La transformación de Leonora en El celoso extremeño

Anuncio
La autonomía como horizonte personal:
La transformación de Leonora en El celoso
extremeño
Alfredo J. Sosa-Velasco
Cornell University
Sólo no sé qué fue la causa que Leonora no puso más ahínco en
disculparse y dar a entenderse a su celoso marido cuán limpia y sin
ofensa había quedado en aquel suceso; pero la turbación le ató la
lengua, y la priesa que se dio a morir su marido no dio lugar a su
disculpa. (135)
Un breve repaso a la bibliografía crítica sobre El celoso extremeño de
Cervantes pone de manifiesto la gran atención que se ha prestado al
personaje de Felipo de Carrizales. Algunos de los estudios realizados hasta
ahora concentran su interés en la psicología de este personaje, analizándolo
en su relación con el medio social en el que se desarrolla (M.A. Encinar), y
observándolo como un inadaptado social, incapaz de establecer relaciones
recíprocas con otros humanos; un ejemplo más del loco cervantino (I. Puig).
Carrizarles ha captado así la atención y el interés de los críticos por sus celos,
su aislamiento y su incomunicación. A este respecto, Forcione señala, por
ejemplo, sobre Carrizales lo siguiente:
Throughout his life he has existed entirely for himself, exploiting
human relationships for his own enjoyment and profit. From the
opening account of his early life, in which he appears as a rootless
wastrel, cultivating no ties with friends and lovers, delighting in the
liberation from his family, and engaging in his most characteristic type
of conversation, the soliloquio, to his return from the Indies, when he
finds all friends, acquaintances, and family dead, deciding that all
other human beings are threats to his peace of mind, fortifies himself
in his own isolation by building a prison in the centre of civilization,
we continue to see Carrizales as an active being who pursues his own
inclinations with no concern for the interests of other people.
(Forcione; citado en Puig 85).
Aunque no descarto que estas críticas a la hora de analizar El celoso
extremeño sean valiosas dentro del campo de la crítica literaria, me preocupa,
sin embargo, que se haya volcado todo el interés hacia el personaje de
Carrizales en detrimento de otros, como el de su esposa la joven Leonora.
Casi siempre se estudia a Leonora en función de su marido, cuando es ella,
no obstante, el origen de los celos del viejo. Además, en mi opinión, Leonora
demuestra tener psicológicamente un protagonismo y una evolución más
compleja e interesante que la de Carrizales, que se cristaliza al final de la
obra, y que no debe ser desestimada apresuradamente.1
Por lo tanto, mi interpretación de esta novela defiende, entonces, que el
personaje de Leonora consigue ejemplificar algo tan universal como el
proceso de conocimiento de uno mismo y la transformación del sujeto,
resultado de las relaciones que se establece entre éste y el mundo que le
rodea. En estas relaciones, se observará, en primer lugar, cómo Leonora pasa
de ser vista en un principio como objeto a convertirse últimamente en un
sujeto dueño de sus acciones. Se demostrará, seguidamente, que Leonora, en
la búsqueda de conocimiento sobre sí misma, consigue acceder y entender
una verdad, consecuencia de la presencia del otro (sus padres, Carrizales,
Marialonso, Loaysa) para transformar su ser. Tal transformación es el
producto de las decisiones tomadas activamente por ella al decidir, primero,
no mantener relaciones sexuales con Loaysa y, segundo, convertirse en
monja cuando tiene varias opciones posibles tras la muerte del marido. Desde
el punto de vista teórico-crítico, parto de la teoría del sujeto foucaultiana
para explicar que Leonora se constituye y se transforma precisamente en ese
nuevo sujeto, resultado de las relaciones que establece con los otros
personajes dentro de la novela, y que el lector va descubriendo por sí mismo
durante la lectura de El celoso extremeño2.
