Luz Debo advertirle que cuando empiece a leer esta historia se enfrascará en ella de tal forma que quedará adicto y no habrá salida de este laberinto de luz, tal y como aquella viuda cincuentona es adicta al brandy y al tabaco. Deseo que el final le eleve los bellos cual escarpias tanto, o más, como me los puso a mí escribirlo. Pero no adelantemos acontecimientos, pues para llegar al final hay que iniciar y recorrer el camino. La historia remonta a un día de principios de primavera, esos días donde el rastro de nieve y frio se van quedando atrás y se van adentrando esos, de momento, pálidos colores, y donde aquellos animalillos, que cansados de dormir, despiertan de su letargo. En la consulta del Hospital de Zaragoza, justo a las 9:23 de la mañana, esos ojos que tantas veces se habían visto y que tanto se conocían, se conectaron de nuevo, ahora aguados y derramando un mar de lágrimas. Pues los protagonistas de esta historia, Marcos y Pilar, no entendían el porqué de su imposibilidad para concebir un hijo. Eran jóvenes y estaban sanos, ¿Qué lo impedía entonces? Al final y sin más opción recurrieron a esa tan temida fecundación in vitro. Aunque les daba reparo crear así una vida, de una forma tan fría, después de todo el amor que se tenían, la ilusión de ser padres pudo con ellos. Dos días antes de la fecundación, Pilar quedó embarazada de una forma totalmente natural, y su alegría fue tal que desde entonces empezaron a comprar todas las cosas que vieron para su tan esperado bebé. Pilar siguió trabajando por casi ocho meses en su querida librería, hasta que su fatiga fue tal que Marcos, obligándola a reposar, asumió el cargo de la librería, pidiendo los días de vacaciones en su trabajo. Marcos y Pilar se conocieron en la universidad, cuando ambos por casualidades del destino, estudiaban administración en empresas. Se enamoraron casi al instante, él de su timidez y su gran pasión por los libros, y ella de su inteligencia y descaro. Marcos supo, casi desde el primer instante, que Pilar odiaba esa carrera que él tanto amaba. La apoyó y la ayudó hasta que ella, al fin convencida, abandonó la carrera, y con mucho sacrificio consiguió abrir la librería. Por ello, Marcos sabía que aquella pequeña librería era importante para ella y asumió el cargo. Y así un 12 de diciembre, entre sangre y dolor, una preciosa niña vino al mundo. Abrió los ojos como al descuido y rompió a llorar pero sin hacer ningún ruido, su mamá la cogió en brazos, la puso de pie y observando cuidadosamente a su bebé dijo: -Luz es lo que nos has dado, y Luz te llamaremos. Luz se crió prácticamente en la librería. Pues heredó el amor por los libros, la tranquilidad y la inteligencia de su madre, y la nariz menuda y respingona y los ojos rasgados y grises de su padre. En una historia de amor perfecta, el final se hallaría aquí. Lleno de buenos momentos y de risas, pero seamos realistas, la vida no es tan fácil. Y me gustaría poder poner el gran final aquí, dejando así un desenlace dulce cual miel enfrascada, pero no se que será, que siempre soy la excepción a la regla. Un fatídico día de otoño, cuando Luz se encontraba en plena pubertad con 14 años, sus padres sufrieron un terrible accidente automovilístico, dejándola así huérfana. Nunca se llegó a saber lo sucedido ya que no había otros automóviles implicados, lo que si se supo es que desde entonces Luz, dejó de brillar para siempre, y con ella sus ganas de hablar. Fue adoptada por la única familia que le quedaba en el mundo, su soltera tía Mónica, la única hermana de su madre. Le dolía su presencia, pues cada vez que la miraba veía a su tan amada madre, aunque en el fondo sabía que eran polos opuestos. Hasta que sus abuelos murieron, su tía Mónica siempre fue la preferida, y su madre Pilar la loca que dejó aquella carrera tan costosa, para abrir como librería un horrible cuchitril de mala muerte. La rivalidad de hermanas por ganarse el cariño de sus padres era palpable y las separó de por vida cuando, Pilar harta de las exigencias de sus padres, se independizó junto con Marcos. Aún todas las cosas horribles de su tía, era la única persona que le quedaba en el mundo, y por lo menos ella aceptó su custodia y no la dejó en algún herrumbroso internado. Mónica asegurando que no podía mantenerla, vendió la librería que ahora pertenecía a Luz, aún sabiendo que era lo único que