Anselmo. Razón y fe - Escritos Teológicos

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SAN ANSELMO: LA FE EN BUSCA DE COMPRENSIÓN RACIONAL*
Sergio Zañartu, s.j.
Anselmo es un monje benedictino, abad del monasterio de Bec en Normandía,
posteriormente arzobispo de Canterbury y sucesor de Lanfranco, que fuera su maestro.
Muere en 1109. Los monjes son formados en la obediencia para agradar a Dios y así
salvar su alma. Se nutren de la lectio divina. Agustín es la gran autoridad patrística.
Asistimos a los albores de la Alta Edad Media, en las escuelas monásticas y
catedralicias. La razón, a partir de la gramática, pasando por la dialéctica, terminará un
día en el grandioso edificio de la Escolástica. Anselmo, con su entusiasmo por la razón,
imagen divina, llegará a ser llamado Padre de la Escolástica. Usará la dialéctica contra
sus adversarios. Pero sobre todo será un monje, anclado en la meditación de su fe, con
profunda experiencia contemplativa.
LA BÚSQUEDA DE INTELIGENCIA DE LA FE
Anselmo, en oración, parte desde la fe en búsqueda apasionada de su
comprensión. "Enséñame a buscarte y muéstrate al que te busca. Porque no te
puedo buscar si tú no enseñas, ni encontrar si tú no te muestras. Que te busque
deseando, que te desee buscando. Que te encuentre amando y que te ame
encontrando" (Proslogion, 1). No busca entender para creer, sino creer para entender:
"Confieso, Señor y agradezco, porque en mí creaste esta imagen tuya para te
piense acordándome de ti, te ame. Pero ella está así abolida por el roce de los
vicios, está así ofuscada por el humo de los pecados, que no puede hacer aquello
para lo que fue hecha, si tú no la renuevas y reformas. No trato, Señor, de
penetrar en tu grandeza, porque de ninguna manera le comparo mi inteligencia,
sino que deseo entender un poco tu verdad, la que cree y ama mi corazón. Pues no
busco entender para creer, sino que creo para entender. Porque esto creo: que si
no hubiera creído, no entendiera" (Prosl, 1). "Por tanto, Señor, tú que das la
inteligencia de la fe, dame, en cuanto sabes que conviene, que entienda que tú eres
como creemos y que eres lo que creemos"(Prosl, 2). Tanto la fe como el
conocimiento racional están ordenados a la visión de Dios. En esta común finalidad,
ambos están relacionados. El pensar necesita de la fe para purificarse y hallar el
plenificante conocimiento de Dios. Por la fe, el pensar divisa todo su alcance. Y al
revés, la fe necesita de la esclarecedora fuerza del pensar para llegar a una certeza vital.
Esto no sólo a causa del pecado sino también para argumentar metódicamente para los
no creyentes. Así ayudaba a entender lo creído.
Como dice A. Hubert, la fe busca inteligencia, porque esta inteligencia nos
prepara directamente a la visión, a entrar en el gozo del Señor. Además: “Ellos lo
piden, no para acceder a la fe mediante la razón, sino para deleitarse, por la
inteligencia y la contemplación, con aquello que creen y para estar, en cuanto
puedan, siempre preparados a satisfacer a todo el que pida razón de la esperanza
que está en nosotros" (Cur Deus Homo, 1, 1).
Dentro de este contexto, en su búsqueda de racionalidad, Anselmo quiere
prescindir provisoriamente de las autoridades, así pretende: "Que absolutamente nada
se persuadiera a partir de la autoridad de la Escritura, sino que lo que la
conclusión de cada investigación afirmara, estuviera de tal forma en estilo llano
*
Este artículo fue publicado en Revista Católica 103(2003)11-15.
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con argumentos vulgares y discusión simple, que la necesidad de la razón obligara
brevemente y la claridad de la verdad se mostrara patente" (Monologion, prol.).
Digo provisoriamente, porque, para Anselmo, la autoridad superior es la Escritura y la
Tradición. "En lo cual, si dijere algo que no lo muestre una autoridad superior,
quiero que, aunque se concluya como casi necesario por las razones que me
aparecerán, no por esto, sin embargo, sea recibido como totalmente necesario, sino
sólo se diga que entretanto puede parecer así" (Monol, 1). Pero si la Escritura es sin
duda contraria a nuestro sentir, aunque nos parezca nuestro razonamiento
inexpugnable, hay que creer que no está sostenido por ninguna verdad. Así, por
tanto, la Sagrada Escritura contiene la autoridad de toda verdad que la razón
recoge, cuando o la afirma abiertamente o de ninguna manera la niega" (De
concordia, 3, 6).
Delante de Dios, misterio trascedente, el pensar humano se muestra limitado.
Pero, a la vez, nuestra razón no tiene una frontera menor que la inagotable realidad de
Dios. Al apuntar la fe a ese amplio horizonte, lleva esencialmente consigo a su
realización la dinámica del espíritu del hombre. "En verdad, Señor, esta es la luz
inaccesible en la que habitas. En verdad, pues, no hay ninguna otra cosa que la
pueda penetrar para verte en ella plenamente. En verdad, no la veo, porque ella es
demasiado para mí. Y, sin embargo, todo lo que veo, lo veo por ella, como el ojo
enfermo lo que ve lo ve por la luz del sol, la cual no puede mirar en el mismo sol.
