Violencia y modelo neoliberal Mónica Vargas Aguirre (*) El Siglo / La insignia. Chile, noviembre del 2001. La implantación del modelo neoliberal ha significado la imposición de los ejes liberales clásicos. El papel limitado del Estado y el valor del mercado libre, han sido manejado desde el poder político y económico, sin embargo, el individualismo como el tercer eje fundamental del modelo, no puede ser impuesto, ya que se relaciona con variables que se escapan a la pura coacción, esto debido a que incorpora relaciones sociales y culturales de difícil modificación. Sin embargo, sin el individualismo exacerbado, no existe posibilidad de funcionamiento del sistema, se requiere de la atomización generalizada de la sociedad y de la competencia salvaje entre sus miembros para que se pueda jugar el juego neoliberal. Cabe preguntarse entonces por la estrategia utilizada en función de producir la atomización generalizada de la sociedad, las preguntas que aparecen como necesarias a responder se relacionan con: ¿Cómo se producen estos cambios? ¿Qué fuerzas son las que tienen que actuar para lograr que una población solidaria se vuelva desconfiada y apática? ¿Qué fibras del funcionamiento social hay que tocar para que las personas se muestren reacias a las organizaciones? ¿Qué hay que hacer para que no se produzca el encuentro entre los iguales? Bueno pues, primeros debemos difundir políticas sociales que fomente la competitividad entre los beneficiarios, es decir, dejar claro que no alcanza para todos, sólo algunos serán los "beneficiarios". Es necesario, por tanto, cumplir una serie de requisitos para alcanzar algún pedazo de la torta. Por ejemplo, hoy no construimos solidariamente, competimos por una casa en el mercado, y para alcanzarla es necesario que primero "ganemos" el subsidio. Este ganar, significa que otros iguales quedan fuera del sistema. ¿Qué sentimiento genera ese saber que el vecino salió asignado con su casa propia y yo no? ¿Envidia, desconfianza, apatía, desesperanza, odio quizás? Por otra parte los proyectos destinados a aplicar la política sufren de una grave enfermedad denominada "fonditis", es decir, la inflamación aguda de los fondos concursables. Actualmente, la mayoría de los fondos existentes son concursables. Siguiendo el ejemplo de la postulación a una vivienda, ya no sólo compiten las personas por el subsidio, sino que, también compiten las ONG por el apoyo al proceso de postulación, y las empresas por la construcción de las viviendas. La rivalidad se traslada acá hacia los profesionales que trabajan en dichas instituciones. A esta competencia por el recurso escaso producto de políticas sociales fomentadoras del egoísmo más que de la solidaridad, se le agrega una estrategia comunicacional que rescata la violencia y la delincuencia como el hecho social que cruza todas las actividades cotidianas. Se comienza a gestar ese "temor al otro", ese otro cualquiera que es un abstracto sin figura, es un "puedes ser" del imaginario colectivo de los habitantes de nuestra ciudad. Cuando la población urbana se ve afectada por un temor profundo hacia aquel que tiene a su lado, se enfrenta al dilema de relacionarse o no con ese otro, la esquizofrenia se produce en la obligatoriedad de la relación versus el temor a ésta. Hoy, más que nunca, las personas deben salir de los hogares en busca de satisfactores, la interacción con otros es una estrategia de sobrevivencia, se sale al mundo como a la selva en la cual se corre el riesgo de ser devorado. Se debe trabajar, producir, en función de la obtención de los recursos financieros necesarios que permitan adquirir en el mercado cosas, cosas indefinidamente descritas, ni la necesidad ni el uso son claros. La única claridad es la dada por la exigencia de consumo, consumo también difuso, la línea entre lo indispensable y lo forzado a comprar es borrosa, se pierde en la maraña del marketing generador de exigencias. Las personas deben tener un nivel de consumo que les permita hacer saber que existen, existencia supeditada a la capacidad de compra, ya no hay alternativa posible, todo se transa, el mercado lo regula todo, desde las más íntimas relaciones hasta aquellas más suntuarias satisfacciones. En algún minuto la doctrina de seguridad nacional hizo las veces de controlador de la asociatividad, se prohibía el vínculo entre las personas basado en el temor a ese otro "terrorista" que desestabiliza el estado y la economía. Sin embargo, la reacción ante la represión explícita era la asociación en función de romper con esa represión. La actividad en las organizaciones