MITOS Y MUNDO MEDIEVAL EN LA OBRA DE LUIS ALBERTO DE CUENCA Isabelle Marc Universidad Complutense de Madrid isabelle.marc@filol.ucm.es TEXTO ................................................................................... 2 BIBLIOGRAFÍA ........................................................................14 DEBATE POSTERIOR ..............................................................16 MITOS Y MUNDO MEDIEVAL EN LA OBRA DE LUIS ALBERTO DE CUENCA Isabelle Marc Universidad Complutense de Madrid isabelle.marc@filol.ucm.es He soñado de nuevo con jinetes pesadamente armados. A lo lejos acampan. Vemos la humareda enorme de sus festines y sus grandes sombras. Sabemos que vendrán tarde o temprano, y ante su carga no valdrán las hachas ni las cobardes hoces, ni la astucia. Julio Martínez Mesanza, Europa. Viaje con nosotros a mil y un lugar y disfrute de todo al pasar y disfrute de las hermosas historias que les vamos a contar. La Orquesta Mondragón En la poesía de Luis Alberto de Cuenca se escucha galope de jinetes y ruido de lanzas; se vislumbran batallas y doncellas prisioneras; es una invitación a un viaje donde encontraremos a “Schrek 2001” y a “La amazona de Mordor” pasando por “Helena: Palinodia”. Y entre las frecuentísimas evocaciones a mundos míticos y/o fantásticos, la Edad Media parece flotar, como un aroma, a veces sutil, otras fortísimo, en toda la obra del autor. El propósito de estas páginas consiste precisamente en intentar explorar la presencia y el posible significado de lo medieval en la obra de Luis Alberto de Cuenca, más concretamente en su poesía. No obstante, y antes de empezar, conviene recordar que el objeto de estudio, además de poeta, ensayista, traductor y letrista, es filólogo y bibliófilo erudito y que su curiosidad intelectual se extiende a Roma, Grecia y Bizancio, a Oriente y Occidente, a Homero y los helenísticos, a Chrétien de Troyes y Raymond Chandler, a Hamlet y Conan, a Humphry Bogart y Gilgamesh, a la movida y la corte del Rey Arturo. Es más, la mitología y el mundo medieval, sus héroes, mitos y leyendas forman parte de sus temas predilectos. De modo que aquí va mi 2 humilde mea culpa anticipado, por los errores, los olvidos y las incomprensiones. La extensa obra de Luis Alberto de Cuenca, más allá de las diferencias obvias entre géneros, “constituye una textualidad compleja en constante diálogo que traduce una concepción unitaria del ejercicio literario como escritura, en el más puro sentido barthesiano” (Lanz, 2006: 25). Sin entrar en la función o las funciones de su escritura, existen constantes que pueden apreciarse en el conjunto de su producción, siendo precisamente una de las más visibles y comentadas la presencia de los mitos y la mitología. En uno de sus primeros ensayos, Necesidad del mito (1976), como su título indica, sostiene que los mitos son indispensables para el ser humano y que los grandes relatos míticos, en sus distintas formulaciones contemporáneas ―cómic, cine, ideologías―, siguen estando muy presentes en la actualidad. En el prólogo a la reedición de 2008, el autor afirma lo siguiente: Siempre he sido un enamorado del mito y de todo su entorno conceptual. Lo fui entonces [se refiere a la primera publicación], lo soy ahora y lo seguiré siendo siempre. Decía el gran Georges Dumézil que el pueblo que no tuviera mitos estaría muerto. Necesitamos los mitos para sentirnos vivos (Cuenca, 1976: 10). Esta cita confirma la relevancia del mito en la escritura luisalbertiana y, lo que es más importante para nuestro propósito, la relación afectiva que el autor establece con los mitos, y que describe en términos de enamoramiento eterno ―un enamoramiento que, de hecho, es el único que adquiere carácter de perennidad en su obra. Este amor innato del hombre por el mito ―del yo civil y del yo que escribe― puede observarse en toda su producción. Así, por ejemplo, ya desde su faceta como columnista, diecisiete de los textos de Señales de humo, colección de artículos breves publicados en el periódico ABC entre 1990 y 1998, se agrupan con la denominación de “Mitos”. En ellos se abordan temas dispares que responden a la definición clásica del mito, como Hero y Leandro o Lanzarote, o que configuran la mitología personal del autor, como la fíbula del jesuita Kircher, los piratas, los detectives privados o el cine de Sam Peckinpah. Asimismo, en Baldosas amarillas (2001), cuyo título hace referencia al camino que conduce al país de Oz, de Cuenca realiza un 3 recorrido por la literatura fantástica a través de algunos de sus mitos, como Gilgamesh o Drácula, y de sus creadores, como Moorcock o Madame d’Aulnoy. Todos estos relatos tienen