El legado poético de Carmelina Soto Valencia Nelson Romero Guzmán, premio nacional de poesía del Ministerio de Cultura No escribí nunca la canción que dura. Carmelina Soto Carmelina Soto Valencia (2015). Poesía reunida. Estudio, edición y notas: Carlos A. Castrillón, Yeni Zulena Millán y Luis Fernando Suárez. Pereira: Sello Editorial Red Alma Mater, Sistema Universitario del Eje Cafetero (SUEJE). Un libro de 450 páginas es el resultado de la generosa labor de tres profesores investigadores de la Universidad del Quindío, para dar cuenta de la Poesía reunida de la poeta colombiana Carmelina Soto Valencia (Armenia, 1916-1994). Leer este trabajo de Carlos Alberto Castrillón, Yeni Zulena Millán Velásquez y Luis Fernando Suárez Arango en torno a Carmelina Soto, suscita en mí inquietantes reflexiones alrededor de la tradición de la poesía colombiana. Por ejemplo, que los grupismos iniciados en Colombia desde la Colonia y con vigencia hasta los años 70 del siglo XX con la llamada “Generación de la pobreza”, han sesgado la crítica y la lectura de nuestra poesía, tanto que el término de “insularidad” hizo carrera para referirse a los poetas que no tienen cabida en determinado grupo o movimiento. Parece que estos prejuicios cerraran la posibilidad de ver más allá de lo establecido, por lo que se han convertido en una forma de ver y estudiar la tradición. Hoy por hoy, aún se sospechan desaforadamente esos acomodos enmascarados alrededor de pequeños grupos de bagatela que buscan a la fuerza acaparar la mirada del público, reclamando a toda fuerza su atención. Por la misma vía, trabajos tan importantes como este sobre Carmelina Soto, dejan en entredicho los “estudios” y antologías que desde la oficialidad se han hecho sobre la poesía colombiana, por lo mismo que la visión panorámica y la crítica han sido recortadas por la mirada “grupista”, con soporte cronológico a veces anacrónico. En parecidas circunstancias, y por las anteriores razones, se podría concluir que la mirada que hasta hoy hemos hecho de la tradición de la poesía colombiana resulta incompleta y requiere revisarse por otras vías que permitan franquear los modelos de lectura, a veces con intenciones más historiográficas que estéticas. Este malestar de que algo anda incompleto entre nosotros, salta a la vista cuando leemos los mejores poemas de Carmelina Soto en el recorrido por sus pocos y breves libros agrupados en esta publicación de su Poesía reunida. Y si a un mundo de injusticias le sumamos la injusticia poética, es algo que también nos duele. Así ha pasado con un buen número de poetas colombianos, sobre los cuales hay que levantar el velo y alzar el grito de júbilo porque se pongan en el lugar que deben estar. Y esto se logra con trabajos como del que se ocupa esta reseña, que se detienen sobre autores en particular, con el esmero con que lo ha hecho el grupo de investigación en literatura de la Universidad del Quindío en su línea de “Relecturas del canon literario”, dirigido por Carlos Alberto Castrillón, un hombre siempre inquieto por temas y autores marginales, juicioso como escritor, poeta, investigador y traductor, quien siempre marcha al encuentro con tesoros ocultos en el ámbito de la literatura colombiana y latinoamericana. El caso de Carmelina Soto Valencia es el de una búsqueda incesante por afirmarse en un territorio propio. Sin embargo, hay que decirlo: la poesía de esta autora no está en toda su obra. Pero los poemas, no más de treinta, que la rescatan, resultan apenas suficientes para hablar de una mujer que, en su momento, hizo un lugar propio en la poesía colombiana; treinta, o un poco menos o un poco más, no importa, apenas los necesarios para referirnos a una poeta novedosa, que se valió de escasos símbolos con los que supo sortear poéticamente sus inquietudes estéticas: la rosa, la llama y el vino, con todos los atributos físicos que los sustentan y con las trasformaciones que los rodean, elevadas estas sustancias simples a mecanismos poéticos con hondos significados humanos que abarcan aristas profundas del mundo, con despliegues de energía poética hacia adentro y hacia afuera a la hora de crearles vida y movimiento propio. Con ellos habló de los temas eternos de la poesía: la vida, el amor y la muerte. Pero, sobre todo, a través de esos pocos elementos, resuma en la palabra una sencillez poderosa, elabora un tono poco común para el presente de la escritura de su tiempo, sumándole a estos logros la precisión ambigua que requiere la imagen para que pueda expandirse en el universo de los significados al encuentro con la plenitud del sentido poético. En esos pocos poemas se logra alcanzar lo que un poeta esperaría de su oficio: más allá de la apuesta a la aspirada belleza, el lugar que en todo lenguaje debe tener el sentir y el pensar en el decir poético, donde se da