En Hermenéutica del sujeto, Michel Foucault retoma la pregunta
nietzscheiana de cómo podemos conocernos a nosotros, para sugerir que el
conocimiento de uno viene acompañado del ocuparse de sí mismo
(épimeléia/cua sui). Este conocimiento está determinado así por la manera en
la cual el sujeto se enfrenta al mundo que le rodea, se comporta en él y se
relaciona con los otros: “La épimeléia implica todo esto; es una actitud, una
actitud en relación con uno mismo, con los otros y con el mundo” (36). Este
modo de actuar lleva, entonces, al sujeto al conocimiento de sí mismo, tras
una transformación o transfiguración de su ser para acceder a la verdad. Esta
verdad, sin embargo, no le es conocida al sujeto a priori, pues es necesaria
primero la transformación de éste para poder aprehenderla. Sin
transformación, la verdad no puede existir, ya que es precisamente lo que
perfecciona al ser: “La verdad es lo que ilumina al sujeto, lo que le
proporciona la tranquilidad de espíritu” (40). De ahí que lo que permite al
sujeto acceder a lo verdadero sea el (re)conocimiento de sí mismo para llegar
a dicha verdad. Para Foucault, hay cuatro elementos que nutren el proceso de
conocimiento: alejarse de las apariencias, volver sobre sí, realizar actos de
reminiscencia y retornar a la patria de las esencias3. A este fin, hay que
contemplarse, según Foucault, en un elemento que sea equivalente a uno
mismo: “El problema previo es la relación con el otro, con otro como
mediador. El otro es indispensable en la práctica de uno mismo para que la
forma que define esta práctica alcance efectivamente su objeto, es decir, el
yo” (55). Finalmente, la práctica de uno mismo entra en íntima relación con
la práctica social y con las relaciones del sujeto con el otro, como se
demostrará a continuación.
Así pues, con el objeto de comprender esa adquisición del conocimiento del
sujeto y su transformación para acceder a la verdad, resulta primordial
analizar, en primer lugar, el personaje de Leonora en contacto con el mundo
y con los otros que le rodean. Al principio, salta a la vista cómo Leonora es
objetificada y cosificada por quien será su futuro esposo desde el momento
en que la conoce. Esta cosificación le niega a ella cualquier actuación
independiente como sujeto al ser contemplada por Carrizales como un mero
objeto4. El narrador cuenta así cómo es el primer vistazo que le da el viejo a
Leonora cuando ésta tenía unos trece o catorce años, quedando él
perdidamente enamorado del rostro y la hermosura de la doncella. Después
de pedir la mano de la joven a sus padres, que aunque pobres eran nobles, el
viejo consigue victoriosamente a la niña por esposa, tras dotarla de veinte mil
ducados, el precio que paga por su compra a los padres de la joven: “Leonora
quedó por esposa de Carrizales, habiéndola dotado primero en veinte mil
ducados: tal estaba de abrasado el pecho del celoso viejo” (103).
