Nunca se había llegado en la técnica del terror al punto de crueldad y eficacia conseguidas por la Gestapo, el poderoso instrumento de Hitler. El autor, antiguo cautivo de la Gestapo y policía profesional, nos ofrece u n testimonio digno del mayor créditos Su -valor literario se ha reconocido con los s i g u i e n t e s galardones: «Prix Littéraire de la Résistance» y «Prix Aujourd'hui» 8 4 O ptas. EDITORIAL BRUGUERA, S. A. BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - MEXICO - RIO DE JANEIRO IMPRESO E N ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN ' (0 (D 01 O O 00 ú Título original de la obra publicada por la L I B R A I R I E ARTHÉME F A Y A R D : HISTOIRE D E LA GESTAPO Copyright de la presente edición © J A C Q U E S DELARTJE - 1963 sobre el texto literario española ¡Cuando oigo pronunciar cultura, cargo mi revólver! © ANGETj B A D I A - 1963 sobre la cubierta la palabra HANNS JOHST (dramaturgo nazi) La verdad está en el intelecto. Concedidos derechos exclusivos para todo el mundo de habla española a EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2-Barcelona (España) ARISTÓTELES Traducción al español de A L F R E D O S A N T I A G O SHAW edición en Libro Amigo: abril 1966 2.' edición en Libro Amigo: noviembre 1966 Printed in Spain - Impreso en España Depósito Legal B 9£52 - 1966 Impreso en los Talleres Gráficos de E D I T O R I A L B R U G U E R A , S. A. Mora la Nueva, 2 - Barcelona 1966 N. R. 31.873-1966 LOS NAZIS SE HACEN DUEÑOS DE ALEMANIA El 30 de enero de 1933, en el despacho del mariscal Hindenburg, se había jugado la suerte del mundo para los próximos quince años. Hitler acababa de asumir el título de canciller del Reich. A su lado, Von Papen se erigía en vicecanciller del Reich y comisario del mismo en Prusia. Antiguo oficial del Estado Mayor, era hombre de confianza del mariscal y el testaferro de la Liga agraria alemana que, bajo la presidencia del conde Von Klackreuth, agrupaba a los grandes propietarios del Este. Encargado por Hindenburg de «ponerse en contacto con los partidos, a fin de aclarar la situación política y examinar las posibilidades de constituir un nuevo Gabinete», le había traído a Hitler, mirado por los m á s perspicaces como el único hombre capaz de poner freno, con una política de fuerza, a las tendencias socializantes que se estaban desarrollando. Von Papen era también el favorito de los militares. El nuevo ministro del Interior era el doctor Frick, ex funcionario de policía en Munich, nazi a machamartillo, que había de conservar el puesto hasta agosto de 1940. von Blomberg fue nombrado ministro de la Guerra; Von Neurath, ministro de Asuntos Exteriores; Goering, sin dejar la presidencia del Reichstag, ministro sin cartera, y al mismo tiempo encargado de la Aviación y de los servicios del Ministerio del Interior en Prusia. Este «ministro sin cartera», el fiel Hermann Goering, miembro del partido desde 1922, herido gravemente a raíz del fracasado «putsch» de 1923, iba a jugar un papel destacado en el curso de las semanas que siguieron a la conquista del poder. Diputado en el Reichstag tras las elecciones de mayo de 1928, miembro del Landtag de Prusia, Goering había frecuentado los medios policiacos y adquirido, gracias a uno de sus nuevos amigos, el 21 comisario Rudolf Diehls, un conocimiento profundo de la técnica empleada por la policía estatal. El terror se abatió en seguida sobre Alemania. Adoptó una doble forma. Brutal y sangriento, se manifestaba especialmente en la represión de los desórdenes y en las luchas callejeras. Solapado y difuso, se traducía en detenciones arbitrarias a altas horas de la madrugada, que acababan, a menudo, con una ejecución rápida mediante un pistoletazo o una soga, en el fondo de una cueva silenciosa. Desde la tarde del 30 de enero de 1933, las fuerzas nazis libraron verdaderas batallas con los comunistas. El 31 de enero, Hitler hizo una declaración por radio. En un discurso moderado, el nuevo canciller proclamaba su adhesión a los principios tradicionales. La