, MAC, 1996, pp. 2 – 29. 2. Los corsarios La alianza existente entre España y Francia hizo que el momento de producirse la invasión de los británicos estuvieran presentes en Buenos Aires y Montevideo numerosos oficiales de la Armada Francesa y corsarios de origen francés. Entre los primeros sin lugar a dudas el personaje más conocido justamente por ser el héroe de la Reconquista era Santiago José de Liniers y Bremond. De familia noble nació en Niort, Francia, en 1753. Tras una brillante carrera militar llegó al Río de la Plata en 1802. Con el grado de capitán de navío de la Armada Española en 1804 recibió del virrey Sobremonte en encargo de organizar una división naval para rechazar posibles incursiones de naves enemigas, para ello contó con el apoyo del capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha. Ambos oficiales desempeñaron una tarea brillante y, pese a ser también un aspecto de la Historia poco conocido, las naves de guerra españolas tuvieron un destacado rol en la reconquista de la ciudad, a pesar de la enorme disparidad de fuerzas si las comparamos con la escuadra británica. Los corsarios eran particulares y aventureros que cuando se producían las guerras obtenían patentes de corso de los gobiernos a los que servían. Estas funcionaban como contratos y autorizaciones para operar contra las naves y objetivos de la nación contra la que se luchaba. En general establecían que el armado de los buques quedaba a cuenta y riesgo de los particulares que debían conseguir la nave, equiparla y reclutar la tripulación. Las naves enemigas capturadas, llamadas presas, generaban ganancias que eran repartidas entre el armador, la tripulación y el gobierno. Este último habitualmente se quedaba con el armamento de los buques capturados y a su vez generaba un daño al enemigo al destruir o capturar naves de guerra y mercantes. Los porcentajes y condiciones de los acuerdos dependían de los arreglos de los corsarios con los gobiernos.8 Entre los corsarios que estaban en el Río de la Plata al llegar los británicos, se encontraba el capitán Francisco de Paula Hipólito Mordeille, comandante de la fragata Dromedario, ex Nuestra Señora de la Concepción, ex Reina Luisa de 20 cañones, secundado por el teniente Juan Bautista Azopardo. Su armador (se llamaba así al que aportaba el capital inicial) era Carlos Camuso. H. Mordeille nació en Bormes en 1758. Una vez iniciada la guerra entre Francia, Holanda, España y Gran Bretaña actuó como corsario bajo la bandera holandesa operando desde Ciudad del Cabo y apresando varias naves inglesas. En 1804 arribó a Montevideo. Desde allí logró apresar dos naves más. Durante uno de los combates en su larga carrera perdió una de sus manos por lo que era apodado el manco Mordeille. El 16 de octubre de 1805 capturó a las fragatas inglesas Nelly y Elizabeth, tres días después tomó como presa a la Two Sisters y el 21 de noviembre de ese año capturó a las Hinde y Zara. Se segundo nació en Malta en 1772 sirviendo en las marinas de Francia y Gran Bretaña. En 1802 se unió a H Mordeille sirviendo la nave The Hoop (La Esperanza). En forma simultánea operaba otro corsario francés, Estanislao Courrande o Corrant que con la fragata Nuestra Señora de los Dolores, conocida también como La Restauradora. El 1º de noviembre de 1805 capturó cuatro fragatas negreras inglesas: 8 Para ampliar la información ver el excelente trabajo de: RODRÍGUEZ, Horacio y ARGUINDEGUY, Pablo E. El corso rioplatense, Buenos Aires, Instituto Browniano, 1996. “(…) Enfrentada a las fragatas inglesas Activa, Clarendor, Rebeca y William – dedicadas al comercio de esclavos, y que transportaban mercancías en esa ocasión-, formadas en línea de combate eran enormes las desventajas para el corsario del Río de la Plata, pues las fragatas inglesas, armadas en corso, tenían una artillería total de 64 cañones y 34 carronadas, y una tripulación de 260 hombres. Sin embargo, el valiente Courrande