Boletín especial a 29 años del informe final que la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas entrego al presidente Raúl Alfonsín. El propósito de este boletín es proporcionar información a todos los convencionales e invitarlos a participar a través de notas y/o propuestas individuales que serán publicadas a través del mismo y de las redes de comunicación con que cuenta la H. Convención Nacional. Índice Carta de Raúl Alfonsín – Derogación leyes de obediencia Debida y Punto final Página 2 Un caso único en el mundo Por Próspero Nieva Página 5 Importancia de la CONADEP Por Graciela Fernández Meijide Página 6 El caso Milani Por Bernardo Salduna Página 10 Política de Derechos Humanos del Gobierno del Dr. Alfonsín. Cuando la realidad supera al relato. Por Daniel Salvador Página 12 Verdad y Justicia Retroactiva en la Transición a la Democracia Por Adolfo Stubrin Página 16 Carlos Nino Por Roberto Gargarella Página 21 Página 1 Carta del ex presidente Raúl Alfonsín, enviada a los titulares de los Bloques de la UCR en el Congreso, con motivo de la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final “Una de las cosas que se aprende con dureza en el ejercicio del poder es que la política es, entre muchas otras cosas, una opción entre costos” Raúl Alfonsín En estos días se ha reinstalado un conflicto de poderes que involucra a la Corte Suprema de Justicia, al Congreso de la Nación y al Poder Ejecutivo Nacional. En primer término, resulta fundamental que los tres poderes deben actuar dentro del ámbito que la Constitución nacional les atribuye, sin avanzar sobre las competencias de los demás, resguardando el respeto recíproco que se deben y ajustando sus actos estrictamente a la ley. Además, hemos podido leer sobre la voluntad de importantes funcionarios nacionales de obtener la declaración de nulidad de las leyes llamadas de punto final y de obediencia debida. Según expresiones periodísticas, éstas serían las razones que provocaron la ―corrida‖ en las Fuerzas Armadas cuyas cúpulas aparentemente estaban solicitando a la Corte que no lo hiciera. Sobre esto no voy a opinar, salvo sostener que se trata de facultades exclusivas del Presidente, si bien me atrevo a expresar cierta extrañeza por la magnitud de los relevos y a lamentar que algunos hombres brillantes hayan tenido que pasar a situación de retiro. Contradictoriamente se sugiere, tanto por funcionarios como por periodistas, que entre las causas más sensibles que se hallan a estudio de la Corte Suprema de Justicia, y que podrían constituir materia de presión, se encuentra la declaración de nulidad de esas leyes. Aunque estoy convencido de que en su momento eran válidas e indispensables para proteger los derechos humanos para el futuro, el análisis de la validez o nulidad de estas dos leyes debe hacerse hoy al margen de una puja o conflicto de poderes, y resolverse conforme a la íntima convicción de los máximos responsables de los poderes de la República. El señor Presidente, si llegare a la conclusión de que estas leyes no debieron existir nunca, podrá poner en conocimiento del señor procurador general de la Corte mis declaraciones sobre las condiciones en que fueron promulgadas estas normas especialmente, el temor de perder la democracia, para que este funcionario evalúe si ellas inciden en la validez de las normas y la posibilidad de efectuar una presentación ante la Corte Suprema de Justicia. La Corte Suprema de Justicia deberá dictar sentencia conforme a sus convicciones y a las constancias y antecedentes del proceso. Página 2 Reitero que como máximo responsable en la sanción y promulgación de ambas leyes no me sentiré desautorizado ni agraviado y, como siempre, aceptaré lo que la Justicia decida de acuerdo a derecho. Como se advertirá, deseo compartir con ustedes y, a través vuestro, con los demás miembros de los bloques de la Unión Cívica Radical, estas reflexiones sobre la eventual declaración de nulidad de estas leyes, al tiempo de renovar el compromiso inclaudicable del radicalismo con la vigencia de la Constitución, y particularmente en este caso, con la división de los poderes que sostienen una república. Sin entrar ahora en discusiones de tipo jurídico, analizadas ya por importantes académicos, en su momento, la Corte Suprema de Justicia declaró que las leyes eran constitucionales. Pero ahora, según entiendo, se plantea que dichas leyes serían no sólo inconstitucionales sino también ―nulas‖, porque, de acuerdo con reglas consuetudinarias del derecho internacional, los delitos de ―lesa humanidad‖ o ―contra la humanidad‖ deben ser siempre castigados, y nada puede oponerse a ello, ni la prescripción, ni el perdón, ni ninguna clase de amnistía. Esta línea de pensamiento, como ustedes saben, viene desde fines de la Segunda Guerra Mundial con los procesos de Nuremberg y Tokio, y tuvo una consolidación extraordinaria en la década del noventa con los tribunales ad hoc para la ex Yugoslavia y Ruanda, con el proceso de extradición de Pinochet, con la apertura de procesos en Europa por delitos contra la humanidad cometidos en Latinoamérica y con la creación de la Corte Penal Internacional para juzgar precisamente esos delitos. No sé cómo se va a resolver este conflicto entre una norma internacional que se dice imperativa para todos los Estados y el derecho de los pueblos a ―autodeterminarse‖, a decidir el mejor modo de resolver sus transiciones democráticas. En América del Sur, casi todas las transiciones se efectuaron con alguna forma de pacto con los dictadores. No los crítico, pero afirmo que en Argentina, no. Además se actuó de una manera que no reconoce antecedentes históricos, en la búsqueda de penalizar las violaciones anteriores. Todas las naciones modernas europeas se han construido a partir de amnistías tan amplias que comprendieron, en su momento, a nazis, fascistas, franquistas, colaboracionistas, y a represores de Argelia, del Congo, de Indonesia, de Angola y de Mozambique. Reparen ustedes en todas las leyes de amnistía que se han dictado en Europa del Este luego de la caída del Muro de Berlín. Ex profeso dejé para el final de la lista al Reino Unido, al que podríamos recordarle su pasado colonial en la India, en China, en Medio Oriente, en Zambia y, más actualmente, en Irlanda. En algunas oportunidades, incluso las Naciones Unidas, han legitimado la sanción de leyes de amnistía, como ocurrió en Haití, en El Salvador o en Sudáfrica. ¿Son nulas todas esas amnistías? ¿Las sociedades están obligadas siempre a castigar, aunque de esa manera fracase el establecimiento de la democracia? Éstas son las preguntas de un debate que creo alcanza al mundo entero. En nuestro país, resolver esta cuestión está en manos de los jueces, quienes Página 3 deberán analizar estos problemas a la luz de nuestras propias reglas constitucionales y de los compromisos internacionales que ha asumido el país. Hay ahora un presidente nuevo y la convicción que trasmite sobre la consolidación del sistema democrático. Según él lo ha dicho, estas leyes no deberían existir y entonces, tal vez, impulse la declaración de nulidad de las mismas para borrar los efectos derivados de dichas leyes. La derogación no impide los efectos, por el principio de irretroactividad de la ley penal, pero la declaración de nulidad equivale a declarar que las leyes nunca existieron. Pienso que si el Presidente tiene voluntad y decisión, y está convencido de que las leyes son nulas, debería actuar de acuerdo con sus convicciones. En última instancia, él podría estar completando algo que muchos argentinos deseábamos pero, como en mi caso, considerábamos inviable si a la vez queríamos resguardar la libertad y la vida de todos los ciudadanos y ciudadanas. Yo he dicho muchas veces que impulsé la aprobación de ambas leyes, aunque no me gustaran, porque entendía en ese momento histórico que tenía la obligación de preservar la libertad, de preservar la autoridad democrática y de sancionar un régimen jurídico inequívoco que recogiera lo que había anticipado durante mi campaña sobre las conductas paradigmáticas. Reitero que la ley tenía como fin limitar la responsabilidad a la máxima autoridad militar; pero admito que la urgencia y la insistencia estuvieron condicionadas por una realidad amenazante para la estabilidad de la democracia. Una de las cosas que se aprende con dureza en el ejercicio del poder es que la política es, entre muchas otras cosas, una opción entre costos. Lo reitero, la decisión de enviar ambos proyectos de ley al Parlamento, y su posterior promulgación, fueron realizadas en ejercicio de mi voluntad, aunque debo reconocer que actué condicionado por las circunstancias que he descrito y, fundamentalmente, por le temor de perder la libertad y la democracia de los argentinos. No estoy diciendo algo que sea novedoso. Todos saben las tremendas dificultades que tuvimos que enfrentar en estos temas durante mi gobierno. Por eso puedo decir que el actual presidente puede promover un cambio de actitud: depende de su voluntad política de hacerlo y de su convicción de que la democracia argentina está definitivamente consolidada. Sin ir más lejos, están los pedidos de extradición que han hecho los jueces extranjeros que pretenden enjuiciar estos hechos. Si así lo considera, el Presidente podría revisar la posición que he tenido hasta el presente. Muchos creen que si la Corte Suprema de