Sin embargo, hasta ahora no se sabe nada más de Leonora. No se tiene
noticias de la comunicación de tan importante anuncio a la muchacha ni de
su primera respuesta al matrimonio con el viejo. Se conoce únicamente que
está dispuesta a casarse, y que despierta en Carrizales sus primeros ataques
de celos cuando decide que sus vestidos serán medidos a través del cuerpo de
otra mujer para que el sastre no la toque, y que construirá una fortaleza sin
ventanas y con rejas en la que habiten después de las nupcias5. La relación de
Leonora con sus padres y su futuro esposo desde el punto de vista de ella no
se presenta. Tampoco se dicen las motivaciones que la llevan a contraer
matrimonio, aunque éstas serían previsiblemente económicas, si se toma en
consideración lo comunes que eran estos matrimonios arreglados entre los
padres de una joven y un viejo decrépito durante la época de Cervantes.6
A partir de aquí se comienzan a perfilar algunos de los aspectos que
definirán las relaciones entre Leonora y su esposo, y que explican
precisamente esta cosificación a la que está sujeta la joven por su celoso
marido. Desde el principio, Leonora representa para Carrizales una
adquisición. Al observarla en el balcón, dice el narrador que el viejo pensó:
“Casarse he con ella; encerraréla y haréla a mis mañas, y con esto no tendrá
otra condición que aquella que yo le enseñaré. Y no soy tan viejo que pueda
perder la esperanza de tener hijos que me hereden” (102). Leonora es, pues,
objetificada (cosificada) doblemente por Carrizales. Por un lado, el propósito
del marido es el de encerrarla y protegerla del resto de las personas como lo
haría con sus barras de oro y plata, además de jugar con ella como si fuera un
juguete con el que hacer sus “mañas”. Por otro lado, la joven es vista por
Carrizales como una máquina para la reproducción de los herederos, con
quienes el viejo desea compartir sus riquezas tras la muerte, ya que antes de
elegir a Leonora se había planteado Carrizales el casarse para tener a quien
dejar sus bienes.7
Después de construir la casa, poblarla con criadas y esclavas y un negro
eunuco, Carrizales va a buscarla para llevársela. Los padres de Leonora “se
la entregaron no con pocas lágrimas, porque les pareció que la llevaban a la
sepultura” (104), porque eran conscientes en parte del futuro que le podía
esperar a su hija con el viejo. A su llegada a la casa, Leonora conoce a las
criadas, esclavas y a su aya Marialonso, todas ellas puestas al servicio de la
joven con el propósito de mantenerla entretenida, “sin tener lugar donde
ponerse a pensar en su encerramiento” (105). Se refleja rápidamente aquí la
simpleza a la que su comportamiento se halla sometido por las expectativas
que tiene Carrizales de ella, cuyo propósito es mantenerla como un objeto
más entre otros:
Leonora andaba a lo igual con sus criadas, y se entretenía en lo
mismo que ellas, y aun dio con su simplicidad en hacer muñecas y en
otras niñerías, que mostraba la llaneza de su condición y la terneza de
sus años; todo lo cual era de grandísima satisfaz[c]ción para el celoso
marido, pareciéndole que había acertado a escoger la vida mejor que se
la supo imaginar y que por ninguna vía la industria ni la malicia
humana podían perturbar su desasosiego. Y así sólo se desvelaba en
traer regalos a su esposa y en acordarle le pidiese todo cuantos le
viniesen al pensamiento, que de todos sería servida. (105)
Esta constante entrega de presentes impacta también la conciencia de
Leonora. Desde el principio, el narrador cuenta cómo la joven estaba
asombrada de ver tantos regalos, desde los primeros vestidos que Carrizales
le daba a ella antes de casarse hasta los objetos que éste le traía después del
matrimonio. Leonora es también un objeto que junto a otros conforman las
posesiones del viejo celoso, quien busca mantenerla encerrada en todo
momento. Por tanto, Leonora es para Carrizales lo que los regalos de éste son
para ella: chuminadas con las que ocupar el tiempo.
Así, transcurre un año, saliendo Leonora únicamente de su casa para ir a la
iglesia mientras está oscuro. Llega a parecerle que: “[…] lo que ella pasaba
pasaban todas las recién casadas. No se desmandaban sus pensamientos a
salir de las paredes de su casa, ni su voluntad deseaba otra cosa más de
aquella que la de su marido quería” (106). El aislamiento en el que vive
Leonora le hace, entonces, generalizar su situación al del resto de las
mujeres, produciéndose el desarrollo de una cultura propia del sujeto. Según
Foucault, “cultura significa en este caso que existe un conjunto de valores
determinados siguiendo un orden y una jerarquizada coordinación; esos
valores son universales y accesibles únicamente algunos” (64). Leonora cree,
por tanto, común su situación al no tener ningún ejemplo con el que
compararse, ya que ella no conoce otra realidad diferente a la que le ofrece
Carrizales. Su única relación con otras personas ha sido con sus padres antes
del matrimonio y de ahí ha pasado a manos del viejo, quien se ha encargado
de mantenerla alejada de todo contacto humano que no fuera el de las
mujeres de la casa.