Mi inteligencia no puede respecto a ella. Brilla demasiado. El ojo de mi alma no la
capta, ni soporta por mucho tiempo dirigirse (tender) hacia ella. Está cegado por
el fulgor, vencido por la amplitud, aplastado por la inmensidad, confundido por la
capacidad. ¡Oh luz suma e inaccesible, oh verdad total y bienaventurada! ¡Qué
lejos estás de mí, yo que tan cerca estoy de ti! ¡Qué alejada estás de mi vista, yo
que estoy tan presente a tu vista! En todas partes estás totalmente presente y no te
veo. En ti soy movido y en ti soy, y no puedo acceder a ti. Estás dentro de mí y a
mi alrededor, y no te siento" (Prosl, 16).
LA EXISTENCIA DE DIOS
Dentro de este contexto de razonar la fe, es evidente que Dios existe. Dios se
presenta a nuestra razón como aquello, mayor que lo cual nada podemos pensar; por lo
tanto, como realmente existente. Dios es la realidad suprema, no sólo porque es su
cúspide y origen de todos los seres, sino porque los trasciende: es el Creador. Así
Anselmo exclamará que es mayor que todo lo que podemos pensar. Nuestro autor
destaca, en consecuencia, no sólo el esfuerzo de la razón sino también la teología
negativa. W. Kasper comenta así: "Anselmo desarrolla el argumento ontológico en el
Proslogion, donde intenta resumir las numerosas demostraciones de su escrito anterior,
el Monologion, en un único argumento. Anselmo refiere que ya había desesperado de
poder realizar este plan, cuando se le impuso la idea llenándole de gozo. El argumento
ontológico traduce, pues, una experiencia intelectual, la irrupción de un pensamiento o,
más exactamente, la experiencia de una irrupción de la verdad en el pensamiento, el
sobrecogimiento de la verdad. En consecuencia, este argumento no se mueve, como las
otras demostraciones de Dios, de abajo arriba; procede desde arriba, arranca de la
irrupción de la idea de Dios, para demostrar su realidad. Por eso Anselmo comienza
con una oración." Se trata de un concepto general y necesario para pensar.
Por la gracia de Dios ha buscado y encontrado para seguir buscando. "Señor
Dios mío, formador y reformador mío, di a mi alma que desea, que eres otra cosa
que lo que vio, para que vea con pureza lo que desea. Ella se tensa para ver más y
no ve nada más que lo que vio, sino tinieblas. Más aun, no ve tinieblas, que en ti no
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hay ninguna, sino que ve que ella no puede ver más por sus tinieblas. ¿Por qué
esto, Señor, por qué esto? ¿Se entenebrece el ojo por su enfermedad o se ofusca
por tu fulgor? Pero ciertamente se entenebrece en sí mismo y es ofuscado por ti.”
(Proslogion, 14). Esta aventura intelectual también va con deleite: "Para apacentar a
los que con el corazón purificado por la fe se deleitan con la razón de esta fe, tras
de cuya certidumbre debemos tener hambre" (Cur Deus homo, com.). Según P.
Gilbert, el hombre debe pensar este misterio que le es más interior que él mismo, no
para aprender más sobre Dios, su existencia y su esencia, sino para gustar y saborear
siempre más su alianza gratuita, y para manifestarla a través de la rectitud de su acción.
LA ENCARNACIÓN
En su Cur Deus homo, Anselmo argumentará que era necesario que se encarnara
el Hijo para que más maravillosamente nos restableciera el mismo que nos creó. Así un
hombre sin pecado restablecería el orden, la alianza, el sentido de la creación, nuestra
dignidad. Y nosotros pasamos a ser siervos del Dios hombre, nuestro salvador. No se
trata de un Dios airado que exige una satisfacción a su honor. Lo que le importa es la
salvación de la creatura. Así Dios, en sus designios inescrutables, coordina justicia y
misericordia. "Oh profundidad de tu bondad, Dios! Se ve de dónde tu eres
misericordioso y no se lo penetra. Se distingue de dónde mana el río, pero no se
penetra en de dónde nazca la fuente. Porque es de la plenitud de tu bondad el que
seas piadoso con tus pecadores y está oculto en la profundidad de tu bondad de qué
manera sea esto. Puesto que, aunque retribuyas por bondad con bienes a los
buenos y con males a los malos, sin embargo esto parece ser postulado por una
razón de justicia. Pero cuando retribuyes con bienes a los malos, se sabe que el
supereminente Bueno quiso hacer esto y se admira por qué el supereminente Justo
pudo querer esto" (Prosl, 9). Anselmo se muestra muy devoto de María. Respecto a
la Trinidad, según M. Schmaus, aparece en el primer plano la única esencia absoluta.
ORACIÓN
Podemos concluir con Anselmo: "Ea, por tanto, ahora tú, Señor Dios mío,
enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si
no estás aquí, ¿dónde te buscaré ausente? Pero, si estás en todas partes, ¿por qué
no te veo presente? Sin embargo, tú ciertamente habitas en la luz inaccesible. ¿Y
dónde está la luz inaccesible? ¿O cómo tendré acceso a la luz inaccesible? ¿O
quién me conducirá o introducirá a ella para verte a ti en ella? Enseguida, ¿a
través de qué signos, de qué rostro te buscaré? Nunca te he visto, Señor Dios mío,
no he conocido tu faz. ¿Qué hará, altísimo Señor, qué hará este tu distante
desterrado? ¿Qué hará tu siervo ansioso de tu amor y arrojado lejos de tu rostro?
Anhela verte y tu rostro está demasiado ausente para él. Desea acceder a ti y tu
habitación es inaccesible. Desea encontrarte y no conoce tu sitio. Se dispone a
buscarte e ignora tu rostro. Señor tú eres mi Dios, y tú eres mi Señor, y nunca te
he visto. Tú me hiciste y me rehiciste, y tú me diste todos mis bienes, y todavía no
te he conocido. En fin, he sido hecho para verte, y todavía no he hecho aquello
para lo que he sido hecho!” (Prosl, 1)
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