LAS MILICIAS DE MEDELLÍN. REFLEXIONES INICIALES SOBRE EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN Carlos Eduardo Jaramillo Castillo* La intención del presente escrito no va más allá de realizar una primera reflexión sobre algunos aspectos constitutivos de la negociación de paz que condujo a la desmovilización de un grupo de milicias de la ciudad de Medellín1, particularmente en lo que hace referencia a elementos característicos de una negociación con grupos insurgentes de carácter urbano, en contraposición con los componentes de las negociaciones con la insurgencia rural. Promediando la administración del presidente César Gaviria, el gobierno recibió una serie de mensajes en el sentido de que algunas de las milicias de Medellín, en particular las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, estaban interesadas en explorar con el gobierno la posibilidad de una salida negociada y su consecuente reincorporación a la vida legal. Dichas negociaciones vinieron a tomar cuerpo en el último año de la citada administración y después de que la Consejería Presidencial para la Paz efectuara algunas indagaciones sobre estas organizaciones. Dichas indagaciones corroboraron que tales milicias habían tenido su génesis como estructura militar urbana del Ejército de Liberación Nacional, aunque posteriormente habían roto con su organización madre. Algunas historias de vida realizadas con miembros de estas milicias, una vez concluido el proceso inicial de reincorporación, nos permitieron corroborar el origen subversivo y contestatario de estas milicias, como también las razones de su ruptura y el inicio de sus actividades delictivas independientes. Cuando fue evidente el hecho de que el gobierno tenía un nuevo espacio para negociar la paz con grupos eminentemente urbanos, y una vez hechos los primeros contactos directos, comenzamos a bosquejar lo que serían los elementos estructurales del nuevo proceso. Para ello, lo primero fue buscar, dentro del modelo de negociación que habíamos venido utilizando con éxito desde la administración Barco con todos los grupos insurgentes desmovilizados hasta el momento, aquellos elementos que la experiencia había señalado como positivos. Fue en este momento cuando tomamos conciencia de algo que preveíamos desde que se empezó a discutir la idea de una posible negociación de paz con milicias: el modelo utilizado con la insurgencia rural no encajaba de manera precisa. Hubo entonces que empezar a construir un nuevo modelo, apoyándonos para ello en todo lo que fuera recuperable de las experiencias anteriores y en las capacidades personales y profesionales que se habían adquirido en varios años de trabajo directo y de estudio del tema. La peregrinación previa que hicimos sobre la literatura internacional de negociaciones de paz con grupos subversivos urbanos fueron decepcionantes; lo más cercano eran las experiencias de los ingleses frente al problema del IRA, lo realizado por los españoles con la ETA, y en particular la experiencia de negociación que se vivió en Argelia en la década pasada. El resto eran estudios relativos a la desactivación y manejo de pandillas juveniles. * Ex consejero para la paz. 1 Las milicias desmovilizadas fueron: las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, Las Milicias Independientes del valle de Aburra y Las Milicias Metropolitanas de la ciudad de Medellín. El primer gran escollo que hubo que sortear fue la imposibilidad de aplicar el principio de la concentración de la fuerza armada en un área o en áreas determinadas conocidas como campamentos, que fueron tan fundamentales en los procesos de paz anteriores y que ahora resultaban determinantes, puesto que la fuerza armada de estas organizaciones actuaba dentro del casco urbano de la ciudad, donde las posibilidades de que se presentaran incidentes que pudieran atentar contra la continuidad del proceso se multiplicaban en una proporción inimaginable. Entre las virtudes del campamento podemos decir que, siendo éstas las zonas donde se concentra el componente militar de las organizaciones subversivas, éstas, y el proceso en sí mismo, se protegen bastante de inculpaciones sobre delitos cometidos fuera del área y, además, se evitan confrontaciones con la fuerza pública. Asimismo, allí se pueden iniciar tareas de capacitación laboral, y la misma organización, cuando tiene intereses en una futura actividad política, tiene la posibilidad de empezar a planearla hacia el futuro, de auscultar la voluntad de la sociedad civil, de abrirse espacios. En los campamentos se inicia verdaderamente la aclimatación de la paz y la subversión comienza a percibir la realidad de un país desconocido. Normalmente, la visión que la guerrilla tiene del país corresponde a la Colombia de diez años