misión del Gobierno era, según dijo, «restablecer la unidad de espíritu y de voluntad» del pueblo alemán; quería mantener el cristianismo, proteger la familia, «célula constitutiva del cuerpo popular y estatal», erigiéndose así en defensor de los reanimantes valores burgueses. Este jefe de Gobierno, tan respetuoso de las formas, obtuvo, el primero de febrero, el decreto de disolución del Reichstag, aquella disolución que Hindenburg había ¡rehusado a Von Schleicher. Se fijaron las elecciones para el 5 de marzo. Los nazis operaban siempre en el marco de la legalidad, pero como la victoria no era segura, convenía ayudarla por otros medios, y el primero de ellos, la eliminación metódica del adversario. El 2 de febrero, Goering, comisario del Interior, asumió la dirección de la policía prusiana, en la que hizo una depuración. Los funcionarios republicanos —identificados y fichados hacía tiempo— fueron liquidados, así como los que, sin serlo, reaccionaron fríamente ante la nueva situación. Fueron sustituidos por elementos nazis de confianza. Centenares de comisarios, inspectores y agentes uniformados, en total las dos terceras partes de la fuerza pública, fueron depurados en beneficio de los nazis procedentes de las S.A. o de las S.S. De este Cuerpo nazi, encajado a la fuerza en el marco de una administración tradicional, había de nacer la Gestapo. Pero como el Landtag de Prusia se opuso a estas medidas ilegales, el día 4 del mismo mes fue suprimido a su vez por un decreto «para la protección del pueblo». El mismo día, otro decreto estableció la prohibición de reuniones «susceptibles de turbar el orden público», lo que permitiría impedir reuniones de los partidos de izquierda, dejando el campo libre a los nazis. El 5 de febrero los Cascos de Acero, los Schupos y los Camisas Pardas desfilaron, en el curso de una parada oficial, en Berlín. Con esto se daba estado oficial a las 22 SA. antes que fuese llegada su hora, recordando aquel acto al famoso «Frente de Harzburg» de los partidos nacionalistas. Le sucedió una noche sangrienta de incursiones nazis a las salas de reuniones y cafés: frecuentados por los comunistas. Estallaron disturbios en Bochum, Breslau, Leipzig, Stassfurt, Dantzig y Dusseldorf. Hubo numerosos muertos y heridos. El Gobierno estaba en manos del triunvirato formado por Hitler, Von Papen y Hugenberg, ministro de Economía y de Agricultura, magnate de la Prensa y del cine y jefe de los nacionales alemanes. El día 6, una ley de urgencia «para la protección del pueblo alemán» ató y amordazó a la Prensa y órganos informativos de la oposición. A partir del día 9 se puso en movimiento la máquina policíaca de Goering. Por todo el país se llevaron a cabo pesquisas en los locales del partido comunista y en los domicilios de sus dirigentes. Se divulgó la especie de un descubrimiento de armas, municiones y documentos «demostrativos» de un complot pronto a estallar, y, en particular, de un proyecto para «incendiar los edificios públicos». Las detenciones se multiplicaban tanto como los secuestros. Los S.A. torturaban y asesinaban a 'los oponentes que figuraban en unas listas de las que se venía hablando hacía años. El general Ludendorff, antiguo amigo de Hitler, re-' negó de su^ cómplice de 1923 y escribió a Hindenburg: «Os prevengo, de la manera más solemne, que este hombre nefasto va a arrastrar a nuestro país al abismo, y a nuestra nación a una catástrofe inimaginable. Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por haberlo permitido.» Hindenburg se limitó a transmitir a Hitler las cartas de Ludendorff. El día 20, Goering dictó una orden invitando a la policía a hacer uso de las armas contra los manifestantes de partidos hostiles al Gobierno. En Kaiserslautern, el anciano canciller Brüning había organizado una reunión, los nazis atacaron a los asistentes con mazas y pistolas, causándoles un muerto, tres heridos graves y numerosos heridos leves. El periódico católico Gerrñania, protestó al presidente Hindenburg, pero el «viejo señor» permaneció silencioso. El 23, el ministro de Economía de Wurtemberg, el demócrata Maier, reclamó contra las tentativas destinadas a privar a las provincias de sus derechos. Invitó a unirse a los alemanes del Sur —ya que en esta parte los nazis no contaban mayoría en ningún Parlamento— «para la defensa de la legalidad republicana, de sus derechos y de su libertad. 