«Los pequeños agricultores son los grandes perdedores con el reglamento de la Ley de Recursos Hídricos» Entrevista a Francisco Soto, director ejecutivo de Iproga Al cabo de un año de promulgada la Ley de Recursos Hídricos (Ley 29338), el Ejecutivo promulgó la semana pasada su tan esperado reglamento. La expectativa con que se le esperaba era proporcional a la cantidad de temas importantes que la ley había dejado sin definir o había definido muy vagamente. Para comentar sobre los alcances del reglamento, LRA conversó con Francisco Soto, presidente ejecutivo del Instituto de Promoción para la Gestión del Agua (Iproga), institución que ha participado de manera muy activa en todos los debates sobre la ley y su reglamento. Uno de los aspectos más comentados del nuevo reglamento ha sido la decisión de dar la presidencia de los consejos de cuenca a los gobiernos regionales. ¿La considera una decisión acertada? Me parece interesante que la presidencia del Consejo de Recursos Hídricos de la Cuenca —ese es su nombre oficial— recaiga en los gobiernos regionales. Originalmente, la intención era que fuera un representante de la propia Autoridad Nacional del Agua (ANA) quien presidiera el consejo de cuenca, pero eso hubiera significado darle aún más poder a la ANA, quien, a mi juicio, ya concentra demasiado. Me parece que entregarles esta potestad a los gobiernos regionales ayuda a centrar un poquito las cosas. Recordemos que los gobiernos regionales, al estar más cerca de sus electores, son más fiscalizables por la población que las autoridades del gobierno central y, en ese sentido, son más fiables. Por otro lado, concederles la presidencia no significa que su poder en el consejo sea omnímodo: el reglamento determina qué instituciones son las que conformarán los consejos de cuenca. Y además, si bien los gobiernos regionales proponen su conformación, es la ANA quien la aprueba. 12 Entonces, haciendo un balance de todo el reglamento, ¿diría que se ha moderado el excesivo poder de la ANA —uno de los aspectos más criticados de la ley— o no? En el fondo, el reglamento ha dejado incólume el gran poder de la ANA. Una de las claves de este poder está en su control sobre el Plan de Gestión de Recursos Hídricos de la Cuenca. Todos los consejos de cuenca tienen el deber de elaborar su plan de gestión, pero es la ANA quien decide si lo aprueba o no. «El reglamento ha dejado incólume el poder de la ANA. Una de las claves de este poder está en su control sobre el Plan de Gestión de Recursos Hídricos de la Cuenca. Todos los consejos de cuenca deben elaborar su plan de gestión, pero la ANA decide si lo aprueba o no» ¿En virtud de qué se irroga la ANA el derecho de enmendarle la plana a los consejos de cuenca? ¿Es que éstos no tienen la capacidad técnica para elaborar buenos planes? El propio reglamento señala que en los consejos debe haber representantes de los colegios profesionales, universidades, proyectos especiales del Estado y gobiernos regionales. ¿Qué tanto poder le confiere a la ANA aprobar el plan de gestión de la cuenca? Mucho, pues al ser la ANA quien tiene la última palabra, puede quitar o añadir lo que crea conveniente en los planes, por encima de las opiniones de los consejos. Y esto es un peligro, pues los planes pueden politizarse y la ANA puede tachar las propuestas que le resulten incómodas al gobierno de turno e imponer agendas ajenas a los intereses de los usuarios de la cuenca. No es difícil imaginar cómo algún actor poderoso, con llegada a las altas esferas del gobierno —una gran empresa minera, por ejemplo—, puede usar este canal para hacer prevalecer intereses que no han recibido la atención que él considera debida en el consejo de su cuenca. Por eso, el que las decisiones de los consejos de cuenca sean vinculantes —otra innovación introducida por el reglamento— resulta teniendo menos importancia que la que uno podría creer, pues solo serán vinculantes si se atienen a lo estipulado en el plan de gestión —sobre el cual la ANA tiene absoluto control. ¿Cree que el reglamento recoge los intereses de los pequeños agricultores? Si se analiza el reglamento, no se percibe en él ningún argumento que defienda los intereses de los pequeños agricultores; más aun, algunos artículos representan una amenaza directa a su condición de usuarios de agua. Para obtener una licencia de uso de agua, por ejemplo, debe presentarse un estudio de aprovechamiento hídrico. ¿Cómo se supone que un campesino que posee una parcela de dos o tres hectáreas y que practica una agricultura de subsistencia puede estar en condiciones de hacer un estudio semejante? Aquí el problema está en que el reglamento no especifica el nivel de detalle y complejidad que deben tener estos estudios, lo que queda a criterio de la Autoridad Local del Agua (ALA). Si la presentación de un perfil es suficiente para ellos, entonces la cosa LA REVISTA AGRARIA / 116 «En el reglamento no hay argumentos que defiendan los intereses de los pequeños agricultores, y algunos de sus artículos son una amenaza a su condición de usuarios de agua» no es tan complicada. Pero si la ALA decide que es necesario un estudio hídrico completo, entonces el panorama resulta complicado para las comunidades y los pequeños productores. ¿Qué consecuencias podría tener esta disposición del reglamento? Lo que va a suceder es que, al no poder cumplir con este requisito, los pequeños agricultores se convertirán en usuarios informales del agua y carecerán del amparo legal necesario para defender sus derechos —¡aun cuando sus antepasados pueden haberla estado usando durante siglos!—. Mientras no haya disputas por el agua, no pasará nada; pero el día en que un actor poderoso, sea éste una empresa extractiva o una empresa agroexportadora, necesite el agua, ya sabemos quién obtendrá los derechos legales de uso. La ley favorece a quienes tienen los recursos para cumplir con sus requisitos, y a la larga puede causar que los pequeños usuarios pierdan sus derechos sobre el agua. Los pequeños agricultores son los grandes perdedores con esta ley y el reglamento porque quedan totalmente desamparados. MARZO de 2010 ¿Qué solución plantearía usted? Una solución podría ser determinar cuál es el consumo promedio de agua de un pequeño agricultor, asumiendo un número máximo de hectáreas —digamos, cinco—. A partir de este dato se establece un tope máximo —digamos, 50 mil o 100 mil metros cúbicos por campaña—, por debajo del cual para obte- «¿Cómo se supone que un campesino que practica una agricultura de subsistencia puede estar en condiciones de hacer un estudio de aprovechamiento hídrico? Y, sin embargo, sin ese requisito no se puede obtener una licencia de uso del agua». ner una licencia no se requiere presentar estudios de aprovechamiento hídrico. El Estado tiene el deber de realizar un catastro nacional que permita registrar a estos usuarios y proteger sus derechos, porque son los más vulnerables en cuanto a derechos y acceso a la información. Parece que todo está mal con esta ley y su reglamento… Tampoco es así. Comparada con la Ley de Aguas anterior (Ley 17552), la nueva ley es, sin lugar a dudas, muy superior. Mientras que la ley previa, que data de 1968, tenía un sesgo completamente agrario (fue hecha para apoyar la reforma agraria), la nueva ha empleado el enfoque de gestión integral, lo que significa incluir a los diferentes sectores que usan el agua. Además, aunque podría seguir enumerando fallas y omisiones que considero graves, es innegable que la ley y el reglamento han introducido varios aspectos positivos, como las medidas contra el cambio climático, el concepto de caudales ecológicos y un capítulo entero sobre la Amazonía. 13