atrás, por más eficiente que sea su aparato de información2. Pero de todas estas virtudes, tal vez la más significativa es que le permite a la sociedad en general contar con elementos de constatación sobre la voluntad de paz de la guerrilla, es decir, que la organización concentrada deja de cometer delitos puesto que su fuerza armada está reunida en una zona controlada y, en cambio, comienza a hacer gestos ilustrativos de lo que será su nuevo papel en la sociedad. Finalmente, esta concentración facilita a la guerrilla su comunicación interna y, en particu- lar, la búsqueda y discusión de acuerdos en el seno de la organización, pero, sobre todo, le permite ensayar el control de sus estructuras en un ambiente muy diferente al que se genera en los espacios de confrontación armada. Cuando las organizaciones subversivas son complejas y cuentan con varios frentes, esta facilidad de control es fundamental, a fin de evitar que frentes descompuestos, o comprometidos con otras formas de delincuencia, actúen poniendo en peligro el proceso. La guerrilla difícilmente ha entendido estas virtudes del campamento, pero la verdad es que desde allí se empieza a cimentar la confianza necesaria en la guerrilla, que la sociedad requiere para abrirle sus espacios y recibirla posteriormente en su seno. No imagina la guerrilla lo costoso que resulta para su propio futuro, en términos políticos, económicos y sociales, tratar de sacar adelante un proceso de paz en medio de la confrontación y, por ende, contando con la creciente desconfianza de la sociedad3. Todas las negociaciones que se han emprendido sin el recurso de los campamentos y aceptando la continuación de la confrontación han fracasado por cuenta de las balas utilizadas como argumentos para soportar posiciones en la mesa de negociación. No ha entendido la guerrilla que es imposible avanzar en un proceso de paz en contravía de la opinión pública, y que este imperativo no se puede soslayar bajo una cláusula que comprometa a los negociadores a no levantarse de la mesa por ninguna circunstancia. Una de las virtudes de los negociadores, indudablemente, reside en su capacidad para reconocer en cada momento específico, y poder prever en el inmediato futuro, la ubicación de los límites sociopolíticos de la negociación. Límites que, todos sabemos, son cambiantes. Esa capacidad de percibir, sin necesidad de hacer encuestas ni sondeos de opinión, cuál es el límite de lo aceptable en cada momento para cada uno de los factores reales de poder, y cuál es el peso es- 2 Este distanciamiento de la realidad se hace mayor cuando la organización en cuestión vive procesos prolongados de confrontación permanente, y en particular de ofensivas militares de parte del gobierno. En estas condiciones, los compromisos de la confrontación monopolizan los canales de información y dominan los espacios que antes se dedicaban al estudio y la reflexión sobre la realidad nacional. A título de ejemplo, se observa el comentario hecho por un importante jefe guerrillero durante una reunión sostenida con la guerrilla en 1991, en el que, refiriéndose a los progresos de la humanidad, decía: "imagínese usted cómo se irá a ver de hermosa la Sabana de Bogotá el día que la electrifiquen, será como un pesebre". 3 La guerrilla es renuente a entender que la sociedad en general desconfía enormemente de ella y que su primer deber en un proceso de aproximación y posteriormente de negociación ha de ser el de asumir actitudes que permitan edificar sobre ellas el ambiente de confianza y credibilidad que debe acompañar su proceso de reinserción, a riesgo de que, en el mejor de los casos, la sociedad continúe observándola con infinito recelo y decida no abrirle sus espacios. pecífico de ellos en cada circunstancia, es fundamental, y esa realidad no la puede ocultar nadie bajo un acuerdo de permanencia en la mesa4. Acordar algo que a sabiendas no se podrá cumplir, porque además esto lo ha señalado la experiencia reiteradamente, es empezar a minar por dentro el proceso de paz. Si en algo las negociaciones de paz fueron consistentes era en que para el gobierno siempre estuvo claro que el mejor negocio para la sociedad era que a la guerrilla le fuera bien, y en esa perspectiva acordar cosas imposibles era debilitar el proceso de negociación. En el caso de Medellín no era posible pensar en el campamento por varias razones. Las milicias ocupaban una zona que permanentemente tenían que proteger de otras milicias y organizaciones de la delincuencia común. Este hecho se vio agravado cuando la noticia de las conversaciones de paz aceleró las contradicciones entre las milicias, particularmente con las hoy ligadas al ELN y a las FARC, que empezaron a señalar como traidores a quienes persistían en la empresa de aclimatar