Las percepciones socioculturales sobre las mujeres en la política Anna M.Fernández Poncela (UAM Xochimilco) Presentación Esta ponencia muestra varios datos sobre la participación política formal de las mujeres en América Latina, así como algunas reflexiones en torno a las nuevas percepciones sobre su presencia y quehacer político. Más mujeres en puestos políticos Las mujeres en cargos del poder legislativo en el mundo para 2008 eran 17.7%, mientras que en 1995 fueron 11.3%. Por otra parte, aquellas que ocupan carteras ministeriales o secretarías de estado en los ejecutivos son alrededor de 16.1%, aunque se trata de las “carteras de segunda categoría” – asuntos sociales en general-1. También existe un aumento menos visible en ministerios o secretarías menos tradicionales. Hoy 4.7% de los Jefes de Estado y 4.2% de Jefes de Gobierno son mujeres, 15 en números absolutos (Guzmán y Moreno 2007; UIP 2008a, 2008b). La información apunta al incremento de la presencia y participación política de las mujeres en los distintos órganos de gobierno de los países de la región latinoamericana. Eso sí, dicho aumento puede muy bien ser descrito como gradual, lento, pero y también constante y como señalan últimamente diversas fuentes al respecto: irreversible. En la actualidad hay dos mujeres presidentas fruto de los procesos electorales recientes en Latinoamérica: Michelle Bachelet (2006) y Cristina Fernández (2007) al frente de sus respectivos países, Chile y Argentina. Sin 1 En este mismo sentido, suelen integrar y presidir las comisiones de las cámaras parlamentarias (Fernández Poncela 1999; Guzmán y Moreno 2007). 1 embargo, aunque éstas sean las líderes más visibles, lo destacable es como está creciendo la presencia femenina en otros espacios políticos en el continente, como decíamos, y en especial en el espacio legislativo. Sin por ello olvidar los obstáculos que aún existen en muchos sentidos. Por ejemplo, y a modo de breve recuento histórico hubo otras cinco mujeres dirigiendo sus países en la región: entre 1974 y 1976 Isabel Martínez de Perón fue presidenta de Argentina -viuda de presidente Perón- y Lidia Gueiler brevemente- en Bolivia (1979-1980), ambas por medio de procesos de asignación sin previa elección popular, y que a su vez sufrieron sendos golpes de estado en los que fueron derrocadas. Entre 1990 y 1996, Violeta Barrios fue la presidenta electa de Nicaragua -viuda del líder Chamorro, que fuera asesinado-. Rosalía Arteaga, ocupó por un par de días la presidencia de Ecuador en medio de un conflicto político importante a inicios de 1997. Y más recientemente, en 1999 fue electa Mireya Moscoso en Panamá –viuda de Arnulfo Arias que fuera presidente también- y gobernó hasta el 2004 (Fernández Poncela 1999).2 También y además de las dos presidentas actuales grosso modo podemos afirmar que, por ejemplo, en el continente en 2009 hay 18.4% de presencia femenina en el poder legislativo –que en números absolutos son 8,094 mujeres en total-, contando todos los países con sistemas parlamentarios de una o dos cámaras. Y para los que tienen sólo una cámara o cámara alta el porcentaje es 18.5% y para la cámara baja o el senado 17.6% -6,867 y 1,227 mujeres-. Como nota curiosa y si comparamos los datos de continente a continente, América en general tiene 21.5% de mujeres en sus parlamentos, y está en segundo lugar en el mundo después de los Países nórdicos (41.4%), y 2 Como se observa estas mujeres cabrían más en la definición de liderazgos femeninos de vieja data (Fernández Poncela 2008). 2 antes que Europa en su conjunto (20.1%). Y otra cuestión, el Parlamento Centroamericana cuenta con 18.2% de participación de mujeres (www.ipu.org 2009). Además, en una revisión histórica se observa cómo en promedio y en la región se pasó de 8% en 1990 a 18% en 2008. Su participación en carteras ministeriales o secretarías de estado en el poder ejecutivo también aumentó de 13% a 27% en los tres últimos períodos presidenciales. Y las alcaldesas o presidentas municipales pasaron de 5% en 1998 a 6.8%, una década después (CEPAL 2009). Es este último sin duda, el espacio menos favorecido por el aumento generalizado. Cuadro: Presencia femenina en el legislativo latinoamericano 2009 (%) Cámara baja o única Cámara alta o senado Cuba 43.2 Argentina 40 38.9 Costa Rica 36.8 Guyana 30 Perú 29.2 Ecuador 27.6 Trinidad Tobago 26.8 41.9 Honduras 23.4 México 