en común su formulación literaria y la relación de afectividad que el autor mantiene con ellos. De estos textos breves se desprende que, además de la dimensión antropológica / sagrada del mito, lo que realmente interesa al autor es su plasmación literaria y sus efectos en la contemporaneidad y la lectura. La suya es, pues, una recepción admirada, deleitada y actualizada del mundo mítico, fantástico y legendario. Luis Alberto de Cuenca considera que, en nuestros días, la literatura, junto con el cine y el cómic, hereda las funciones del mito: aunque haya perdido su carácter sagrado y verdadero, sigue conservando su naturaleza de relato ejemplar y memorable. Así, en “El mito en el siglo XX” afirma que: Es evidente que el relato épico, la epopeya, prolonga el discurso del mito. […] Así, el camino que une al mito con la literatura moderna, a través de la leyenda y la epopeya, no es pródigo en innovaciones. […] Todo se reduce a un hecho incontestable: la angustia del hombre ante el tiempo que preside su pequeña odisea personal, y el deseo de acceder al Tiempo (con mayúscula) primordial en el que la muerte no ha sido aún inventada por los dioses (1995: 169). […] el poeta lírico también evoca en su poesía, como el novelista en sus novelas, el Tiempo sin tiempo de los orígenes. No hay duda, en suma, de que una de las funciones ―la más valiosa― de la literatura, prescindiendo de géneros, consiste precisamente en anular ese tiempo personal y terrible que nos va eliminando poco a poco, y en recobrar a cambio la intemporalidad de los comienzos. O, por lo menos, trata de coronar esos objetivos. Desde esta perspectiva, lenguaje mítico y lenguaje poético [literario] se confunden. Y ello sucede tanto en el siglo XX como en las ciudades estado sumerias o en la Grecia de Pericles (172). El mito ―la literatura― permite así, mientras dura la lectura, olvidar las limitaciones del ser de carne, la angustia de la muerte, la finitud. Una de las figuras míticas más fecundas en la obra de Luis Alberto de Cuenca es la del héroe, un héroe que posee mil rostros y reviste mil formas, que prodiga sus hazañas en mundos reales o imaginarios, en tiempos históricos o míticos, hace 3.000 años o en la actualidad. El mito heroico ejerce una auténtica fascinación en el autor, como se pone de manifiesto en El héroe y 4 sus máscaras, donde se reúnen veintidós textos que presentan las semblanzas de personajes históricos, míticos y/o literarios, desde Diyenís Acritas hasta Justiniano o san Luis, pasando por Julio César, Teodora, Arturo y Flash Gordon. De esta serie heterogénea de nombres propios se desprende que en la producción luisalbertiana el término héroe es utilizado en un sentido amplio, que hace referencia a un “hombre ilustre y famoso, o el que lleva a cabo una acción heroica, o el personaje principal de cualquier obra literaria” (Cuenca, 1991: 11). El héroe es, pues, un modelo, un arquetipo, un símbolo atemporal que se reencarna en Ulises o Tarzán y cuya función no es ser sino representar, “a modo de espejo de cuanto hay en nosotros de superior, de divino” (17). En un haiku de La vida en llamas, presenta el recorrido existencial del héroe en su quintaesencia: “Vivió. Murió. / Supo ser nadie y todos / al mismo tiempo” (Cuenca, 2006: 71). Este símbolo de fuerza, de desmesura, de valor, de superioridad casi divina pero ineludiblemente mortal, que encarna la lucha siempre frustrada del hombre por la eternidad, constituye uno de los temas predilectos del autor. El héroe (y la heroína) ejerce una auténtica fascinación sobre él, como filólogo y como poeta. En “Sonja la Roja” (la rival de Conan), el yo poético confiesa su “pasión” por estos personajes: Los querías tanto a los héroes, tanto soñabas con sus compañeras, que te parecía imposible que fuesen solo emblemas o símbolos para explicar el mundo. ¡Cómo quisiera que tuviesen ojos, labios y dientes, piernas, brazos! (El otro sueño (1987), en Cuenca, 1998: 135). En la galería del panteón heroico de Luis Alberto de Cuenca ocupa un lugar privilegiado la figura del caballero, ―Lanzarote, Perceval, el Príncipe Valiente―, el héroe medieval por excelencia, el protagonista de la los romans de caballerías y de las canciones de gesta. A lomos de su caballo, blandiendo su espada contra sus perversos enemigos y suspirando por su amada, el caballero andante constituye uno de los arquetipos privilegiados del autor. Esta predilección por el mundo heroico medieval se hace especialmente visible en su faceta como traductor. Así, junto a Carlos García Gual, ha 5 traducido El Caballero de la carreta, el roman de Chrétien de Troyes que narra la historia de Lanzarote, “el