arremetió contra ellas; y después de un duro combate de varias horas, logró rendir a dos, y batir, luego de larga persecución, a las otras dos que habían emprendido la fuga (…) A tal punto aumentó este suceso la fama que ya tenía Estanislao Courrande, que se pensó en él, junto con Seaver y Brown, para elegir comandante de la Escuadrilla Nacional en 1814.”9 La invasión a Buenos Aires encontró a la mayor parte de los corsarios en la ciudad de Montevideo cuyo puerto, por sus aguas más profundas, era mejor para los buques. Al mismo destino se trasladó el capitán de navío S. de Liniers que fue recibido por el gobernador y teniente general de marina Pascual Ruiz Huidobro que el 22 de julio de 1806 nombró al oficial francés comandante de la expedición destinada a recuperar la capital del virreinato. Rápidamente reunió 530 veteranos y 292 milicianos con los que se trasladó a Colonia, punto elegido para iniciar el cruce a Buenos Aires. Mientras tanto el capitán de fragata J. Gutiérrez de la Concha aprestó la escuadra destinada al transporte y escolta de las fuerzas de S. de Liniers. Esta quedó integrada por tres goletas, un bergantín y una goleta obusera. La mayoría de los buques eran naves de fondo plano, de poco calado, ideales para la navegación de cabotaje en el río de la Plata o las costas de Brasil y los ríos interiores, plagados de bancos de arena por lo que el bajo calado eran fundamental para evitar las varaduras. Estaban armadas con 2 cañones de a ´12 o de a ´24. El calibre de los cañones era medido en función del peso de las municiones, cada unidad equivalía a una libra. Es decir, un cañón de 12 tenía municiones de 12 libras, cada libra española de la época eran 456 gramos por lo que los de a ´12 disparaban proyectiles de 5,472 kilos, los de a ´24 de 10,944 kilos y así sucesivamente. A estas naves se sumaron 6 cañoneras (embarcaciones pequeñas con un solo cañón, generalmente de a ´18 o de a ´24) de la escuadra española, a las que se unieron 5 cañoneras armadas por particulares, 1 lancha obusera y entre 8 y 10 transportes. Estas embarcaciones fueron reforzadas por la división Mordeille, comandada por el corsario francés y compuesta por 6 lanchones armados y un esquife (nave tripulada por ex presidiarios). De estas 7 naves 3 se perdieron a causa del fuerte viento que sopló entre los días 23 y 26 de julio, aunque las tripulaciones lograron salvarse. Fueron los corsarios franceses los que evitaron que Juan Martín de Pueyrredón y un grupo de notables porteños cayeran en poder de los británicos cuando cruzaban desde Buenos Aires hacia Colonia para reunirse con S. de Liniers para planear la reconquista. La escuadra completa se reunió en Colonia donde se embarcaron los efectivos que participarían en la expedición. Los británicos no permanecían ajenos a las maniobras de los patriotas por lo que el general G. Beresford envió al cañonero Encounter para hostigar a la escuadra en Colonia. El 29 de julio se acercó la costa pero fue repelido por una solitaria lancha cañonera al mando del capitán Jacinto de Romarate que le causó algunas averías. El 1º de agosto se produjo un nuevo combate, esta vez en la chacra de Perdriel donde se estaban concentrando los efectivos reunidos por J. M. de Pueyrredón para apoyar a las fuerzas de S. de Liniers 9 DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Famosos veleros argentinos, Buenos Aires, P. 67 cuando desembarcaran. El general Beresford marchó en persona con 550 hombres y tras un breve enfrentamiento logró dispersar a los voluntarios de J. M. de Pueyrredón. Sin embargo, sufrieron pocas bajas y rápidamente se reagruparon fuera del alcance de los británicos, aprestándose para unirse a Liniers. Al día siguiente una lancha al mando de Francisco Castro logró averiar a una corbeta británica que se había acercado a Colonia. El 3 de agosto el ejército de S. de Liniers se embarcó y comenzó la travesía en medio de un duro temporal que lo obligó a