23.2 18 República Dominicana 19.7 3.1 El Salvador 19 Venezuela 18.6 Nicaragua 18.5 Bolivia 16.9 3.7 Panamá 16.7 Chile 15 5.3 Granada 13.3 30.8 Paraguay 12.5 15.6 Uruguay 12.1 12.9 Guatemala 12 Brasil 9 12.3 Colombia 8.4 11.8 Fuente: elaboración propia con base en los datos de www.ipu.org 2009. Con objeto de comparar con otros datos, diremos que por ejemplo, para el caso de España hay 36.3 para la primera cámara y 30% para la segunda, y en los Estados Unidos el porcentaje es 17% en ambas (www.ipu.org 2009). Para concluir esta revisión de cifras, en la región dos países con sistemas electorales destacan, como se observa en el cuadro correspondiente: Argentina y Costa Rica. La media continental se ha incrementado en los 3 últimos años y alrededor de 2 de cada 10 parlamentarios/as es mujer (www.iknowpolitics.org 2009). Y ya dentro de los parlamentos, y como presidentas hay hoy o hubo hasta hace poco en Venezuela, México, Dominicana, Colombia, Bahamas, Belice, Antigua y Barbuda. Es más, 11 de las 28 presidencias en el mundo están o estuvieron recientemente en América Latina y el Caribe. También en 22 países en el mundo las mujeres tienen más del 30% en carteras ministeriales o secretarías de estado, y seis de ellos están en el continente latinoamericano, donde se ha incrementado el porcentaje de 17 a 23% de mujeres ministras o secretarias de estado (UIP 2008a, 2008b). En Chile, por ejemplo, son 9 mujeres de 22 ministros, en Ecuador 7 de 16, en Perú 6 de 16, para citar algunos casos destacados. Además en Argentina, Chile, Ecuador y Uruguay hay mujeres al frente de la cartera de defensa. Y en Venezuela, Uruguay, Paraguay y Brasil las mujeres presiden las Cortes de Justicia o son vicepresidentas como en Argentina (Pairone 2007). Y en México, Honduras y Costa Rica se supera el 30% de mujeres dirigentes de partidos políticos, y Perú ronda el 25% (www.iknowpolitics.org 2009).3 Transformaciones culturales, estructurales y políticas Sin desconocer toda la problemática psicológica-emocional, socio-económica, política-institucional y cultural que existe en cuanto a la dificultad del acceso de las mujeres al espacio político que es muy importante, aquí vamos a subrayar los cambios que sí han tenido lugar y están teniéndolo en estos momentos, y las cuestiones favorables que hoy existen o que se perciben en un futuro próximo como tendencias para los países latinoamericanos. Remarcar que 3 Por ejemplo Kathleen Hall Jamieson que en sus libros de los años 90 Women and Leadership y Beyond the Double Bind, afirmaba que muchas mujeres no tenían muchas opciones, hoy piensa que ya se toma en serio las candidaturas de las mujeres políticas, y a pesar de los obstáculos que persisten y que el liderazgo femenino no resuelve todos los problemas, el progreso de las mujeres con relación a la política ha sido lento y sostenido, y esa es la tendencia hacia el futuro. 4 varias de las cuestiones que mencionamos a continuación son, también y en parte, fruto de luchas históricas de mujeres feministas, académicas, o movimientos de mujeres, así como de la voluntad de organismos internacionales, sus iniciativas y acuerdos (Guzmán y Moreno 2007). En este sentido podemos observar algunas transformaciones sociales estructurales por un lado, y por otro, cambios culturales generales que se reflejan desde la estructura psíquica personal hasta los imaginarios sociales colectivos. Sin olvidar la importancia de los ajustes y apoyos en los sistemas electorales y los partidos políticos, en cuanto a implementar mecanismos promotores de la participación política femenina. En cuanto a los cambios sociales y estructurales, destaca el mayor nivel educativo de la población femenina en todo el continente, así como un más amplio acceso a la capacitación en general (Buvinic y Roza 2004), el incremento de su inserción y permanencia en el mercado de trabajo extra doméstico, y la disminución de la natalidad (García y de Oliveira 2006). Pero y también, los cambios demográficos o “desplazamientos demográficos” que en algún momento influirán en el tema, en el sentido de la mayor esperanza de vida femenina frente a la masculina y en la posibilidad que el electorado femenino en algún momento pese más que el masculino. Además relacionado esto con las inclinaciones de las electoras mujeres a las candidatas mujeres que encuestas para varios países apuntan desde hace tiempo (Fernández Poncela 2003), y sobre lo cual ampliaremos la información a continuación; así como, en la tendencia que se observa de que las mujeres sufragan más que los hombres, como lo demuestran los últimos procesos electorales en México y Chile, por ejemplo. 