Los dos demonios polacos: la masacre de Katyn Otra vez sopa importada La masacre de oficiales del ejercito Polaco en Katyn, utilizada como propaganda anticomunista hasta nuestros días, fue en gran medida una revancha stalinista, que solo es comprensible en un contexto y un tiempo histórico. El muerto pope de la iglesia Romana, Juan Pablo II y el movimiento político conservador europeo que en gran medida lideró; ocultó tantas masacres capitalistas (en el mundo entero) como le fue posible; y es el principal artífice de la primera y original versión europea de “los dos demonios”. La victoria política de Solidaridad sobre el régimen pro-soviético polaco, cuyo resultado mas evidente a la fecha es la transformación del Estado Polaco en un instrumento servil de la OTAN y el pentágono, es saludada como la segunda y definitiva liberación de Polonia. La nueva historia oficial, la del revisionismo eurocéntrico y burgués transnacionalizado, es una completa invención, que recorta los hechos a la medida del relato religioso-nacionalista. OTANista al fin. Destinado a conmover la subjetividad del televidente, lector o interprete desinformado. Consumidor de propaganda ideológica siempre, en todos los casos. Los intereses estadounidenses, luego de la segunda guerra, no hicieron otra cosa que elevar la crónica de la tragedia de los oficiales del ejercito Polaco en Katyn, al grado de mito de la propaganda anticomunista. Pero ¿que dijo (y que dice hoy) la maquinaria de guerra estadounidense de los más de cinco millones de combatientes antifascistas torturados y asesinados por el fascismo financiado e instigado por Ford Company o IBM?. Ni una sola palabra excepto ignorarlos y llegado el caso ridiculizarlos. Antifascistas Españoles, Ucranianos, Búlgaros, Checos, Yugoslavos, Rumanos, Lituanos, Estonios, Italianos, Turcos, Africanos... no forman parte de la narración burguesa de los acontecimientos. La guerra resulta entonces un simple capricho de tiranos. El neoperonismo argentino en sus variantes jurásica y posmoderna, alineado absolutamente con la política jesuita del vaticano, olvida mencionar que Polonia era el país con la mayor población de ciudadanos de cultura hebrea de Europa, y que el Vaticano, no por casualidad, bendijo las armas hitlerianas y saludó la ocupación nazi. Olvida mencionar también, la tradición antiobrera del ejercito Polaco. Desestima en gran medida el horror nazi sobre la población civil, igualándolo con los fusilamientos de oficiales militares. Olvida también, cualquier acontecimiento anterior al reparto militar de Polonia. El ejercito polaco En gran medida reorganizado y coordinado por ex miembros de la autocracia zarista y del régimen alemán en descomposición, junto con la alta “oficialidad” de las iglesias cristianas, romana y ortodoxa hacia el final de la primer gran guerra; la principal tarea del ejercito polaco hasta la ocupación nazifascista de Polonia; había sido la de servir como fuerza patronal de represión contra los levantamientos obreros; contra la enorme población judía escapada de los pogroms zaristas, y en especial luego, a partir de 1917, contra la Rusia soviética. El ejercito Polaco era un ejercito “blanco”, contrarevolucionario y germanofilo. Stalin no dudo que; puestos en situación de elegir, los oficiales se integrarían al ejercito nazi, aún cuando el grueso de las compañías de soldados polacos pasara a formar parte del ejercito rojo. En la retirada de Polonia, luego del avance alemán sobre el frente ruso a partir de 1940, el totalitarismo stalinista consideró estratégico, eliminar los mandos naturales de un ejercito estructurado para la contrarrevolución interna y externa. Seguramente Rosa Luxemburgo hubiera tenido mucho que decir sobre todo aquello, sin embargo la rosa polaca del socialismo mundial, no logró sobrevivir a la traición socialdemócrata alemana de 1919. Aún sin saberlo entonces, sin embargo, adelanto con insuperable lucidez, un asunto que seria tema de controversias interminables en el movimiento obrero mundial durante todo el siglo XX; el de la