Justicia de la Nación declarara nulas las leyes me provocaría un daño moral o de cualquier otro tipo. No es eso lo que se debe tener en cuenta. Yo tuve la responsabilidad máxima cuando ocupé la Presidencia, y tuve que hacer algunas cosas que no me gustaron pero que estuvieron destinadas a preservar valores superiores. Esto último, obviamente, no pretende ser una excusa de los errores que he cometido. Hoy, el pueblo argentino ha elegido un nuevo presidente al que todos queremos que le vaya muy bien, y la ha conferido la responsabilidad de dirigir el país. Él deberá decidir, en el ámbito constitucional, si en la Argentina es necesario o no Página 4 preservar estas leyes, y si decide que no lo es, significará que la democracia está definitivamente consolidada. Tener la prueba de esta consolidación me hará sentir el hombre más feliz de la tierra. Si alguien tiene que ir a la cárcel, lo decidirá la Justicia. No estará rompiendo ningún pacto de impunidad porque nunca lo hubo. Se habrán superado las debilidades que me llevaron a impulsar dichas leyes. Hoy es su responsabilidad y lo respaldaré al Presidente si hace una cosa u otra. Seguiremos luchando por el imperio de la justicia en una democracia consolidada, en la Nación y en todas las provincias, sin ninguna excepción. La Argentina sintió que vivía y, efectivamente, vivió una de las crisis más profundas de su historia. Se habló de que se estaba frente al abismo, se habló de caos, de anarquía e, incluso, se habló de disolución nacional. Pero lo cierto es que las sociedades y las naciones, por un conjunto de razones difícil de describir, renuevan sus esperanzas a pesar de las dificultades e imposibilidades que parece rodearlas o cercarlas. No temo equivocarme si digo que percibo en los argentinos un renacimiento de esa esperanza. Es como si sintiéramos que estamos abandonando una etapa. Por eso es que me he permitido transmitir estas reflexiones, porque esta cuestión de la que hemos hablado no se ha cerrado. Creí que se cerraría y no fue así. El pasado, una y otra vez, vuelve sobre nosotros. Afortunadamente no se perdió la democracia ni los represores han vuelto a actuar, como muchos legítimamente temieron pero el pasado, de alguna forma, sigue condicionando el presente. Siento que, como un actor de esa historia, estoy en la obligación de transmitir mi pensamiento, reconocer circunstancias que a lo mejor permiten encontrar una solución distinta a la que intenté, aunque con el mismo fin: consolidar la democracia. A lo mejor sea éste el último anclaje con un pasado que debemos romper para darle fuerza a la esperanza renacida. Un ejemplo único en el mundo Por Próspero Nieva Quienes tuvimos el honor de acompañar al presidente de la República, Dr. Raúl Alfonsín, en la restauración de la democracia en diciembre de 1983, conocemos perfectamente quienes, desde el Congreso de la Nación, votamos el tan controvertido y discutido sentido de los temas obediencia debida y punto final, porque hemos sido testigos en la incipiente democracia, que el dolor que los argentinos habíamos sufrido no desaparecía mágicamente con el triunfo de la democracia frente a los delirantes del poder que gozaban, al disponer de la vida y honor de los argentinos. No se nos escapa de la memoria recordar cómo Raúl Alfonsín recibió el poder a pesar del amplio triunfo de las urnas, de que país recibía, cuál era la situación Página 5 internacional-nacional y, sobre todo, la actitud de los militares antidemocráticos que con la cara pintada pretendían esconder sus mezquinos intereses dictatoriales produciendo hechos continuados que culminaron con la actitud personal de un valiente presidente que, sabiendo el peligro que significaba ir a Campo de Mayo, fue a conversar con personajes siniestros como Aldo Rico que gozaron de la democracia llegando a ocupar altos cargos que la democracia les entregaba generosamente y que no supieron valorar ni reconocer jamás. La salida frente al siniestro momento era terminar con las presiones militares para defender una incipiente democracia aceptando las leyes de obediencia debida y punto final que no eran el perdón, sino poner un término a las responsabilidades por grado que corresponden a todo militar. En otras palabras, aceptar la obediencia del mando superior al inferior jerárquico, aun sabiendo de la ilegalidad de los hechos, era la única forma de apaciguar los ánimos peligrosos de los belicosos de la vida y poner un punto determinado en el tiempo para poner fin a las interminables denuncias que se recibían de familiares por sus seres queridos desaparecidos. No fue un perdón, por el contrario, el juicio a las juntas y el nunca más son un ejemplo único en el mundo de cómo un gobierno de la democracia sometió a los genocidas a juicio y castigo, otorgándoles el derecho a la defensa que ellos no supieron respaldar ni dar a los acusados de otros delitos o pensamientos distintos. Argentina es un ejemplo en el mundo. Basta mirar a Brasil, Uruguay y Chile. Lejos del castigo a los genocidas, se les dio el derecho, como en Chile, de reconocerlos como senadores vitalicios. Como Diputado de la Nación MC me siento orgulloso de haber acompañado este proyecto. Y me pregunto, ¿hubiesen existido las Abuelas de Plaza de Mayo y otras entidades similares, si no hubiésemos elegido al candidato que recitaba el preámbulo y prometía el juicio y castigo a la junta? Hubiésemos elegido la propuesta del candidato del peronismo, Ítalo Luder, que auspiciaba la aceptación del decreto de autoamnistía que habían dictado los militares? Estas preguntas las formulo y las dejo expuestas ante la sociedad toda. Importancia de la CONADEP. Por Graciela Fernández Meijide Texto extraído del libro “Historia íntima de los derechos humanos en la Argentina. A Pablo” Ed. Sudamericana (2009). El esfuerzo de los organismos, aun con sus contradicciones internas, había instalado en buena parte de la sociedad la denuncia de la dictadura, sobre todo en Página 6 términos afectivos, y logrado que la demanda de justicia se registrara en la agenda política del gobierno. El 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín se dirigió al país como presidente electo, ante una multitud que lo aclamaba, los ocho organismos de derechos humanos estuvimos ahí con un cartel que afirmaba: No hay democracia sin derechos humanos. Cuando los organismos distribuyeron en todas las bancadas partidarias de ambas cámaras la compilación de los datos sobre violaciones a los derechos humanos que habían realizado, apuntaban a una estrategia que promoviera la creación de una comisión bicameral parlamentaria para contrarrestar la amnistía inevitable si, como era probable, en las elecciones triunfaba el justicialismo. ¿Qué se esperaba de la bicameral? Que el Congreso de la Nación se expidiera al menos con una condena pública y moral del terrorismo de Estado. La derrota del Partido Justicialista no solamente había contrariado a sus militantes y votantes, sino que inquietó también las expectativas de la corporación militar, que se percató de que más de la mitad de los electores había elegido un gobierno que prometía, si bien en forma acotada, investigar los crímenes del terrorismo de Estado y hacer justicia. El 10 de diciembre de 1983, en uno de sus primeros actos de gobierno, el Presidente envía al Congreso de la Nación el proyecto de ley 11 que no sólo deroga la ley de autoamnistía sino que declara nulos sus efectos, dejando así expedito el camino a la justicia. Tres días después, el 13 de diciembre, emite dos decretos: el 157/83,12 que dispone el procesamiento de los más altos responsables de las organizaciones armadas guerrilleras, y el 158/83,13 que ordena el enjuiciamiento a los militares. Para una sociedad que atisbaba el horror, los decretos emitidos por el gobierno aguijonearon la expectativa sobre el destino de los desaparecidos, fortaleciendo en consecuencia la visibilidad y credibilidad de los organismos de derechos humanos. Ante la propuesta de una comisión bicameral, Raúl Alfonsín concibió una alternativa: una comisión ―de notables‖ que sería conocida como Comisión Sábato o Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP). El decreto 187/83 del Gobierno Nacional dispuso su creación y determinó su objetivo:‖ intervenir activamente en el esclarecimiento de los hechos relacionados con la desaparición de personas ocurridos en el país, averiguando su destino o paradero como así también toda otra circunstancia relacionada con su localización. Recibiría denuncias y pruebas sobre esos hechos para remitirlos a la justicia cuando de ellas surgiera la comisión de delitos. La misión encomendada no implicaba la determinación de responsabilidades‖. Fueron convocados para conformar la Comisión el obispo Jaime De Nevares, el rabino Marshall Meyer y el obispo metodista Carlos Gattinoni, el abogado y filósofo Eduardo Rabossi, el epistemólogo Gregorio Klimovsky, el ingeniero Hilario Fernández Long, el ex juez de la Corte Suprema Ricardo Colombres, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y el cardiólogo René Favaloro. El decreto de creación de la CONADEP preveía que también ingresaran al Página 7 organismo tres diputados y tres senadores nacionales. En la Cámara baja los justicialistas desecharon integrarse, así que la bancada radical votó a tres de los suyos: Hugo Piucill, Santiago López y Horacio Huarte. En el Senado, con