Frecuencia, Intensidad y Sincronía #111011

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Versión: #111011
Frecuencia, intensidad y sincronía
2011, Marc Torra (Urus) para www.mastay.info 1
Para muchos ser espiritual es mirar hacia arriba, para incrementar nuestra frecuencia
vibratoria. Para otros consiste en aumentar la intensidad de nuestras vibraciones. En este
artículo se argumenta que para ser espiritual, uno debe ante todo sincronizar todas sus
frecuencias con la luz, más que alzar su frecuencia o la intensidad de las mismas.
«TODO ES VIBRACIÓN». Muchos son los que hemos escuchado tal máxima de la
filosofía hermética, pero pocos parecen haberla asimilado. La mayoría aun creemos que
«todo es materia», para seguirle buscando la materialidad al Mundo. Lo hacemos incluso
sin saberlo.
«Todo es vibración» significa que la Creación es puro movimiento, pero no cualquier
desplazamiento, sino uno que se repite a intervalos regulares. El intervalo nos define el
ciclo, y el número de ciclos por unidad de tiempo nos aporta la frecuencia. Y como somos
humanos, para medir la frecuencia utilizamos el segundo, el intervalo del latido de nuestro
corazón. Simboliza el pulso de nuestro cuerpo físico, de la ventana desde la que
observamos el Mundo.
Cuando ese Mundo lo queremos referir en su totalidad, con todo su posible rango de
frecuencias, lo llamamos Árbol del Mundo. Yo también lo llamo el Vector de Octavas, pues
en él encontramos todas las posibles frecuencias, desde la más baja o de ciclo más largo,
hasta la más alta o de ciclo más corto. La más baja se corresponde al latido del Universo,
con su expansión y posterior contracción. Es lo que la Ciencia llama Big Bang y Big
Crunch. La más alta, en cambio, corresponde al latido más diminuto, aquel al que vibra el
movimiento que todo lo causa, por ser el primero. Para la Ciencia ese latido tan diminuto
son las unidades de Planck.
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Artículo distribuido bajo licencia CreativeCommons - Atribución, No Comercial y Compartir Igual. Atribución
al autor debe darse copiando íntegramente dicha linea, incluido el hipervínculo a http://www.mastay.info
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Original de “Northern Antiquities, an English translation of the Prose Edda” 1847. Pintado por Oluf Olufsen
Bagge. Licencia de Dominio Público.
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Para el chamán, las frecuencias altas constituyen el mundo de arriba, la copa del árbol, y
las bajas el de abajo, sus raíces. Arriba está el fruto, la expresión más sutil de nuestro Ser.
Abajo están las raíces, la base que nos sostiene y nutre. De manera similar, para el
sacerdote Andino, el arriba es Pachatata, el Padre Cosmos, y el abajo Pachamama, o la
Madre Tierra. Salvando las diferencias, para el tántrico, el arriba es la conciencia (Shivá) y
el abajo la energía (Shakti). En muchas filosofías, como el taoísmo, constituyen el Cielo y
la Tierra respectivamente. Y para todos ellos, son dos complementarios (Yanantin) de
cuya unión nace el mundo intermedio: el nuestro.
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De ahí que en el Vector de Octavas encontremos arriba aquel ciclo que por ser tan corto,
en todos los demás está comprendido. En cambio, abajo hallamos aquel otro que por ser
tan largo, todos los comprende. En ambas correspondencias, observamos una definición
de la Divinidad: «aquella que en todo está y que todo lo comprende». Por ello, si lo Divino
está presente en ambos extremos, resulta obvio que también lo esté en todos sus puntos
intermedios y con el mismo grado de intensidad.
Frecuencia más alta
Ciclo más corto
nuestras intuiciones
nuestra mente
nuestro cuerpo
el cuerpo de Gaia, la Tierra
el cuerpo de la Galaxia
Frecuencia más baja
Ciclo más largo
el cuerpo del Universo
Entonces, hace unos cinco mil años, iniciamos una Era que nos llevó a olvidar todo eso.
Desterramos el abajo, para considerar que la Divinidad residía tan sólo arriba. Él era el
Dios Padre en el Cielo. Y al creernos que Dios moraba únicamente en la copa del árbol, y
no en su tronco ni en sus raíces, pasaron dos cosas. La primera, es que nos olvidamos de
la Madre Tierra, aquella que sustenta el tronco y nos alimenta. La segunda, es que
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Shiva-Shakti, por AlicePopckorn. Licencia CreativeCommons de Atribución sin derivadas.
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caímos en el materialismo, realidad que justamente intentábamos negar, pues es ley
natural que cuando negamos algo, ese algo crezca hasta ahogarnos.
Esa ha sido la percepción dominante en la Era que justo cerramos. Ha sido la
interpretación adoptada por muchas de sus religiones y filosofías. Los únicos que no se
olvidaron fueron la gente de tierra, las primeras naciones. Son pueblos cuya linea de
conocimiento proviene de un tiempo mucho más lejano, un tiempo anterior al de la Era
que justo dejamos. Por eso, ellos aun mantienen el recuerdo de las enseñanzas originales
que nos piden mirar tanto hacia abajo, a la Madre que nos engendró, como arriba, al Cielo
que la dejó encinta. De hecho, el chaman sabe que para ascender, uno debe adentrarse
primero en las profundidades del abismo.