autodeterminación de los pueblos y de las nacionalidades. Los hechos antes del 39 Stalin como decíamos, consideraba un asunto personal ocupar Polonia, y reivindicar militarmente su nombre, luego de la derrota (casi por corresponsabilidad completa del propio Stalin), de la ofensiva soviética de 1920 sobre Varsovia. Las versiones nacionalistas, religiosas, Estadounidenses y nazifascitas de los acontecimientos, le otorgan un lugar irreal a la resistencia nacional polaca, cristina y de derechas durante la ocupación. Ninguna persona que haya perdido un familiar en aquellos sucesos podrá sin embargo, relativizar lo ocurrido. Como dijo Ernesto Guevara.... “comprendimos perfectamente que vale más la vida de un solo ser humano, que todas las propiedades del hombre mas rico de la tierra...”1. Pero la guerra es el limite de lo racional, la frontera trágica de la política, y no puede ser interpretada con los ojos del cobarde que haciéndose pasar por pacifista, solo cumple con su servil trabajo de apologista del fascismo capitalista. La “guerra es guerra” o es un ensayo general para la tragedia social. Y la segunda guerra mundial, fue de todos los modos que se la mire, una guerra imperialista, contra la URSS y las democracias burguesas socializantes de Europa central. Una guerra mundial contra paz socialdemócrata y el socialismo. La masacre de Katyn es un episodio dramático, se trata en realidad, nadie debe, ni puede negarlo, de una serie de brutales crímenes de guerra, que sin embargo a la luz de los crímenes fascistas de los más que quince millones de civiles y militares desarmados, asesinados por el fascismo en Europa, no dejan de ocupar una muy pequeña parte de la enorme lista de masacres europeas de guerras y entre guerras. Quizás la peor tragedia del stalinismo, fue la de hacer de la mentira ritualizada todo un sistema de creencias. Mentira y terror abierto o subterráneo, que con el hambre y el frió como condición permanente, transformaron al entonces llamado comunismo de guerra, en una guerra encubierta primero y mas tarde abiertamente declarada, contra el propio movimiento socialista ruso y mundial. Apuntamos entonces aquí, algunos pasajes de uno de los fundadores de la internacional soviética, Víctor Serge, a quién nadie podrá confundir con un burócrata o un apologista del régimen jacovinista de Stalin. Solo para señalar algunos antecedentes soviéticos en Polonia, no casualmente completamente ignorados por la propaganda de guerra permanente del capitalismo transnacionalizado contra los pueblos del mundo. _____ “La revolución alemana abre la fase siguiente, la de la lucha internacional (o más concretamente, la de la defensa armada -defensa agresiva en ciertos momentos- del hogar de la revolución internacional). En 1919 se forma la primera coalición contra la República de los Soviets. Pareciendo a los aliados insuficiente el bloqueo, fomentan la formación de Estados contrarrevolucionarios en Siberia, en Arkhangelsk, en el Cáucaso. Durante el mes de octubre de 1919, al finalizar el año II, la República, asaltada por ejércitos blancos, parece estar a punto de sucumbir. Kolchak avanza sobre el río Volga; Denikin, después de invadir Ucrania, avanza sobre Moscú; Yudenich avanza sobre Petrogrado, apoyándose en una escuadra inglesa. Un milagro de energía da la victoria a la revolución. Continúan reinando el hambre, las agresiones, el terror, el régimen heroico, implacable y ascético del “comunismo de guerra”. Al año siguiente, en el momento en que acaba de decretarse el fin del terror, la coalición europea lanza a Polonia contra los Soviets. El Ejército rojo llega al pie de las murallas de Varsovia, en el momento mismo en que la Internacional Comunista celebra en Moscú su segundo congreso, y alza sobre Europa la amenaza de una nueva crisis revolucionara. Termina este período en los meses de noviembre-diciembre de 1920 con la derrota de Wrangel en Crimea y con la paz con Polonia. Parece haber terminado la guerra civil, pero el levantamiento de los campesinos y la insurrección de Cronstadt ponen brutalmente de manifiesto el grave conflicto entre el régimen socialista y las masas del campo.” 