la paz. Si la milicia era sacada de la zona para ser concentrada, su área sería inmediatamente ocupada por una milicia diferente, con lo que la desmovilización quedaría convertida, en el mejor de los casos, en un simple ejercicio de reubicación de desplazados por la violencia. O sea que el principal obstáculo residía en el hecho de que la salida de los milicianos de sus barrios implicaba que éstos perdieran la zona, ya que otros ocuparían estos espacios, con el agravante de que la zona de operación de las milicias era, a la vez, su espacio social, cultural y familiar. Otro elemento que hacía inaplicable la figura del campamento era que, a diferencia de las experiencias vividas con las guerrillas rurales, para un número importante de milicianos esta actividad no era de tiempo completo, sino que era compartida con otros compromisos de carácter laboral o de estudio. No era extraño encontrar casos de personas que en el día trabajaban como empleados del municipio y en la noche fungían como jefes de milicia. Sin embargo, en este caso había una ventaja en lo que respecta a la ubicación de las milicias; su área de operación, con evidentes diferencias, era cercana a la idea de un campamento: era un área reducida, determinada y controlada por las milicias. Se sabía exactamente, por ejemplo, cuáles eran las calles por las que pasaban los límites de cada milicia, e inclusive cuáles de los andenes hacían parte de los mismos. Asimismo, los milicianos conocían a todos los habitantes de la zona y sabían de sus virtudes y defectos. Si a esto le podíamos sumar un compromiso de suspensión de actividades delincuenciales, esto, aunque con muchos más riesgos que los inherentes a un campamento formal, podría darle a esta zona las características de tal y, en esa medida, cumplir con gran parte de las ventajas que se han señalado respecto a los campamentos. Descartada la idea del campamento formal donde se concentrara toda la fuerza armada de las organizaciones, la idea se centró en la búsqueda de un lugar permanente de concentración para la comisión negociadora. Este lugar debía ser, en lo posible, una edificación aislada que permitiera un fácil control y protección por parte de las autoridades, ya que la fórmula era que allí debían permanecer los negociadores de las milicias hasta que concluyera el proceso. Finalmente, se encontró una edificación bastante apropiada, ubicada en una zona de bosque muy cercana a sus áreas de operación. La cercanía a ellas era definitiva dentro de la estrategia de negociación, ya que era fundamental que, en caso de necesidad, la comisión negociadora, en este caso la comandancia de los grupos, pudiera tener contacto directo con su gente, además con la proximidad se lograría que la comisión se sintiera protegida por su militancia y cercana a su entorno familiar, mitigando un poco los efectos que en estas específicas circunstancias generan los sentimientos de aislamiento5. Aunque en este caso, por ser gru- 4 La guerrilla, particularmente las FARC, ha insistido en negociar en medio de la confrontación y en garantizar la continuidad de la negociación con un acuerdo que comprometa a las partes a no levantarse de la mesa bajo ninguna circunstancia. Todos los negociadores saben que en determinadas circunstancias es imposible continuar una negociación, por más acuerdos que existan para no abandonarla. Que, en esas circunstancias, continuar porfiando en negociar genera fenómenos que en un futuro cercano terminan liquidando el proceso. Toda negociación tendiente a reincorporar gente a la sociedad, que pretenda tener éxito, se tiene que mover dentro de los límites variables de aceptación que a ella le confieren las fuerzas políticas, económicas y sociales de la nación. 5 A todos los miembros del grupo negociador se les permitió trasladarse al lugar con los familiares que consideraran; por lo general, éstos lo hicieron con sus esposas o compañeras pos de carácter urbano, su contacto con las fuerzas políticas y sociales locales era permanente, no estaba de más que el sitio fuera de fácil acceso para que éstos pudieran acentuar sus aproximaciones. Era importante esta relación grupo negociador -comunidad-milicia, a fin de evitar que la concentración de sus mandos pudiera producir un debilitamiento en la cadena de dirección e inducir a que los mandos que permanecían en las zonas de operación dieran rienda suelta a sus rivalidades y contradicciones, o sucumbieran a las presiones de otras milicias para que se desconociera el proceso de negociación. Este temor era recíproco, puesto que la comandancia, sentada en la mesa de negociación, requería unos fáciles canales de comunicación con las bases y la gente de la comunidad, a fin de estar segura de que cada avance conseguido en la mesa contaba