mayoría justicialista, el presidente de la bancada radical, senador Adolfo Gass, se auto propuso para formar parte de la comisión. Pero su titular, el senador justicialista por Catamarca ―Vicente Leónidas Saadi fue quien se opuso. En definitiva, el Senado de la Nación no estuvo representado en la CONADEP. En cuanto se percibió que la CONADEP concentraba su atención en la pesquisa sobre los crímenes del terrorismo de Estado y sus autores, las filas castrenses se agitaron. Pese a que el general Jorge Arguindegui, jefe del Estado Mayor del Ejército, señaló que ―la investigación sobre los desaparecidos no conmoverá a la institución, y que en todo caso podrían molestarse los directamente implicados en forma personal por los supuestos ilícitos‖, el clima en el ámbito castrense era tenso. La presencia de Videla y Viola en su asunción y la declaración del nuevo jefe del II Cuerpo de Ejército, general Héctor Ríos Ereñú, afirmando que ―todo el Ejército participó en la lucha antisubversiva para defender los valores patrios y tradicionales‖, revelaron la decisión institucional de mantener una cerrada defensa de la guerra antisubversiva‖. Declaraciones como ésta, artículos en los medios simpatizantes de la dictadura que cuestionaban la CONADEP y sus atribuciones, más la reaparición de una comisión llamada FAMUS —que reclamaba una comisión nacional para investigar los delitos cometidos por las organizaciones guerrilleras—, si bien nos sometían a una fuerte presión, nos daban la medida exacta de que íbamos por buen camino. Al mismo tiempo, frente a los ataques, los organismos reaccionaron en defensa de la Comisión y cuando ésta resolvió que tuvieran acceso a toda la información recibida, incluso a las actuaciones promovidas, se instaló un clima de mayor confianza mutua. Los ataques por los medios y las amenazas, pese a cambiar de tenor, no se detuvieron durante los nueve meses que funcionó la CONADEP y aunque no podría decir que nos fueran indiferentes, jamás influenciaron en el curso del trabajo. Las cincuenta inspecciones in situ que realizó la CONADEP en Buenos Aires, ciudad y provincia, Mendoza, Santa Fe, Formosa, Córdoba y Tucumán, que constan en el Nunca Más, ilustran sobre la conmoción que provocó la tarea de comparar la verdad contada con la verdad buscada (truth-telling and truthseeking) para concluir con que ambas, en nuestro caso, encajaban la una en la otra. El conocimiento de estas comprobaciones, informadas con claridad a través de la prensa, impuso masivamente un demoledor sentimiento de indignación y repudio agravado por la virulencia de los ataques a los miembros de la Comisión, provenientes de los militares y su prensa afín. La incipiente visión en la sociedad del significado del terrorismo de Estado y sus consecuencias, redundó en el robustecimiento de la credibilidad de los organismos de derechos humanos. Esta nueva realidad estimuló que todos ellos, salvo la línea Madres conducida por Hebe de Bonafini, se aproximaran a la CONADEP sin suspicacias. Página 8 Simón Lázara —uno de los vicepresidentes de la APDH — resumió: ―Si hubiéramos logrado la bicameral, todavía estarían discutiendo si el portero debía ser peronista o radical‖. Tal vez exagerara, pero fui testigo de que en la CONADEP, si bien constituida por personas con diferentes preferencias políticas, el espíritu que predominó fue la obtención de la verdad y de la justicia. Como sociedad, jamás habíamos vivido la experiencia de observar a un grupo de mujeres y hombres que nunca antes habían trabajado juntos y que aceptaban asumir una tarea desmesurada sin que los impulsara un interés personal, salvo el que les imponía su conciencia y convicción. Cada vez que la Comisión se expresó públicamente, sus mensajes consiguieron conectarse con el sentir de las mayorías, en las que terminaron instalando, con fuerza imposible de presumir un año atrás, la exigencia de justicia. Además la CONADEP supo aclarar las dudas de la sociedad sobre la extensión y las consecuencias del terrorismo y que fueron capaces de colmar las expectativas depositadas en ellas. Su trabajo contribuyó largamente a que se estableciera una condena moral al régimen antes de que éste fuera juzgado por la Cámara Federal. Además, a pesar de la cantidad de material que quedaba todavía sin revisar en profundidad, no se tentó con más pedidos de prórroga: dejó todo en manos de la justicia y de la institución que el gobierno designara para recibir los archivos y continuar con la labor. De ella opinaron: Andrés D’Alessio: ―[…] el trabajo de la CONADEP fue excelente. Recolectó una enorme cantidad de material informativo que fue importante para el juicio a los comandantes. Por eso, en la sentencia se dejó establecida la importancia que había tenido su labor. Antes de la CONADEP y de la sentencia, los partidarios de lo que habían hecho los militares negaban los hechos. A partir de su informe, de la publicidad que tuvo el juicio y del análisis que se hizo de nuestra sentencia, los cuarteles dejaron de sostener que esto no había ocurrido. ‗No, bueno, pero estuvo bien, porque nos estaban amenazando.‘ Pero ya no negaron lo ocurrido‖. Julio Strassera: ―[Cuando quedé a cargo del proceso] sabía que teníamos que buscar las pruebas. Y me basé justamente en el Nunca Más. La base del Juicio, casi todos los casos, los saqué del Nunca Más y traté de utilizar los que tenía más probados. Lo que hizo la CONADEP de ubicar los distintos centros clandestinos de detención fue de enorme utilidad. Miles de denuncias se encontraban desperdigadas e inconexas en comisarías de todas las provincias y también acciones de hábeas corpus se habían promovido por miríadas. [Estos trámites estaban condenados] a un fracaso absoluto dado que se hubiese perdido la comunidad probatoria que fue lo que a la postre permitió conocer y reconstruir el sistema y el plan criminal. Creo que ése fue el mérito fundamental de la CONADEP, tal vez no suficientemente señalado. Además, las denuncias que recogieron no tenían el valor de una prueba testimonial, lo que en modo alguno impidió al Tribunal, durante el juicio que, a través del sistema de las libres convicciones, le concediese una seria fuerza convictiva por la notable coincidencia con una constelación de diferentes probanzas, entre ellas los testimonios de las víctimas y de sus familiares.‖ Página 9 Emilio Mignone: ―Soy una suerte de ‗idealista sin ilusión‘. Es decir, creo en los ideales, pero no me hago ilusiones (ni siquiera me las hice después de la recuperación de la democracia en el ‗83, lo digo con absoluta sinceridad. Jamás creí que se iba a hacer el Juicio a los comandantes, público y oral, durante cinco meses, y jamás creí que la CONADEP iba a tener el resultado que tuvo. Me siento satisfecho por ello, pese a las contradicciones, porque mis expectativas sobre la política argentina, sobre los personajes, eran sumamente pesimistas. Ese resultado, derivado sustancialmente de la invasión a las Islas Malvinas y de la derrota subsiguiente, no se ha producido en ningún otro país latinoamericano‖ El caso Milani Por Bernardo Salduna Diputado Nacional MC La señora Presidenta aludió en su discurso sobre el "caso Milani", a quienes no tuvieron inconveniente en levantar la mano para sancionar las leyes de "Obediencia Debida y Punto Final". Es raro que nada diga de los indultos de Menem. Como por esa época me tocó desempeñarme como diputado nacional quiero hacer algunas reflexiones al respecto. Hay que recordar que, en la campaña electoral de 1983 el candidato justicialista para la presidencia, Ítalo Luder, daba por válida la Ley de Autoamnistía dictada por los militares. Es decir, se podía derogar para el futuro, pero tenía efectos hacia atrás. Esto significa que, de ganar el Justicialismo, la impunidad hubiera sido total. Hay que señalar que los cerca de siete millones que votaron a Luder estaban de acuerdo con eso. ¿A quién votaron la señora Presidenta y su fallecido esposo? El candidato radical, que gano las elecciones presidenciales de 1983, Raúl Alfonsín tenía otra idea: el sostuvo en la campaña que no se podía tapar lo ocurrido en el pasado reciente. Que debía actuar la Justicia y castigar las violaciones a los derechos humanos, pero había que establecer niveles de responsabilidad entre los de arriba que dieron las órdenes y los de abajo, que se limitaron a cumplirlas. Al poco tiempo de asumir, Alfonsín creó la Comisión de Desaparición de Personas (CONADEP) integrada por prestigiosas personalidades nacionales que realizó una tarea formidable de investigación y recopilación de pruebas, acerca de la desaparición forzada de más o menos 8.000 personas (no treinta mil como se dice ahora). A través del Decreto 158 de diciembre de 1983, el presidente Alfonsín ordenó someter a juicio a las tres Junta militares que gobernaron desde 1976, acto, único a nivel mundial, de un coraje superlativo, porque la dictadura acababa de terminar y los cuadros castrenses estaban casi intactos. El Decreto 157/83 mandó enjuiciar también a las cúpulas de las distintas organizaciones guerrilleras, especialmente a aquellos dirigentes que alentaban la Página 10 violencia desde un "exilio dorado" en Europa, mientras acá eran masacrados miles de jóvenes. La Justicia civil juzgó en forma imparcial, respetando escrupulosamente los derechos y garantías de los acusados, y dictó condenas de variada intensidad a los