pero que en el cuarto dio una prueba cabal de por qué es hoy en día uno de los grandes nombres de la ópera. Es cierto que la voz está más fea y ha perdido extensión sin ganar mucho volumen, aunque sí algo de cuerpo, pero aún le da para mucho (y más que a muchas). Tamar Iveri fue una buena Mimì (buena no es muy buena ni genial, que quede claro: empezando por el color, que es muy oscuro y poco incisivo). Stefano Secco ha mejorado, pero los agudos de Rodolfo lo pusieron en aprietos de los que salió con la frente en alto pero mucho sudor y no siempre con soluciones técnicas adecuadas. Ambos, más ella que él, interpretaron bien. Dalibor Jenis, sorprendente en su caso, pues jugó la carta de cantar fuerte todo el tiempo, lo que dio como resultado un Marcelo eficaz pero superficial. Giovanni Battista Parodi trazó un buen Colline, que sin duda puede ser mejor. David Bizic fue un correcto Schaunard de timbre poco grato pero muy bien actuado. Los comprimarios estuvieron muy bien y fue emocionante ver aún en Alcindoro al veterano y excelente Rémy Corazza, testigo de una generación de cantantes franceses que ha tenido relevo en algunos aspectos pero no en otros como el caso que nos ocupa. por Jorge Binaghi L’elisir d’amore Tamar Iveri (Mimì) y Stefano Secco (Rodolfo) en París Ópera en Paris La bohème Foto: Christian Leiber Hoy en día, la acción en los años 30 del siglo XX no asombra a nadie. La reposición de esta producción está bien acomodada a la época salvo al principio del acto tercero. Todos la conocen bien y se mueven con gusto y naturalidad. No sé si es hora de jubilarla, pero sé que un título como este no debería ser abusado en exceso. Claro que siempre trae público, pues se trata de una versión digna y con elementos de interés, pero si ni el Met (que también sigue usando y abusando) consigue una gran versión… Daniel Oren dirigió bien la función del 15 de noviembre, un tanto fuerte, con mucha gesticulación y cantando en voz baja (cosa que me irrita particularmente) y la orquesta respondió bien, aunque no parecía particularmente inspirada. El coro también realizó un buen trabajo y es quien más conoce los movimientos escénicos. Hubo dos repartos para los roles principales, salvo el de Musetta. En este se presentaba (y creo que era el motivo de la reposición) por primera vez en un papel pucciniano la gran Natalie Dessay, que sigue siendo grande, pese a cierto histrionismo rebuscado en los actos 2 y 3 y a algunos problemas de volumen durante el cuarteto, La puesta de Laurent Pely, ya vista en la Opéra Bastille en 2006 y adquirible en DVD, muta la locación original por un pequeño pueblo de Italia alrededor de 1950. En un principio nos encontramos con un montículo de fardos de pasto, donde Adina lee, una enfardadora, la vista de los campos y de torres de electricidad. La llegada de Dulcamara a una pequeña trattoria se produce en un camión, milagro técnico mediante. En el segundo acto Chantal Thomas (escenógrafa) nos muestra otra escena campestre con fardos de pasto. La presencia de un telón con avisos del elixir de Dulcamara, a la manera de los viejos cines de tercera categoría, de motociclistas y hasta de un tractor, nos hablan de las posibilidades técnicas del teatro y del preciosismo de la recreación de ese pueblo rural. El vestuario luce perfecto para la época que quiere recrear y la iluminación de Jöel Adam resulta el complemento ideal para dar marco a cada escena. Se destacan las luces durante el aria principal de Nemorino por el bellísimo clima que producen. El movimiento de los cantantes es permanente, no hay momentos estáticos en ningún lugar de la representación. Anna Netrebko resultó deslumbrante como Adina. Rol que encara con total seguridad musical, agudos y sobreagudos brillantes, gran potencia, exquisitos pianísimos y un fraseo admirable. A su lado el tenor Charles Castronovo demostró su altísimo profesionalismo como Nemorino. La noche anterior cantó el Vincent de Mireille de Gounod y en la función que reseñamos, del 15 de octubre, salió a reemplazar a Giuseppe Filianoti, imposibilitado de actuar. Dos roles diferentes en dos días y ambos cumplidos en forma sobresaliente. Admira el manejo de su voz, sus recursos y posibilidades actorales, su fraseo y su estilo de canto. Su momento solista resultó perfecto y personal a la vez. George Petean resultó un querible Belcore de sólidos recursos vocales y el Dulcamara de Paolo Gavanelli derrochó histrionismo y calidad vocal, aunque se echaran de menos mejores graves. Adecuada la Giannetta de Jaël Azzaretti y bien amalgamado el Coro. Paolo Arrivabeni pro ópera Anna Netrebko, como Adina desde el podio