más valiente de los caballeros” (Cuenca, 1999: 91). Asimismo, es traductor del anónimo Cantar de Valtario, el poema latino medieval que narra las aventuras del héroe del mismo nombre y su amada Hildegunda. Suya es también la traducción de las poesías completas del trovador Guillaume d’Aquitaine, y edita y traduce la Historia de los reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth, uno de los textos fundadores de la muy heroica y muy medieval materia de Bretaña. Entre el ensayo y la edición se encuentra Floresta española de varia caballería (1975), un libro heterogéneo concebido como evocación y homenaje al mundo de la caballería medieval, dedicado a Adolfo de Roca, que no es otro que el Guerrero del Antifaz, famoso personaje de cómic patrio, caballero cristiano y español por antonomasia y uno de los héroes predilectos del autor. En la primera parte de la obra, desde un punto de vista a un tiempo personal y erudito, Luis Alberto de Cuenca ofrece dieciséis textos que exploran y analizan el mundo de la caballería; en la segunda, recoge el Libro de la orden de caballería, de Raimundo Lulio, el De los caballeros, de Alfonso X, y el Libro del caballero y del escudero, de don Juan Manuel, los libros de referencia en la materia. Vemos, pues, que en la producción no poética de Luis Alberto de Cuenca, la mitología, y en concreto los mitos heroicos medievales, constituyen un auténtico leitmotiv. Pero, ¿por qué esta predilección por el Medievo? ¿Qué es lo que atrae al filólogo helenizante a ese mundo de caballeros andantes, magos y dragones? ¿Qué es lo que desvía al autor del mundo mítico clásico para acercarlo a esos relatos de torneos y reconquistas? Es evidente, que la Edad Media que le interesa a nuestro autor no es la del tiempo histórico, sino la literaria, la que se desprende de romans, canciones y epopeyas. En su prólogo a Floresta española de varia caballería, Carlos García Gual nos da pistas para interpretar esta fascinación por la literatura medieval: Tal vez, en el fondo, el coeficiente común a esta larga literatura sea la nostalgia, el anhelo por la evasión a un mundo más allá de la economía. Por ese afán de rehuir la historia, que arruinaba a los hidalgos y arrumbaba a los héroes, la literatura caballeresca tendía a refugiarse en el mito. Y el mundo artúrico, 6 con su Tabla Redonda, su agorero Merlín, su Búsqueda del Grial, y tantas Aventuras y Maravillas, es el refugio mítico de una imaginación decepcionada por la realidad (1975: 14). Enlazando con la percepción luisalbertiana del mito, en esta cita pueden encontrarse algunas de las claves para entender la estética / escritura del autor: por un lado, el rechazo a la historia y a la “economía”, a lo real prosaico, y por otro, el recurso a la imaginación como medio para huir de dicha realidad mediante motivos míticos, especialmente mediante la figura del héroe. En el caso del héroe medieval, con Arturo y sus caballeros a la cabeza, al igual que Hércules o Jasón, sus hazañas se localizan in illo tempore (tiempo del mito, ahistórico), pero se desarrollan en una escenografía propia, en la que los torneos, las lanzas y las damas corteses sustituyen el decorado de faunos y dioses vengativos. Desde esta percepción idealizada y literaturizada, la Edad Media constituye uno de los últimos períodos históricos donde caben las aventuras míticas, un tiempo suficientemente alejado del logos en el que aún puede realizarse el mundo heroico. Si bien es cierto que Luis Alberto de Cuenca encuentra héroes y mitos en todas las épocas y en todos los lugares ―en Troya, Madrid y Nueva York, en el pasado homérico y en el futuro de la Guerra de las Galaxias―, la Edad Media representa un cronotopo ideal para situar a sus héroes favoritos. Veamos ahora cómo se articula la presencia de lo medieval en su poesía. LA POESÍA La poesía de Luis Alberto de Cuenca evoluciona del culturalismo y el hermetismo de sus dos primeros libros (Los retratos, 1971; Elsinore, 1972) a la aparente claridad de sus poemas a partir de La caja de plata (1985). Juan José Lanz se refiere a este cambio como un paso de la “estética de la oscuridad” a la “estética de la luz” (1991: 16-24). La estética de la oscuridad está marcada por el exotismo, visible en las coordenadas espacio-temporales y en los referentes culturales y míticos. Se trata de una poesía analógico-metafórica, con ecos vanguardistas, que transmite sensaciones y acumula referencias en estructuras abiertas. Después de Scholia (1978), un libro de transición que retoma los elementos anteriores pero que apunta ya a la nueva estética, La caja de plata (1985) supone una transformación de los elementos “oscuros” 7 precedentes en una estética de la claridad, “de lo matinal” (Lanz, 1991: 48), caracterizada por los elementos narrativos, las estructuras cerradas, la ironía y el distanciamiento, la inteligibilidad y la incorporación de lo cotidiano urbano junto con los referentes culturales de los primeros libros (22). Entre las dos etapas no existe una ruptura sino una transformación y una depuración que han hecho de Luis Alberto de Cuenca una de las voces más singulares y valiosas del panorama poético contemporáneo en España. La crítica coincide en señalar la importancia del mito y la mitología en toda la obra poética del autor (Letrán, 2004; Lanz, 1991 y 2006). Para Lanz, en la primera etapa, mito y cultura se identifican y el recurso a lo mítico responde a la necesidad de integrar la “escritura en la historia de la cultura”, como un “reflejo de la aspiración a la inmortalidad” junto con un “claro escepticismo” y una “voluntad marginal” (2006: 16). En la segunda etapa, aunque se reducen cuantitativamente las referencias directas a los mitos clásicos y exóticos, el mito sigue estructurando el universo poético del autor. De este modo, se desmitifica el mundo mítico tradicional mediante un proceso de humanización y, en cambio, se mitifica el mundo urbano contemporáneo (Lanz, 1991: 3940). Surgen nuevos mitos ―cine negro, en la ya famosa “Serie Negra”―, el mundo real se torna espacio fabuloso ―la serie “El otro barrio de Salamanca”―, los personajes se comportan o son descritos como héroes ―la serie “La brisa en la calle”― y se reinterpretan los mitos tradicionales ―“Helena: palinodia” o “Nausícaa”. Para Javier Letrán, el recurso al mito constituye un rasgo característico de la condición postmoderna del poeta: La continua presencia del mito en la obra luisalbertiana quiere responder de modo particular a la desazón existencial derivada del vacío creado por la muerte de la metafísica, aunque como no podría ser de otra manera, esa respuesta mítica no consiga desterrar la conciencia del vacío que podíamos considerar como rasgo fundamental de lo postmoderno (2005: 232-233). Ello enlaza sin duda con la consideración del propio poeta acerca de la necesidad del mito y de su heredera, la literatura, para burlar al tiempo. No obstante, y aunque el trasfondo ontológico-existencial de la presencia mítica en la obra de Luis Alberto de Cuenca es evidente, considero que existe una 8 motivación primeramente estética y lúdica derivada de la fascinación hacia lo extraordinario, una nostalgia de la fantasía y la grandeza transmitidas por el mito y sus manifestaciones en la literatura, el cine o el cómic. Lo medieval, como ya hemos señalado, constituye un terreno fértil para ese tipo de hazañas y maravillas heroicas que elevan al yo que escribe por encima de los prosaísmos y servidumbres de la realidad. En este sentido, en la poesía de Luis Alberto de Cuenca, el mito heroico y los motivos medievales adquieren singular importancia y constituyen, de hecho, un elemento esencial en la configuración de su poética. Aunque de forma más visible en sus dos primeros libros como consecuencia del exotismo característico de la primera etapa1, están presentes en toda su obra, como hipotexto o referente. Elsinore2, cuyo título remite al castillo del príncipe medieval Hamlet, se abre con el poema “Angélica en la Isla del Llanto”, situando así la obra en un tiempo y un espacio legendarios, irreales, en la materia de Francia y de Bretaña, donde una “Angélica difusa”, “por siempre, para siempre, en la Isla del Llanto, siempreviva / de bronce en las marmóreas logias de la muerte” (Cuenca, 1998: 16), es observada por el yo poético, voz de Orlando aún no furioso y solo enamorado. El texto presenta, pues, las constantes del mito: eternidad y ejemplaridad de la narración. En “La chica de las mil caras” ―nótese la referencia a El héroe de las mil caras (Campbell, 1949)―, el yo poético rechaza los mitos de poder. En su lugar, prefiere la mitología fantástica, que remite a los mundos medievalizantes, de reminiscencias germánicas y eslavas principalmente, al estilo de los creados por Tolkien: “Algunos dioses se nos antojaban ridículos: / Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban / pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones […] compensaban la pérdida” (1998: 18). La materia de Francia vuelve a aparecer en “Roland ofrece a Aude y no a Durendal como homenaje el último de sus pensamientos”; aquí el yo poético se substituye al héroe del ejército carolingio, trasladando la canción de gesta hasta el universo del amor cortés. A este mundo de damas y caballeros 1 No incluimos en este análisis Los retratos (1971), por haber sido excluido de todas las antologías y reediciones posteriores a su publicación. 