Introducción Práctica a la Afinación Natural La afinación, sobre todo de cuerdas, se remonta a más de 2500 años de la civilización occidental. Fué Pitagoras y sus discípulos que investigaron en torno al instrumento corriente de la época, la Lyra. Hallaron que había relaciones matemáticas simples entre las vibraciones, como por ej. la octava (1:2) o la quinta (1:1,5). De allí a concluir que ciertas armonías las matemáticamente más sencillas- iban a ser aquellas que más agradaran al oído occidental, era apenas un paso. El porqué no sucedió algo similar en lejano oriente constituye una pregunta interesante que podríamos analizar en otro momento: Aquí nos tendrá que bastar la reflexión que ello ha de obedecer, por lo menos en gran parte, a una visión diferente de los fenómenos naturales entre Occidente y Oriente, fenómenos que incluyen por supuesto las vibraciones y los sonidos que éstas producen. Estas reglas matemáticamente determinadas constituyeron la base para la formación de nuestras escalas, mayor y menor. En torno a estos conocimientos y la eterna búsqueda de nuevas sonoridades surgieron más tarde toda clase de instrumentos, búsqueda que llegó a un apogeo en la era del Renacimiento. Fijémonos por un momento en un órgano barroco. Afinado por octavas y quintas puras solamente suena aceptablemente afinado en su tonalidad base, y las escalas adyacentes. Si uno se aparte más de la tonalidad base, y modulamos hacia más de 3# o 3 bemoles, ya notaremos desafinaciones y los acordes molestan por malsonantes. Es lógico que sea así: Las relaciones matemáticas simples entre tónica y dominante y los demás intérvalos ya no son correctas. Y es precisamente por ello, que en la afinación natural un fa de la escala de do mayor no es igual que un fa en la escala de, digamos, mi bemol mayor. Para verificar en la práctica que esto es así, basta que se junten dos instrumentistas de cuerda, uno activo y otro de testigo, en sendos instrumentos. El activo toca la escala de do mayor, en por ej. un violín, controlando estrictamente la afinación usando cuerdas al aire donde sea posible, y comparando el sol pisado con la cuerda de sol, para garantizar máxima pureza. Finalmente pide al testigo que copie su "fa" en su instrumento. Hecho esto, entona la escala de mi bemol, controlando nuevamente el sol y el re con las cuerdas al aire adyacentes para garantizar pureza. Ahora compara su "fa" con el "fa" del testigo. Verá que ese fa de mi bemol mayor es notablemente más bajo. Este experimento lo pueden hacer también instrumentistas de viento pero deben ser ya muy versados y tener buen oído, que les permite reproducir estas pequeñas desviaciones de tono. ¿A cuánto ascienden estas desviaciones? Sigamos con nuestro fa que en relación a do tiene el valor l,333. En la escala de mi bemol mayor puede bajar hasta 1,31685. Se trata de apenas 15 milésimas de diferencia ante cuya cifra sólo cabe que nos asombremos con el milagro de sensibilidad de la mano humana que es capaz de pisar con tanta precisión, guiada por el oído, otro prodigio de la naturaleza. ¿Y porqué tanta precisión? Para que la relación matemática sencilla, aquellas relaciones básicas físicamente puras, que tienen vínculos con la naturaleza misma, y para las cuales tenemos apego genéticamente instalado en nuestros organismos, gobierne los sonidos y produzca en el oyente (y porqué no, en el propio músico) sensaciones agradables. Acabaré con un ejemplo extraído de una de las suites para violoncelo de Johann Sebastian Bach, a saber, el Preludio de la Nº 3 en Do mayor. Con solamente dos notas de por medio, un si natural "alto" cambia hacia un si natural "bajo". El análisis del pasaje es sencillo: El primer si es la sensible del do que le sigue, y clama por estar cerca del do creando tensión hacia esa nota. Luego viene un sol en los bajos, establece una modulación hacia sol y el si debe ahora convertirse en la tercera de sol mayor. Si no se baja sensiblemente la afinación entre el primer y el segundo si, se produce una desafinación muy molesta. La mejor manera de adquirir sensibilidad para la afinación natural - que es sinónimo de calidad - es hacer mucha música de cámara, entre instrumentos capaces de reproducir entonación natural - o sea, sin piano! Esto no se practica suficientemente en muchas de las escuelas de música en el mundo entero. En esta era de instrumentos originales, y grabaciones digitales, es cada vez más importante corregir este déficit, y aspirar a una pureza absoluta. No hay nada más mágico que el sonido de un acorde bien compuesto, tocado con intonación natural por un buen Cuarteto de Cuerdas. Los instrumentistas no necesitan vibrar. Las notas vibran en simpatía – se hacen cosquillas unas a otras, para expresarlo de alguna manera – porque debido a simples reglas de la física ciertas armonías consuenan debido de acuerdo con sus relaciones matemáticas. A esto lo llamamos calidad: Suena bien, nos hace sentir bien, nos hace felices. Con intonación natural llegamos al corazón de la música. Todo el mundo debería anhelar ese camino.