jefes militares de las tres Juntas. Lo hizo, sin necesidad de recurrir a "alquimias" jurídicas, simplemente aplicando el Código Penal y las leyes comunes vigentes entonces. Simultáneamente, se extraditó y condenó a jefes Montoneros y del ERP, se capturó a José López Rega y otros jefes de la siniestra Triple A. Las condenas a jefes militares y policiales se extendieron a Camps, Echecolattz y otros, mientras se iniciaban procesos para otros represores de menor jerarquía. A fines de 1986, es decir, a tres años de democracia y cerca de diez de los hechos que se juzgaban, el Congreso dictó la Ley 23.492, mal llamada de "Punto Final". Digo, mal llamada, porque en la realidad, no puso "punto final" a nada. Por el contrario, se trataba de acelerar el trámite de las causas, muchas de ellas dormidas en Tribunales, a través del acortamiento de los plazos de prescripción y caducidad. Lejos de terminar los juicios de represores, acrecentó el número de causas que prácticamente se cuadruplicaron. Esto motivó la rebeldía de algunos militares citados a comparecer y el levantamiento del teniente coronel Aldo Rico en Semana Santa de 1987. En junio de ese año el Congreso, con el voto de legisladores de la UCR y otros partidos, aprobó la Ley 23.521 llamada de "Obediencia Debida". Aclaremos que la "Obediencia Debida" de militares o fuerzas de seguridad, como causal de exculpación está prevista en todos o casi todos los Códigos penales del mundo. También estaba vigente en el Código de Justicia Militar argentino. Lo que hizo la ley fue crear una norma interpretativa del alcance de la misma. La ley podía tener defectos (siempre una norma es perfectible). En mi caso, hubiera preferido, lo propuse en su momento y no prosperó, que la condición para beneficiarse de la ley fuere una declaración de arrepentimiento de los acusados y además el colaborar con la Justicia en brindar datos que pudieran conducir a encontrar los cuerpos de los asesinados desaparecidos o los bebés robados. Reparar más que castigar, como decía don Hipólito. Pero, no obstante, es necesario puntualizar: a) La ley no sacaba a los acusados del ámbito de la Justicia. La Justicia debía decidir si se aplicaba o no la ley al caso concreto. b) No consagraba la "impunidad": la ley no se aplicaba a quienes, en el marco de la represión, hubieran cometido delitos aberrantes, tales como violación, o robo de propiedades. c) tampoco se aplicaba al robo de bebés, delito que podía seguir siendo investigado y castigado. d) En cuanto a otros delitos como secuestro de personas, torturas o muerte, tampoco quedaban impunes: sólo que la responsabilidad de estos crímenes se trasladaba a quienes tenían poder de decisión para impartir órdenes y no a los meros ejecutores. e) La ley no comprendía a los civiles que hubieran cometido crímenes de este tipo. f) Tampoco a los grupos parapoliciales como la Triple A, ni a las organizaciones guerrilleras. Página 11 g) No se aplicaba a los condenados por la Guerra de Malvinas, ni a quienes se habían sublevado contra el gobierno constitucional. La ley de Obediencia Debida fue declarada constitucional por la Corte Suprema de Justicia el 22 de octubre de 1987 en la causa "Camps", curiosamente, en un fallo donde se decidió que a este jefe militar, no le correspondía beneficiarse con la ley. Después, otra Corte decidió lo contrario, abriendo ahora la puerta a la reapertura de causas, a diferencia de los juicios de la época de Alfonsín, de un modo de dudosa constitucionalidad, violándose expresas garantías (cosa juzgada, irretroactividad de la ley, ley más benigna). Cuando asume la Presidencia Carlos Menem, los Montoneros le piden que indulte a sus compañeros procesados o condenados, y ofrecen, como moneda de cambio, que se indulte también a los represores condenados. No se tiene noticias, en ese tiempo, de cuestionamientos del Justicialismo a estas medidas. Quizá por eso no lo menciona la señora Presidenta. El pacto Montoneros-represores es el origen de los famosos "indultos" de Menem que abarcan, tanto a los militares condenados en el juicio a las Juntas, como otros jefes y oficiales menores. Y también, a jefes Montoneros y del ERP, y miembros de la Triple A. El hecho que el total de indultos dictados por Menem sobrepasara los 1.200 beneficiados, entre condenados y procesados (esto último inconstitucional), revela que es falso que las leyes, llamadas de Punto Final y Obediencia Debida, consagraran la impunidad. Finalmente, cabe acotar que la Ley de Obediencia fue la instrumentacióndefectuosa, tal vez- de un acta de acuerdo, firmada por TODOS los partidos políticos (excepto el Movimiento al Socialismo), en abril de 1987, en oportunidad del motín de Semana Santa, que se comprometieron a determinar "el nivel de responsabilidad" por los hechos del pasado. Como lo dijera Juan José Sebreli en su libro Crítica de las ideas políticas argentinas, "la discusión, por lo tanto, debe contemplar si estas leyes constituían una táctica acertada o equivocada para para terminar con el problema militar y no si eran justas o injustas. Cuando se produce un dilema entre la justicia y la utilidad es preciso hacer un cálculo- aunque esta expresión pueda parecer deshumanizada- sobre que parte corresponde sacrificar de la una y la otra. Repudiar las leyes -que, sin absolverlos, limitan el castigo a los culpables- en nombre de una democracia ideal implicaba desconocer la fragilidad de la democracia real y ponerla en peligro". Política de Derechos Humanos del Gobierno del Dr. Alfonsín. Cuando la realidad supera al relato. Por Daniel Salvador Ex Secretario de la CONADEP Habiendo ya transcurrido el tiempo, es importante hacer alguna referencia al contexto histórico existente al tiempo de Página 12 la recuperación de la Democracia en 1983. Dado que no alcanza con repudiar a la dictadura, es preciso entender como vino y de donde vino, para que no vuelva a repetirse con otros ropajes, 1- El proceso diabólico iniciado el 24/03/1976, había dejado lamentables pero sólidas bases, no solo en el plano factico del poder, sino esencialmente en el ámbito económico, cultural e ideológico, es decir había un fuerte peso del militarismo en la argentina, más allá del impacto negativo que cargaban como consecuencia de la guerra de Malvinas. 2- Era tradición en la Argentina que después de cada dictadura, los crímenes y delitos cometidos por los gobiernos de facto, no eran investigados y quedaban impunes. 3- Las Leyes del olvido era una constante en la historia política de los países Latinoamericanos 4- Argentina era el primer país en la región que se democratizaba. Se mantenían las dictaduras en Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil. 5- Los represores conservaban aliados y poder dentro de las instituciones armadas. 6- El plan delictual de represión del Gobierno Militar se sustentaba en el secreto y clandestinidad para garantizar su impunidad, el dominio absoluto y arbitrario sobre el aparato estatal y el control de los medios de comunicación con lo que buscaban mantener cierta apariencia de legalidad. 7- En ese tiempo (1983) no existía el derecho internacional de los derechos humanos, como se lo conoce ahora. Recién con el Gobierno del Dr. Alfonsín se ratifican tratados internacionales de derechos humanos. Hoy ya es aceptado internacionalmente que los autores de delito de lesa humanidad, siempre y en cualquier tiempo, deben ser juzgados. 8- El Gobierno militar antes de entregar el poder pusoe en vigencia el decreto ley 22924, que consagraba la auto-amnistía, es decir que no podían ser investigados los actos aberrantes llevados a cabo durante el proceso. Todo ello generaba desconocimiento, distorsión de los hechos que habían ocurrido y lo que es peor, un temor impuesto a la sociedad que obraba como reaseguro para la impunidad buscada por los genocidas. Ante este complejo cuadro en la apertura democrática, los dos partidos con posibilidades de triunfo se posicionan en forma absolutamente diferente. El Justicialismo, a través de su candidato, Italo Luder, expresa la decisión de respetar esa amnistía, en tanto el Radicalismo, a través de Raúl Alfonsín, sostuvo la decisión de investigar y juzgar a los responsables. Era indudablemente una política innovadora y para muchos, incluso, temeraria. El presidente Alfonsín afirmaba que no se podía hablar de una democracia consolidada sobre la base de una claudicación ética. Y que si bien temía que por defender los derechos humanos violados en el pasado, se podía poner en riesgo los derechos humanos del porvenir, la única manera de garantizar el estado de derecho para el futuro era terminar con la impunidad. La política inicial era toda la verdad y la máxima justicia posible en el marco de una democracia inicial. En principio, serian los militares quienes debían autoPágina 13 juzgarse pero bajo el control de la justicia civil para el caso de mora o de abusos. Frente a esa difícil realidad, cuando el Dr. Alfonsín asume la presidencia el 10 de diciembre de 1983, en su primer discurso en la Asamblea Legislativa deja perfiladas las pautas de su gestión y se pone en marcha de inmediato un conjunto de medidas orientadas, claramente, a la investigación y juzgamiento de los aberrantes delitos cometidos durante la última dictadura. En ese sentido cabe destacar: 1-La sanción de la Ley 23040, 12 días después de asumir el Gobierno por la que derogó la Ley 22924 del Régimen Militar que consagraba la autoamnistía. Era claramente una señal a la sociedad de la definitiva conclusión de un ciclo oprobioso y la necesaria diferenciación entre una dictadura entreguistas y genocida y un gobierno legítimamente elegido por el pueblo. 