2 Citamos por la antología Los mundos y los días, publicada por Visor en 1998. 9 irremisiblemente enamorados también hace referencia el breve poema titulado con el nombre del legendario trovador Jaufré Rudel (24). En “In the days of King Arthur”, subtítulo del cómic Prince Valiant, el poema vuelve a situarse en un lugar y un tiempo legendarios: las “Islas de la Bruma”, reino de la amada del héroe, lady Aleta, y el reinado ahistórico del Rey Arturo, tiempo paradigmático de los héroes3. La historia, el relato, se detienen, se tornan mito en el instante de reposo del Príncipe Valiente: “Aleta, / no hay futuro. / Tu cabeza en mi hombro. / Aleta” (33). El yo poético nada tiene que ver con el yo civil: es el caballero de la Tabla Redonda, Príncipe de Tule, héroe del cómic, figura legendaria y enamorado cortés. Así pues, se puede afirmar que en estos poemas de juventud el yo poético reviste la máscara del héroe medieval; su voz adquiere la tonalidad noble y heroica del caballero cortés. Su siguiente libro, Scholia (1978), resulta menos medieval, aunque sigue abundando en referencias a la mitología y a la literatura fantástica (Agag de Amaleq, Alicia Lidell, Drácula, la película “The Gateway”). A partir de La caja de plata (1985), obra que marca el cambio definitivo en la poesía de Luis Alberto de Cuenca hacia su “línea clara”, el mito ya no aparece como motivo principal, sino integrado con otros elementos, como la falsa autobiografía, la cotidianidad, las referencias fílmicas o la fantasía urbana. La primera de las secciones del libro se titula “El puente de la espada”, que hace referencia directa a la terrible prueba que debe superar Lanzarote para llegar hasta Ginebra. El poemario vuelve a situarse, por tanto, en territorio de caballería cortés. Como ha señalado la crítica (Dadson, 2005; Lanz, 2006), las referencias a un episodio especialmente sangriento del Caballero de la Carreta confieren un sentido unitario a esta primera serie de poemas4, que remiten a una historia de “amor, infidelidad, separación”, caracterizados por “una violencia notable en los sentimientos expresados y las imágenes usadas para manifestar tales sentimientos” (Dadson, 2005: 115). La búsqueda de la identidad se asimila a la búsqueda de Ginebra, a la búsqueda del amor; se trata, pues, de la particular 3 En “La herencia artúrica: de Chrétien al cómic” (Cuenca, 1991: 172-181), el autor analiza el significado y la evolución del mito artúrico desde sus orígenes hasta la actualidad, y señala que “la mitología del héroe y el vértigo estético de la maravilla conforman en la materia artúrica un modelo literario para la eternidad” (172). 4 Sobre el significado de la estructura de La caja de plata, véase Dadson, 2005: 105-140. 10 bajada a los infiernos del yo poético / héroe, del sacrificio de un sujeto herido que busca reconstruirse a través de los textos. En el magnífico “Amour fou”, primer poema de la sección y el único en que no aparece el yo, el amor incestuoso de los reyes por sus hijas, es violento e ilícito, tabú. El “amor loco” siempre es amor prohibido y sangriento: “[…] Nunca / se vieron tantos príncipes degollados en vano” (Cuenca, 1998: 79). Aunque no se trata de un motivo medieval strictu senso, sí vuelve a situarse el poema en la ausencia de coordenadas del “érase una vez…”, con el decorado medievalizante de los cuentos. En los nueve poemas siguientes de “Serie Negra”, el yo sigue desangrándose por sus heridas de amor, inmerso en la batalla y la búsqueda, aunque esta vez la acción transcurra en el decorado de una película de cine negro americano. Hasta “La brisa en la calle”, la tercera sección del libro y síntesis de la nueva poética del autor5, no vuelven a aparecer los ecos medievales, pero ya en “Urganda la desconocida” el universo de la caballería andante llama a la puerta del yo y Urganda, el personaje literario, profiere la misma profecía que en el Amadís. Es precisamente ella, a la que no se puede reconocer porque siempre adopta un aspecto diferente (como el héroe), la encargada de “incendiar” los ojos del yo, “prendiéndole fuego al universo” (119). El mundo cotidiano se ve transformado por la irrupción de la fantasía y el amor heroicos, lo que puede interpretarse como una degradación del mito o, por el contrario, como una actualización y una mitificación de lo real, “tan fantástica como la vida misma” (Cuenca, 1990: 106). La misma maravilla cotidiana subyace en “El otro barrio de Salamanca”, el barrio donde nace y vive el yo civil y que se convierte en un lugar digno de las hazañas de un héroe: ¡Océanos secretos de aguas centelleantes bajo Lista y Serrano, Jorge Juan y Hermosilla! ¡Cúpulas, altas torres de ciudades de plata! ¡Palacios encantados, templos de mármol negro debajo de la calle Don Ramón de la Cruz! ¡Odaliscas ocultas bajo las tuberías del gas, en el asiento de la calle Ayala! (Cuenca, 1998: 121). Véase “La brisa en la calle” (1990: 103-107), donde Luis Alberto de Cuenca expone su nueva poética, marcada por la confluencia entro lo cotidiano y lo fantástico. 