Leonora no tiene ningún referente y no conoce el papel de la mujer casada
dentro del mundo que le rodea, a no ser el ejemplo que le pueda brindar su
madre. Esta falta de experiencia en su vida hace además que no se le conceda
la verdad sobre sí misma sin que se lleve a cabo, primeramente, la
transformación de su ser. Para tal transformación, es necesario, no obstante,
que Loaysa le despierte la curiosidad, le seduzca y que ella opte por una
salida en la que finalmente “Leonora triunfa resistiendo [de entregarse a
Loaysa] y con esta resistencia afirma su libertad” (Stern 341), ya que “[s]ólo
cuando Loaysa aparece viniendo del mundo exterior, Leonora podrá
descubrir una nueva perspectiva de la realidad” (Puig 85)8. Con la aparición
del mozo soltero, Leonora comienza a fijarse con más atención en el mundo
que le rodea, más allá de la compañía de su esposo y de las criadas a la que
estaba acostumbrada. Una de las criadas le informa a Loaysa así sobre la
situación que viven todas las mujeres de la casa, mientras éste le propone el
remedio para dormir al viejo:
¡Jesús, valme—dijo una de las doncellas—, y si eso fue verdad, qué
buena ventura se nos habría entrado por las puertas, sin sentillo y sin
merecello! No serían ellos polvos de sueño para él, sino polvos de vida
para todas nosotras y para la pobre de mi señora Leonora, su mujer,
que no le deja a sol ni a sombra ni la pierde de vista un solo momento.
(116)
Después de ser la joven convencida por las doncellas y, especialmente por
la dueña, Leonora acude a ver al mozo cantar, “que, sin haberle visto, le
alababa y le subía sobre Absalón y sobre Orfeo” (117). Planean todos juntos
buscar la llave maestra que abra todas las puertas de la casa, ofreciéndose
activamente Leonora a hacerlo bajo la condición de que Loaysa jurara
“cantar y tañer cuando se lo mandaren” (119), haciendo todo lo que ellas le
pidieran. Así, Leonora le unta al viejo los polvos para mantenerlo dormido y
coge la llave de debajo del colchón en el que su esposo dormía, consiguiendo
meter finalmente a Loaysa dentro de la casa.9
Hasta aquí parece claro que el comportamiento de Leonora empieza a
cambiar. La chica sumisa y obediente de la que se hablaba en un primer
momento se convierte en sujeto activo al permitirle la entrada del joven a la
casa. Aunque pudiera parecer que Leonora es convencida por las otras
mujeres con las que vive, la curiosidad que le despierta Loaysa a Leonora es
bastante clara, tal como lo expresan las palabras de ansiedad de la joven a
Marialonso minutos antes de dejarle entrar: “No le pongas tasa—dijo
Leonora—; bésela él [la cruz], y sean las veces que quisiere; […] Y anda, no
te detengas más, por que no se nos pase la noche en pláticas” (122). Se
conforma, pues, una de las distintas etapas dentro del proceso de
conocimiento del ser, ya que para lograr conocerse, Leonora debe
contemplarse en un elemento equivalente a ella que le permita, además,
diferenciarse de él10. Si bien la joven cuenta únicamente hasta este momento
con las criadas, la dueña y el viejo para definirse a sí misma como una mujer
joven, no es de extrañar que la presencia del mozo cercano a su edad le
despierte el interés:
Y tomando la buena Marialonso una vela, comenzó a mirar de arriba
abajo al bueno del músico, y una decía: “¡Ay, qué copete que tiene tan
lindo y tan rizado!” Otra: “¡Ay, qué blancura de dientes! ¡Mal año para
piñones mondados que más blancos ni más lindos sean! Otra: “¡Ay,
qué ojos tan grandes y tan rasgados! ¡Y por el siglo de mi madre que
son verdes, que no parecen sino que son de esmeraldas!” Ésta alababa
la boca, aquélla los pies, y todas juntas hicieron dél una menuda
anatomía y pepitoria. Sola Leonora callaba, y le miraba, y le iba
pareciendo de mejor talle que su velado. (125)
Loaysa es, pues, ese otro con el que Leonora necesita mediar para
diferenciarse: un chico joven como ella que, sin embargo, biológicamente le
concede su diferenciación como mujer—aspecto que Carrizales por sus años
no le permite, si se toma en cuenta que el viejo mismo podía ser su padre.