con el debido respaldo de estas instancias. La realidad se encargó de ratificarnos lo acertado de esta decisión y de las facilidades dadas para su acceso, ya que en el curso de las conversaciones las dirigencias de los grupos lograron conjurar varios intentos de insubordinación, alentados particularmente por otras milicias o bandas rivales6. El problema mayor que significaba adelantar un proceso de negociación sin concentrar la fuerza armada se resolvió con la unión de dos componentes: el primero, un compromiso de las milicias de no actuar, es decir, lo que comúnmente se ha llamado cese de hostilidades; y el segundo, un compromiso decidido por parte de las Fuerzas Armadas con todo el proceso. Sobra señalar que la colaboración de las Fuerzas Armadas fue determinante en el éxito de esta empresa. Las difi- cultades, que las hubo, siempre lograron superarse sin consecuencias mayores7. Cosa similar sucedió con el compromiso de las milicias, que llegaron incluso a entregar a las autoridades a un miembro de su organización que había cometido un homicidio. El tamaño de las dificultades el tiempo lo minimiza, pero recordemos que al poco tiempo de la desmovilización fue asesinado "Pablo"8, el jefe de las Milicias Populares del Pueblo, principal negociador y gerente de la cooperativa de vigilancia Cosercom, sin que por este hecho el gobierno recibiera ningún reclamo o inculpación de parte de las milicias9. Muchos fueron los esfuerzos de todas las partes (gobierno, Fuerzas Armadas y milicias) para que el curso de las negociaciones no se viera atropellado por dificultades ajenas a las que eran propias de la mesa de discusión. El grupo negociador de las milicias terminó siendo su comandancia, aunque el gobierno, previendo las dificultades que podría implicar el retiro de su jefatura de la zona de operación, y dada la cercanía del campamento, las únicas condiciones que puso eran que el equipo negociador, cualquiera que él fuera, debería contar con una capacidad total para asumir compromisos y tomar decisiones, y que de ninguna manera el gobierno aceptaba negociar ad referendum, y que este grupo debería permanecer en el lugar de la negociación todo el tiempo que durara la misma. El gobierno, además del equipo negociador de la Consejería Presidencial para la Paz, estuvo representado por el consejero presidencial para Medellín, un representante del ministro de Gobierno, un representante directo del alcalde de 6 Infortunadamente, por razones que no es el caso tratar de explicar ahora, estas rivalidades se agudizaron después de desmovilizadas las milicias, como consecuencia de ellas han muerto sus principales líderes, y actualmente ellas son, en parte, las causantes de que todo el proceso se encuentre en vilo. 7 Esto hay que valorarlo de manera particular, en especial en las primeras fases del proceso y en lo que respecta a la policía, pues no podemos olvidar que durante las épocas más negras del narcoterrorismo, no sólo se pagaba hasta un millón de pesos por cada policía muerto, sino que cientos de ellos fueron asesinados en las comunas de Medellín, y aunque las áreas de las comunas donde operaban las milicias involucradas en el proceso de paz no se habían distinguido por su actividad en este campo, el odio de la policía hacia los milicianos era visceral. 8 "Pablo" era el seudónimo utilizado por Carlos Hernán Correa Henao, quien fue asesinado el 8 de julio de 1994 en la Comuna Nororiental de Medellín. 9 Esto es bien significativo y se puede considerar como una muestra palpable del grado de confianza que tenían las milicias en el compromiso del gobierno con la tarea de la paz. Al entierro asistieron el ministro de Gobierno y el consejero presidencial para la paz, sin que hubieran tenido que escuchar siquiera una nota discordante contra ellos o la administración del presidente Gaviria. Cuando la muerte de "Pablo" sucedió, éste se desplazaba por el barrio Popular Nº 1 conduciendo una motocicleta de su propiedad. La seguridad asignada por el gobierno para su protección personal, consistente en dos vehículos y siete escoltas, fue despachada por la víctima a las 7:30 p.m., después de que ésta lo hubiera dejado en su residencia. Medellín, otro del gobernador de Antioquia y uno más del clero colombiano, este último en calidad de tutor moral del proceso. Los secretarios municipales y directores de organismos descentralizados participaron activamente en la negociación de los puntos referentes a la inversión social en la zona. A diferencia de las anteriores negociaciones de paz, las milicias centraron sus demandas en beneficios para la comunidad, principalmente en obras de infraestructura y de servicios, discusión que fue muy dispendiosa y detallada debido al conocimiento preciso que tanto las milicias como los