5 11 El muy burgués y muy comercial barrio de Salamanca esconde otro mundo, una especie de Avalon-Camelot con toques orientales, desde cuyas profundidades una doncella reclama al héroe por sus proezas amatorias: Conozco a una doncella de ese mundo perdido Que me envía señales de humo por teléfono. No consigue olvidar la ciencia de mis manos (ibid.). En estos dos últimos poemas, lo real no es suplantado por lo heroico medievalizante sino que ambos planos se funden. El yo deja de identificarse con los personajes mitológicos de los primeros poemas, para convivir con ellos en el mundo de los sueños y las fantasías. No obstante, y aunque ya no revista la máscara de Lancelot, conserva definitivamente sus características heroicas. En El otro sueño, se evoca la mitología medieval germánica en “Gudrúnarkvida”6, donde el mito es arrastrado hasta lo burgués contemporáneo, y en “El crucifijo de los invasores”, donde el yo vuelve a identificarse con el héroe, esta vez con máscara de cruzado. El mundo bizantino, otro de los grandes topos medievales del poeta, constituye el referente de “Caída de Bizancio en poder de los godos (380 a.C.)” y “El espatario”. Pero es en “Este aroma no es tuyo” donde la Edad Media, a través de los libros, surge claramente como horizonte imaginario del yo poético, como fuente de inspiración sinestésica: Este aroma no es tuyo. […] Tan solo es el aroma de la sangre vertida entre las páginas de un libro sobre la guerra en la Edad Media. Llevo toda la tarde sumergido en ese olor de fiesta y de coraje (157). Las cosas van aclarándose, la luz va adentrándose en los textos y el poeta nos da más y más datos sobre su aspiración heroica. Así, en “Un amor imposible”, incluido en El hacha y la rosa, el yo afirma: El proceso de transformación paródica del mito heroico en crítica de costumbres del poema es descrito con detalle por Javier Letrán (2005: 121-131). 6 12 Te lo he dicho otra vez: Mi vida quiere ser lo que llamaba Bowra “The poursuit of honour through risk” (199). Y quizás el paroxismo de la exaltación de lo medieval sea la variación sobre un poema de Bertran de Born (la literatura como pretexto y horizonte, siempre). Resulta fácil imaginarse al yo poético asumiendo plenamente los gustos del trovador occitano: No hay mujer, no hay comida, no hay bebida que me complazca tanto como cuando oigo gritar “¡A ellos!”, y relinchan los caballos vacíos de jinetes, y oigo gritar “¡Auxilio!”, y caen al foso siervos y caballeros confundidos, y el mundo es una fiesta del coraje. Me gusta el tiempo de la primavera que hace brotar las flores y los pájaros. El tiempo de la espada, en el que brillan los aceros al sol de la batalla (229). El coraje, la grandeza, los valores de la masculinidad7, la aparente sencillez y naturalidad del mundo heroico (medieval) constituyen, pues, referencias estéticas y éticas privilegiadas por el yo poético, visibles también en algunos poemas de La vida en llamas, su último libro, como “Canción épica” (2006: 49-50), donde el sujeto clama por la heroicidad perdida o “La belle dame sans merci” (57) donde explora la figura de la amada cortés. En definitiva, en la obra poética de Luis Alberto de Cuenca se construye un sujeto proteico que pasa del ocultamiento culturalista de los principios a la revelación falsamente autobiográfica de sus últimos libros, que adopta los distintos rostros del héroe, adornado con casco griego, yelmo medieval o sombrero de investigador privado. En los poemas que hemos evocado, ese héroe le declara la guerra al spleen cotidiano, negándolo con su refugio épico, que a menudo se ubica en la isla temporal del Medievo. En efecto, ¿por qué conformarse con una poesía de las sensaciones estáticas de Las cuestiones de género, en una poesía donde los roles hombre / mujer están tan marcados, merecerían, sin duda, un tratamiento a parte. 