le quedaba de su madre. La mudanza a Madrid, donde se encontraba la casa de su tía, fue tan apresurada que le permitió a Luz coger lo justo y necesario. Su nueva vida no era grata, su tía la observaba y pensaba que era un bicho raro por el hecho de que no hablara. Curiosamente, desde la muerte de sus padres no derramó ninguna lágrima, pues ¿se puede llorar o sentir emoción alguna cuando solo tienes medio corazón? Porque así era como se sentía ella, medio muerta y destrozada entera. En las noches casi no dormía, en los días era como un autómata, casi no probaba bocado y se pasaba las horas viendo por la ventana de su habitación. Se quiso reincorporar rápido al instituto para intentar despejar la mente, aunque era una tarea verdaderamente difícil. Las burlas por ser la chica rara que no hablaba y que no despegaba la mirada algún libro no tardaron en llegar. Sus nuevos compañeros eran crueles, mofándose de sus ropas y de sus gafas. Pero lo que más gracia les causaba era que pensaban que era muda. Se pasaba las horas muertas en la biblioteca, devorando en días o incluso en horas cualquier libro que se le atravesaba por delante. Era lo único que la reconfortaba y le reconstruía su marchito y agrietado corazón, aunque esa sensación terminaba cuando salía de la biblioteca y el mundo se le venía encima nuevamente. Adoraba el olor tan típico a libro viejo, ese olor a polvo y a historia, ese ruido al pasar las viejas y amarillentas páginas de algún clásico literario. Y aunque cada día al ir a la biblioteca sentía como revivía, al llegar a su casa y no sentir el rico aroma de la comida de su padre o no ver el tan típico desastre de papeleo y libros por doquier, la hacía enfermar rápidamente. Ese dolor justo desde arriba a la derecha del abdomen la consumía y mientras pasaban los días del calendario la grieta en el pecho se hacía más profunda, y le hacía pensar que esa grieta seria como la de alguna calle, que algún día tendrían que arreglar, pero que con el paso del tiempo empeoraba y al final solo quedaba la destrucción absoluta de la misma. Maldecía ese arrebato del destino que quiso llevarse a sus padres dejándola sola e indefensa en el mundo. Maldecía el no haber estado con ellos en aquel Ford del 2007, el no haber muerto con ellos aquel día. La agonía la estaba matando, cada latido dolía como mil puñaladas en el alma. De tanto recordar, su respiración salía a borbotones de sus pulmones, y cada imagen pasaba por su traicionera cabeza como una película. Siempre intentó olvidarlos, olvidar todo, empezar de cero, pero la presión pudo con ella y por fin empezó a llorar, quedándose seca, sacando esas lágrimas que amenazaban con salir desde hace algún tiempo. Aceptando de una vez por todas el fallecimiento de sus padres y llorando su muerte. E irónicamente, por una parte se sentía desahogada, pero por otra parte asimiló completamente que estaba sola en el mundo, y cada vez veía más nítido su oscuro futuro sin sus padres. Y casi por un acto reflejo cogió los somníferos que le recetó el psiquiatra, y sin pensárselo se tragó un puñado. Poco a poco sintió ese adormecimiento subirle por los pies, y tuvo que sentarse y empezó a consumirla la obscuridad. Su estado de coma duró desde entonces 27 años. Y al principio su tía Mónica la visitaba todos los días, pero con el tiempo esas visitas pasaron de ser diarias a ser anuales, visitándola solo en fechas señaladas como navidad. Luz podría haber despertado de haberlo querido, pero aún con treinta años se seguía sintiendo como una niña indefensa de 14 sin sus padres. Y simplemente un día se dejó ir, se liberó de ese rencor hacía la vida, olvidó esa furia por el caprichoso destino que le arrebató a sus padres y entendió que la vida era difícil. Aprendió que; la vida te dará golpes e intentara derribarte pero solo tú decides si levantarte, o quedarte abatido ante la vida. Que si te tropiezas con una piedra en el camino, no la deseches, no la olvides, simplemente guárdala, recuérdala y colócala de la mejor forma posible, y así con todas esas molestas piedras con las que tropieces y que aunque quieras no se esquivan. Y al final, llegará un día en el que tendrás un gran muro, construido con todas las lecciones aprendidas durante el largo camino, que nadie podrá derribar jamás. entenderás que a veces, las pérdidas pueden ser ganancias. Y sobretodo Leandra Alcaide