Caperucita Roja en el siglo XXI. Todos conocéis el famoso cuento de Caperucita Roja. Sí, esa niña dulce y mimada a la que le consentían todo tipo de caprichos, pues este cuento es una versión de esa Caperucita Roja inspirada en la etapa de violencia de género que, desgraciadamente, estamos viviendo. Érase una vez una niña de unos catorce años llamada Caperucita que vivía en Manhattan en una de las caras de Central Park a la que le encantaba estar con el ordenador, ver la tele, salir con sus amigas etc. Un día Caperucita estaba metida en el tuenti hablando con una compañera del instituto, cuando su madre entró en la habitación y le mandó que fuera a ver a su abuela y que aprovechara para darle una caja de pastillas que necesitaba para la jaqueca y de paso intentara arreglarle la lavadora. Caperucita, un poco enfadada y con un mal tono le contestó, ya voy mamá espera, que ya estoy cerrando. Caperucita estaba dispuesta a salir por la puerta, cuando su madre le dijo: “ten cuidado hija y no hables con desconocidos”, -qué si mamá, contestó muy segura y con retintín. Cuando iba a la altura del parque, andando tan tranquila, un lobo con cara de humano y muy atractivo, se le acercó y empezó una conversación. Caperucita pensó que un hombre lobo con la edad que aparentaba de unos quince o dieciséis años no podía hacer nada malo, pero, por desgracia, se equivocaba. Iniciaron un diálogo: - Buenos días, ¿sabes que ir sola por esta zona del parque es muy peligroso? dijo el lobo con voz inquietante. - Caperucita contestó, lo sé, solo voy de paso hacia casa de mi abuela a darle unas pastillas para la jaqueca y para arreglarle la lavadora. Vive en la otra cara de Central Park. - El lobo, sacándole cada vez más información, le preguntó: ¿cómo es la casa de tu abuela? Ella contestó: - Pues es preciosa, en la entrada hay un enorme jardín con grandes plantas, un arco en la puerta y un gran balcón. Se ve a simple vista, es enorme. Caperucita no se daba cuenta, pero estaba dando demasiadas pistas al lobo de adónde iba y de cómo era la casa de su abuela, pistas que aunque no lo parecieran irían en perjuicio de ella. El lobo le dijo: - ¿Hacemos una apuesta? - Caperucita, insegura, pero a la vez curiosa, aceptó, y el lobo comenzó a explicar. - La apuesta consta de esto, para empezar tienes que saber que es una carrera, el primero que llegue a la casa de tu abuela tendrá una recompensa, si ganas tú me marcharé como si no te conociera. Pero si gano yo... dejémoslo, ya lo sabrás, seguro que te gusta, venga tu hechas por el camino por el que vas y yo por el más largo, por lo bajini el lobo con voz maliciosa comenzó a reír. El astuto lobo, mintió a la niña y tomó el más corto, ¡cómo no! Cuando llegó a la casa de la abuela llamó a la puerta y, haciéndose pasar por un electricista, consiguió entrar. Pasado un rato, el lobo salió de la habitación donde se encontraba la lavadora pero sin arreglarla, al salir de la habitación, en una esquina de la casa, entre la cocina y el salón se acercó a la abuela y de un bocado se la comió. No esperó ni un momento. Al cabo de unos quince minutos llegó Caperucita. Al ver que no había nadie en la puerta pensó que había ganado. Mientras tanto, el lobo registraba los armarios, por si encontraba algo que le interesara, pero nada, no tuvo suerte, entonces se escondió. Al entrar Caperucita en la casa y acercarse al salón para saludar a su abuela observó que no hay nadie, se asomó entonces a la cocina pero tampoco la ve, se recorrió toda la casa y no había rastro de su abuela. Muy preocupada, decidió ir a la comisaria y llamar a su madre, para averiguar lo ocurrido. En ese momento, un gran ruido en el interior de la casa llamó la atención de Caperucita, así que corriendo acudió a la habitación y vio a aquel joven lobo tranquilo, sonriente disimulando sus intenciones. El joven y atractivo lobo empezó a presionar, y a acercarse a la joven. Caperucita se sentía cada vez mas incomoda y preocupada por su abuela. De repente le preguntó ¿cómo has conseguido entrar en casa de mi abuela? El lobo se hizo el sordo pero la niña insistió hasta que al final terminó contándoselo. ¡Se había comido a su abuela! La niña muy triste empezó a llorar desconsolada, la había engañado y traicionado. Pero lo peor faltaba por llegar porque el lobo, sin piedad, al ver que estaban solos empezó a sobrepasarse con ella, y Caperucita cada vez se sentía más incómoda, hasta que el lobo la forzó. Dolorida y asustada consiguió escapar hasta la comisaría más cercana, allí denunció los hechos y llamó muy arrepentida a su madre. Llorando en sus brazos, prometió no volver a hablar con desconocidos en su vida. Su madre la consoló y le explicó casos similares y formas de prevenir las agresiones y falta de respeto hacia la mujer. Pero esta historia no termina aquí, el lobo todavía tenía a su abuela en la barriga así que la policía llegó a la casa, lo detuvieron, y antes de que se lo llevaran al coche policial, un jardinero de Central Park sacó a la abuela de un tijeretazo. El lobo dijo por lo bajo a Caperucita: ¿A qué te he recompensando bien? Caperucita triste y avergonzada bajó la mirada y sin contestar se dio media vuelta y abrazó a su madre. Al lobo lo encerraron en la celda más pequeña privado de toda libertad. La abuela, la madre y Caperucita medio contentas se fueron a la casa. Acabado el fin de semana Caperucita llegó al insti y contó lo que le había pasado e intentó que sus compañeras comprendieran que no se pueden dejar influir por un desconocido, por atractivo y buena persona que parezca. Caperucita estuvo muy mal durante un tiempo, y fue una de las niñas que con catorce años tuvo muchos prejuicios por culpa de aquella mañana de un sábado donde se jugó la vida por culpa de un “hombre lobo” con mente primitiva y que no respeta la libertad de los demás. Al cabo de un tiempo su madre la apuntó a unas terapias de grupos para superar los prejuicios y temores, consiguiendo superar tan dura experiencia y crecer feliz, contenta y segura. Candela Ortiz Delgado. 1º B, nº 20.