2- Por Decreto 158/83 se ordena el procesamiento de las Juntas Militares que habían usurpado el poder en 1976, dejando la idea de poner legalidad frente a la ilegalidad. 3- se reforma el Código de Justicia Militar permitiendo a las cámaras federales conocer y actuar en las causas que el consejo supremo dejaba caer en mora. 4-Se dicta el Decreto 187 del 15/12/1983 a solo 5 días de haber asumido el gobierno por el que se crea la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas (CONADEP), para investigar el drama de la desaparición forzada, de los secuestros y asesinatos cometidos. Es decir, para contribuir en el esclarecimiento de los graves hechos de violación de Derechos Humanos ocurridos durante el gobierno militar. La Comisión estaba integrada por personalidades reconocidas en el ámbito Cultural, Científico, Religioso y Social. Por el mismo decreto se invito a ambas Cámaras de Diputados y Senadores (esta con mayoría justicialista) del Congreso Nacional a enviar tres representantes, invitación que solo respondió la cámara de Diputados enviando tres representantes del Bloque de la UCR. En la primera reunión de Comisión fue designado por unanimidad Ernesto Sábato como presidente. La tarea llevada adelante por la CONADEP, (de la que tuve el honor de ser su secretario) no contó, en el inicio, con el apoyo unánime de la sociedad, ni de todo el arco político, por el contrario se suscitaron, criticas y objeciones tanto de la izquierda como de la derecha. Sin embargo, al poco tiempo, con los primeros pasos, comenzó a darse una llamativa respuesta de la población en la búsqueda de la reconstrucción de la memoria colectiva. La presencia de Graciela Fernández Mejide en la comisión mas el compromiso y colaboración de Simón Lázara abrieron las puertas a los Organismos de Derechos Humanos que dieron una ayuda invalorable. Se abrieron filiales en el interior del país. También, la solidaridad internacional nos permitió recibir colaboración de la ONU, la OEA, de diversas embajadas, de especialistas y científicos que aportaron conocimientos para determinar la identidad de las personas. Página 14 Todo ello hizo posible recibir miles de denuncias, se tomaron miles de testimonios, se inspeccionó instituciones, cuarteles, comisarías, hospitales, cementerios, como bien se dijo, fue un verdadero descenso al infierno. Todas esas actuaciones eran frente a los propios genocidas, a sus camaradas y sus subordinados. Cuando hoy vemos por TV, en los juicios, los rostros ajados, las miradas extraviadas y los cuerpos gastados por el paso de los años, de quienes tuvieron a su merced la vida de los Argentinos, no se puede dejar de recordar que hacia 1983-84, cuando la CONADEP ingresaba a cuarteles y comisarías, se encontraban con los rostros pétreos, los músculos tensos y las armas prestas de quienes eran precisamente investigados. Finalmente se presentó el informe al Presidente Alfonsín, en septiembre de 1984. Contenía 8700 denuncias de desaparecidos, la descripción de 340 centros clandestinos de detención y un listado de 1300 personas involucradas con la represión. El informe conocido con el nombre de “Nunca Más” puso de manifiesto, con la crudeza surgida de los testimonios de las víctimas, las calamidades de lo ocurrido en nuestro país. A pesar de que se borraron deliberadamente rastros, se pudo reconstruir lo que constituyo un plan sistemático de detención, tortura, muerte y desaparición de personas. En los distintos capítulos del informe se describen la metodología empleada para los interrogatorios de los detenidos, la aplicación sistemática de tormentos y el funcionamiento de los centros clandestinos de detención. No fue necesario un gran esfuerzo de redacción, ya que los testimonios reunidos fueron los que brindaron la fuerza incontrastable a un documento que ha golpeado y golpea la conciencia de los argentinos. Y que permitió correr el velo de la mentira, romper las barreras del miedo y derrotar el flagelo de la indiferencia. El informe también tuvo la entidad procesal para dar sustento al posterior juzgamiento. No se trato de pre-constituir pruebas en detrimento del derecho de defensa en juicio de los imputados, sino de abrir los canales de conocimiento respecto de ese pasado tenebroso. Así como se puede afirmar que el 24 de marzo de 1976 constituyó el hito más lamentable de la decadencia Nacional, que llegó incluso a través del terror impuesto a generar cambios regresivos en la sociedad que de solidaria, integradora y dinámica se convirtió en un conjunto de individualidades, recluida en su intimidad, desconfiando de su vecino. De esa misma manera corresponde afirmar que diciembre de 1983 con el advenimiento de la Democracia, la creación de la CONADEP, y abril de 1985, con la acusación Fiscal y el Juicio a los genocidas, constituye el hito más saliente en la afirmación de los valores de la verdad, la Justicia, la Dignidad y la Humanidad. Apuntalando, así, la consolidación de la nueva democracia y la vigencia plena del Estado de Derecho para todos los tiempos. Indudablemente este proceso de reconstrucción de la República se sustentó en la voluntad política y el coraje intelectual y personal del Dr. Alfonsín, quien hizo lo que nadie se atrevió hacer en otras partes del mundo. Debiéndose resaltar, especialmente en estos tiempos, la grandeza de no haber politizado la CONADEP, preservándola no como patrimonio de un partido sino de todos los Argentinos. Página 15 Verdad y Justicia Retroactiva en la Transición a la Democracia Por Adolfo Stubrin *1 El homenaje que la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Santa Fe rindió al ex presidente de la República Raúl Alfonsín por su actuación personal –fue copresidente fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos- y por la política que encabezó en materia de defensa y promoción de los Derechos Humanos en nuestro país, me facilita orientar esta intervención como integrante de aquel primer gobierno constitucional (1983-1989) a hacer un repaso de esta política en los comienzos de la presente época democrática con proyecciones sobre la situación actual. FUENTES Para empezar deseo hacer una referencia que es a la vez un reconocimiento a dos juristas ejemplares que trabajaron al lado del Presidente Alfonsín en la concepción e implementación de aquella política. Uno es Eduardo A. Rabossi, fallecido un año atrás, que fue miembro de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) y Subsecretario de Derechos Humanos; su artículo póstumo ―La CONADEP, sus funciones y sus logros‖ (http//www.hcn.ucr.org..ar) es un testimonio lúcido de cómo se realizó la investigación cuyo informe fuera bautizado ―Nunca Mas‖ por Ernesto Sábato. El otro es Carlos Santiago Nino, también prematuramente fallecido, quien nos legara una obra de indispensable lectura para recapitular un punto culminante de la lucha por la dignidad humana en la Argentina: ―Juicio al mal absoluto‖ (Emecé, Buenos Aires 1997). A propósito de esta última obra, allí se exponen los dos ejes centrales que articularon la política de Derechos Humanos en la difícil transición argentina a partir de diciembre de 1983: el primero es la verdad sobre el terrorismo de Estado y todas las violaciones cometidas durante la dictadura militar instaurada en marzo de 1976; el segundo es la justicia retroactiva, es decir la aplicación jurisdiccional de acusaciones, debidos procesos y condenas a los autores de esos delitos. Ambos objetivos fueron y son complementarios, tienen su propia justificación moral y jurídica y ambos dependen para su obtención del cumplimiento de sendas estrategias que afronten los obstáculos fácticos e institucionales que, en cada caso, se les interponen. DISYUNTIVAS 1 * Exposición del Prof. Adolfo Stubrin, en el marco del homenaje que la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Santa Fe rindió el 17/11/2006 en la Ciudad de Santa Fe, al ex presidente de la República Raúl Alfonsín por su actuación personal y por la política que encabezó en materia de defensa y promoción de los Derechos Humanos en nuestro país. Página 16 Cabe recordar que la dictadura en retirada dictó una ley de facto (N ° 22.924) que (auto) amnistiaba todos los delitos cometidos por su personal en ocasión del proceso represivo y destruyó los archivos y pruebas que lo documentaban. No sólo eso, sino también hacer presente que un eje principal de la lucha política y electoral fue la posición de los partidos y líderes en competencia acerca de qué correspondía hacer en este punto crucial para mejor edificar el Estado de Derecho. En 1973, la frustrada transición democrática había recurrido mediante la denominada Ley de Pacificación Nacional N º 20.508 a la amnistía generalizada, tanto de los hechos de violencia política insurreccional como de represión ilegal. La Dictadura que entonces concluía (1966-1973), no sólo había dictado la Ley Anticomunista (de facto) N º 20.741, sino que provocó graves violaciones a los derechos humanos, como ocurrió en el aberrante caso de la Masacre de Trelew del 22 de agosto de 1972, cuyos autores fueron perdonados. Por contraste, el