Esta relación entre Leonora y su yo, producto de la mediación con su
elemento equivalente, requiere de la presencia del mozo, quien también
intenta seducirla, aunque sin conseguir lo que pretendía: “[…] el valor de
Leonora fue tal, que en el tiempo que más le convenía, le mostró contra las
fuerzas villanas de su astuto engañador, pues no fueron bastantes a vencerla,
y él se cansó en balde, y ella quedó vencedora, y entrambos dormidos” (130).
Se observa entonces que, como afirma Foucault, la práctica de uno mismo
entra en íntima interacción con el otro (“[e]l cuidado de uno mismo, por lo
tanto, precisa la presencia, la inserción, la intervención del otro” [58]) y con
la práctica social (“con la constitución de una relación de uno mismo para
consigo mismo que se ramifica de forma muy clara en las relaciones de uno
mismo con el otro” [60]).
Ahora bien, esta transformación, que va experimentando Leonora al dejar
de ser objeto para convertirse en sujeto, se traduce en una toma de conciencia
de su papel como mujer dueña de sus acciones, y del descubrimiento de la
sexualidad femenina. Cuando Carrizales descubre la supuesta verdad a los
padres de Leonora, sobre la infidelidad de su esposa, pone de manifiesto lo
inevitable que es frenar el proceso de (re)conocimiento de uno mismo. Así,
por ejemplo, ninguna de las acciones del viejo (murallas alzadas, cerraduras
dobladas, varones desterrados) le sirve para impedir que Leonora alcance su
verdad, que es la del conocimiento de su propio ser y de su sexualidad.
Leonora llega a ser consciente de una verdad que, sexual, sólo puede serle
conocida a través del otro como del que la desea, es decir, de Loaysa. El
hallazgo de tal verdad no le es, sin embargo, proporcionado por Carrizales,
porque éste no es ni siquiera capaz de lograr su meta de tener hijos, por ser
posiblemente impotente11. Además, si bien Loaysa puede ofrecerle a Leonora
ese camino para descubrir su sexualidad mediante la seducción directa a la
que le somete, es la joven quien decide finalmente repudiarla para recluirse
al convento como monja de clausura. Es decir, Leonora después de conocer
esa verdad sobre su sexualidad, prefiere liberarse de ella y continuar el
proceso de transformación de su ser. Cabe señalar que, el descubrimiento de
la sexualidad de Leonora no se basa en la experiencia de disfrute con un
hombre, sino en la conformación de un deseo por el otro. Así, no son
extrañas entonces las palabras que le dice a Carrizales antes de morir: “[…]
sabed que no os he ofendido sino con el pensamiento” (134). Su única
debilidad ha sido, pues, la de haber podido desear a Loaysa. Para ello, no fue
necesario experimentar ningún contacto físico con él. En el momento en que
le desea con “el pensamiento”, Leonora descubre su verdad sexual, que es su
sexualidad como mujer, algo que con Carrizales le había sido imposible. Así
pues, el deseo es lo que le hace cambiar a Leonora y constituirse como
sujeto, produciéndose un cortocircuito: ella desea y renuncia al deseo.