23 Al día siguiente, M . Frick dio una significativa respuesta —El Reich —dijo— hará triunfar su autoridad sobre los Estados del Sur, e Hitler se mantendrá en el poder «aunque no obtenga la mayoría el 5 de marzo». Tal eventualidad haría surgir la conveniencia de proclamar el «Staatsnotzustand», el estado de alarma, y de suspender una parte de la Constitución «puesto que el voto de la mayoría, adversa, no podía ser m á s que negativo». A pesar de su resolución de no abandonar el poder, del que se habían apoderado con tan malas artes, los nazis estaban inquietos. La oposición les resistía. La situación se hacía m á s alarmante a medida que se precipitaban los acontecimientos. El 25, las organizaciones de choque comunistas, integradas en la Liga «Antifa», se pusieron bajo una dirección común para responder a la ocupación de la casa Karl Liebknecht, efectuada la víspera. El 26, esta nueva dirección lanzó un llamamiento para «erigir una gran barrera de masas con que defender el partido comunista y los derechos de la clase obrera», y para «desencadenar un poderoso asalto de masas y una lucha gigantesca contra la dictadura fascista». , El único medio de atacar al partido comunista para impedir que tomara la iniciativa de una «cruzada antifascista», no podía ser más que su aplastamiento legal. Había que persuadir al país de la realidad del complot, del «putsch» comunista, lo que permitiría eliminar a los dirigentes y desacreditar al partido, antes de las elecciones. Montar un mecanismo de gran envergadura no presentaba la menor dificultad para los nazis. Tenían la policía de Berlín en sus manos, gracias a la depuración efectuada por Goering. Treinta m i l «auxiliares» de la policía, armados y ostentando el brazalete de la cruz gamada, se habían hecho dueños de la calle. El partido les pagaba tres marcos diarios. Un decreto de Goering, fechado el 22 de febrero, había encuadrado en las brigadas, como policías auxiliares, a los miembros de la S.A. y del «Stalhelm», los Cascos de Acero. Todo estaba preparado para el estreno de la gran representación. Los tres timbrazos no se hicieron esperar. El 27 se alzó el telón sobre el escenario principal de aquel drama. El 27 de febrero, a eso de las nueve y cuarto de la noche, un estudiante de Teología, que se dirigía a su casa por la acera de la Konigsplatz, donde se levantaba el palacio del Reichstag, oyó el ruido de un cristal que alguien acababa de romper. Los fragmentos de vidrio cayeron con estrépito sobre el pavimento. Sorprendido, 24 corrió a avisar a la guardia del Parlamento. Inmediatamente se organizó una ronda, la cual se apercibió de una silueta que corría, propagando fuego a través del inmueble. Los bomberos y la policía se hallaban pocos instantes después en aquel lugar. El primer coche de policía, llegado un minuto después que el de los bomberos, lo ocupaba el teniente Lateit. Acompañado del inspector Scranowitz y de algunos agentes, recorrió rápidamente el edificio en busca del incendiario. A todos les sorprendió el número y la dispersión de los focos de aquel incendio. En el salón de sesiones, les llenó de estupor un espectáculo extraordinario. Una llama gigantesca se alzaba derecha hacia el techo. No desprendía nada de humo y podía medir muy bien un metro de ancho y varios metros de altura. En la sala no había más foco que aquél. Era el resultado de un producto incendiaria muy violento. Sin salir de su sorpresa, empuñaron las. pistolas y reanudaron sus pesquisas. Así llegaron al salón restaurante, ya transformado en un brasero. Por todas partes despedían llamas cortinas y alfombras. En el gran salón Bismarck, situado al sur del edificio, apareció de pronto un