5 Otro aspecto a tener en cuenta es el hecho histórico en el sentido que las crisis socioeconómicas o políticas, parecen favorecer el ascenso de mujeres (Genovese 1997), y las crisis no sólo no faltan sino que están al orden del día. Y además el fenómeno actual de la desafección y desencanto hacia la política (Beck 2002), la corrupción y la imagen negativa de algunos líderes que podría dar lugar la preferencia de liderazgos femeninos, por cambiar y probar, por su imagen más honesta y amable (Molyneux 1990; Corporación Humanas 2008), menos corruptas “aparentemente”, ya que hay quien dice es mejor postergar dicha opinión para dentro de unos cuantos años.4 Y es que “El horizonte paritario se hace más cercano en el contexto actual de América Latina, gracias a la apertura de las sociedades a dinámicas culturales y economías globales; la emergencia de nuevos sujetos políticos reconocidos, y los avances de las mujeres en educación, el trabajo y la política, que les están permitiendo acceder en forma más plural y estable a posiciones de poder.” (Guzmán y Moreno 2007:32). En el espacio psicológico afectivo, relacionado por supuesto, con las cuestiones apuntadas con anterioridad y las que veremos más adelante, podemos decir que las mujeres, aún con sus problemáticas en este terreno parecen también algo más dispuestas a asumir el reto que antaño, claro está, a veces arropadas por sus organizaciones políticas o grupos de las mismas, en algunos casos. Todo ello al calor de las transformaciones sociales y cotidianas, de las variaciones en las relaciones interpersonales y de pareja, y en lo que se 4 Aunque también se han dado escándalos como la ministra argentina de economía Felisa Miceli. Pero en general en América Latina se considera a la mujer menos corrupta y más honesta. Por ejemplo, una investigación para el estado de Puebla, mostró un elevado porcentaje de la ciudadanía que decía fijarse en la honestidad de un candidato a la hora de votar, o un 40% de las personas entrevistadas que manifestaron que las mujeres son menos corruptas. Y es que el ser honestos va en segundo lugar tras la consideración del ser capaz para un cargo, como características importantes a tener en cuenta a la hora de sufragar (Mendieta Ramírez 2007). 6 ha dado en llamar, “vivir la propia vida”, toda vez que se incrementa la autoafirmación del ser mujer desde la libertad y la autonomía (Giddens 2000; Beck y Beck-Gernsheim 2003; Touraine 2006). En general podemos decir que hoy las mujeres están más preparadas para enfrentarse al proceso de percibirse como posibles candidatas, de decidir presentarse y de asumir los problemas que ello puede acarrear tanto en su vida personal, como y también, en su vida política. Sobre los avances en el espacio político institucional, como decíamos, se circunscriben en las reformas electorales que posibilitan un mayor número, o por lo menos un número mínimo de candidaturas femeninas a través de en especial las estrategias de discriminación positiva –las cuotas-. Y en al interior de los partidos políticos la estrategia de acción afirmativa que consiste en la capacitación y apoyo a las mujeres para su acceso a puestos. Así como las políticas gubernamentales al crear ministerios o institutos de las mujeres, oficinas, planes y programas específicos (Buvinic y Roza 2004; CEPAL 2004). La experiencia en el mundo, y en particular en nuestro continente muestra la efectividad de las cuotas, ya que hay diferencias notables en la presencia femenina en aquellos sistemas políticos donde éstas se contemplan y en los que no (Fernández Poncela 1999; Matland 2002; Peschard 2002). Porque las cuotas o cupos parecen haber sido exitosas en cuanto que “han dotado de estabilidad a la presencia femenina en los parlamentos, haciéndola menos dependiente del vaivén de las correlaciones de fuerzas políticas y de la lucha ideológica.” (Guzmán y Moreno 2007:32) Como comentario adicional señalar la aceptación entre la población del sistema de cuotas que hasta hace poco representaba las dos terceras partes de 7 la ciudadanía continental (Peschard 2002) y va en aumento (Guzmán y Moreno 2007); pero