Como afirma Foucault, “[c]onocerse es conocer lo verdadero” (69). El
estado de soberanía del ser libra, entonces, al sujeto de cualquier tipo de
coacción con el fin de que reencuentre éste su propia identidad y su vida:
El conocimiento de uno mismo y el conocimiento de la naturaleza no
se encuentran por lo tanto en una especie de oposición alternativa, sino
que están absolutamente ligados en el sentido de que el conocimiento
de la naturaleza nos revelará que no somos más que un punto cuyo
único problema consiste precisamente en situarse a la vez allí donde se
encuentra y aceptar el sistema de racionalidad que lo ha insertado en
este lugar del mundo. ¿En qué sentido puede decirse que este efecto
del saber es liberador? (77)
Este conocimiento per se del cual habla Foucault es producto de la tensión
que se produce entre el individuo mismo y el universo que le rodea, ya que la
mirada que adopta el sujeto sobre sí está ligada a un conjunto de
determinaciones y condiciones sociales, que son las que comprenden ese
sistema de racionalidad que inserta al sujeto dentro del mundo.
Así pues, Leonora se libera de la cosificación a la que estaba sujeta por
Carrizales y Loaysa como simple objeto. Ella transforma su ser. Si no tiene
relaciones sexuales con el mozo es porque así lo quiere, ya que a ella le
pertenece la última palabra al respecto, además de ser responsable de sus
propias acciones. De hecho, Leonora se convierte en monja cuando pudiera
haberse casado con Loaysa o con cualquier otro si lo hubiera querido:
“Quedó Leonora viuda, llorosa y rica; y cuando Loaysa esperaba que
cumpliese lo que ya él sabía que su marido en su testamento dejaba
mandado, vio que dentro de una semana se entró monja en uno de los más
recogidos monasterios de la ciudad. Él, despechado y casi corrido, se pasó a
las Indias” (135). El dinero no hubiera representado ningún obstáculo para
ella porque su dote había sido doblada minutos antes de enviudar y el
permiso de su marido, para contraer matrimonio con “el mancebo que él la
había dicho en secreto” (134), quedaba escrito en su testamento. Si decide
meterse a monja es, entonces, porque ve en esa decisión el camino para
hallar la felicidad, la tranquilidad y la serenidad que el sujeto busca
constantemente, según explica Foucault.
Por último, es posible afirmar que la verdad de Leonora es la verdad de su
alma que abre y transmite a los otros. Aquí las verdades de Carrizales (la
infidelidad de su esposa) y la de Loaysa (la esperanza de que Leonora se case
con él tras la muerte del viejo) son diferentes a las de la misma joven.
Leonora logra transformarse y conocerse, alcanzando su felicidad—
entendida ésta como esa serenidad y tranquilidad que quiere el individuo
para sí. No podía ser feliz mientras no se conociera, por eso requiere de la
entrada de Loaysa para descubrir su sexualidad y dejarla finalmente a un
lado. Termina haciendo valer su voluntad y vence sobre el resto de los
hombres sin sujetarse a ninguno, tal como Lisis—aquella protagonista de
María de Zayas—lo hará también años más tardes.
Si se retoman las palabras últimas del narrador que encabezan este trabajo a
manera de epígrafe, se encuentran así, finalmente, una posible respuesta a
ellas: Leonora no insistió en su defensa de cuán limpia y honrada era
simplemente porque para entonces ya había entendido que no necesitaba
demostrárselo a nadie, mientras ella lo supiera. Si no insistió en disculparse
fue porque comprendió que no tenía que hacerlo, ya que no había ofendido a
Carrizales más que con el pensamiento. Su verdad le había restituido su
identidad y su propia vida. Su capacidad para tomar decisiones le había
proporcionado la conversión y la ascesis de sí misma. Eso era lo que
importaba, lo que quedaba. Leonora fue, pues, vencedora y revolucionaria.