2 “El II Congreso de la Internacional Comunista continuó sus trabajos en Moscú [...] Los trabajos gravitaron en torno a tres cuestiones y una cuarta, más grave aún, que no fue abordada en las sesiones.[...] La cuarta cuestión no estaba en el orden del día; nadie podría encontrar su rastro en las actas; pero yo vi a Lenin discutirla con calor, rodeado de extranjeros,en una pequeña sala cercana a la gran sala artesonada de oro del palacio imperial; habían relegado ahí un trono y habían tendido sobre la pared, al lado de aquel mueble inútil, un mapa del frente de Polonia. Crepitaban las máquinas de escribir. Lenin, vestido de chaqueta, con la cartera bajo el brazo, rodeado de delegados y de mecanógrafas, comentaba la marcha del ejército Tujachevski 3 sobre Varsovia. De excelente humor, creía firmemente tener la victoria en la mano. Karl Radek, delgado, simiesco, sarcástico y divertido, añadía mientras se ajustaba el pantalón demasiado grande que siempre le resbalaba por las caderas: «¡Habremos destrozado el tratado de Versalles a bayonetazos!» (Supimos un poco más tarde que Tujachevski se quejaba del agotamiento de sus fuerzas y del alargamiento de sus vías de comunicación; que Trotsky estimaba que esa ofensiva era demasiado apresurada y arriesgada en aquellas condiciones; que Lenin la había impuesto en cierto modo enviando a Racovski y a Smilga a título de comisarios políticos ante Tujachevski que, a pesar de todo, hubiese tenido éxito según todas las apariencias si Voroshilov, Stalin y Budienny, en lugar de sostenerla, no hubiesen tendido a asegurarse una victoria propia marchando sobre Lvov. Bruscamente, a las puertas de Varsovia cuya caída se anunciaba ya, fue el fracaso. Con excepción de algunos estudiantes y de algunos obreros –raros–, los campesinos y los proletarios de Polonia no habían secundado al Ejército Rojo. Yo quedé convencido de que los rusos habían cometido un error psicológico literalmente enorme al nombrar para gobernar Polonia un comité revolucionario polaco del que formaba parte, con Marshlevski,4 el hombre del Terror, Dzerzhinski. Yo sostenía que en lugar de levantar el entusiasmo de la población, ese nombre lo congelaría. Eso fue lo que sucedió. Una vez más, la expansión de la revolución hacia el Occidente industrial fracasaba. Lo único que le quedaba al bolchevismo era volverse hacia Oriente. […] justo después del II Congreso de la Internacional en septiembre-octubre de 1920 […] El fracaso de la ofensiva sobre Varsovia significa, aunque muchos no lo vean, la derrota de la Revolución rusa en la Europa central.[…] Me sentí aterrado. Zinoviev creía así en la inminencia de una revolución proletaria en Europa occidental. ¿No creía así Lenin en la posibilidad de levantar a los pueblos de Oriente? A la asombrosa lucidez de esos grandes marxistas empezaba a mezclarse una embriaguez teórica que lindaba con la ceguera. Y el servilismo empezaba a rodearlos de estupidez y de bajeza. Yo había visto, en los mítines del frente de Petrogrado, a jóvenes arribistas militares de correajes nuevos bien bruñidos hacer enrojecer a Zinoviev, que bajaba la cabeza molesto, asestándole en pleno rostro las más estúpidas zalamerías: “¡Venceremos! –gritaba uno de ellos– porque nuestro glorioso jefe, el camarada Zinoviev, nos lo ordena!”. Un camarada ex presidiario mandó hacer para un folleto de Zinoviev una lujosa cubierta a colores, dibujada por uno de los más grandes artistas rusos. El artista y el ex presidiario hicieron juntos una obra maestra de bajeza. El perfil romano de Zinoviev, proconsular, aparecía en un camafeo rodeado de emblemas. Le trajeron la cosa al presidente de la Internacional que les dio las gracias cordialmente y me llamó en cuanto ellos salieron. “Es de un mal gusto increíble –me dijo Zinoviev embarazado–, pero no he querido ofenderlos. No deje que impriman más que una pequeña cantidad y haga una cubierta muy simple.” Me mostró otro día una carta de Lenin, que, hablando de