7 13 un presente tedioso cuando se puede construir una epopeya moderna, cínica y fascinada y fascinante a un tiempo? Ésta parece ser la aspiración de la poesía de Luis Alberto de Cuenca, una poesía narrativa (uno de los mitemas esenciales del héroe es la acción), una nueva epopeya sin ambiciones políticas ni totalizantes, que cuenta las hazañas mínimas, a veces grandiosas, otras ridículas, de un héroe con cualidades de epigramático que se obstina en no dejarse engullir por lo real ―“¿Dejará de reinar por doquiera el hastío? / ¿Morderá el polvo al fin tanta melancolía?” (Cuenca, 1998: 234)―. Como todo héroe, el yo poético necesita compañeros de armas (Julio Martínez Mesanza, Fernando Arrocena, Francisco Arellano, Javier del Prado… y la larga nómina de amigos que aparecen en sus poemas), una amada(s) (Arit-Rita, Julia, Alicia y las mil mujeres de su vida imaginada) para soñar con la acción de batallas y fiestas, con otras mujeres y nuevos enemigos, en otros días, en “un mundo sin miedo y sin cobardes” (140) (siempre, a través del arte). Y su sueño, tan barroco como postmoderno, será un sueño de valentía, donde el héroe del bar Balmoral puede luchar en el mismo bando que Conan o Paris contra el “enemigo común: la Realidad” (294). BIBLIOGRAFÍA CHRÉTIEN DE TROYES: El Caballero de la Carreta. Introducción de Carlos García Gual, traducción de Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca. Madrid: Siruela, 2000. CUENCA, Luis Alberto de: Necesidad del mito. Molina de Segura: Nausícaä, 1976. ― : “La brisa en la calle”, en Juan Pedro Aparicio (ed.): Sociedad y nueva creación. Salamanca-Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1990: 103107. ― : El héroe y sus máscaras. Madrid: Mondadori, 1991. ― : Bazar. Estudios literarios. Zaragoza: Lola, 1995. ― : Los mundos y los días. Poesía 1972-1998. Madrid: Visor, 1998. ― : Señales de humo. Valencia: Pre-Textos, 1999. ― : Baldosas amarillas. Madrid: Ediciones Celeste, 2001. ― : La vida en llamas. Madrid: Visor, 2006. 14 DADSON, Trevor J.: Breve esplendor de distinta lumbre. Estudios sobre poesía española contemporánea. Sevilla: Renacimiento, 2005. GARCÍA GUAL, Carlos: Prólogo a Luis Alberto de Cuenca: Floresta española de varia caballería. Madrid: Editora Nacional, 1975. LANZ, Juan José: La poesía de Luis Alberto de Cuenca. Córdoba: Trayectoria de navegantes, 1991. ― : Prólogo y edición de Luis Alberto de Cuenca: Poesía 1979-1996 (2006). Madrid: Cátedra, 2006. LETRÁN, Javier: La poesía postmoderna de Luis Alberto de Cuenca. Sevilla: Renacimiento, 2005. 15 DEBATE POSTERIOR José Manuel Losada: Muchas gracias, Isabelle, por esta exposición sobre Luis Alberto de Cuenca. María Luisa Guerrero: Lo que es una delicia es oír sus poemas, dichos por él. Isabelle Marc: Yo no me he disculpado por leer mal. María Luisa Guerrero: No, no, es que hace teatro leyendo sus poemas, no te imaginas que con su aspecto serio tenga esa capacidad artística. José Manuel Losada: Es un caballero, además. José Manuel Losada: Personalmente, me cuesta conceptualizar metodológicamente la poesía de Luis Alberto, porque es difícil de asir. Es muy fácil de entender, pero no sabes exactamente hasta dónde hay escritura de la posmodernidad, en la que hay una enorme añoranza por todo lo pasado. Por otro lado, hay una subversión de los mitos, de una manera o de otra, no porque quiera reírse de ellos, sino porque los reutiliza, pero no sabes a veces dónde situarte, si en lo cómico del mito, de lo estrambótico, de que aparezca tal alusión, habla de todas las mujeres de su vida, de Ginebra que dejó a Lanzarote plantado por su culpa... Y después de hacer irrupción en el poema, en el que Lanzarote sale mal parado, a qué viene esa irrupción, piensa uno. Hay dos tipos de aparición del mito: por un lado está lo que sería una incursión, Urganda la desconocida, por ejemplo. Son poemas dedicados al mito, pero el mito es lo central y de pronto hay sintagmas, léxico, que te dicen que no estás en el mito tradicionalmente concebido. Y luego hay la irrupción, poemas en los que en un cronotopo habitual nuestro aparece de pronto un mito, no tradicionalmente utilizado, sino de modo heterogéneo. De ahí surge mi dificultad para saber cómo construye su mundo de mitos y de cómo leerlo. El 90% de los poemas que hemos visto son poemas dedicados a un mito en lo cotidiano urbano, y un poema en lo cotidiano urbano en el que aparece un mito... Me llama la atención, porque se hace una subversión en dos sentidos. Isabelle Marc: Sí, tienes razón. Entiendo que la referencia primera de Luis Alberto de Cuenca en su obra es la literatura. Todo está puesto en un mismo plano, y aquí estoy hablando de las mujeres de mi vida, están en el 16 mismo plano, juega constantemente con el yo civil y el yo héroe y el yo poeta, y mezcla planos, pero a la hora de recoger referencias las pone todas en el mismo nivel, Edda, Lanzarote y Flash Gordon, son sus referentes. Creo que el denominador común a todos