Al tener conciencia sobre sí misma, prefirió recluirse para evitar ser
objetificada por otro hombre. Quizás, al no ser objeto de nadie, no necesitó
ser deseada ni vigilada. Leonora encontró en sí misma el camino para
convertirse en sujeto. Cervantes halló en ella la referencia al sujeto universal
y al complejo mundo de las relaciones entre el individuo y el mundo que le
rodea.
Notas:
[1] De todos es sabido que el tema de las narraciones del viejo casado con
la niña se remonta a la antigüedad y sobrevive hoy en día en
expresiones como "viejo verde' y en refranes como el siguiente: "Al
tomar mujer un viejo, o toca a muerto o a cuerno" (Rosales; citado en
Stern 334).
[2] En cuanto al género al que pertenece El celoso extremeño habría que
señalar la originalidad creadora de Cervantes y del género novelístico
que ya apuntaba Stern: "Partiendo de una tradición antiquísima, el
insigne escritor crea una obra novedosa que combina elementos de los
géneros tradicionales: farsa, tragedia y comedia lopesca pero que se
aleja de ellos al mismo tiempo" (341). Así, Cervantes se aparta de la
farsa al darle profundidad a Carrizales y se separa de la solución
convencional de la comedia de Lope de Vega al hacer que Carrizales
perdone a su mujer (Stern 341).
[3] El propósito de este conocimiento sobre sí mismo es responder a las
preguntas: ¿Quién soy? y ¿En qué consiste el cuidado de mí mismo?
[4] A este respecto, es digna de mención la aportación que hace Davis al
analizar la descripción de la doncella, elaborada en base a su belleza
como el signifier de una sexualidad, que motiva a Carrizales a contraer
matrimonio: "Leonora becomes the victim of Carrizales's fetishization
not of her as the palpable object of his desire but of her as the signifier
that he has created for the happiness he wishes to buy. The detailed
accounts of his making her into the perfect image of a virgin bride
complete with props and set illustrate the process of "fetishization"
analyzed in Baudrillard's critiques of problems in Marxist theory of the
excessively valued commodity" (644).
[5] En este sentido, resulta interesante recordar lo que dice Puig al
respecto: "La casa que construye es un símbolo de su mente [de
Carrizales]: es un mundo aislado que se ha creado para sí mismo y
donde no caben otras perspectivas. Todas las ventanas están cerradas y
nada de afuera puede entrar en la casa y, por tanto, cambiar la visión
del mundo que Carrizales impone en los demás habitantes de la casa"
(85). Parte de esa visión del mundo es observar a Leonora como una
adquisición más, como se verá enseguida.
[6] Si bien no cabe duda de que toda novela refleja parte de la realidad
histórica en la que nace, como sería la de los matrimonios entre viejos
y niñas, la obra también incorpora "its account of desire into a detailed
examination of the protagonist's monetary investment in marriage and
his fetishizing of the young woman he marries by making her the
embodiment of the commercial enterprise through which his status is
derived" (Davis 642). Como menciona la estudiosa al respecto, la
creación de este matrimonio se dibuja como un proceso social que
cede tanto al marido como a la esposa un valor público y económico,
que llega a ser más importante que la realización de cada uno de ellos
dentro del ámbito privado como pareja (642).
[7] En este sentido, hay que agregar que no hay rasgo que cosifique más a
la mujer que el de verla como un objeto para llevar a cabo la
reproducción biológica. Por tanto, el que Carrizales contemple a
Leonora como tal, desde el principio de la novela, pone de manifiesto
lo interesante del proceso de adquisición de conocimiento de uno
mismo, ya que el que llega a ser objeto para otro (Leonora, en este
caso) acaba convirtiéndose irremediablemente en sujeto para sí. Se
constata una vez más la importancia que tiene el otro para la definición
del sujeto mismo, en tanto uno se diferencia en contraste con el otro.
[8] Como bien sugiere Puig, a Leonora se le ha dado una visión
deformada de la realidad, que es la que le ofrece Carrizales. Sin
embargo, tras la llegada de Loaysa se le proporciona otra perspectiva,
que no por eso Leonora acepta, puesto que al final ella lo rechaza y
entra en un convento, mientras él se marcha para las Indias. Esa visión
deformada es, pues, el espejo en el que ella se mira.