que indudablemente varía en cada país y en cada partido, y aún más en todos los partidos hay partidarios de las mismas y los que las condenan, sin importar ideología (Garcé 2008).5 Otra historia es el apoyo que reciben las mujeres en los partidos políticos, ya que queda claro que “…las barreras que impiden que las mujeres accedan al poder no se encuentran en el electorado, sino más bien en los partidos y las estructuras institucionales” (Htun 2002:25-6). Añadir que diversos estudios para otros países de la región apuntan en la misma dirección, como son los casos de Perú, Chile, México o Uruguay, por mencionar algunos. Este último caso es exponencial porque tiene un estudio reciente, al calor de la discusión de una legislación sobre cuotas, que no tiene desperdicio, mientras la población parece favorable a la presencia de mujeres políticas y a las cuotas, algunos sectores de hombres políticos en los partidos no lo tienen claro, y en esto no hay tendencia ideológica que valga, los renuentes están en todas las formaciones políticas y la competencia por el puesto es la principal razón aducida (IDEA 2008; Garcés 2008). Y añadir que “El reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos con demandas específicas se ha visto facilitado en coyunturas de apertura democrática y de cambios institucionales motivados por procesos de modernización de las sociedades y por la emergencia y el reconocimiento de nuevas fuerzas políticas y sociales.” (Guzmán y Moreno 2007:31). 5 Como curiosidad mencionar el poco interés de las mujeres europeas por las cuotas, en sociedades donde hace tiempo se practican, así como el mostrar desinterés también por la participación política y la presencia femenina el la misma, tal como señala el último Eurobarómetro 2009 (www.europarl.europa.eu 2009). 8 Últimamente hay quien va más allá en la reflexión y considera no sólo conveniente y justo la presencia femenina en la política, sino que la democracia misma precisa una renovación de las élites, y ésta podría darse a través del acceso de más mujeres (Gallego 2009). Y quien aún avanza un poco más en el sentido que de la política necesita cambiar y para una nueva política se necesitan nuevos líderes: en este caso, también las mujeres (Gutiérrez-Rubí 2008). Respecto a la cuestión ideológica y cultural, quizás lo más destacable no es que los roles y estereotipos de género se están trastocando, o que algunos que antes parecían negativos para el acceso de las mujeres a un cargo político ahora les son incluso favorables, sino el cambio de percepciones hacia las mujeres políticas, con una mirada más positiva a éstas como nunca antes en la historia pasara, y superando además a las preferencias masculinas tradicionales. Destacado es, como decíamos, cierto cambio ideológico y cultural, basado en transformaciones en torno a la percepción social de las mujeres en cargos políticos, y más incluso, una suerte del imaginario favorable al fenómeno. Por ejemplo y “Según el Latinobarómetro 2004, ante la consulta de si los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, ningún país de los 18 consultados superó el 50% de respuestas afirmativas y en promedio la respuesta fue 28% afirmativa, destacando México (14%) y Uruguay (17%) por los mínimos, y República Dominicana (50%) y Honduras (40%) por los máximos” (Olivera 2004:3). Por otra parte, datos de la encuesta Gallup para el Banco Interamericano de Desarrollo y Diálogo Interamericano en el 2000 señalaban que: “la mayoría de los votantes (57 por ciento) opinaba que las 9 mujeres eran mejores líderes de gobierno que los hombres. Asimismo, más mujeres (62 por ciento) que hombres (51 por ciento) creía que éste era el caso.” (Buvinic 2006:2). Y si bien la revalorización del tema se ha incrementado al calor de la llegada a la presidencia de Michelle Bachelet en Chile (2006) y Cristina Fernández en Argentina (2007), así como de las campañas electorales de otras candidatas presidenciables que no obtuvieron la victoria finalmente – Lourdes Flores en Perú, Elisa Carrió y Vilma Ripol en Argentina, Blanca Ovelar en Paraguay y Patricia Mercado en México–, no es menos cierto que varias encuestas y reflexiones para América Latina apuntan de forma clara cómo tiene lugar “una revolución profunda en los roles de género y los tiempos del cambio que están feminizando a la política latinoamericana” (Buvinic 2006:1). Es