desembarcar en el Tigre en lugar de Olivos donde estaba previsto originalmente. La sudestada ayudó a paralizar a la flota británica que no pudo impedir el cruce, únicamente la goleta Dolores hostigó a la retaguardia patriota obligando a encallar a una lancha cuya tripulación pudo salvarse y se reincorporó al ejército de S. de Liniers. El 4 de agosto todos los efectivos desembarcaron en el puerto de Las Conchas en Tigre. Inmediatamente se les unieron los mandados por J. M. de Pueyrredón y Martín Rodríguez y comenzaron a sumarse espontáneamente los vecinos. Con los marinos que tripularon las embarcaciones se formaron 4 compañías. Entre estos hombres estaban 75 corsarios mandados por H. Mordeille, su segundo el teniente Juan B. Raymond y posteriormente por J. B. Azopardo. La lancha comandada por este último fue una de las que naufragó durante el tránsito a Colonia. Sin desalentarse consiguió una nueva lancha, llamada La Mosca, y se unió a una de las compañías de marinería, en esta caso a la mandada por el teniente de navío Juan Ángel Michelena (las otras eran comandadas por el teniente de navío Joaquín Ruiz Huidobro, por el teniente de fragata Cándido de Lasala 10 y la del capitán H. Modeille). Mientras tanto en la capital proseguía la concentración de vecinos, armas y pertrechos y los preparativos para apoyar al ejército que avanzaba para desalojar a los invasores. Los días 5 y 7 de agosto se produjo un furioso temporal que hundió 5 cañoneras británicas y dejó fuera de combate a varias naves más. Las lluvias dificultaron enormemente el avance del ejército debido al barro que hizo muy trabajoso el desplazamiento de los hombres y animales pero especialmente de las piezas de artillería. El entusiasmo de los vecinos de todas las edades que se ofrecieron para arrastrar los cañones y obuses solucionó con eficacia todo problema generado por el clima: “Luego que acampé en las inmediaciones de la ciudad se agolparon las personas de menores conveniencias con municiones de boca para subsistencia de la tropa, caballos, monturas y carros para el bagaje: pidieron armas hasta los niños, se incorporaron al pequeño pie de ejército de Montevideo: se unieron a los miñones en las guerrillas de las calles dos días antes de la acción decisiva, y entraron en ella cargados con la artillería sin excepción de edades, acompañados por una mujer varonil con denuedo superior a todo encarecimiento, y una alegría, presagio de la victoria que ganaron con su sangre. Aquella multitud de pueblo que se me agregó en el corto tránsito de los mataderos de Miserere al ventajoso puesto del Retiro, ocupando con denuedo, me facilitó derrotar y amedrentar al enemigo, por el singular esfuerzo con que sacaron al campo limpio la artillería detenida y atollada en el acampamiento del Retiro, como en las calles de la ciudad: de modo que me vi rodeado en la plaza mayor de un cuerpo inmenso de guerreros, cuyas voces de ¡avance!; 10 Criollo, murió en 1807 durante la segunda invasión inglesa en los combates en la Plaza de Toros, actual Retiro. Un buque de desembarco de la Armada Argentina fue bautizado con su nombre. ¡avance!; ¡avance! confundían casi el estruendo de la artillería y llenaban de horror al enemigo.”11 En el fuerte el general G. Beresford se vio impedido por las mismas razones de salir de la ciudad para enfrentar a S. de Liniers en campo abierto donde sus disciplinadas tropas tendrían ventaja. El 10 de agosto los patriotas llegaron a los Corrales de Miserere (actual Plaza Once) donde se le incorporaron 269 blandengues mandados por el teniente coronel Olavarría. Ya los efectivos aprestados sumaban más de 1600 hombres más un número no precisado de vecinos. Tras intimar a Beresford a rendirse y obtener una respuesta negativa, S. de Liniers marchó hacia Retiro para tomar el primer objetivo que era el cuartel, ocupado entonces por los británicos. El sargento y los 17 soldados que lo defendían fueron atacados por