sociales floreció en las ollas comunes, en las organizaciones de derechos humanos, había que dar la lucha contra la dictadura. El pueblo actuaba frente a la atomización impuesta explícitamente, la seguridad nacional se volvía disfuncional al sistema, se debía inventar una nueva alternativa que fomentara la no-asociación pero que lo hiciese implícitamente, que se instalase en la psiquis de las personas, que se volviese parte del imaginario colectivo y que no se notase su exigencia. Se genera entonces, un proceso de "democratización" en el país el que implicaba el "transito pacífico a la democracia", todos creyeron en la estrategia, confiados en lo que venía. El nuevo discurso partió con una promesa de tiempos mejores bajo la condición de mantener un estado de inmovilismo cívico en función de la consolidación de la democracia lo que generó un repliegue de las organizaciones sociales, "no movilizarse para no desestabilizar el país" era la consigna. Este lema predominó el tiempo suficiente para lograr la desarticulación de las organizaciones, las que perdieron su norte, sumando "individuos" o "gente", a una sociedad compuesta, hasta entonces, por "personas" o "pueblo". Mientras esto ocurría, comenzaba a nacer el nuevo concepto que ocuparía las mentes. Surge el concepto de seguridad ciudadana, que no es más que el manejo comunicacional y estadístico de los hechos de violencia, que hacen creer al ciudadano común que corre un serio peligro. Este sentimiento de peligro inminente genera desconfianza, por lo tanto, se evita al otro, si se evita al otro, se le desconoce, si se le desconoce, no existe posibilidad de asociación y el sistema noliberal funciona a la perfección, no existe sociedad organizada en contra de sus injusticias, y el capital puede moverse a sus anchas explotando a los trabajadores sin resistencia orgánica. La doctrina de seguridad ciudadana viene a hacer las veces de represión subliminal, que a la larga se traduce en autocensura, es "un algo" que está en el aire y mantiene a las personas bajo temor constante, que tiene que ver con una construcción psicológica a partir de una imagen de sociedad insegura y violenta. Este miedo provoca a su vez reacciones de autodefensa que pueden manifestarse en agresiones. Esto pudiésemos pensar que es el tránsito de una violencia que va desde lo imaginario a lo real. Por otra parte la construcción por medio de imágenes y discursos de la violencia vista sólo desde la dimensión delictual pone un manto que hace invisible las otras violencias presentes en la sociedad y que se relacionan con la injusticia y la inadecuada distribución, aquellas violencias nacidas de un sistema que intenta presentar el delito fuera del contexto en que nace y, por tanto, que no cuestiona el modelo imperante sino que, por el contrario, revierte esta verdad a su favor exagerando las consecuencias y minimizando las causas. Permitiendo así consolidar el tercer eje del modelo neoliberal, es decir, el individualismo y la no asociatividad. ¿A quién le sirve entonces la imposición de la doctrina de seguridad ciudadana?, Bueno pues, es provechosa para aquellos que tienen puesta la mirada en el corto plazo y que sólo ven por la rentabilidad de sus propios capitales y jamás el bien social, le sirve a los partidarios de la imposición del modelo. ¿Cuál es el peligro? El peligro es que este discurso sea asumido como verdadero y sin mayor cuestionamiento por aquellos que están por la justicia social y por un mundo más humano, sin capacidad de proponer cambios, obnuvilados por el perorata impuesta por los sectores económica y políticamente poderosos. Si esto sucede, como me temo que está pasando, se cierran las puertas a la construcción de alternativas de funcionamiento de nuestra sociedad. La batalla ganada por el liberalismo en el mundo dejó en un debilitamiento tal a los pensadores y constructores de otras tendencias que provocaron un mar de desencantados que creyeron estar solos en la lucha y que se ahogaron en esa falsa creencia. Hoy es tiempo de reencantarse y de salir al paso a aquel discurso que transmite la promesa neoliberal. Hoy ya son suficientes los argumentos que justifican la construcción de nuevas alternativas que permitan una mayor equidad y sustentabilidad. La seguridad ciudadana es el gran manto que pretende cubrir las injusticias del modelo. La violencia es un síntoma, no la enfermedad, la enfermedad se llama neoliberalismo y ha calado hondo, pero aun creo firmemente que otro mundo es posible. (*) Trabajadora social y docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.