el de una encuesta en Argentina se muestra como se considera que el ser mujer, para la mitad de la población consultada, no representa ventaja ni desventaja; es más ciertos atributos femeninos pueden llegar a ser favorables (74%); sin por ello dejar de considerar (50%) las dificultades adicionales de las candidatas mujeres frente a los hombres ni los prejuicios que la ciudadanía pueda tener hacia ellas (59%), en especial la consideración de su falta de autonomía (D´Adamo 2008). Es más, otra tendencia que está teniendo lugar en nuestros días, aunque ya se anunciaba desde antes (Blondet 1999; Fernández Poncela 2003) es como el electorado femenino cada vez prefiere mujeres para cargos políticos y tiene una opinión favorable a su desempeño en la función pública, así como, ven con buenos ojos su incremento en dicho espacio. Cuestión esta probada en Perú para los dos últimos procesos presidenciales (Patrón 2006), en República Dominicana a través de encuestas, lo mismo que para Bolivia, 10 Argentina y Ecuador (Morgan y Espinal 2006; www.coordinadoramujer.org 2007; D´Adamo et al. 2008; Púlsar 2009) o para Chile desde incluso antes de elegir a Bachelet (Fundación Chile 21 2003; Buvinic 2006). Y un reciente sondeo para el caso chileno afirma que las mujeres son las que más aprueban la gestión de su presidenta, y en especial las medidas hacia el cuidado de la infancia, la violencia hacia las mujeres y el apoyo a la población jubilada, entre otras cosas (Corporación Humanas 2008; Hábito de Chicas 2008). Así, por ejemplo, 85% de la población consultada en la mencionada encuesta para el BID, dice que las mujeres son buenas para tomar decisiones y la mayoría que son más honestas que los hombres. Menos de la mitad señala que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, lo mismo los que consideran que las mujeres tienen responsabilidades domésticas que les restan productividad en trabajos exigentes. Eso sí, 66% afirman que las mujeres se vuelven agresivas y competitivas, como los hombres, al asumir un cargo político. Más de la mitad de los/as consultados/as piensan que los temas de las mujeres son importantes (57%), eso sí y como suele ser habitual, más las mujeres que los hombres. Considerarían bien un gabinete con la mitad de mujeres, nuevamente más ellas que ellos. Y están a favor de las cuotas, en general, también más las mujeres que los hombres. Además en algunos países se tiene la opinión que en elecciones futuras bien pudiera llegar una mujer a la presidencia. Eso sí, quienes tienen menores niveles socioeconómicos y educativos son los que dicen no votarían por una mujer para presidenta (Buvinic y Roza 2004)6. Y dentro de todo esto, la juventud es la más favorable y 6 Las últimas mediciones del Latinobarómetro (2008) sobre evaluación de líderes situaban a Michelle Bachelet en cuarto lugar para el continente con 5.5 y Cristina Kischhner en onceavo con 4.7 (www.latinobarómetro.org 2009). 11 se trata del reemplazo generacional, las nuevas cohortes etarias con derecho al voto que se incorporan a la ciudadanía política (Fernández Poncela 2003). Y es que hay quien afirma incluso que “El estereotipo de género que pesaba sobre cualquier mujer que quisiera dedicarse a la política ha evolucionado. Lo que hace una década se percibía como una serie de trabas, hoy puede considerarse una llave para acceder a los cargos más altos, siempre y cuando se utilice con una estrategia debidamente diseñada” (López-Hermida 2007:1). Explicamos, al parecer se considera que las candidatas a presidencias o las que llegaron a dicha posición tienen que ver con lo que se denomina “el factor Ferraro” que en 1984 aspirara a la vice presidencia de los Estados Unidos, y que captó la atención con su capacidad intelectual y fuerza, toda vez que sus alusiones reiteradas a la familia, entre otras cosas, tales como peinado y vestido, por supuesto. Y que a pesar de ser mujer se ganó a los medios que antaño las ignoraban o le proporcionaban una menor cobertura, además de su tradicional tratamiento por parte de éstos (Viladot 1999). Es más, las mujeres en sus estrategias comunicativas pueden añadir un plus a la imagen masculina de capacidad, fuerza y determinación, y es el de justicia y sensibilidad social como se vio en la campaña de Bachelet, que utilizó todos los medios discursivos a su alcance en este sentido (López-Hermida 2007)7. Aunque no todo mundo ni todas las investigaciones parecen de acuerdo u orientarse en este sentido de avance y de transformación positiva de los estereotipos8. Lo 7 Lo que al parecer acontece en Estados Unidos, la imagen de la “mujer indomable”, que sin desatender sus papeles de esposa y madre, además se muestra graciosa, expresiva corporal y verbalmente, y con decisión política (López-Hermida 2007). Michelle Bachelet lo mostró magistralmente en su campaña, donde aparecía como buena madre de su hija, y futura buena madre de su pueblo, toda vez que determinada ex ministra de defensa, entre otras cosas (Fernández Poncela 2008). 