funcionarios municipales tenían de las condiciones y requerimientos de la zona. Las demandas políticas se dieron pero no tuvieron un alto perfil, o por lo menos no fueron objeto de mayores exigencias, principalmente porque una vez surtida la discusión sobre la dimensión del fenómeno miliciano, ellos fueron claros en expresar que si para llegar a las Juntas Administrativas Locales o al Concejo Municipal requerían ventajas especiales era porque de verdad no estaban enraizados en sus comunidades. En este aspecto, lo que se acordó fueron unos compromisos temporales, válidos hasta la elección de nuevos dignatarios para las mismas. En todo el proceso fue fundamental el valor que los miembros de estas organizaciones le confirieron a los compromisos de palabra. Desde el principio, los negociadores lo plantearon y los hechos se encargaron de corroborarlo. Bastaba con que ellos se comprometieran de palabra para que se sintieran obligados a cumplir, cualesquiera fueran las consecuencias de lo comprometido. Ese carácter "frentero" y ese respeto por la palabra empeñada ayudó a darle agilidad y claridad a la negociación. No había que repetir a cada rato qué era lo acordado; bastaba con que lo hubieran dicho una vez, para que las cosas se hicieran conforme a lo expresado. Ese respeto por lo comprometido, sin que se hicieran esfuerzos por acomodarlo en provecho unilateral, también fue aplicado por ellos al gobierno, y, salvo algunas dificultades al inicio, el resto del proceso se caracterizó por una elevada confianza en todos los compromisos de palabra hechos por parte del gobierno. Para el gobierno, esta negociación representó desde sus inicios un gran reto que lo obligó a buscar por qué no decirlo y a inventar soluciones a las nuevas complejidades que este pro- ceso conllevaba, particularmente en lo referente a la concomitancia entre desarme, desmovilización, conservación y recuperación de la zona para las autoridades legítimas. Específicamente, es sobre los anteriores puntos que radican las mayores diferencias entre este proceso de negociación y todos los anteriores. El principal reto que enfrentó el gobierno en ese momento era cómo responder de manera efectiva a la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos desarmar unas milicias rodeadas de enemigos armados que desean ocupar sus espacios y garantizar, al mismo tiempo, que éstas puedan continuar viviendo en estas zonas, sin que por ello corran riesgo sus vidas? La respuesta obvia era: ocupando la zona con policía o Ejército hasta que se lograra un clima de convivencia, pero la verdad es que esto se tuvo que descartar desde el principio, entre otras razones por la imposibilidad real de llevar a efecto una ocupación, no sólo por el ingente pie de fuerza que esto requería, que ni siquiera en las peores épocas de la lucha contra Pablo Escobar se había podido efectuar a cabalidad sino porque dicha ocupación debería mantenerse mínimo por el tiempo que persistieran las amenazas, las que, se calculaba, sólo concluirían cuando el gobierno lograra terminar con ellas, cosa que no era factible antes de varios años. Tampoco era pertinente arrancar un proceso de aclimatación de la paz y la concordia poniendo de la noche a la mañana dos enemigos acérrimos, como lo eran las autoridades militares y de policía, y las milicias. Tampoco la población estaba dispuesta a aceptar esa presencia repentina de la policía en sus comunas, ya que gran parte de esta población compartía con las milicias el rechazo a las autoridades. Para el gobierno era claro que había que construir esta convivencia. Era necesario ganarse de nuevo el apoyo a las autoridades y el respeto por las mismas, y el plan general de reincorporación de los milicianos contemplaba un diseño especial para alcanzar estos fines. Finalmente, ni los milicianos ni la población de las comunas estaban dispuestos a endosar su seguridad a las autoridades. Ante la imposibilidad de que el Estado hiciera cabal presencia en las zonas, de acuerdo con lo que podría indicar una solución dentro de los parámetros de la lógica formal, hubo que diseñar una fórmula intermedia y de carácter temporal. Esta fórmula consistió en crear, con menos de la mitad de la militancia, una cooperativa de seguri- dad, que, enmarcada dentro de todas las normas legales que reglamentan el ejercicio de esta actividad, colaborara con las autoridades en la prevención de actividades delictivas en las zonas donde estas milicias actuaban. El diseño de la cooperativa, con las condiciones especiales que el caso requería, fue contratado por el gobierno con un reconocido profesional en la materia, que antes de proceder a su diseño conoció en detalle toda la problemática de la zona. En ese momento, y también ahora en Colombia, no eran extraños los