¿El retorno al patrón-oro en los años 20 fracasó debido a las paridades escogidas o a la naturaleza del propio sistema? Tal vez la pregunta no debería ser contestada de forma rotunda. Si por fracaso se entiende que la performance de crecimiento de antes de la guerra en los países centrales, no pudo mantenerse estable cuando se adoptó nuevamente el sistema de patrón-oro en los años 20 y el epílogo fue el crack del 29 seguido de la Gran Depresión, podría matizarse la respuesta adelantando que el escenario económico general de la postguerra (alteraciones demográficas, crisis agrícola, cambio en el flujo de capitales: Alemania pasó a ser importadora y EE.UU. y Gran Bretaña con sus papeles cambiados), combinado a decisiones político-económicas cruciales como la elección de nuevas paridades que provocaron desconcierto y discusiones (sobre todo en los políticos británicos), contribuyeron a que el sistema monetario de antes de guerra que se había mostrado tan estable, con tipos de cambio que parecían establecidos por la Naturaleza, se volvió irremediablemente ineficaz, vulnerable y en general poco funcional a la nueva configuración económica-mundial. En síntesis, las paridades escogidas fueron importantes pero la supervivencia de un sistema disciplinador de las variables monetarias hacia la deflación, constituye lo esencial, sistema que se constituyó en un arma traicionera y letal. Para explicitar ello deberíamos establecer, primero, la naturaleza y dinamismo del sistema monetario en los 50 años previos al gran conflicto europeo, para luego ir viendo cómo se transfiguran los mercados internos de los países protagonistas de la guerra y el conflictivo y complejo mundo de la postguerra con imperios que desaparecen, Alemania responsabilizada y humillada en Versailles, el imperio británico malherido, desplazado de su liderazgo financiero moderador y EE.UU. ahora potencia de gran solidez económica y financiera, gran acreedor mundial, único dispensador de crédito, vitales para la reconstrucción y el crecimiento europeo. I El patrón-oro se fue adoptando cuando Gran Bretaña consolidaba su predominio mundial (supremacía del comercio internacional, epicentro del sistema financiero, primer exportador de capitales, etc.) y alcanzó gran prestigio por esas mismas circunstancias. Los estados europeos centrales y EE.UU. lo fueron incorporando de la misma forma que imitaban sus instituciones financieras, aparentemente sabias e infalibles. Cada Banco Central debía asegurar la convertibilidad de su moneda al oro, (cuya paridad estaba atada a éste), con la posesión de un adecuado stock de reservas que lo hiciera posible. Como éstas eran casi exclusivamente metal, los equilibrios de las balanzas de pago se lograban mediante remisiones de oro entre Bancos Centrales cuando era menester. Los superávit de la cuenta corriente de Gran Bretaña de 1870 a 1914 tuvo un promedio de 5,2 % de su PIB aunque otros países prestatarios muchas veces tenían dificultades para atender sus deudas. Dicho sistema, de cotizaciones oro fijas, poseía por ello sus automáticos ajustes que corregía a largo plazo cualquier desequilibrio provocado por políticas monetarias. Si el Banco de Inglaterra, por ejemplo decidía comprar activos internos, inyectando de este modo libras en su mercado, el resultado del exceso de oferta monetaria que provocaba, reducía las tasas que alentaban rápidamente conversiones de libras por oro, que abandonaba la isla hacia EE.UU. y/o el continente en busca de mayores rentas. El oro que fluía a estos países se convertía en dólares, francos, marcos, etc. lo cual llevaba al alza los precios y provocaba agradables expansiones, hasta que la corriente podía cambiar de dirección cuando el Banco de Inglaterra creía oportuno tentar a esos capitales emigrados con el recurso usual de aumentar la tasa de redescuentos. Es decir, esas oscilaciones y comportamientos correlativos de los Bancos Centrales eran bastante previsibles lo que permitía una coordinación más o menos armónica de políticas económicas entre países diferentes. Además de la naturaleza simétrica de los ajustes monetarios entre países, cuyo axioma macroeconómico omnipresente eran los presupuestos equilibrados, cada país poseía una insalvable barrera para crear dinero en forma desmesurada, ya que si esto sucedía se