ofreció una chispeante versión musical, con tiempos ágiles y cuidado desempeño. Abriendo varios de los cortes tradicionales en una muy buena decisión, ya que esos momentos ayudan a comprender más acabadamente la trama. por Gustavo Gabriel Otero Ezio Los homenajes a Händel se multiplican. El Théâtre des Champs-Elysées lleva la voz cantante en París, tanto con versiones escénicas como las que presenta en concierto, y son títulos menos o nada conocidos (es el caso que nos ocupa). Tras el fracaso inicial, pese a los cantantes que reunía y a los valores de la partitura, no se volvió a oír hasta 1977, y hoy dista de ser un título de repertorio. Y bien, no sólo la obra merece que se la escuche (el teatro no estaba lleno el 14 de noviembre, y es una lástima; los ausentes se lo perdieron), sino que hasta el momento me parece el mejor de todos los homenajes a Händel que he visto o escuchado. Simplemente porque, independientemente del rendimiento de unos y otros, todos trataron de poner lo mejor de sí y se los veía, cantantes y profesores de la excelente orquesta, escuchar con gusto a los otros y, más raro aún, aplaudirles de buena gana junto con el público. Más raro aún, Attilio Cremonesi, sin exagerar, acompañó con calor a todos y cada uno demostrando no sólo conocer el material que tenía entre manos, sino amarlo. Amarlo parece la palabra justa para los cantantes también, aunque unos lo hicieran mejor que otros. Vittorio Prato es muy joven y barítono cantando una parte de tenor; tuvo sus tropiezos y sobre todo una forma de decir los recitativos que parecía más del siglo XIX que del XVIII. Antonio Abete es un buen bajo para el barroco, pero le van mejor los papeles cómicos o no tan heroicos como el de aquí, porque la extensión y el timbre pro ópera que se requieren son otros. Sin embargo, incluso él se arriesgó y resolvió de modo óptimo las difíciles coloraturas que en días posteriores una cantante muy famosa disparaba en un concierto con más rapidez que tino. Sonia Prina estuvo brillante como siempre, y su voz oscura de contralto resulta ideal para estos roles. Kristina Hammarstroem, en uno de esos roles “dignos” y sacrificados que tan bien se le daban a Händel, tuvo un éxito merecido (y su dicción —más mérito que en los otros casos— fue tan impecable como su técnica). Pero si hubo triunfadores, fueron los dos protagonistas. El héroe del título fue pensado para el gran castrato Senesino. Parece que sus papeles le van al muy viril Lawrence Zazzo como anillo al dedo, porque su canto y su timbre fueron un bálsamo (es notorio que hay más nota elegíaca que furor guerrero, aunque no deja de tener sus momentos “impetuosos”). Hacía mucho que no lo encontraba en tan alto nivel, y creo que es la vez en que mejor lo he oído. Lo mismo dígase, y en superlativo, de Veronica Cangemi, cuya excepcional prestación (aplaudida con delirio merecido por el aplomo y brillo con que enfrentó las dificultades de Fulvia, secretamente prometida a Ezio y verdadera protagonista de la obra) permite sólo remitirse a La fida ninfa de Vivaldi para recordar algo que resulte comparable, aunque ella también aquí estuvo mejor. Excepcional, y sin necesidad ni de cambiar vestidos, ni de salir en páginas de periódicos, ni de mencionar actuaciones junto a otros divos, ni de inventarse triunfos, he aquí una persona que trabaja, estudia y ama intensamente el repertorio que mejor le va. En general estos artistas (los mejores) no son reconocidos, o lo son tardíamente, y desde luego menos en su tierra que en las ajenas donde desarrollan —o se ven obligados a desarrollar— su magisterio. Gracias. por Jorge Binaghi televisión, la radiofonía e internet, para adentrarnos en el mágico, único e irrepetible mundo de la ópera en vivo. Lo que televisivamente o radiofónicamente nos pareció muy bueno se convirtió en excelente ante la presencia real en esta función final de Mireille. Sus puntos más altos fueron la perfecta preparación musical, el extremo cuidado de la dicción francesa, el elevado nivel vocal y la producción escénica respetuosa y a la vez moderna. En la función del 14 de octubre, Marc Minkowski dirigió la obra con tiempos ligeros, con perfecto espíritu francés y con delicadeza, haciendo de una ópera de menor cuantía una verdadera revelación. Es de destacar la esmerada preparación musical, la notable respuesta de la orquesta y el amor que en todo momento puso el maestro Minkowski para con la obra. La partitura que desde el foso los músicos le entregaron al director en el saludo final es la muestra pública por parte de la orquesta de la conformidad con un trabajo de conjunto con un resultado de gran