los migueletes mandados por el intrépido capitán Rafael Bofarrul que mataron a 8 de ellos, hirieron a 5 y junto a otros dos fueron tomados prisioneros logrando salvarse solamente 2. Beresford envió 200 hombres más para reforzar la posición pero llegaron tarde, siendo batidos y puestos en fuga siendo abatidos 35 de ellos, 50 resultaron heridos y 10 más fueron tomados prisioneros. Los migueletes fueron apoyados por niños que los ayudaban especialmente en el transporte de municiones. Entre ellos estaba Juan Manuel de Rosas que tenía entonces 13 años y servía una pieza de artillería. El 13 de agosto, un día después de la Reconquista, S. de Liniers lo llamó para felicitarlo y le mandó una carta a su madre, doña Agustina, en la que decía que se había portado con una bravura digna de la causa que defendía. En la segunda invasión se incorporó al Cuerpo de Migueletes cuyo recuerdo permaneció siempre en Juan Manuel, al punto que el color de su uniforme fue el que adoptó para sus famosos Colorados del Monte. En las cercanías de la actual calle Florida las fuerzas de marinería emplazaron dos cañones. Los ingleses los atacaron pero fueron repelidos por los defensores. Los corsarios de H. Mordeille atacaron a los británicos por uno de los flancos poniéndolos en fuga. 3. La Reconquista “(…) No se oye otra voz a todos que la brava cantinela: Avance, fuego a ellos; Viva España: el inglés muera. Por la calle de Cabildo el segundo jefe entra, don Gutiérrez de la Concha, quien su valor manifiesta y su militar pericia en lo que manda y ordena (…). Por la calle de las Torres, con heroica fortaleza, el intrépido Murguiondo 11 Parte de guerra de S. de Liniers del 11 de agosto de 1806, en SIERRA, Vicente D. Historia de la Argentina, Buenos Aires, Editorial Científica Argentina, 1984. p. 140. el pecho al fuego presenta con un cañón de dieciocho, hijo de la parca fiera, y un obús de treinta y seis que diestramente maneja. Por otras calles entraron, con invicta fortaleza el generoso Mordell [Mordeille] con su marina francesa.”12 El 11 de agosto el ejército de Liniers se vio reforzado por la incorporación del cuerpo de Voluntarios de la Unión reunidos gracias a la incansable labor del alcalde de primer voto del Cabildo Martín de Álzaga y los vecinos Felipe Sentenach, Gerardo Esteve y Llach, Tomás Valencia, Juan de Dios Dozo y el catalán José Fornaguera. Ese mismo día se produjo el pintoresco episodio del ataque del mercante armado Justina que se acercó para bombardear al ejército. Al aproximarse fue recibido por los acertados disparos de cañón que produjeron el derribo del mástil de la nave donde ondeaba la bandera británica que cayó al río. Al día siguiente al quedar varada mientras intentaba nuevamente atacar al ejército de S. de Liniers fue abordado por un piquete de caballería al mando del cadete Martín Miguel de Güemes, dándose al caso único en la historia militar de un buque tomado a caballo.13 El día 11 fue aprovechado por S. de Liniers para reorganizar sus fuerzas y preparar el plan para recuperar la ciudad. Mientras tanto siguieron sumándose vecinos que colaboraban de todas las formas posibles. Entre los efectivos patriotas se destacaban los valientes migueles o miñones mandados por el capitán R. Bofarrull y los corsarios de H. Mordeille. Impacientes, llenos de ardor y entusiasmo, ansiosos por expulsar al invasor, el 11 de agosto comenzaron a hostigar a los británicos. Estos se habían concentrado en el fuerte, la recova y toda la zona en torno al cabildo y la catedral. En las calles y casas próximas Beresford había destacado patrullas a las que se enfrentaron los corsarios y miñones. Eficazmente el constante fuego de fusilería de éstos fue desalojando a los británicos de sus posiciones obligándolos a replegarse sobre el fuerte. Los enfrentamientos se prolongaron durante toda la noche del 11 y la madrugada del 12 de agosto. A las 9 de la mañana de ese día corsarios y miñones ocuparon el