mérito de Alfonsín fue sostener en 1983 que la auto-amnistía debía ser anulada por una ley de jure y sus efectos declararse inexistentes para abrir así la posibilidad de que los dos vectores de una política reivindicativa (la verdad y la justicia retroactiva) pudieran desplegarse. Su rival de entonces, el candidato del Partido Justicialista Dr. Italo A. Luder (que había sido Senador en 1973), con sus propios argumentos, pensaba que el principio jurídico de la ley penal más benigna era inquebrantable y que debía ser aceptado aún en este caso extremo en aras de la convivencia y la pacificación. Tanto en el programa partidario cuanto en su mensaje proselitista, Alfonsín predicaba que la evaluación del pasado debía ser irrestricta en materia de verdad y debía ceñirse a una teoría sobre grados de responsabilidad en la persecución de delitos cometidos al amparo del poder. Quienes dieron las órdenes y condujeron las acciones para materializar el exterminio debían ser juzgados con prioridad con respecto a quienes las ejecutaron. La finalidad política era erradicar para siempre el terrorismo de Estado, defender la democracia frente a quienes, desde entonces en adelante, osaran levantarse en su contra y escarmentar a los golpistas para que sus atrocidades no pudieran enjugarse en la condena y el castigo de sus subordinados. Alfonsín dictó también el decreto Nº 159/83 por el cual ordenó el procesamiento de jefes de organizaciones armadas de carácter insurreccional que habían perpetrado acciones terroristas durante el gobierno constitucional. Esa medida, que no pretendía establecer simetría alguna con el terrorismo de Estado sino procurar Justicia donde había imperado la irracionalidad política, fue criticada bajo el nombre de ―teoría de los dos demonios‖ por su presunta intencionalidad compensatoria, a veces ignorando la grave responsabilidad de esas cúpulas. Aún cuando invocaran fines loables o no hubieran cometido por mano propia los numerosos crímenes, los jefes guerrilleros –ese era el análisis- eran responsables de esas muertes y de haberse prestado al juego de provocaciones que condujo al golpe de Estado y a la posterior tragedia. ANTECEDENTES La historia política argentina del Siglo XX estuvo signada por numerosos asaltos al Página 17 poder, el primero contra el Presidente Hipólito Yrigoyen en 1930, lo que signó una democracia intermitente, accidentada y saturada de intolerancia y violencia política. El propósito de interrumpir el péndulo descansaba en una viga maestra, la Ley de Defensa de la Democracia y los delitos y penas que en ellas se creaban para reprimir la actividad conspirativa y los levantamientos armados (Ley 23.077 de agosto de 1984). La impunidad había sido, hasta entonces, la costumbre en la que se apoyaba la fatídica repetición de la historia. En 1935, plena ―década infame‖, el Senador electo por Santa Fe Enzo Bordabhere fue abatido por un balazo en pleno recinto de la Cámara por un sicario del régimen fraudulento que imperaba. Su maestro, el Senador Lisandro de la Torre, contra quien iba dirigido el proyectil a raíz de su denuncia de negociados con la exportación de carnes, rindió su homenaje en la sesión siguiente con palabras como éstas: ―el matador está preso, no cejaremos en nuestra lucha hasta lograr que los asesinos sean descubiertos, juzgados y condenados por el crimen‖. Antes y después de aquel episodio paradigmático la confusión entre matadores y asesinos fue varias veces una trampa para la política argentina. El diseño intelectual de la propuesta de justicia retroactiva de Alfonsín tenía que ver con la finalidad política de que, esta vez, la democracia enderece sus energías contra los que, sin ensuciar sus manos, daban las órdenes y no se limitara a ir contra las que las ejecutaban, porque se pensó que allí reside la clave para romper el círculo vicioso en el que nuestro sistema político estuvo envuelto. JUSTICIA El Juicio contra las tres Juntas de Comandantes de las Fuerzas Armadas fue la página más descarnada pero más esclarecedora de la historia argentina. Entre decenas de casos de transición a la democracia, el nuestro, es un ejemplo único en el mundo. La acusación -iniciada por Decreto N ° 158/83-, el proceso, una vez radicada la causa ante la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional –la primera audiencia oral fue el 22 de abril de 1985 y el fallo se dio a conocer el 9 de diciembre de 1985-, y la condena –que incluyó a los nueve comandantes en jefe y alcanzó en el caso de Jorge R. Videla la reclusión perpetua- fueron de enorme impacto moral y político. Impulsarlo y sostener sus resultados fue un trámite plagado de dificultades y amenazas para el orden constitucional, entre ellos, tres levantamientos militares. Pero, sin embargo, se llevó a cabo y la sentencia es una pieza jurídica única sobre la defensa y promoción judicial de los derechos humanos, violados, en forma sistemática, por un régimen que se había adueñado del Estado para imponer el terrorismo. El nexo causal entre las decisiones de escritorio y los hechos de sangre suele ser un pantano para la Justicia. Muchas veces, entre los eslabones de esa cadena se cobijó la impunidad; en alguna ocasión los artilugios defensivos llevaron a la ironía de que los autores ideológicos fueran, a duras penas, acusados como partícipes secundarios de sus crímenes. REGRESIÓN Después de eso, el Congreso de la Nación sancionó, a instancias del Presidente Alfonsín dos leyes controvertidas (Ley 22.492 en diciembre de 1986 y Ley 23.521 Página 18 en junio de 1987), frutos de la debilidad política, orientadas a conjurar peligros ciertos de desestabilización institucional, a la vez que destinadas a consolidar los avances realizados a través del cumplimiento efectivo de sus condenas por parte de los máximos responsables. Lo cierto es que el efecto combinado de ambos dispositivos fue caracterizado como ―amnistía encubierta‖; porque se creó, en el primer caso, una perención extintiva de la acción penal de apenas 60 días y, en especial, porque la segunda de las leyes, llamada de Obediencia Debida, aplicó esa causal exculpatoria, provocando el cierre de muchas causas, aún cuando quedaran en pie las relativas a la sustracción de menores y a los delitos contra la propiedad. Es de lamentar, sobre todo, que en 1990 el segundo Presidente constitucional de la nueva democracia Dr. Carlos S. Menem indultara a los altos mandos bajo la idea, recurrente, de que la reconciliación se obtendría por el perdón. Se abusó así de la antigua prerrogativa de los monarcas absolutos, empleada por un mandatario popular, en estos tiempos en los que sobresale como una antigualla, produciendo de nuevo situaciones de impunidad para los asesinos, con efectos inversos a los propuestos. VERDAD Por su parte, la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas fue creada el 15 de diciembre de 1983 por Decreto N ° 187. Un grupo de relevantes ciudadanos fue designado en representación de la autoridad moral de la sociedad para recolectar información y correr el velo de sombra que cubría el sistema criminal. Ese esclarecimiento se orientó a dos metas precisas: averiguar la verdad sobre las personas desaparecidas y determinar la ubicación de los niños sustraídos. La obra de la CONADEP al servicio de la verdad es inmensa porque desnudó el modus operandi, identificó los lugares en los que se cometió la masacre y compiló información fidedigna sobre más de 9.000 desaparecidos. Su informe fue presentado y hecho público en septiembre de 1984. El informe publicado bajo el título de ―Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” (EUDEBA, Buenos Aires 1984), del cual se vendieron un cuarto de millón de ejemplares en el nuestro y en todos los países, habla por sí solo. Sin embargo, el trabajo pudo hacerse gracias a la colaboración entre el estado democrático, a través del Ministerio del Interior, e innumerables personas y organizaciones comprometidas con esa lucha, enfrentando los escollos opuestos por los culpables y sus aliados ideológicos pero también sobrellevando las críticas y la incomprensión de sectores políticos y sociales, muchos de los cuales invocando similares valores y proponiéndose parecidos objetivos, le restaron su apoyo porque desconfiaban de la vía y el procedimiento elegidos. Pero, además, la CONADEP elevó a la Justicia las denuncias recibidas y esa contribución apoyó la labor de la fiscalía en el Juicio a las Juntas y en las otras causas. Sin ese aporte, esencial para la etapa de instrucción, los procesos hubieran sido mucho más engorrosos y los fallos históricos hubieran tardado mucho más. La búsqueda de la verdad real y de la justicia retroactiva no son caminos contradictorios, al contrario pueden favorecerse mutuamente, como quedó demostrado, pero son dos actividades diferentes que tienen su propia Página 19 lógica y, por lo tanto, conviene mantener la distinción funcional entre ellas. DILEMA Quien mejor supo aclarar este punto fue Claudio Marcelo Tamburrini, investigador en filosofía práctica de la Universidad de Estocolmo y, también, detenido desaparecido de la dictadura, que salvó su vida gracias a haberse escapado de la Mansión Seré, uno de los tenebrosos centros de detención clandestina, episodio registrado en su novela Pase Libre y en la película ―Crónica de una fuga‖ del director Adrián Caetano. Tamburrini (que, en otros