reflejaba rápidamente en el aumento de precios y del oro. La paridad fija, por tanto, tenía un componente disciplinador para las políticas expansivas por lo que los equilibrios cuando había pérdidas de reservas se lograban únicamente por métodos deflacionarios. El prerrequisito de un sistema así, cuyo sustento era la libre convertibilidad, las reservas y los equilibrios macroeconómicos era una oferta mundial de oro más o menos estable ya que descubrimientos o ventas masivas de países productores como el imperio ruso o Sudáfrica, tornarían volátil el sistema. Además de ello eran imprescindibles, incrementos correlativos de oro en los Bancos Centrales según los niveles de crecimiento para no alterar el rango de precios-intereses, etc. II Al estallar la guerra, los principales beligerantes europeos declaran la inconvertibilidad y el oro comenzará a fluir a EE.UU. como depósito, compra de valores públicos y sobre todo por compras de grano (el imperio ruso tambaleante había dejado de exportar), barcos, chapa de blindaje, municiones (irracional gasto de granadas en la guerra de trincheras), etc. Esa corriente, luego inundación destruirá el patrón-oro en el continente y en EE.UU. La guerra, que se prolongaba y encarecía las más pesimistas previsiones de sus costes se irá financiando con emisionismo, aumento de impuestos, venta de bonos de deuda pública (el gobierno de EE.UU. cuando entra en guerra y prescinde del patrón-oro en las transacciones internacionales, incitaba al público a endeudare en los bancos para obtenerlos). El resultado era retracción en la circulación de monedas de oro (ley de Gresham), aumento de precios a pesar de ensayos de controles y políticas de restricción del consumo (sobre todo en EE.UU.). A comienzo de los años 20 ningún país europeo se sentirá seguro con sus reservas de oro y no permitirán a sus ciudadanos la conversión de sus billetes o depósitos bancarios, pero sin los temores a los antiguos movimientos de metal y su efecto disciplinador, adquieren ahora autonomía para decidir políticas monetarias y fiscales y será precisamente en la diversidad de tales manejos que se agravarán tensiones, shocks económicos y la inflación será un convidado de piedra. Como dice Galbraith en “Money” (1975), los franceses seguirán la línea de menor resistencia con óptimos resultados, los ingleses la línea de resistencia mayor y serán “heridos por mano propia”, los alemanes cederán a las circunstancias y soportarán la hiperinflación, mientras que EE.UU. “gracias a una combinación de dirección equivocada y de falta de dirección, produjeron la depresión más grande”. El retorno al patrón-oro fue paulatino y como observa P. Temin, no era el escepticismo lo que lo explica sino mas bien las grandes dificultades en readaptarlo a situaciones gravemente alteradas. Por eso en la Conferencia de Génova de 1922, convocada a instancias de Montagu Norman se reafirma como acto de fe, las bondades del viejo sistema, culpabilizando a la flotación que se estaba ensayando como origen de todos los males, se asume como preocupante la escasez de oro y se convalida el neologismo “gold exchange system” que ya era práctica de rutina antes de 1914. Se concedía además que Francia y Alemania podían devaluar sus monedas. III Como Francia confió en el cumplimiento de las reparaciones impuestas en Versailles, comenzó a endeudarse e inflando notoriamente sus gastos para la reconstrucción lo cual provocará un paulatino deterioro del franco, que se agrava con la ocupación del Rurh en 1922 y la pérdida de confianza en la posibilidad alemana de cumplir sus compromisos por la hiperinflación que explota en ese año. Aunque el franco flotaba y caía su cotización, las exportaciones francesas se tonificaban en todo el período hasta que en 1926 con el nuevo ministerio de Consolidación Nacional de Poincaré, ajustando impuestos y créditos (política restrictiva) se logra su estabilización, fruto mas bien de la confianza que recibe y el estado general de bienestar de la economía. En 1929 con abundante oro en el Banco de Francia, este país reingresa al patrón-oro con ciertas restricciones (convertibilidad por encima de 215 000 francos en lingotes). Aplicará consecuentemente políticas deflacionarias para enfrentar la tendencia alcista. El caso de G. Bretaña es distinto. País