individuo, desnudo de medio cuerpo para arriba, brillante de sudor, de aire extraviado y mirada alucinada. Tan pronto le dieron el alto, levantó los brazos y se dejó registrar sin resistencia. No llevaba consigo más que algunos papeles grasientos, un cuchillo y un pasaporte holandés. Scranowitz le echó una capa sobre los hombros y le condujo a la jefatura de policía, en Alexanderplatz. Sin dificultad lograron identificarle: Van der Lubbe (Marinus), holandés, nacido el 13 de enero de 1909, en Leyde. Obrero parado. Desde que se supo el incendio, la radio había lanzado la noticia por las ondas en los siguientes términos: «Los comunistas han prendido fuego al Reichstag». De modo que antes de haberse iniciado la encuesta, ya se sabía que los culpables no podían ser otros que los comunistas. Aquella misma noche empezó la represión. Se decretaron en el acto aquellas «leyes de emergencia del 28 de febrero» adoptadas «para la defensa del pueblo y del Estado» y firmadas por el viejo mariscal. El partido comunista era el m á s directamente afectado, pero también se prohibió la publicación de los diarios social-demócratas. Estos decretos de «salud pública» abolieron la mayor parte de las libertades constitucionales: libertad de Prensa, derecho de reunión, inviolabilidad de la correspondencia y del domicilio, habeas corpus. El resultado fue que el pueblo alemán quedó sometido a la discreción de la policía nazi, facultada para actuar sin restricción y sin responsabilidad, 25 2-LA GESTAPO practicar la detención secreta y la detención a perpetuidad sin previa acusación, sin pruebas, sin audiencia, sin abogado. Ninguna jurisdicción podía oponerse, ni ordenar la puesta en libertad, ni reclamar un nuevo examen del expediente. La Gestapo conservaría estas prerrogativas hasta el fin del régimen. Aquella misma noche comenzaron las detenciones en Berlín. «A título preventivo» fueron capturadas, en plena noche, unas 4.500 personas, miembros del partido -tomunista o de la oposición democrática. Policías, S.A. y'S.S. se repartieron la tarea, hicieron pesquisas, interrogaron, cargaron camiones enteros de personas sospechosas que, después de su estancia en una cárcel privada del partido o en una prisión del Estado, pasaban inmediatamente a poblar los primeros campos de concent-ración, que Goering iba creando para ellos. Desde las tres de la madrugada, los aeródromos y puertos quedaron sometidos a un riguroso control, siendo registrados los trenes en los puestos fronterizos. No era posible salir de Alemania sin autorización. A pesar de todo, muchos miembros de la oposición consiguieron huir, pero ya estaba dado el golpe. Se practicaron cinco mil detenciones en Prusia y 2.000 en Renania. El primero de marzo, un segundo decreto imponía sanciones a los actos de «provocación a la lucha armada contra el Estado» y «provocación a la huelga general». Porque, precisamente, era la huelga general lo que m á s temían fos nazis, única arma eficaz de las izquierdas divididas. El partido comunista estaba decapitado; los social-demócratas temblaban atemorizados, pero a ú n quedaban los sindicatos. Dotados de una enorme fuerza masiva, los sindicatos habrían podido oponerse a la progresión nazi, paralizando el país con una huelga general. En Alemania existían tres grupos de sindicatos: la Confederación General del Trabajo, la m á s poderosa; la Confederación General de los Trabajadores Independientes, que sumaban 4.500.000 miembros, y, por último, los Sindicatos Cristianos, que contaban 1.250.000 afiliados. Los sindicatos alemanes poseían los efectivos m á s fuertes del mundo: el 85 por ciento de los trabajadores estaban sindicados. No habían olvidado a qué precio habían pagado la guerra y eran hostiles al militarismo, el cual entrañaba un nuevo conflicto cuyas consecuencias serían los primeros en soportar. Esta masa enorme, a pesar de su hostilidad a los recién llegados, no supo asumir el riesgo de una movilización que habría podido salvarla a ella y a toda Alemania. Lo mismo que la social-democracia, los