cuartel de Ranchería (actuales Florida y Alsina) y completaron el cerco sobre la plaza del fuerte (actual plaza de mayo) intensificando el fuego sobre los 12 RIVAROLA, Pantaleón. Romance heroico en que se hace relación circunstanciada de la gloriosa reconquista de la ciudad de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, verificada el día 12 de agosto de 1806. Por un fiel vasallo de S. M. y amante de la patria, quien lo dedica y ofrece a la muy noble y leal ciudad, Cabildo y Regimiento de esta capital. En: BARCIA, Pedro Luis y RAFFO, Josefina. Cancionero de las Invasiones Inglesas, Buenos Aires, Emecé, 2010, p. 107. Poema contemporáneo recogido en este libro que es la más completa recopilación escrita hasta el momento sobre poesías y canciones sobre las invasiones británicas. El poema en sí constituye un testimonio que aporta muchísimos datos sobre las circunstancias y protagonistas de los sucesos historiados. 13 Ver NUÑEZ, Jorge Virgilio. Cronología de las Invasiones Inglesas en el año del Bicentenario. La participación del Cadete Martín Miguel de Güemes y su bautismo de fuego, Salta, Milor, 2007. invasores. El capitán Alejandro Gillespie, oficial británico testigo y protagonista de los sucesos narró: “(….) El alba del 12 nos mostró las iglesias y casas llenas de gente, que solamente esperaba la aproximación de Liniers para cooperar en el alzamiento general. Las más de las primeras y todas las últimas dominaban nuestros bastiones del fuerte y además dirigían los movimientos en las calles de las columnas que tenían debajo. Teníamos orden de respetar los santuarios, pero se hicieron tan molestos por su fuego de cañoncitos y mosquetería, que no podíamos contenernos de retribuirles con iguales favores, lo que siempre producía una pausa momentánea. Con mi anteojo podía percibir el clero inferior particularmente activo en manejar sus armas y dirigir las tropas que tenían debajo (…).”14 Mientras tanto S. de Liniers planeó ingresar a la plaza con cuatro columnas alrededor de las 12, sin embargo la impaciencia de los corsarios y miñones lo obligaron a adelantar sus planes: “A las 9 y media de la mañana tomaron conocimiento de que los miñones y algunos hombres de Mordeille, habían capturado un cañón inglés, pero sufrían un fuerte contraataque y casi no tenían municiones. Pedían refuerzos y proyectiles, pues corrían peligro. Fue entonces que Liniers decidió adelantar su ataque, previsto para las 12 horas. Apenas pudo dar directivas generales, pues los acontecimientos lo superaron; no obstante, su dirección se hizo sentir durante la acción, en el envío de refuerzos a los puntos críticos y en el valor y decisión con que encauzó el enorme entusiasmo de un pueblo que luchaba por su libertad.”15 Estas acciones fueron claves en la gesta que llevó a la reconquista de la ciudad, así lo expresó el propio general G. Beresford: “(…) Durante todos estos ataques el enemigo dirigió un violento fuego de fusil desde los techos de las iglesias y conventos que a pequeña distancia dominaban al Fuerte y a las plazas y a medida que era rechazado de las calles se intensificaba el fuego desde aquellos y desde las casas, que no sólo era más destructor para nosotros, sino también un peligro para él y a último se apoderó de aquellas que, cerca de él, dominaban tanto el Fuerte como las plazas y también de muchas de las casas en éstas. Así rodeando a nuestros hombres, iban cayendo muy rápidamente y no sólo sin poder lanzarse contra el enemigo, sino sin verlo (…).”16 14 GILLESPIE, Alejandro. Buenos Aires y el Interior. Observaciones reunidas durante una larga residencia, 1806-1807, San Pablo, AZ, 1994, p. 72. El oficial británicos fue tomado prisionero e internado junto con otros miembros de la expedición de Beresford, esto le permitió recorrer parte de la actual Argentina y dejó este hermoso trabajo que constituye una obra fundamental para comprender el proceso historiado. 