valía. Debe agradecerse al maestro la recuperación para la consideración pública de esta obra poco frecuentada de Gounod. Inva Mula (Mireille) y Charles Castronovo (Vincent) Foto: Agathe Poupeney Mireille La temporada 2009-2010 de la Ópera Nacional de París se abrió con el estreno, para el Palais Garnier, de Mireille de Gounod, en lo que resulta toda una declaración de principios estéticos de su nuevo director, Nicolas Joel, para diferenciarse de las propuestas musicales de su antecesor, Gérard Mortier, un confeso enemigo de la ópera francesa del siglo XIX. La temporada incluye también Werther, Les contes d’Hoffmann y Platée en una bien distribuida selección de títulos galos. Este inicio de temporada incluyó la transmisión televisiva en directo y posteriormente la radial. Es por ello que poco cabe agregar a lo que miles de personas en el mundo pudieron ver y escuchar. Pero la ópera como teatro cantado que es, implica necesariamente la presencia viviente del público y ninguna grabación, antigua o moderna, o transmisión podría nunca igualar la experiencia estética de la participación en vivo. Dejemos a los obstinados cultores de la necrofilia lírica con sus históricas grabaciones, sus recuerdos agigantados y sus depresiones por un mundo que cambió, y también a los que por razones de lejanía o presupuesto no pueden más que seguir, a la distancia y con envidia, las temporadas de los principales teatros líricos del mundo por medio de la En el protagónico, Inva Mula demostró su elevado nivel de compromiso actoral, una vocalidad sin fisuras y unas posibilidades canoras que van desde la delicadeza de la niña amante de los inicios de la obra, al dramatismo de su travesía por el desierto. Charles Castronovo mostró en su Vincent un artista de perfecto estilo francés que puede cantar con voz plena y homogénea. Frank Ferrari (Ourrias) tuvo la presencia ideal para encarnar al pérfido personaje y cantó con pasión y buen gusto. Con notable volumen y homogeneidad en el registro Alain Vernhes fue Ramón el padre de Mireille. Taven está a mitad de camino entre una bruja y una anciana sabia, y Sylvie Brunet la compuso con un notable y verdadero registro de mezzosoprano. Sólido el resto del elenco, del cual destacaron Anne-Catherine Gillet (Vincenette) y Sébastien Droy (Andreloun), y con justeza la labor del coro preparado por Patrick Marie Aubert. Presenciar una puesta del equipo comandado por Joel y conformado por Ezio Frigerio (escenografía) y Franca Squarciapino (vestuario) implica ver una concepción respetuosa, ambientes amplios y vestuario en estilo. En esta oportunidad el equipo incluyó, también, a Patrick Ségot en el diseño de la coreografía y a Vinicio Cheli en la iluminación. De ninguna manera defraudó el estilo que es habitual en Joel con una puesta respetuosa y moderna a la vez. La acción dramática se desarrolló correctamente y, en general, los protagonistas jugaron la escena bien adelante en el proscenio. En el primer acto un trigal sencillo y a la vez perfecto dio marco a la escena con el agregado de una proyección detrás. Unos pocos elementos dieron lugar al segundo: sólo se agregó una carreta y unos banderines de colores. Un gran muro de piedra fue el escenario de la primera parte del tercer acto, que luego mutó en la orilla del Ródano con la visión de las dos orillas, el agua, el cielo y la luna. El cuarto acto se desarrolló en el exterior de una casa de piedra con un fondo azul y unos bancos de madera para la fiesta. Resultó de excelencia el efecto del amanecer. El desierto se resolvió con una proyección de luz amarilla y blanca y en el final se ven los campos, la escalera de piedra que da entrada a la iglesia y una pequeña torre con una cruz. por Gustavo Gabriel Otero pro ópera Camilla Nylund (Salome) y Thomas Moser (Herodes) Se retomó la última puesta en escena aquí, de Lev Dodin, pero más razonable que otras suyas (se ve que cuando se ocupa de sus connacionales es más “creativo”), con una excelente concepción del espacio (salvo la jaula sobre ruedas en la que trasladan al Bautista) y una magnífica marcación de personajes. Lo mejor de la función del 13 de noviembre en la Opéra Bastille fue la versión musical de Alain Altinoglu, que hizo sonar con vigor, pero también con sensualidad y con toda la gama de matices, la genial partitura de Richard Strauss. Es cierto que a veces cubrió voces, pero también lo es que —no sólo por el enorme espacio— eran todas voces de formato menor que el que el autor exige. La mejor fue, en cualquier caso, Camilla Nylund, con una protagonista ideal en lo físico y la actuación y muy bien cantada, sin forzar sus medios líricos, lo que le permitió hacer una danza estupenda y luego cantar muy bien su monólogo final (cuyas primeras frases fueron poco audibles). La voz es pareja y hasta se dio el lujo de algunos graves temibles. Distinto el caso de Vincent Le Texier, un cantante con volumen y buen timbre en centro y grave, pero que no tiene resuelto un registro agudo que se le escapa (y ahí fue directamente una suerte que en alguno de sus ‘Sei verflucht!’ la orquesta no dejara oírlo). Tampoco demostró tener un buen alemán ni una gran participación en la obra. Thomas Moser, en cambio, fue un Herodes casi ideal, si pro ópera no fuera porque empezó prácticamente sin voz, la que fue recuperando, como el gran cantante veterano en que se ha convertido, a medida que transcurría la función. Julia Juon hizo una creación de Herodías en lo escénico y en lo vocal, mientras que Xavier Mas resultó más bien borroso como Narraboth, con una voz sin ningún brillo. Hubo actuaciones destacadas de los comprimarios que se lucieron según sus posibilidades. por Jorge Binaghi Die Tote Stadt Poco a poco Die Tote Stadt, la ópera más importante de Erich Wolfgang Korngold, prácticamente olvidada hasta hace aproximadamente una década, va encontrando su lugar en las principales casas de ópera del mundo. La producción escénica, original de la Ópera de Viena, estrenada en 2004 y que ya fue vista, al menos, en el Festival de Salzburgo, la Nederlandse Opera de Amsterdam, el Liceu de Barcelona, la Ópera de San Francisco y el Covent Garden de Londres, llegó a la Ópera de París. El espectáculo delineado por Willy Decker luce con una perfección inusitada, en una puesta sobrecogedora, claustrofóbica y deslumbrante. La falta de acción se conjura con la creación de dos planos: la habitación-santuario con los recuerdos de Marie en tonos negros o azules muy oscuros, y un espacio que se abre en la parte posterior del Foto: Frédérique Toulet Salome Escena de Die Tote Stadt en París Foto: Bernd Uhlig escenario que permite pasar del mundo de la realidad al de la alucinación. El vestuario, firmado al igual que la escenografía por Wolfgang Gussmann, utiliza tonos negros y tostados para los personajes reales y un blanco muy fuerte para los protagonistas del sueño. La luz, ideada por Wolfgang Goebbel, es el complemento ideal de las acciones y sirve permanentemente de marco escénico. Pinchas Steinberg produjo una versión musical de primer orden con predominio de la riquísima orquestación de Korngold, aunque quizás en algún momento faltó un poco de coordinación con el palco escénico para no tapar las voces. Paul es un papel de terribles exigencias vocales y actorales. Esta casi permanentemente en escena y no posee un gran momento solista o de lucimiento. Es de esos roles en los cuales lo importante es el resultado final y no una nota o frase. Robert Dean Smith resultó victorioso en todo momento redondeando una gran noche. Ricarda Merbeth mostró toda su autoridad vocal y dramática con su doble personaje de Marietta y Marie, que redondeó sin fisuras, con agudos perfectos y con voz plena. Equilibrado, compenetrado y eficiente el resto del elenco del que sobresalieron Doris Lamprecht (Brigitta) y Stépane Degut, mientras que los coros resultaron ajustados y a la altura de la calidad general del espectáculo. por Gustavo Gabriel Otero Wozzeck Cuando se tiene una orquesta del nivel de la Philharmonia de Londres y un director joven como Esa-Pekka Salonen (tal vez menos “expresivo” que, por ejemplo, un Claudio Abbado, o más “objetivo”), los resultados llegan a niveles altísimos (no sólo en los interludios). Un reparto entregado, aunque vestido de noche, dio vida con gestos medidos pero bien pensados, a los pocos “afortunados” (socialmente hablando) y los muchos “marginales” de este sombrío drama. Aunque algunos papeles podrían haber ganado, vocal o expresivamente (en particular, el doctor y el idiota), el conjunto fue homogéneo. Claro que destacaba el Andrés de Robert Murray, el neurótico capitán de Peter Hoare, el Tambor Mayor de Hubert Francis (de seguros agudos; tres tenores a falta de uno, y qué bien lo hicieron en todos los aspectos). Y los dos protagonistas: una Katarina Dalayman de voz oscura y segura, claramente soprano, en Marie, con un buen fraseo, y sobre todo el Wozzeck de Simon Keenlyside, más apabullante que en la versión escénica de año y medio, tanto en lo vocal —la frecuentación del rol ha logrado mejorar lo excelente— como en la expresividad que, librada a sus manos, ojos y el resto de su cuerpo: todo eso me permitió admirar al mejor intérprete del rol que yo recuerde en toda mi experiencia. por Jorge Binaghi pro ópera