sindicatos 26 optaron por estar a la espera, con la espalda encorvada. Esta pasividad recibiría muy pronto su pago. En medio de aquellos desórdenes, se esperaba el día del escrutinio. Desde el 30 de enero, los nazis habían desplegado sobre Alemania las alas del terror, y un torrente de propaganda se iba infiltrando por todas partes, acompañando cada movimiento y cada minuto de la vida ciudadana. Para la campaña electoral se habían organizado millares de reuniones. Hitler se multiplicaba "de una manera casi increíble, saltando de una localidad a otra, apareciendo el tiempo justo para galvanizar a la muchedumbre con unas frases tan duras como huecas, de cuyo valor persuasivo sólo él conocía el secreto. Una gigantesca máquina de propaganda había sido puesta en movimiento por Goebbels, con un refinado sentido de la estética, del efecto, con una exuberancia de desfiles, de banderas, de pancartas, de marchas heroicas, que conmovían a aquellos pobres diablos, congregados para oír al nuevo Mesías. En aquel entonces había más de siete millones de parados en Alemania, lo cual significaba que más de un trabajador, de cada tres, teñía que ser socorrido (pobremente) por la Wohlfarsamt o asistencia pública. El 5 de marzo hubo votación en toda Alemania. No hubo m á s que un once por ciento de abstenciones, porcentaje bastante débil en proporción a las elecciones anteriores. Los nazis recolectaron 17.164.000 votos, resultado de su dinamismo, de las miles de presiones ejercidas sobre los alemanes y también de la gigantesca mentira del incendio del Reichstag. Los comunistas, cuyo aplastamiento se esperaba, se comportaron mejor de lo que era de suponer. No obstante, la feroz represión de que eran objeto, la falta de jefes —obligados a huir o encerrados en las cárceles— y la supresión de sus periódicos, h a b í a n reunido 4.750.000 votos y conservaban 81 escaños. El nuevo Reichstag se componía, pues, de 288 diputados nacionalsocialistas, 118 socialistas, 70 diputados del centro, 52 nacionales alemanes, 28 populistas bávaros y grupos afines, y 81 comunistas. Los socialistas obtuvieron cerca de siete millones de votos. Los nazis, no habiendo logrado más que el 43'9 por ciento de los sufragios, no tenían mayoría en el Reichstag. Temían que los otros partidos, coligados contra ellos, llevasen a cabo lo que habían anunciado antes de las elecciones. Entonces «invitaron» a los diputados comunistas a no sentarse. Comprendiendo que hacer lo contrario era i r a una muerte segura, ninguno de ellos se presentó. 27 El 21 de marzo, aniversario de la convocatoria del primer Reichstag por Bismarck en 1871, el nuevo Parlamento fue llamado a la solemne sesión inaugural. El 22, la primera sesión verdadera del Reichstag se celebró en Berlín, en la sala de la Opera Kroll, en Tiergarten. Gigantescas banderas con la cruz gamada se habían extendido detrás de la tribuna y el bureau. Los corredores estaban atestados de patrullas de la S.A. y de las S.S. Los diputados nazis lucían el uniforme del partido. El orden nuevo se estaba instaurando en fecha tan señalada. La eliminación de los comunistas permitió a los nazis disponer del 52 por ciento de los votos. N i un solo diputado elevó la voz para protestar contra aquella amputación, que entregaba totalmente el poder a los nazis. La elección de la presidencia no tardó m á s que unos minutos, por el sistema de «sentados y de pie». Goering fue elegido presidente por una mayoría de la que estaban excluidos los socialistas. El 23, Hitler leyó un discurso-programa totalmente anodino, y reclamó plenos poderes por cuatro años, recordando que «la mayoría de que dispone el Gobierno podría dispensarle de pedir esta medida». Aquellos plenos poderes permitían al Gobierno legislar a su antojo al margen de la Constitución. Sus decretos no necesitarían ni el refrenado del presidente ni la ratificación del Reichstag. Los mismos poderes le dispensarían también de la ratificación parlamentaria para los tratados que pudiera concluir con potencias extranjeras. Era tanto como