15 DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas, Buenos Aires, Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina, 1975, p. 201. 16 Testimonio del general G. C. Beresford. En: BEVERINA, Juan Bartolomé. Las Invasiones Inglesas al Río de la Plata 1806-1807, Buenos Aires, Círculo Militar, 2008, T II., p. 55. Se trata de la obra más importante escrita sobre el tema. Los primeros en responder al pedido de refuerzos fueron los Voluntarios de la Unión que a marcha forzada rápidamente se unieron a los corsarios y migueletes. S. de Liniers organizó al ejército en 4 columnas: . Primera: bajo el mando del capitán Manuel Martínez compuesta por los Blandengues de la Frontera de Buenos Aires y un cañón de a 4 avanzó por las actuales calles Florida y Perú hasta H. Yrigoyen desde donde atacó el cabildo. . Segunda: fue dirigida por el capitán de navío Juan Gutiérrez de la Concha marchó detrás de la primera y apoyó el ataque sobre el cabildo y la catedral. En esta columna estaba el grueso de los efectivos de marinería incluyendo a los tenientes de navío Michelena y Cándido de Lasala, al teniente Azopardo y a 36 corsarios de Mordeille. . Tercera: mandada por coronel Agustín de Pinedo avanzó por la actual calle Rivadavia. Desde allí un grupo siguió por la actual calle Moreno hasta la iglesia de San Francisco, llegando hasta el costado de la recova. Otro contingente avanzó por la actual calle H. Yrigoyen y atacó a los británicos que estaban en el cabildo. . Cuarta: marchó comandada por S. de Liniers avanzó por la calle Reconquista con tres compañías de dragones, dos obuses y Voluntarios de la Unión. Simultáneamente los Voluntarios de Buenos Aires y Blandengues (caballería) al mando de Juan Martín de Pueyrredón atacaron desde la actual H. Yrigoyen.17 Esta columna reforzó a los abnegados miñones y corsarios que se tiroteaban encarnizadamente con los británicos: “Los miñones y el grupo de corsaristas y marinos que luchaban en las avanzadas, recibieron en la calle de la Catedral el apoyo la compañía de cazadores de dragones de Buenos Aires, continuando la lucha que el enemigo sostenía con uno o dos de sus cañones.”18 Los ahora reforzados corsarios y miñones terminaron de desalojar a los ingleses que estaban las azoteas y en la recova, matándolos, hiriéndolos, capturándolos u obligándolos a replegarse sobre el fuerte. En esos momentos S. de Liners ordenó el asalto final, siendo atacados los británicos desde todas las bocacalles, las casas y azoteas dirigiendo un preciso fuego que generó muchas bajas a los invasores. Los combates se intensificaron en la calle de la catedral: “Los marinos desde las azoteas, más los voluntarios de la Unión y de milicias de Montevideo, con la llegada de la compañía de dragones de Buenos Aires enviada por Liniers, equilibraron el combate en este lugar, que parece haber sido uno de los más críticos y donde se luchó más intensamente. El grupo conducido por Mordeille, al cual pertenecía Azopardo, actuó bizarramente. Luego los ingleses comenzaron a flaquear (…). Los miñones y también algunos corsaristas y capitanes mercantes, combatían desde las nueve de la mañana. Juan Bautista Raymond, teniente de los corsaristas y segundo de Mordeille, luchó en la calle de la Catedral (San Martín), luego se corrió por la calle de La Piedad (Bartolomé Mitre) hasta la de La Merced (Reconquista) y finalmente pasó por la 17 18 Ver BEVERINA, Juan Bartolomé. Op. Cit., pp. 52-53. DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas … Op. Cit., p. 204. calle de Santo Cristo (25 de Mayo), la cual salía frente a los cañones apostados en la fortaleza. Miñones y corsaristas combatían también desde las azoteas.”19 Era el momento culminante del combate, la caballería mandada por J.M. de Pueyrredón irrumpió en la plaza del fuerte arrollando mediante una memorable carga al Regimiento 71. El general G. Beresford contempló la escena desde la recova, a su lado cayó muerto de un disparo su ayudante, el