Y en este momento actual de transición, de una Era a la siguiente, nos aparece un híbrido
de antiguas creencias al que llamamos «Filosofía de la Nueva Era». Un híbrido que a
pesar de su nombre, sigue afirmando la necesidad de incrementar la frecuencia para
evolucionar espiritualmente. Vemos como de nuevo se repite el mismo error, sólo que
ahora nos viene disfrazado con un ropaje distinto, el de la nueva Era. Es un disfraz que
utiliza el lenguaje del nuevo paradigma, el de la vibración, pero de forma incompleta.
Por ser incompleto el lenguaje, también lo son sus conclusiones. Por ejemplo, el cuerpo
de una mosca vibra a una frecuencia cincuenta veces superior a la nuestra, y eso no la
hace más espiritual. Otro ejemplo, sabemos que el plano astral posee una menor
densidad y por ello una frecuencia superior a la del plano físico de la materia. Por ello,
una entidad, una expresión de la Conciencia, que habite en dicho plano, estará dotada de
un cuerpo menos denso que nuestro cuerpo físico. Sin embargo, es en determinados
reinos del astral que uno encuentra el purgatorio, aquel infierno que muchas almas en
pena acaban morando. De ahí se deduce que el infierno existe en un plano de la
conciencia cuya frecuencia es superior a la del plano físico de la materia que habitamos.
¿Cómo es eso posible? Muy fácil. Lo que realmente describe el lugar y el tipo de almas
que lo moran, no es la frecuencia de su energía, sino la luz que recibe, y que reflejan sus
habitantes. El infierno es oscuro, muy oscuro, pues a él apenas le llega la luz. Pero luz y
oscuridad nada tienen que ver con la frecuencia, ya que podemos encontrar una
frecuencia alta pero oscurecida, en contraste a otra más baja irradiando luminosidad. De
ahí que para explicar la luz y la oscuridad necesitemos introducir otro concepto vibratorio.
Muchos dicen: «¡es la intensidad!, pues un alma espiritual vibra a una mayor potencia.
Uno puede percibir su vibración a gran distancia.» Si bien es cierto que existe una
correlación entre el ser espiritual y la intensidad de nuestra vibración, ésta tan sólo nos
indica la fuerza a la que se desplaza ese movimiento, esa vibración; es por ello una
variable relacionada con la “cantidad” y no con la “calidad” vibratoria del sujeto.
A parte de frecuencia e intensidad, toda vibración posee una tercera variable y ésta si que
nos indica su calidad vibratoria. Se trata de la sincronía, palabra que proviene del griego y
que significa syn (a la vez) + chronos (en el tiempo). Dos vibraciones de la misma
frecuencia, están en sincronía si ambas vibran al unisón, como dos relojes que dan sus
tic-tacs juntos. De ahí que en un mundo en el que todo es pulsación, en el que todo es
movimiento cíclico, una vibración será «espiritual» cuando su ritmo esté en sincronía o
concordancia con el de la luz. Mientras que cuando lo haga de manera asincrónica, allí
encontraremos a la oscuridad. De ahí que lo oscuro sea por definición algo falto de luz,
pues al vibrar de forma discordante, la luz no le llega. La oscuridad no se corresponde a
un estado energético habitando un rango vibratorio concreto (el de las bajas frecuencias),
sino que cualquier latido, cualquier pulsación o expresión de la consciencia, a la que no le
llegue la luz, se oscurece.
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MOVIMIENTOS
Sincrónicos
Asincrónicos
La Tierra nos ofrece un ejemplo. Su ciclo: el día, es mucho mayor que el nuestro: el
segundo. Es, de hecho, 86.400 veces mayor, sin que eso lo haga menos espiritual. Sin
embargo, tal ciclo se compone de luz (el día) y oscuridad (la noche). Aquella parte de su
superficie en sincronía con la luz, vive el día; mientras que en el resto, reina la noche.
Para el Andino tal relación ya no es de complementariedad (Yanantin) sino de alternancia
(Tinku), pues día y noche se van alternando, igual como se alternan el bien y el mal, el yin
y el yang, la expansión y contracción, entre muchos otros.
Por eso, para incrementar nuestro grado de espiritualidad, uno no necesita alzar su
frecuencia vibratoria, pues como expresiones de conciencia, nos manifestamos en
muchos planos o niveles de frecuencia distintos y en todos ellos a la vez. Tampoco
necesitamos aumentar la potencia de nuestras vibraciones. Lo único que requerimos es
sincronizar todas nuestras frecuencias, desde las físicas a las causales, con la luz.
Necesitamos que nuestros cuerpos físico, energético, astral, sensorial, mental, intuitivo y
causal, vibren todos al compás de la luz y no de su opuesto: la oscuridad.
De ahí que la vibración del amor y la del odio sea la misma, sólo que la primera está
sincronizada con la luz, y la otra con la oscuridad; la primera atrae y la segunda repulsa.
Son cómo las dos polaridades de un imán. Nosotros somos ese imán y está en nuestras
manos el decidir que aspecto queremos manifestar, sabiendo que potencialmente los
poseemos ambos.4
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Por otro lado, el complementario del amor es el coraje, y el del odio el temor. De ahí que el temor lleve al
odio y el odio niegue el amor. La obra del mismo autor: “Kuyas Inkas, contacta con tu guía interior” aporta
una explicación mucho más detallada de los conceptos de complementario (yanantin) y opuesto (tinku) de
los distintos arquetipos.
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