suprimir de un plumazo la democracia parlamentaria y entrar de modo legal en una dictadura. Hasta el salón de sesiones llegaba el rumor de las patrullas S.A. concentradas en torno al edificio, lo que daba a la reunión un fondo sonoro muy inquietante. Se pasó a la votación. Los socialistas fueron los únicos que tuvieron el valor de votar en contra. El proyecto fue aprobado por 441 votos contra 94. Ya no quedaba m á s que despedir a la Asamblea. El mismo anciano mariscal estaba desposeído, desde el momento que su firma había dejado de ser necesaria al pie de los decretos. Los nazis iban a reinar como únicos señores. En aquel momento iba a comenzar la verdadera revolución. con la llamada «Gleichschaltung», la «puesta a l paso totalitario», la uniformación, es decir, la nazificación total de Alemania, la sumisión del pueblo y la subordinación del Estado al partido «todopoderoso», o lo que es lo mismo, destruir como primera medida todas las organizaciones políticas y hacer desaparecer a sus jefes, asesinándolos, deportándolos u obligándoles a huir. Los comunistas estaban ya eliminados. E l primero de abril, Hitler proclamó el boicot de los productos y establecimientos judíos. Se ejercieron algunas violencias en todas partes contra los israelitas. Hacía tiempo, uno de los gritos empleados por los nazis para reconocerse era el de «Juda Verrecke!» (¡Que reviente Judas!) El primero de abril, la S.A. y las S.S. invadieron las calles de Berlín, amotinando a la plebe contra los judíos, golpeando a los que encontraban, saqueando y despojando los almacenes hebreos, cuyos propietarios y empleados fueron molidos a palos y desvalijados. Invadieron los grandes cafés y restaurantes a la caza de clientes israelitas. Este retorno a los pogroms medievales levantó en el mundo una ola de reprobación. Aquellas violencias no carecían de motivo en el fondo. «Siempre hay que tener en cuenta la debilidad y la bestialidad de los hombres», hacía notar Hitler. Esa manera de explotar los instintos m á s primitivos del hombre, empleada por el nazismo, había de reflejarse antes que nada en los sentimientos antisemitas, inseparables ya de aquella ideología. La operación del primero de abril era también, sobre todo, un medio de desorientar a la opinión: mientras todas las miradas estaban ''fijas en operaciones tan espectaculares, publicóse un primer decreto que, completado el día 7 por un segundo, comenzó la centralización de la administración del Reich. Fueron disueltos los parlamentos de todos los «Lán¿er», a excepción de Prusia. A su vez los «Reichsstatthalter», representantes escogidos por Hitler, fueron investidos de todos los poderes. Esta medida capital aniquilaba las resistencias que se habían manifestado en el interior de los parlamentos de aquellos países, por ejemo, en Baviera. Estos «lugartenientes del poder» tenían facultad de destituir a los funcionarios, por el solo '0 de no pertenecer a la raza aria o no estar cones con la política del partido. Adoptada esta precaución, una orden firmada por el Comité de Acción Nacional» del partido decidió la dilución, el 21 de abril, de las 28 federaciones de la jnfederación General del Trabajo alemana. Sus bienes leron incautados, sus dirigentes detenidos, y la misma Suerte corrieron los directores de la agencia de la Banca _, Aunque detentaban totalmente el poder, los nazis sabían muy bien que para conservarlo tenían que pegar, y pegar muy duro, a una oposición de cuya vitalidad habían sido elocuente prueba las pasadas elecciones. La futura Gestapo no tardaría en ser empleada. Había, pues, que poner manos a la obra empezando 28 de los Trabajadores. No se produjo ninguna reacción por parte de las otras organizaciones sindicales. Habiendo querido Hitler convertir el primero de mayo en una «Fiesta Nacional del Trabajo», los dirigentes de los sindicatos libres —lo poco que quedaba de ellos—, de dirección socialista o católica, fueron puestos en «contacto» en tono amable, pero firme. Se les exigía hacer que participaran sus fuerzas en una