capitán Kennet. Ante la imposibilidad de seguir resistiendo ordenó la retirada de todos los efectivos, los que podían hacerlo, sobre el fuerte. En el informe enviado al llamado príncipe de la paz, Manuel Godoy, S. de Liniers expresó: “(...) Después de dos horas del combate más vivo de ambas partes con igual tesón, valor y constancia, los enemigos desampararon la Plaza, que ocuparon al momento nuestras tropas; y refugiados en el Fuerte, izaron bandera blanca pero la tuvieron larga bastante tiempo antes de contener el fuego nuestro, según estaban enardecidos nuestros soldados. Últimamente habiendo visto entrar en el fuerte a D. Hilarión de la Quintana con un tambor, se arrojaron sobre el rastrillo, y orilla del foso, viéndome obligado con todos mis oficiales a usar de amenazas para contenerlos y hacerles ver que aun no estaba rendido el fuerte, que la bandera blanca podría ser para pedir una suspensión de las armas, etc. Verdaderamente si el general inglés hubiese sido de mala fe, pudo haberla arriado despachando al ayudante, y hacernos un destrozo horroroso; bien que nunca suficiente para quitarnos la victoria, aunque mucho más ensangrentada; pero lejos de tomar tan desesperada determinación, se avino a izar la bandera española antes de haber tratado de más capitulaciones de oír de mi ayudante que sólo admitía yo la de a discreción; al poco rato salió del fuerte con mi dicho ayudante, encontrándose conmigo, en pocas palabras le expresé que la justa estimación que me merecía su valor me estimulaba a concederle los honores de la guerra, y efectivamente habiendo hecho formar mi tropa en ala, salieron los ingleses del fuerte con sus armas tocando marcha, y las depositaron en la cabeza de nuestro ejército en número de 1.200, habiendo perdido en la acción 412 hombres, y 5 oficiales entre muertos y heridos; y los nuestros de la misma clase sólo 180 (...).”20 En el momento en que el ayudante de S. de Liniers, Hilarión de la Quintana parlamentaba con Beresford los corsarios y miñones, como siempre en la primera línea, se disponían a escalar los muros: “(…) Frente al foso del fuerte se encontraba Mordeille, con quien Beresford conversó en francés. Entretanto 8 franceses y miñones lograron escalar el fuerte cosa que tenía pensado intentar también Mordeille, con escalas conseguidas en casas de particulares. El capitán Gillespie intentó acercarse a la muralla y fue recibido con una descarga de fusilería, que casi contesta con la metralla de un cañón de a 24 que tenía listo; pero entonces Hilarión de la Quintana se subió a la muralla y abriéndose el chaleco ordenó a la multitud que se tranquilizara y respetara la bandera de parlamento. DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas … Op. Cit., pp. 206-207. INSTITUTO DE ESTUDIOS HISTORICOS SOBRE LA RECONQUISTA Y DEFENSA DE BUENOS AIRES. La reconquista y defensa de Buenos Aires. 1806 – 1807, Buenos Aires, Peuser, 1948, p. 222. 19 20 Un oficial arrojó la espada como señal de rendición, pero de la Quintana, con ayuda de Mordeille, se la hizo devolver (…).”21 Al cesar el fuego se levantó el puente elevadizo del fuerte y el general G. Beresford salió. Escoltado por Hilarión de la Quintana, H. Mordeille y el J. Gutiérrez de la Concha se acercó a S. de Liniers ofreciéndole su espada, cosa que el comandante patriota rechazó por el valor demostrado por los británicos. El pintor Fouquenay inmortalizó esta imagen en la que aparece S. de Liners y a su izquierda con la cabeza vendada el comandante de los corsarios franceses que tuvo tan valerosa y destacada actuación en los combates. “Los miñones tuvieron excelente actuación como guerrilleros urbanos, manteniendo en jaque al enemigo y sufriendo pocas bajas. Demostraron ser un cuerpo audaz y aguerrido, apoyo para este tipo de acciones en las avanzadas, siendo emulados en este aspecto por corsaristas y marinos mercantes. El cuerpo de marineros actuó brillantemente y Mordeille fue el alma