la nueva burocracia, decía: “toda esa canalla soviética…”. A esta atmósfera, la permanencia del terror añadía a menudo un elemento de intolerable inhumanidad. Si los militantes bolcheviques no hubieran sido tan admirablemente sencillos, impersonales, desinteresados, resueltos a superar todo obstáculo para cumplir su obra, hubiese sido cosa de desesperarse. Pero su grandeza moral y su valor intelectual inspiraban en cambio una confianza sin límites. La noción del doble deber se me presentó entonces como esencial y nunca más habría de olvidarla. El socialismo no debe ser defendido únicamente contra sus enemigos, contra el viejo mundo al que se opone, debe defenderse también en su propio seno, contra sus propios fermentos de reacción. Una revolución no puede considerarse como un bloque a menos que la veamos de lejos; si la vivimos, puede compararse con un torrente que acarrea a la vez, violentamente, lo mejor y lo peor y trae forzosamente verdaderas corrientes de contrarrevolución. Se ve conducida a recoger las viejas armas del antiguo régimen, y esas armas son de doble filo. Para ser servida con honestidad, debe ser incesantemente puesta en guardia contra sus propios abusos, sus propios excesos, sus propios crímenes, sus propios elementos de reacción. Necesita pues vitalmente la crítica, la oposición, el valor cívico de sus realizadores. Y bajo este aspecto, estábamos ya, en 1920, lejos de la perfección. La famosa frase de Lenin: “Es un inmenso infortunio que el honor de comenzar la primera revolución socialista haya tocado en suerte al pueblo más atrasado de Europa” (cito de memoria; Lenin lo repitió varias veces), volvía constantemente a mi memoria. En la Europa ensangrentada, devastada y profundamente embrutecida de aquel tiempo, era evidente sin embargo para mí que el bolchevismo tenía razón prodigiosamente. Marcaba un nuevo punto de partida en la historia. Que el mundo capitalista, después de una primera guerra suicida, era incapaz de organizar una paz verdadera, era cosa evidente; que fuese incapaz de sacar de sus mejores progresos técnicos con qué dar a los hombres un poco más de bienestar, de libertad, de seguridad, de dignidad, no era cosa menos evidente. La revolución tenía pues razón contra él; y veíamos el espectro de las guerras futuras poner en tela de juicio a la civilización misma, si el régimen social no cambiaba pronto en Europa. En cuanto al jacobinismo temible de la Revolución rusa, me parecía ineluctable. Veía en la formación, igualmente ineluctable, del nuevo Estado revolucionario, que empezaba a renegar de todas sus promesas del comienzo, un inmenso peligro. El Estado se me presentaba como un instrumento de guerra y no de organización de la producción. Todo se realizaba bajo pena de muerte, pues la derrota hubiera sido para nosotros, para nuestras aspiraciones, para la nueva justicia anunciada, para la nueva economía colectiva naciente, la muerte sin frases –¿y después qué? Yo concebía la revolución como un vasto sacrificio necesario al porvenir; y nada me parecía más esencial que mantener en ella o recobrar en ella el espíritu de libertad.” 5 Notas 1. Ernesto Guevara. Discurso del 20 de agosto de 1960. Obras 1957-1967. Tomo II. Casa de las américas. La Habana. Cuba. 2. Victor Serge. Año 1 de la revolución. 1929. 3. Mijail Nikolaievich Tujachevski (1893-1937), nombrado comandante en jefe el 3 de agosto de 1920, llevó la ofensiva contra Polonia a 30 km de Varsovia, pero hubo indisciplina en el mando del frente Sudoeste (Alexandr Ilyich Egorov, 1883-1939): ataque de Lvov el 13 de agosto de 1920 por Klimenti Efremovich Vorochilov (1881-1969) y Semion M. Budienny (1883-1963). Ambos hombres «para todo» de Stalin; para poder superar a Tujachevski, cuando la batalla del Vístula (14-17 de agosto) fue obligado a pedir el retiro. 4. Julian Marshlevski (llamado Karski, 1866-1925) presidió el REVKOM, comité revolucionario provisional polaco, creado el 2 de agosto de 1920 instalado en Bialystok, tomada por el Ejército Rojo. 5.Victor Serge. Memorias de un revolucionario. 1943.