demasiado dependiente de su comercio exterior, las decisiones sobre políticas monetarias gravitaban rápidamente en su desempeño económico. Luego de dudas y tanteos (comisión Cunliffe, controles para la salida de metal fino, flotación de la libra), en 1925 se decidió volver al patrón-oro bajo presión de la city y la convicción del gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, con el aval de B. Strong, gobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, hecho que tuvo amplia repercusión en Europa. Los argumentos eran que la vuelta al patrón-oro constituía el mal menor aceptando sus efectos recesivos pero equivocándose en la conjetura de que la paridad prebélica no afectaría las tasas en el largo plazo. El anuncio se hizo en forma ostentosa muy al estilo del gran actor: el discurso en el Parlamento del canciller del Exchequer, Winston Churchill presentaba el hecho como la vuelta a lo buenos tiempos acudiendo al convincente argumento del crédito norteamericano que lo aseguraba, el retorno ya establecido del patrón-oro en la Commonwealth y el dictámen inapelable de la city. Las modificaciones eran que la conversión regiría solo para exportaciones y no circularían monedas de oro pero el espejismo hipnótico del símbolo de la era eduardiana: la libra convertible de 123,27 gr. de fino equivalente a dólares 4,87, era muy fuerte. La moneda había estado cayendo hasta dólares 3,40 y se estaba recuperando muy pausadamente, pero con esa decisión quedaba sobrevaluada un 10 % sobre los valores de 1914. La especulación contra la libra no se hizo esperar y la pérdida de competitividad en las exportaciones, provocará inmediatamente conflictos en la sociedad, cuyo centro fue en la minería del carbón (1926). Churchill opinó entonces que la crisis del carbón tenía tanto que ver con la paridad del nuevo patrón-oro como con el Gulf Stream. En “Essays in Persuasion”, Keynes (que luego moderó su actitud reticente por la vuelta al patrón-oro) citará la metáfora como una “gansada” acusando a la city y a los consejeros del jefe del Exchequer de imponer esa decisión. En toda la década las exportaciones británicas serán débiles y los créditos de EE.UU. se harán rutina para sostener invariablemente las siempre precarias reservas británicas. Luego se cometieron claros errores de previsión macroeconómica: en 1927 la Reserva Federal baja las tasas para inducir la fuga de dólares a la isla y descomprimir su recalentada economía pero el franco subvaluado desviará esos recursos de la ruta anunciada y cuando se llega a fines de la década, Francia y EE.UU. poseerán el 60 % del oro monetario del mundo, que no eran reflejo de su incremento comercial y productivo. Y como el sistema no toleraba las revaluaciones, enfrentaban la consecuente tendencia alcista de sus precios internos con rutinas deflacionistas, golpeando todavía más a los países deudores. Por último, la influencia de EE.UU. y sus enormes reservas, factor desestabilizante, influyeron notoriamente en los acontecimientos previos al gran colapso: en 1928 y 1929 la Reserva Federal aumenta las tasas para controlar la especulación bursátil y evitar el “imán” francés, lo que provocó caída de precios aunque igual siguió incrementándose la burbuja financiera pero la producción comenzaba un lento declive. En Alemania, cuyo mercado bursátil estallara en 1927 obligó a H. Schacht a seguir políticas también restrictivas. En conclusión: la asimetría en los stocks de oro de los países centrales, forzó a los necesitados de reservas a contraerse todavía más, mientras los EE.UU. y Francia dejaron de crecer aplicando también restricciones. La ortodoxia del sistema dictaba implacablemente políticas deflacionistas en todos lados. Bibliografía consultada Aldcroft, D. De Versailles a Wall Street, 1919-1929 1986, Barcelona. Crítica Eichengreen, B. Golden Fetter. The Gold Standard and the Great Depression 1919-1939 1995, Oxford. Oxford U.P. Eichengreen, B. La globalización del capital 2000, Barcelona. Antonio Bosch Galbraith, John A short history of financial euphoria 1993, EE.UU. Penguin books Hardach, G. La primera guerra mundial 1986, Barcelona. Crítica Keynes, J. Las consecuencias económicas de la paz 1987, Barcelona. Crítica Kindleberger,C. La crisis económica 1929-1939 1985, Barcelona. Crítica Juan Atilio Andriolo 2002