8 Pese a todo, también hay estudios que apuntan lo contrario, en el sentido que, por ejemplo, en una encuesta en Buenos Aires (www.lanacion.com.ar 2008) de data reciente se apunta que se considera débiles e inexpertas a las mujeres políticas, y que sus discursos se centran en la familia y ellas mismas, y también apuntan los prejuicios de las y los votantes hacia ellas. Esto es curioso, cuanto menos, ya que las 12 que sí parece claro, como en los ejecutivos de España o de Chile, con una amplia participación femenina es que se rompen en cierta manera los estereotipos al haber mujeres consideradas emocionales o cálidas y otras más racionales y frías, son estilos diferentes, ya que pertenecen al mismo país, época y en estos casos concretos, formación política en el poder. Para concluir Remarcar para finalizar las transformaciones en cuento a la valoración y percepción, ahora favorable hacia las posiciones de las mujeres en el organigrama político, junto a otras transformaciones de carácter social y demográficas, aunadas éstas con las acciones y medidas de acción afirmativa y positiva, parece augurar un aumento de la población femenina en este espacio hasta no hace mucho vetado para las mujeres y exclusivo de los varones (Buvinic y Roza 2004). Otra cosa es su representación, la política de la presencia, si en realidad cambia o no la política, si esto beneficia o no a las mujeres, aunque los datos que se tienen hasta el momento parecen así apuntarlo, hay quien considera que todavía no hay suficientes pruebas para afirmarlo (Thomas 1994; Lovendeski 2001; Htun 2002; Uriarte 2006), pero esto es ya cuestión para otra reflexión. Si bien hay quien juzga positivo todo el proceso: “La presencia de más mujeres en el poder no sólo ha significado el reconocimiento de nuevos derechos para las mujeres y la implementación de políticas que atacan los problemas más significativos derivados de la campañas de Elisa Carrió y Cristina Kirchner, apenas aludieron a su condición femenina, un año antes de aplicarse dicha encuesta de la Universidad de Belgrano. Mientras otras investigaciones de la Universidad de Buenos Aires sí apuntan a la reconsideración positiva de los estereotipos femeninos, entre otras cosas facilitado por el interés en el cambio (D´Adamo et al. 2008). También una encuesta reciente en Chile (Cordinación Humanas 2008) muestra que la opinión es que en general la autoridad de las mujeres no se respeta porque la costumbre es que los hombres decidan, así mismo juzgan que la paridad legal no tiene efectos positivos para las mujeres. Y la discriminación femenina se considera fruto de la creencia en la superioridad masculina. Además de recriminar a los hombres que no se corresponsabilizan de las tareas domésticas. Cuestión, esta última común a lo largo y ancho del continente. 13 discriminación (la violencia, los derechos sexuales y reproductivos, la articulación de lo privado y público), sino que también ha aportado al cambio de la política, promoviendo la renovación generacional, la valoración de los conocimientos y la inclusión en las agendas de problemas derivados de las relaciones entre lo privado y lo público, y lo productivo y lo reproductivo. La existencia de mujeres en el poder también da visibilidad a otras mujeres, promueve sus trayectorias políticas y profesionales y establece redes amplias de sustento y legitimidad social.” (Guzmán y Moreno 2007:32). Bibliografía Beck, Ulrich 2002 La sociedad del riesgo. Barcelona:Paidós. Beck, Ulrich y Elisabeth Beck-Gernsheim 2003 La individuación. El individuo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Barcelona:Paidós. Blondet, Cecilia 1999 “Percepción ciudadana sobre la participación política de la mujer. 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