trabajos, se manifiesta crítico del enfoque sobre los grados de responsabilidad) expuso con convincente sencillez que los procesos judiciales en pro de la condena contra los responsables de la represión son un camino subóptimo para encontrar la verdad sobre los crímenes, porque los imputados callan, dicen menos de lo que saben o mienten, empleando por lo demás la garantía constitucional de no declarar contra sí mismos. Contrario sensu, obtener el máximo de datos y circunstancias acerca de los hechos requiere que muchos culpables, aún cómplices y encubridores, aporten sus testimonios sin asumir riesgos penales por las consecuencias. Esos logros podrían obtenerse en investigaciones de naturaleza específica, a cargo de las autoridades judiciales (los Juicios por la Verdad) u otras agencias. ACTUALIDAD En tiempos recientes la verdad y la justicia retroactiva han logrado importantes avances. El progreso de la conciencia, el derecho y la Justicia internacional en materia humanitaria han determinado la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad, los cuales tienden a abarcar a los actos terroristas contra los Estados; la modernización constitucional alcanzada con la Reforma de 1994, gracias a la cual los tratados sobre derechos humanos, entre ellos la Convención Americana, ostentan el máximo rango normativo; la lucha incesante por la identidad de los hijos de desaparecidos; los logros científicos aplicados a la investigación y la medicina forenses; la labor de la Justicia en los países avanzados aplicando el principio de extraterritorialidad fundado en la nacionalidad de las víctimas son algunos de esos trabajosos pasos adelante. La Ley N º 25.779 de 2003 que deroga y anula los efectos de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en su actual composición, sobre la reanudación de los juicios (Caso Simón en 2005) han permitido la continuación auspiciosa de la actividad jurisdiccional, tres décadas después de la masacre. Pero, desde luego, los nuevos rumbos no están exentos de acechanzas y paradojas. La desaparición, hace dos meses, de Jorge Julio López testigo clave en el juicio contra Miguel Etchecolatz, representa un desafío para que el orden democrático esclarezca el hecho y sane las heridas que volvieron a abrirse. La alarma hecha sonar por ese caso obliga a recordar que la política pública en materia de justicia retroactiva tiene que conciliarse con la búsqueda de la verdad, evitando que la primera se hipertrofie y trabe a la segunda. Página 20 PROYECCION A tres años y medio de abierta la fase actual de la democracia presidida por el Dr. Néstor C. Kirchner, la legislación y la jurisprudencia de la Suprema Corte no han completado los avances en materia de administración retroactiva de justicia con la deseable anulación de los indultos de los comandantes militares que, por una u otra vía, podrían evitar que la persecución penal de los matadores sea simultánea, por una extraña paradoja, a la impunidad de los asesinos. No solo en la Argentina, sino a través de una tendencia universal, las víctimas han adquirido en esta época un creciente protagonismo en las decisiones de políticas públicas contra los delitos y, muchas veces, influyen en la investigación judicial y la administración de justicia. La perspectiva de las víctimas y de sus familiares, a título individual o como colectivos organizados, es insoslayable para que las autoridades actúen con plena sensibilidad y una máxima diligencia en las dimensiones preventiva, reparadora y punitiva. Al mismo tiempo, es muy importante reflexionar en profundidad hasta entender que las políticas que resuelven sobre la utilización de la coerción estatal sobre las personas, su severidad o moderación, deben responder a la perspectiva de la ciudadanía. El plenario de la ciudadanía debe estar informado y consustanciado con el testimonio de las víctimas y sus familiares, pero debe mantenerse independiente de éstas, cultivando y haciendo prevalecer siempre una conciencia amplia, filosófica y humanitaria, como condición necesaria para ofrecer las mejores respuestas políticas y judiciales. Estas habrán de estar inspiradas, como ocurrió –también con errores- durante nuestra última y definitiva transición a la democracia, en el interés general o el bien común, o como deseemos denominar a ese conjunto de principios y valores universales que desde los albores de la modernidad, sentó las bases del Derecho, lo constituyó como camino ineludible del poder público y estableció la Justicia independiente para su imparcial aplicación, pilares todos ellos de la convivencia pacífica y la vigencia de los derechos humanos, en cada país y en la comunidad internacional. Carlos Nino Por Roberto Gargarella Lo primero que diría es que, para todos los que colaboramos con él, Carlos Nino fue -y siguió siendo- una referencia crucial para nuestras propias vidas. Su proyecto nos resultaba excepcional, en el sentido estricto del término. Desde el punto de vista profesional, veíamos con cierto asombro el hecho de que -a pesar de las oportunidades que se le abrían en el ejercicio de la abogacía- Nino hubiera dejado de lado la profesión para dedicarse enteramente a la vida académica. Si la opción de vivir exclusivamente de la investigación y la docencia parecía difícil, en general, lo era aún más para quienes veníamos del derecho, ámbito en el cual la Página 21 opción por una carrera académica de tiempo completo resultaba simplemente insólita. Por otra parte, y en lo relativo a su carácter de teórico del derecho, la trayectoria de Nino llamaba nuestra atención, como estudiantes de la filosofía del derecho que éramos, por el valor que le otorgábamos al hecho de que él –junto con algunos otros pocos miembros del llamado ―grupo Gioja‖-[1] hubiese optado por vincular a dicha rama de la filosofía con problemas propios de la vida política cotidiana. En efecto, Nino fue de los más destacados miembros del grupo que eligió abrirse de los estudios de lógica jurídica entonces predominantes, para empezar a especializarse en cuestiones relacionadas con la ética práctica, la filosofía moral y la filosofía política. Tal decisión, que implicó una escisión significativa dentro del grupo de los estudiosos de la filosofía analítica, conllevó también una apuesta importante a nivel político. El país vivía por entonces momentos de dictadura y represión, que daban un sentido y un valor especial a la opción que ellos tomaban, y que implicaba aprovechar el instrumental y la potencia analítica de la filosofía jurídica para reflexionar críticamente sobre temas de interés público. Con el final de la dictadura y la llegada de la democracia, una parte importante de entre los miembros del grupo de ―los filósofos‖ tradujo dicha opción teórica en otra de carácter directamente político. Varios de aquellos filósofos, entonces, establecieron lazos estrechos con el nuevo gobierno democrático, y en particular con quien pronto se convertiría en el nuevo Presidente argentino, el recordado Raúl Alfonsín. Ya con Alfonsín en el poder, Genaro Carrió comenzó a desempeñarse como presidente de la Corte Suprema; Eduardo Rabossi pasó a trabajar en la Secretaría de Derechos Humanos; mientras que Jaime Malamud y Carlos Nino se convirtieron en decisivos asesores de Alfonsín en todo lo relativo al juzgamiento de los líderes militares comprometidos con la comisión de abusos gravísimos. De esta colaboración resultaría el famoso ―Juicio a las Juntas,‖ tal vez el legado más extraordinario que la Argentina dejó a la historia contemporánea. En este terreno más propiamente político, la trayectoria de Nino también nos resultó sumamente atractiva. Y es que, a pesar de la obvia inexperiencia –o torpeza- que uno pudo atribuirle a Nino en su paso por las cercanías de la política, lo cierto es que su actuación en este terreno nos ayudó a ver, y a reconocer como necesaria, una dimensión moral fundamental que la política debía asegurar en todos los casos. La política no tenía por qué ser –como algunos la describían, como algunos todavía la viven- un ámbito en donde se suceden meras disputas de poder; un espacio distinguido por los intercambios de favores, la compra y venta de decisiones y votos, caracterizado por el engaño y traición. No. La política también podía relacionarse con hacer justicia, pensar la igualdad, y defender las libertades más básicas. De manera notable, Nino mostró, en su paso por la función pública, una actuación consistente con sus ideales teóricos. El Consejo para la Consolidación de la Democracia se convirtió, bajo su dirección, en un órgano deliberativo, en donde se convocaba a puntos de vista muy distintos para discutir sobre temas de interés común. Luego, se procuraba llevar las discusiones más importantes al resto del país, en donde se volvían a poner a prueba los frágiles acuerdos a los que se Página 22 había llegado puertas adentro. Nino fue, durante toda su gestión, un funcionario público de puertas abiertas, al que cualquiera podía acceder. Uno puede recordar entonces las convocatorias deliberativas que se hacían, al interior del Consejo, y que llevaban a que todos –todos- los integrantes del mismo, desde Consejeros Superiores hasta el personal de limpieza, se reunieran en la sala principal a escuchar y opinar sobre la marcha, posibilidades y dificultades que afrontaba el Consejo. Finalmente, creo que quienes trabajamos con