[9] En este sentido, cabe recordar las apreciaciones de Sieber en relación a
esta acción por ilustrar que es Leonora la ejecutora de esta
transferencia de poder a nivel simbólico, siendo ella actora y
protagonista, como se desarrollará a continuación: "Carrizales duerme
con su llave bien escondida debajo de la almohada, pero en la noche
crítica 'no la tenía debajo de la almohada, como solía sino entre los dos
colchones y casi debajo de la mitad del cuerpo' […] Sacar la llave
maestra de Carrizales y darla a Loaysa para que tenga una copia (otra
llave maestra) es una transferencia simbólica cuyo mensaje es obvio.
[…] Si representa Loaysa el miembro viril que no tiene Carrizales,
Cervantes no puede mejorar la imagen de otra manera" (18-19).
[10] Me refiero otra vez aquí a la presencia del otro como mediador para
la conformación de la identidad del sujeto. Este postulado teórico
foucaultiano es también sostenido por el psicoanálisis. Lacan al
respecto afirma: "The Other is the locus in which is situated the chain
of the signifier that governs whatever may be made present of the
subject-it is the field of that living being in which the subject has to
appear" (Lacan 203). Así, la formación del sujeto, como el
conocimiento de uno mismo, requiere de la mediación del otro, ya que
son las diferencias con ese otro las que definen al sujeto. El sujeto no
existe, pues, si no existe el otro.
[11]En este sentido, Davis sugiere que “what the narrative of El celoso
extremeño offers is in fact the metaphor of masculine impotence as
means of portraying ideology. Carrizales is rendered impotent in his
tardy designs to reestablish a family tree by his own uncontrollable
insistence upon treating his bride as his most important investment—as
sort of fetishized commodity. He does not allow her to function as his
wife in a common endeavor to continue two noble blood lines” (643).
Obras citadas
Cervantes Saavedra, Miguel de. Novelas ejemplares II. Ed. Harry Sieber.
Madrid: Cátedra, 2001.
Davis, Nina Cox. “Marriage and Investment in El celoso extremeño”.
Romanic Review 86. 4 (1995): 639-55.
Encinar, María Angeles. “La formación de personajes en tres novelas
ejemplares: El licenciado Vidriera, El celoso extremeño y La fuerza de la
sangre”. Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America 15. 1
(1995): 70-81.
Foucault, Michel. Hermenéutica del sujeto. 1982. Ed. y trad. Fernando
Alvarez-Uría. La Plata, Argentina: Altamira, 1996.
Lacan, Jacques. Le Séminaire, XI. The Four Fundamental Concepts of
Psychoanalysis. Trad. Alan Sheridan. New York: Norton, 1977.
Puig, Idoya. “Relaciones humanas en Cervantes. El licenciado Vidriera y
El celoso extremeño: Las excepciones que confirman la regla”. RILCE.
Revista de Filología Hispánica 14. 1 (1998): 73-88.
Stern, Charlotte. “El celoso extremeño: Entre farsa y tragedia”. Estudios
sobre el Siglo de Oro en homenaje a Raymond R. MacCurdy. Ed. Ángel
González, Tamara Holzapfel y Alfred Rodríguez. Madrid: Cátedra, 1983.
333-42.
Zayas, María de. Tres novelas amorosas y ejemplares y tres desengaños
amorosos. Ed. Alicia Redondo Goicoechea. Madrid: Castalia, 1989.
© Alfredo J. Sosa-Velasco 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
2010 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
_____________________________________
Súmese como voluntario o donante , para promover el crecimiento y la difusión de la
Biblioteca Virtual Universal. www.biblioteca.org.ar
Si se advierte algún tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite
el siguiente enlace. www.biblioteca.org.ar/comentario
Descargar