manifestación organizada por el partido, con ocasión de esta primera fiesta del nuevo régimen. Se trataba de celebrar la solidaridad obrera, la unión de los trabajadores 2n la fraternidad nacional. Aauello era un acto social v no político. Debía ser también la fiesta de la reconciliación. Se pagarían los jornales igual que en un día de trabajo normal, y aquellos que acudieran a la manifestación percibirían una prima por desplazamiento y les sería servido un almuerzo. ¿Candidez o cobardía? ¿Quién podía decirlo? Los sindicatos aceptaron. El primero de mayo se había concentrado un millón de trabajadores en el antiguo campo de maniobras de Tempelhofer Feld. Hitler pronunció delante de ellos una bella alocución, exhortando a las masas al trabajo e invocando a Dios. El día siguiente, a las diez de la mañana, destacamentos S.A. y de la policía ocuparon las sedes de los sindicatos, las casas del pueblo, sus periódicos, sus cooperativas, la Banca de los Trabajadores y sus sucursales. La Gestapo, que un decreto firmado por Goering, el 26 de abril, había instituido en Prusia, operaba por primera vez en Berlín bajo este nuevo nombre. Los jefes sindicales, cuidadosamente fichados y archivados hacía muchos días, fueron detenidos en sus domicilios o en los refugios donde se ocultaban. Leipart, jefe de los sindicatos reformistas, Grossman, Wissel, en total cincuenta y ocho dirigentes sindicalistas, fueron puestos en un «internado de protección». Los archivos de los sindicatos, las cuentas bancarias, los fondos de socorro y pensiones, fueron incautados. El mismo día, un «Comité de acción para la protección del trabajo alemán», dirigido por el doctor Ley, se hizo cargo por su propia iniciativa de todos los sindicatos reunidos, que en realidad quedaron bajo la férula del partido y enmarcados en el engranaje de su propio mecanismo. De este modo, fueron destruidas sin la menor resistencia varias organizaciones que agrupaban cerca de seis millones de miembros, y cuyos ingresos anuales ascendían a ciento ochenta y cuatro millones de marcos. El 4 de mayo, Ley anunció la creación del «Frente 30 del Trabajo», decretando el trabajo obligatorio. Dicho Frente fue utilizado como gigantesco medio de propaganda, para hacer penetrar la ideología nazi en aquellos millones de miembros adheridos por la fuerza. El resultado fue una nivelación en las condiciones de vida de los trabajadores, pero si los grandes programas hitlerianos redujeron el número de obreros parados, fue en detrimento del salario medio y para mayor lucro de las 5 industrias aliadas con el nazismo. Eliminados así los sindicatos, acabar con los partidos "políticos no era m á s que coser y cantar. Hugenberg, que había ejercido el poder con Hitler y Von Papen desde el 30 de enero, aportándoles el valioso apoyo de los nacionales alemanes, se espantó de las medidas tomadas contra los partidos del centro. En numerosas entidades administrativas, funcionarios miembros de su partido fueron expulsados sin miramientos, aplicando los nuevos decretos. Ahora bien: Hugenberg había sido hasta entonces t i tular de dos carteras, Economía y Agricultura. Para desembarazarse de él, no hubo m á s que concertar unas protestas en masa contra su política agraria. E l 28 de ¡, junio se vio obligado a dimitir. El mismo día, el partido populista, el viejo partido de Stresemann, juzgó más prudente acordar su propia disolución, siendo imitado el 4 de julio por el partido del centro, católico. Solo, en medio de aquel desbarajuste, el partido populista bávaro siguió haciendo frente a las amenazas. Entonces fueron detenidos sus jefes, entre ellos el príncipe Wrede, oficial de caballería que había participado en el «putsch» de 1923 al lado de Hitler, y había estado detenido con él en la prisión de Landsberg. Este partido no tuvo m á s remedio que ceder y disolverse a la vez. El 4 de julio, un decreto suprimió los diputados social-demócratas del Reichstag y las organizaciones gubernamentales de los «Lánder». Muchos de sus dirigentes se habían refugiado en el