él valoramos, sobre todo, las capacidades y actitudes de Nino como profesor y maestro. Rememoramos sus clases riquísimas, complejas, interminables, que inequívocamente excedían la hora de término fijada por la Facultad. Celebramos, todavía, el modo mágico en que transformaba (tal vez sin saberlo) una pregunta mala o meramente obsecuente en un argumento poderoso, agudísimo. En la Universidad especialmente, Nino ponía en plena acción al docente-filósofo convencido del valor supremo del diálogo. Para quienes lo acompañábamos en sus clases era fascinante escucharlo, entonces, comprometido en una discusión, nunca dispuesto a soltar el argumento, siempre decidido a seguir la discusión hasta el final, hasta que su contrincante –otro profesor de su categoría o un estudiante recién ingresado en la carrera, daba lo mismo- se declaraba vencido, quedaba persuadido por la retórica de Nino, o se rendía simplemente agotado. De modo muy especial, todos nosotros veneramos –hasta llevarlo a la categoría de mito- al famoso ―Seminario de los Viernes,‖ repetido año tras año tras año. Se trataba de un encuentro de puertas abiertas, que organizábamos en el Instituto Gioja de la Facultad de Derecho, y en donde leíamos y discutíamos, sedientos de conocimiento y curiosidad, los textos que Nino traía fotocopiados, como inmensos tesoros, luego de sus largos viajes por el exterior. En el mítico seminario, cualquiera podía entrar y participar libremente. Nino iniciaba cada sesión con extensos y complejos resúmenes del texto asignado, y luego todos pasábamos a discutirlo. Nino era para nosotros, entonces, un abogado que no ejercía la profesión, sino que se dedicaba a reflexionar sobre el derecho; un filósofo analítico que había abandonado la lógica jurídica a favor de la filosofía práctica; un asesor político cuya misión no había sido la de promover, como tantos, una política de amigosenemigos, sino la de abrir para las teorías de la justicia un lugar en la política. Esa posibilidad de vincular a la propia vida con la vida de los demás –esta posibilidad de vincular lo personal con lo político- resultaba para muchos de nosotros extraordinaria. Nino era la promesa de una vida posible, en donde el lugar de trabajo no iba a pasar a ser el sitio de la degradación y alienación que Marx describiera en sus escritos tempranos, sino justamente lo contrario, un lugar de realización personal, en donde podíamos encontrar, o al menos creer, que lo que hacíamos tenía sentido, encerraba un valor público, resultaba relevante para la propia vida y la de los demás. II Uno de los hechos que más valoramos, del haber estudiado y colaborado con Nino, fue el de poder reconocer la cantidad de puentes que existían entre aquello que leíamos y discutíamos, y la política que entonces nos rodeaba. A través del Página 23 estudio de la filosofía contractualista de John Rawls aprendimos, por caso, que la política debía pensarse desde ―el punto de vista de los más desfavorecidos‖ (una frase notable que, notablemente también, el presidente Alfonsín terminó repitiendo de modo insistente en sus discursos de barricada). En su ―Teoría de la Justicia,‖ Rawls nos enseñaba que no había razones para considerar ―justo‖ a un acuerdo que sólo fuera reflejo de la correlación de fuerzas dominante en un determinado momento –reflexión de enorme importancia, en nuestros años 80. Estudiamos entonces, también, teoría democrática, y desde allí entendimos que las normas no podían reclamar ―validez‖ a partir de su mera ―vigencia,‖ o por el mero hecho de contar con el respaldo de la fuerza. Las normas, para ser válidas, debían ser el resultado de una discusión entre iguales, y en la medida en que no lo fueran –y cuanto menos lo fueran- perdían valor democrático. A partir de tales estudios aprendimos a reconocer el sentido de la deliberación pública; aprendimos que democracia era mucho más que votar; que para hacer leyes (válidas) no bastaba, meramente con que unas cuantas personas electas popularmente alzaran la mano al mismo tiempo; aprendimos que la participación política tenía un valor y un sentido que no eran meramente simbólicos o expresivos: aprendimos que la participación política no era un hecho meramente deseable, sino directamente una condición de la validez de las leyes dictadas. Por eso, también, desconfiamos de la ciencia política ―realista‖ que le otorgaba el honorífico título de ―democrática‖ a cualquier sociedad en donde se votara y se respetaran a grandes rasgos algún manojo de derechos básicos. De modo significativo, aquella misma línea teórica –vinculada con la compleja idea de una ―concepción epistemológica de la democracia‖- fue, de manera no sorpresiva, la que utilizó Nino, y luego el Congreso de la Nación, para considerar directamente nula la autoamnistía dictada por el general de la dictadura Bignone amnistía con la que se quiso favorecer a quienes habían cometido los peores abusos sobre los derechos humanos de la población. Otra vez, para todos nosotros, la teoría que estudiábamos ganaba vida y sentido. Teníamos la sensación de que hacíamos filosofía no por deporte o mero profesionalismo: hacer filosofía seguía siendo una manera de cambiar el mundo. Luego el igualitarismo. Todos los que trabajamos largo tiempo con Nino terminamos comprometidos con el igualitarismo político que conocimos leyendo a Ronald Dworkin o a Gerald Cohen. Vimos, entonces, de qué modo esa postura igualitaria era consistente con una teoría de la justicia como la de Rawls; a la vez que aparecía como precondición de la teoría democrática que pregonábamos. Cuál era el sentido, sino, de pensar en actores comprometidos con la deliberación, si ellos no tenían lo suficiente siquiera para subsistir? Cómo podíamos defender la centralidad del diálogo público, si no contábamos con ciudadanos que estuvieran de pie por sí mismos, en condiciones vitales, sanitarias, motivacionales, apropiadas, que los ayudaran e inspiraran a entrar en política? Estudiamos con cuidado la teoría consensualista de la pena elaborada por el propio Nino -una teoría enmarcada por principios básicos de justicia- y con ella empezamos a imaginar cuáles eran las formas de reproche que correspondían para quienes había actuado en violación grave de los derechos de los demás. Fueron este tipo de lecturas las que nos ayudaron a pensar y concebir el derecho Página 24 como un medio por el cual aún el más poderoso podía verse en la obligación de sentarse en el banquillo de los acusados, como uno más, como cualquiera de todos nosotros. Y finalmente, y sobre todo (al menos éste fue mi caso) estudiamos Ética y derechos humanos, un libro que resumió como ninguno de sus otros trabajos, lo mejor de las reflexiones de Nino sobre derecho, moral y política. Escrita en torno al principio de la autonomía personal, esta obra nos proveyó de defensas firmes contra las corrientes perfeccionistas y autoritarias tan comunes en el mundo académico, tan habituales en la historia constitucional latinoamericana, y tan propias de la vida política argentina. Desde entonces, nunca volvimos a discutir de la misma manera temas como los vinculados con la igualdad de género, los derechos de los homosexuales, o la defensa de las minorías culturales. Se trataba, en definitiva, de un cuerpo teórico robusto, consistente, con partes que parecían articularse sólidamente unas con otras, piezas que encajaban entre sí de modo casi perfecto. Porque defendíamos la igual dignidad de las personas y la autonomía personal, rechazábamos el perfeccionismo moral y el elitismo político. Desde allí montábamos una defensa particular de la democracia, basada en la confianza sobre las capacidades de la ciudadanía y la discusión pública. A la vez, la teoría democrática que propiciábamos demandaba precondiciones sociales muy exigentes, que nos llevaban a pensar en teorías de justicia distributiva también robustas. Como último recurso, considerábamos una teoría penal que no tenía como paradigmas al miedo y a la represión, sino a la reflexión y el convencimiento de aquel que era objeto del reproche colectivo. La buena noticia es que hoy, luego de varios años de la muerte de Carlos Nino, somos muchos los que seguimos convencidos de que en aquellas enseñanzas había núcleos de verdad imperecederos. Por eso seguimos pensando que la política no es pura negociación a escondidas; que la democracia no es sólo votar; que la justicia penal no tiene que ver con ―meter presa‖ a más gente; que la justicia social de ningún modo queda satisfecha cuando se distribuyen derechos como si fueran privilegios o dádivas. Llegados a este punto, me pregunto, solamente, cómo podremos reconocerle, alguna vez, lo que aprendimos de su trayectoria como filósofo, como asesor político, como docente? En qué currículum podremos citar las conversaciones que teníamos en el Consejo para la Consolidación de la Democracia, o en el Centro de Estudios Institucionales, alrededor de la misma mesa, comiendo facturas, muertos de risa? No tengo dudas de que ninguno de nosotros, graduados aquí y en el exterior, con diplomas de esto y aquello, aprendió tanto sobre la moral, el derecho y la política como en aquellos días de discusiones irreverentes, interminables, inolvidables. [1] Me refiero al grupo de filósofos del derecho que participó del siempre recordado seminario de Ambrosio Gioja, en la Facultad de Derecho de la UBA. Página 25