cita lo apenas justo y necesario. Logros que no se le pueden restar a la poeta por el hecho de que decaiga en la escritura de varios poemas, si se quiere, “flojos”; adjetivo fácil para ser descartada por un lector desprevenido. Y logros ya suficientes y necesarios para completar la lectura de la poesía colombiana en lo más más esencial de su tradición. El primer libro de la autora quindiana, Campanas del alba (1941), coincide con el movimiento de “Piedra y cielo” y, por supuesto, su escritura en este libro asume la lectura piedracielista en una actitud declamatoria, además que imita el tono, los temas y las palabras más recurrentes en los poemas de Eduardo Carranza y Jorge Rojas, principalmente, por lo que estamos hablando de un libro desafortunado. No así ocurre con la evolución de las búsquedas estéticas a partir de su segundo libro hasta la edición póstuma de La casa entre la niebla (2007), que cierra con textos de bastante madurez en el lenguaje. Carmelina Soto Valencia era una poeta que saltaba de la tradición a una poesía más moderna en la actitud frente a los temas y el modo de resolverlos en el lenguaje, despojado ya de obvias adjetivaciones. Hizo del soneto clásico una novedosa forma de desplazar sus premeditadas rimas, pero ritmando el colorido y el sentido de las palabras hacia fronteras inusitadas de la expresión. En los textos claves de su poesía esencial, se dan cita un tono más directo, una palabra más espontánea, a veces con asomos de ironía, con el uso de metáforas capaces de transformarse en novedosas imágenes que cristaliza el pensamiento hacia inéditas sugerencias. Leamos algunos poemas de esta autora: Canción del amor fugaz Cómo adoré tu gesto ilusionario, tu gesto sin igual, tu gesto de ceniza y de metal cómo adoré… Tú y yo en la vida, en la muerte, en la tormenta, entre la tempestad. Yo sedienta y hambrienta y arrecida. (S. O. S. de soledad a soledad) ¿Cómo no haber amado tu gesto ilusionario, si hacía tempestad y la noche en tu gesto estaba confundida, ilusoria y tenaz como la vida? Este recuerdo… Aurora boreal este recuerdo… hoja que al polvo vuelve y del polvo retorna irreductible… abisal… Así el amor que fue. Tu gesto de metal ¡cómo adoré! (S. O. S. de tempestad a tempestad) ¡Mentira! Como la hoja que en el viento gira y torna y vaga y treme y vencida y fugaz victoriosa y vencida el viento vengativo en su brazo robusto la levanta, así el amor que fue… ilusorio vario vano banal imaginario como en espejo ustorio repetido, así el amor que fue… (tu gesto de metal cómo adoré) Tu gesto distraído, tu dinástico gesto y el olvido que en tu gesto venía confundido. Tu gesto era tu voz que transcurría como un agua cantando hacia el olvido (y yo adoré tu gesto distraído). ¡Y era la eternidad! La del momento… eterno en su ansiedad y su osadía. —¿Oyes el S. O. S. hambriento que da mi soledad en la iracunda noche de tu noche y la mía? (Alegría… ¡Alegría! Ya todo lo perdimos. Podemos ir sin miedo entre la tempestad) Interpretación de los motivos del barro de Omar Khayyam I De pronto dijo un vaso con insólito impulso: —De mí todos se burlan porque nací torcido. Pues fue que al alfarero le tembló un poco el pulso y por tanto quien ría, primero se ha reído de aquel que soy substancia, medida y contenido. II —Hay un vaso torcido que se siente perfecto. A mí me ven correcto, pero me sé torcido. ¿Falla del alfarero? Salí favorecido porque puedo mirar más allá del aspecto y saber mi defecto por más que esté escondido. III —¿Soy barro o alfarero? Se pregunta otro vaso. —¿Soy barro algunas veces? ¿Soy otras alfarero? —Cuál de entre tantos vasos soy: ¿último? ¿primero? —¿Soy igual? ¿Soy distinto? ¿Soy obra del acaso? IV —Yo sé que no soy vaso perfecto, ni imperfecto. Pues voy torcido a veces por otras tantas recto. V Otro vaso reseco, sin ningún contenido, escucha rencoroso los diálogos y exclama: —Yo fui feliz tan sólo cuando no había nacido. Pues para ser un vaso, primero fui una llama. VI Otro replica al punto: —Yo espero un vino claro con el cual me colmaron en un lejano estío. Desde entonces me llenan y siempre estoy vacío y estoy siempre sediento del dulce vino avaro. Los amantes Los que se amaron deben quedar ciegos. Porque sus gestos sean sin sentido. Porque sus brazos giren sin gracia ni provecho. Como las tempestades… ciegos. Ciegos como banderas después de la victoria o como las espadas que están siempre desnudas y gloriosas. Qué rencor por los ciegos y por las tempestades. Y por los que creen que el amor es la hartura. Oídlo bien: El amor es el hambre. La casa entre la niebla Yo viví en una casa entre la niebla. Un aroma insistente de maderas y rosas me la recuerda. Rostros adolescentes creo que me aguardaban. Soñaba con esta casa bella. Soñaba y no sabía que soñaba. Inolvidable casa entre la niebla. Hoy no sabría encontrarla.