extranjero. Los otros estáis ban en prisión o en un campo de internamiento. Los nazis anunciaron que todos aquellos que no comprendieran las excelencias del nazismo, tenían que i r a «reeducarse». A partir del 25 de marzo, se abrió el primer establecimiento de esta clase cerca de Stuttgart. . A l principio no había más que m i l quinientas plazas, Epero con el tiempo llegó a contar el triple o cuádruple de pensionistas. Esta clase de establecimientos convirtióse rápidamente en la principal institución de los i nazis. fe fc El mismo día se publicó una «cadena» de decretos, 31 en total diecinueve. Uno de ellos ponía punto final a toda discusión: «El partido nacional-socialista de los trabajadores alemanes constituye en Alemania el único partido político. Quienquiera que intente mantener la estructura de otro partido político o constituir un partido político nuevo, podrá ser sancionado con una pena de trabajos forzados hasta de tres años, o con pena de seis meses a tres años de prisión, sin perjuicio de otras sanciones m á s severas previstas en otros textos legales.» Sin duda, a muchos alemanes honrados les sorprendió el giro tomado por los acontecimientos. Habían cometido el error de no acordarse de la advertencia lanzada por Hitler: «Dondequiera que estemos, no habrá lugar para otras personas». Sus amigos y sus aliados de la víspera, los nacionales alemanes, habían tenido tiempo de sobra para meditarlo. Desde entonces, los nazis se habían convertido en dueños absolutos de Alemania. Sus «nuevas instituciones» ya podían empezar a funcionar sin ninguna clase de trabas. 32 2 GOERING SE DIRIGE A LA POLICIA En la primavera de 1934, sesenta y cinco m i l alemanes habían abandonado su patria. Un año de dictadura nazi había provocado esta hemorragia, induciendo a millares de hombres y de mujeres, la mayor parte sabios, artistas, escritores, profesores, a correr los riesgos de atravesar clandestinamente la frontera para buscar refugio en el extranjero. Huían de la coacción, del miedo, de un terror insidioso que ya tenía un nombre: la • Gestapo. i Gestapo. Estas tres sílabas bastaban para hacer paílidecer a los m á s valientes, por lo recargadas que estaban ya de misterio y horror. ¿Qué hombre había podido, pues, producir con sus manos la monstruosa organización que infundía tal espanto? ¿Qué monstruo había forjado aquel eje de la máquina nazi que iba a causar veinticinco millones de muertos y a sembrar Europa de escombros y de cenizas? Aquel hombre no tenía la apariencia de un monstruo. Su aspecto orondo y bastante simpático —más que la mayoría de sus compañeros— le había hecho muy pomlar. El vulgo se había familiarizado con sus maneras, ira Hermann Goering. Estudiando la vida de Goering con el retroceso de los años, acuden a la memoria dos frases de Malraux: «El nombre no es lo que él oculta, sino lo que hace», dice en Les Loyers de l'Altenburg. ' Y en La Condition Humanine, agrega: «Un hombre es la suma de sus actos, de lo que ha hecho, de lo que puede hacer.» Goebbels, Hess, Bormann, Himmler, sin hablar de 'iHitler siempre habían despertado cierta inquietud. Goering, en cambio era un hombre tranquilizador, pero la opinión de un pensador como Otto Strasser da un son discordante: 33 Cuestionario sobre la introducción al libro La Gestapo de Jacques Delaure En el trabajo, abstenerse de incluir un contexto histórico; pueden indagarlo pero únicamente su información. El trabajo tiene que tener mínimo 8 cuartillas y usar cuatro autores revisados durante el curso 1. Que estructura de poder previa usaron los nazis 2. Que estructura de poder novedoza desarollaron los nazis 3. Que asimetrías utilizaron de manera fundamental y si se baso en un sistema general de clasificación 4. Comentar algunos casos en los que los nazis llevaron a actuar a otros actores o a evitar su actuación, en maneras exógenas, es decir ejerciendo el poder y a que tipos de poder corresponden 5. Describir los contextos institucionales o gubernamentales que facultaron o dificultaron dicho ejercicio de poder.