ellos es la fantasía, el componente heroico y mítico, porque no hay referencia realista. Entonces, digamos que la evolución es intertextual desde un punto de vista canónico porque la temporalidad desaparece y utiliza todo aquello que le viene bien para su composición, al margen de su origen temporal o de género. Además, la literatura y el arte es la única referencia que tiene, todo lo que hay fuera no le importa. María Luisa Guerrero: Sobre el poema de Bertran de Born percibo dos efectos. De vez en cuando, las menos de las veces, lo emplea para revelarnos una verdad que de pronto nos sobrecoge, y vuelvo al poema de los reyes que se acuestan con sus hijas, ese primer verso se me ha quedado grabado como una verdad revelada, en Amor fou. Ve el mito como un espectáculo. Hay admiración, porque es la fuente de inspiración, pero también lo banaliza, porque se presenta ante la primavera, comiendo palomitas ante una película sobre el mundo medieval. Hay distintos efectos, pero creo que la mayoría de las veces es un juego. José Manuel Losada: Es puro juego lingüístico, juega a ser héroe con la lengua... María Luisa Guerrero: Creo que es un simulacro. Esclavitud Rey: Es una imposibilidad de acceder a otro nivel del texto. Hay divertimento sin otro tipo de implicación. Es una constatación de la imposibilidad de acceder más allá. En ese sentido sí estoy de acuerdo en que se trata de una mitología medieval de usar y tirar, lúdico, impresionaista, pero que no va más allá. José Manuel Losada: Es una opción, lo hace así porque no quiere otro tratamiento. Esclavitud: Claro, es una opción. Encontramos referencia al uso del tópico medieval de las canciones trovadorescas: “Me gusta”, “me complace”, “me divierte”... Isabelle Marc: La decisión de incluir tantas referencias medievales es que le gusta, pero también porque la Edad Media es el tiempo de los héroes, después del tiempo homérico. 17 José Manuel Losada: Para él, lo es más. Isabelle Marc: Claro. Es una traducción del hipotexto. María Luisa Guerrero: Claro, pero en Bertran se trata de un gusto existencial, mientras que en el poema de Luis Alberto de Cuenca es sólo un gusto estético. Esclavitud Rey: Es el reconocimiento hondo de algo que te ayuda a vivir, ése es el sentido del ‘platz’, del gozo. Y ahí esa abundancia del ‘platz, platz, platz’, pero está como más interiorizado. Sara Santos Hurtado: Has dicho que hablaríamos del poema de “La reina y el enano”, si teníamos tiempo. Quería saber tu opinión al respecto. María Luisa Guerrero: ¿Ha suscitado protestas? Isabelle Marc: No exactamente. Se trataba de una exploración didáctica. Parece que los poemas de Luis Alberto de Cuenca se entienden y se usan mucho en clases de lengua, y una de estas preguntas era: “¿Puede este suscitar la violencia machista?”. María Luisa Guerrero: Por mímesis. Isabelle Marc: Sara, ¿a ti que te parece? Sara Santos Hurtado: No sé que pensar. Primero me ha enfadado mucho. Luego he pensado que es una extrapolación de los cuentos de hadas que son tan bonitos Latitia Gañán: Pero se supone que el discurso del enano es el de los maltratadores. Sara Santos Hurtado: Es una intervención que queda muy bien en un cuento de hadas, pero leído aquí, es duro. Isabelle Marc: Es una reformulación de una estrofa de Orlando en la que ve a la reina yaciendo con un enano, y se espanta. Lo que hace es cambiar y subvertir, digamos, el amor antinatural de la reina y el enano... Y queda machista, sí, Luis Alberto de Cuenca es machista. El yo poético, al menos. Sara Santos Hurtado: Eso es lo que quería oír. María Luisa Guerrero: Bueno, pero la elección primera de la reina es el enano. Isabelle Marc: Y si vemos los poemas de la serie negra... Se recrea en la idea. Basta ver los títulos: ‘loca’, ‘muerta’, ‘degollada’... Está lleno de asesinatos de mujeres, el que hemos recitado de Bowra, también. 18 María Luisa Guerrero: Como si la ficción no pudiese tener sus leyes. Isabelle Marc: Claro, pero hay una lectura de género clara. María Luisa Guerrero: Entonces, en función de eso, habría que hacer funciones donde todos se amen y se besen. Nos cargamos la historia de la literatura, del arte, de la cultura desde la noche de los tiempos hasta ahora. Marta Guirao: Lo que choca más es que pasa una violencia que estamos acostumbrados a leer o ver en cómics a palabras, y por eso, nos choca más. María Luisa Guerrero: Como si la descripción mediante palabras fuese más subversiva... Marta Guirao: Al leer estos poemas de la serie negra, cada uno nos imaginamos la peor imagen de lo que para nosotros sería lo peor. José Manuel Losada: Muchas gracias a todos. Reanudamos la sesión después de comer. 19