La lectura de los Hechos revive la experiencia de la primera comunidad cristiana (Hch 5,12), de los primeros discípulos de Jesús. Luego en el Apocalipsis (1,9 y ss.), con un lenguaje repleto de imágenes y visiones, se narra el anuncio de la vida y la fuerza que trae el Señor resucitado. Y finalmente el evangelio (Jn 20 y ss.), presenta a Jesús en medio de los suyos, en medio de nosotros. Nuestra oración expresa con imágenes nuestra alegría por la resurrección del Señor. Verdaderamente esto nadie supo aclararlo: si Él resucitó porque era primavera, o si era primavera porque Él resucitó. Las manzanas se morían de envidia en los manzanos y aceleraban las naranjas su doctorado en alegría porque Él era más joven y alegre que las semillas del mundo. La peregrinación de los ríos descendía de los montes cantando y las murallas de Jerusalén blanqueaban como un rebaño jubiloso. Todos por un momento creyeron que la resurrección sería contagiosa y las piedras y los olivos tocaban su manto, secretamente, incapaces de contener su alegría. Algunos muertos se levantaron de sus sepulcros y se miraban unos a otros, pálidos, sin saber si debían empezar a alegrarse o si todo sería una confusión transitoria. ¡Ay, si los ángeles hubieran descubierto el clavicordio! Un viento que no quiso bautizarse perdió su aire en el atrio del templo; una rosa se equivocó de piso y nació verde; y hasta hubo un fariseo, que, al vestirse, se olvidó de calzar la hipocresía. Decidme, decidme, los que sabéis, ¿de dónde se saca la alegría? Allá abajo, al otro lado de los venenos, bajo la piel del agua de la muerte del hombre escucho las campanas de una resucitada primavera que canta como una solemne catedral sumergida. Y mi canto es acción de gracias porque todos soñamos que la muerte se ha muerto para siempre. Gracias, Señor, porque tu vida ya es en nosotros vida para siempre. (Sobre un texto de José Luis Martín Descalzo).