de todo ataque y acción de riesgo.”22 En la primera línea, en el lugar donde los combates fueron más cruentos se pudo encontrar al bravo manco y a sus hombres que de esta manera contribuyeron a la reconquista de Buenos Aires. Al año siguiente, en 1807, los británicos volvieron a atacar. Aprendida la experiencia de 1806, decidieron primero tomar la ciudad de Montevideo para evitar que de allí partiera una expedición como la que en 1806 recuperó Santa María de los Buenos Aires. Tras una serie de intensos ataques y bombardeos, en la madrugada del 3 de febrero de 1807 lograron abrir una brecha en la muralla de Montevideo. La elite del ejército británico ingresó por el hueco y comenzó un encarnizado combate cuerpo a cuerpo donde nuevamente se pudo encontrar al heroico H. Mordeille, nombrado entonces comandante de uno de los mejores cuerpos, los Húsares. Sería esta su última acción: “Esta fortaleza fue bien defendida por el enemigo, pero en particular por un bravo francés Mourdall [Mordeille] quien comandaba el corsario Reina Luisa.”23 L. Destéfani escribió: “En estas invasiones Mordeille estuvo siempre en el lugar de mayor peligro, ya fuera entrando en la plaza en la Reconquista, en los combates para detener al invasor fuera de Montevideo y en el asalto final jugó su vida varias veces y finalmente la perdió como un héroe. La defensa fue heroica y terrible. Artilleros y soldados fueron acribillados a balazos y bayonetazos, luchando y causando serias pérdidas al enemigo hasta el final.”24 DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas … Op. Cit., p. 208. DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas … Op. Cit., p. 213. 23 WALTER, Samuel. Memorias. Separata en el Boletín Nro 8 del Instituto Bonaerense Numismática y Antigüedades, Buenos Aires, 1960. El oficial sirvió como teniente en el ejército británico durante la segunda invasión y participó de las acciones en Montevideo. 24 DESTÉFANI, Laurio Heldevio. Los marinos en las Invasiones Inglesas … Op. Cit., p. 253. 21 22 No faltaron los poetas como Antonio Caponnetto, cuyos versos leo con emoción, que supieron cantar a la memoria del ilustre Hipólito Mordeille a quien a través de estas páginas rendimos un sentido homenaje junto a sus corsarios, a los migueletes y a todos los valientes que lucharon durante las invasiones inglesas: “Poco nos dicen de él las biografías, aunque no necesita de la historia más que de una fugaz jaculatoria o de ser exaltado en elegías. Fue corsario francés, siguió la huella, de tantos con oficio parecido, pero su arrojo superó al olvido y se lo disputaban en Marsella. Conoció la prisión en Gran Bretaña, perdió una mano en abordaje cruento, resultó del inglés el escarmiento cada vez que hacía el mar salió en campaña. Envolvía su mano de leyenda cuando su proa amaneció en el Plata, capitaneaba singular fragata, un gesto heroico registró en su agenda. En sumacas, en lanchas cañoneras, en un bote esquifado o en faluchos trajo a Liniers, sus hombres, sus cartuchos desde Montevideo a estas riberas. Pero hizo más. Dispuesto al sacrificio en la Plazuela de las Catalinas, acomodó el correaje en las pretinas, desechó del inglés el armisticio. Pidió ocupar un puesto en el comienzo, en la primera línea exactamente, un vendaje recubre su amplia frente, Fouquenay lo pintó en ilustre lienzo. Después, al año entrante, en la Defensa, peleando cuerpo a cuerpo halló la muerte, le rindieron honores en el Fuerte, un responso selló su recompensa. Hipólito Mordeille, tu nombre arranco del silencio que toda gloria arrumba. Dejo un lirio a la vera de tu tumba, Heroico gladiador, egregio manco.”25 25 CAPONNETTO, Antonio. Poemas para la Reconquista. El manco Mordeillle, Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2006, pp. 39-40. Excelente y emotivo trabajo en que ha sabido recoger con poesías difíciles de superar los pormenores de la reconquista de Santa María de los Buenos Aires y sus protagonistas.