Una nueva fase para Evo Mauricio Jaramillo Jassir 1 En la mayoría de medios, se interpretó la derrota de Evo Morales como el primer gran retroceso de uno de los regímenes de izquierda que hasta el momento parecía más consolidado. Este año, el actual presidente completó más de una década al frente del gobierno de Bolivia. Hace diez años y tras la salida aparatosa de dos de sus predecesores, Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, pocos veían a Morales con posibilidades de mantenerse, y menos aún de llevar a cambio su ambicioso plan de refundar a Bolivia. La apuesta de mayor arrojo fue la Constitución que Evo consiguió aprobar con apoyo de los bolivianos en 2009, y que significó uno de las transformaciones más importantes, desde el punto de vista constitucional, en la región andina en los últimos años. Bolivia, se había acostumbrado a un sistema político atípico pues hasta antes de 2009, no existía la segunda vuelta. Por tanto, cuando ningún candidato obtenía la mayoría absoluta (la mitad más uno de los votos) recaía en al Congreso, la responsabilidad de elegir al presidente. Esto llevó a que durante años, los partidos políticos tradicionales, especialmente el 1 Profesor de la Facultad de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR surgido tras la catástrofe de la Guerra del Cacho en los treinta) controlaran buena parte de la política boliviana. Paradójicamente uno de sus acérrimos enemigos políticos, Gonzalo Sánchez de Lozada en su primer mandato, en 1994, sacó adelante una ambiciosa reforma de participación política, que permitió ahondar el proceso de descentralización, y el fortalecimiento de pequeños partidos alternativos, y entre ellos, el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales. Con el nuevo escenario, Evo consiguió llegar al congreso como diputado, y luego convertirse en candidato presidencial. A comienzos de siglo, perdió las elecciones con Sánchez de Lozada, pero se convirtió en un fuerte opositor con un mandato significativo obteniendo el 20% de los votos. La caída del entonces presidente, y la turbulencia que experimentó el país posteriormente, fueron allanando el camino para que Bolivia se convenciera de la necesidad de una renovación política. Por eso en las elecciones de diciembre de 2005, y como nunca antes en la historia boliviana desde el retorno de la democracia, un candidato fue elegido en primera vuelta. Con semejante espaldarazo ciudadano, Morales pudo sacar adelante la Constitución, en medio de una polarización que incluso hacía pensar en su caída. No obstante, pudo más el respaldo popular y el apoyo incondicional de la región, pues los Estados vecinos siempre aclararon que ninguno toleraría un régimen de facto. Ese panorama contrasta con el actual, en el que la victoria del “no” en el plebiscito que buscaba modificar el artículo 168 de la carta magna, para permitir una segunda relección inmediata, acortó la vida política de Evo. Algunos vaticinan una periodo de debilidad, y si a esto se suma una izquierda en el plano regional que se encuentra en franco repliegue parecería que la fragilidad de Bolivia y de Morales, resulta inocultable. Sin embargo, tales presunciones aún son prematuras y obedecen a la sobredimensión del peso de Venezuela en países como Bolivia y Ecuador. El país de la región que más depende de éste es Colombia, quien por obvios motivos se ha visto afectada por la situación en el vecino país, como por años esa nación resintió los efectos del conflicto colombiano. Pero Venezuela no tiene un liderazgo regional como para esperar que su paulatino y profundo debilitamiento, pueda minar a los gobiernos boliviano y ecuatoriano. Si bien la izquierda ha perdido espacios en la región por cuenta de la llegada de Mauricio Macri, la crisis constante que enfrenta Dilma Rousseff, y la eventual salida de Maduro, no existen razones objetivas para desconocer el éxito del modelo en Bolivia y Ecuador. Eso sí, los reparos abundan especialmente en el segundo, pues con la enmienda constitucional propuesta por Rafael Correa, se abriría la posibilidad de una relección indefinida. Pero es innegable que esos gobiernos pasan por una reflexión acerca del presente y del futuro, luego de varios años en el poder, demasiados para un sistema presidencialista en el que la característica principal es la elección directa y los mandatos fijos. Alterar esa ecuación, significa modificar sustancialmente el equilibrio en el que debe basarse una democracia. Evo Morales está aún lejos de su caída, y el revés electoral no debe asociarse con los sucesos en Venezuela, pues cada sociedad tiene su propia dinámica. Con la decisión de los bolivianos de decirle “no” al jefe de Esatdo, queda el camino despejado para que el MAS trabaje nuevos liderazgos, y Morales comience a ceder espacios en esa colectividad con miras al proceso electoral de 2019. Para ese momento, la oposición seguramente habrá recobrado ya fuerzas, y podrá de nuevo volver a la escena política. Es lo mejor que le puede pasar a la izquierda de cara al mediano plazo. Actualmente y como sucede en Argentina debe hacer muestra de grandeza para volver a hacer oposición y dejar en manos del constituyente primario la posibilidad de un cambio, luego de más de una década de trasformaciones que en casos como los de Bolivia y Ecuador redujeron la concentración del ingreso y le devolvieron el prestigio a la izquierda tras años de humillación. Además consiguieron un activo de la mayor relevancia para la historia económica de América Latina: convirtieron varios puntos del crecimiento económico en disminución de la pobreza y desigualdad. Esa es la imagen que debe preservarse de Evo Morales, de sus conquistas y avances socioeconómico pues esta Bolivia es muy diferente de aquel país fracturado e inviable que recibió el líder aimara en enero de 2006. Esta nueva fase del proyecto, consistirá en preparar el terreno para una renovación, o bien para que el MAS proyecte nuevos dirigentes o para la llegada de otro color político. Todo en virtud de la profundización democrática.