EL DESVÁN LITERARIO LOS LIRIOS El otoño se estaba acabando, se acercaba la fecha. Su madre, padre, hermanas pequeñas y vecinos del pueblo, recorrían inquietos las calles. Intentaban disimular ese tímido esbozo de felicidad que asomaba por sus rostros, precavidos y a la vez con ansiedad y preocupación. Según se iba acercando la hora, los nervios cada vez estaban más a flor de piel; algunos se ponían en lo peor y otros eran más optimistas e intentaban animar a la familia. Muchos habían sido los sueños con su regreso y reencuentro, y muchas también las pesadillas con que eso nunca pasara. El laúd con que amenizaba las tardes a su familia se hallaba inerte en la esquina de la salita de la casa. Bajo la capa de polvo, pedía a gritos que le volvieran a tocar, que él le volviera a hacer sonar como sólo él sabía. La madre había colocado y limpiado cuidadosamente todos sus enseres personales con el fin de que, cuando volviese, recordase todo tal y como lo dejó. Entre otras cosas su maceta de lirios, que se encontraba junto al laúd, sus preciados y esplendorosos lirios, a los que cuidaba con todo esmero, y que durante su ausencia, también la madre había estado cuidando. Pocas habían sido las cartas recibidas desde su partida, a sabiendas de que sólo le permitían enviar una por mes, y teniendo en cuenta que cada poco por los medios de comunicación anunciaban nuevos enfrentamientos y combates por aquellos lares. Las cartas contaban anécdotas en las trincheras y durante los ataques, pero el mensaje siempre era: “no sé lo que me podrá pasar mañana, lucho por volver, os quiero”. De esta manera finalizaba las escrituras todas las veces. Se acercaba la hora y todos se disponían a marchar, pero antes de salir de casa, la madre se acercó y regó la planta de su hijo como llevaba haciéndolo todo este tiempo, a la vez que pronunciaba unas palabras con vehemencia con la intención de que pudiera oírla: “Hoy es la última vez que te riegue, a partir de hoy todo volverá a ser como antes”. Se encaminaron al puerto y una vez allí contemplaron el horizonte mientras intentaban recordar aquel barco, el que vino para llevárselo y en el que esperaban que volviese para su regreso. Dos días después, el lirio murió. YOLANDA LÓPEZ. 4º A