críticos de esta solución; aún hay quienes consideran un despropósito el hecho de haber dejado armados a unos milicianos, con la bendición del Estado. Pero la verdad es que ahora, pasados casi tres años, no sólo considero como acertada la decisión, sino que me mantengo en la idea de que ésta era la única alternativa viable para poder realizar este proceso de paz. Afirmo que las principales dificultades que ha vivido el proceso son debidas a que no recibió la atención requerida y a que no se cumplió el proyecto de desarrollo de la parte correspondiente al plan de recuperación de la zona por parte del Estado. El cambio de gobierno, a escasos dos meses de haberse producido el acto de desmovilización, terminó por afectar de manera inexorable y profunda este proceso de paz. La cooperativa fue conformada por menos de la mitad de los desmovilizados, distribuidos proporcionalmente entre los miembros de las milicias, y todos ellos recibieron capacitación especial, tanto en el área de la vigilancia como en las áreas administrativas. Para quienes habrían de cumplir actividades de vigilancia, se realizaron todos los cursos que exige la Superintendencia de Cooperativas de Vigilancia Privada para la práctica legal de esta actividad. Para quienes habrían de formar los cuadros directivos y administrativos de la cooperativa, se buscaron miembros de las milicias que tuvieran alguna experiencia en este tipo de labores, como eran la administración de personal, la contabilidad, las comunicaciones, la armería, el archivo, etc., o personas que tuvieran inclinación hacia el desempeño de las mismas, y a todos se les dictaron cursos de formación en estas áreas. El gobierno, consciente de que las dificultades en estos campos persistirían por algún tiempo, ya que en muchos casos se requerían cursos re- gulares de formación, financió el montaje de una administración paralela a la de la cooperativa, constituida por profesionales de tiempo completo, en las diferentes áreas, para que guiaran, aconsejaran y vigilaran todas las actividades de la cooperativa. Para el gobierno era tan importante evitar cualquier transgresión de la ley por parte de la cooperativa, como preservarla económicamente, a fin de que ésta cumpliera con unos objetivos de rentabilidad que en un futuro cercano permitieran a sus miembros tener bases para iniciarse en actividades económicas diferentes de aquellas que implicaran la tenencia de armas. Esto último, porque la cooperativa siempre fue pensada, y así quedó consignado en los textos, como una actividad temporal, justificada únicamente por las particulares condiciones de violencia de la zona. El armamento con que se dotó esta nueva entidad de vigilancia fue el permitido por la Superintendencia respectiva para la práctica de este tipo de actividades y se adquirió y manejó conforme a lo establecido por el estudio que para este fin fue contratado por el gobierno. Finalmente, el gobierno aportó los recursos financieros necesarios con el fin de que el municipio de Medellín contratara los servicios de la cooperativa para que realizara labores de vigilancia y prevención en las zonas donde operaban las milicias desmovilizadas, a las que, por tal razón, les quedó terminantemente prohibido recibir pagos de los habitantes de dichas zonas por la prestación de sus servicios. La Iglesia jugó un papel destacado en todo el proceso; además del que la propia negociación le confería como testigo de excepción, fue fundamental en el mantenimiento de la estabilidad psicológica de los negociadores de las milicias, quienes no sólo eran profundamente creyentes sino que, de manera constante, caían en estados de depresión y angustia originados en la visión apocalíptica de su futuro y en los oscuros recuerdos de la violencia pasada. Como ejemplo de estas terribles premoniciones que constantemente los asediaban, recuerdo, como si fuera hoy, el día en que "Pablo" se me acercó y me dijo: "Doctor Jaramillo, hoy he permitido que la prensa me tome fotos, hoy firmé mi sentencia de muerte", y procedió a sumirse en una angustia de la cual sólo lograron sacarlo varias horas de consejo sacerdotal. En estas primeras reflexiones sobre lo que fue el proceso de negociación de paz con un grupo de carácter urbano, el acento fue puesto sólo en algunos de los componentes que de manera fundamental lo distinguen de los que anteriormente se habían cumplido con grupos insurgentes rurales. Esto no quiere decir que los otros elementos constitutivos de la negociación no hayan tenido un énfasis particular, determinado por el carácter del grupo y por todo el contexto general que rodeó la negociación, que de alguna manera los hace diferentes de los desarrollados en anteriores procesos. Pero, en general, podemos decir que los aspectos diferenciales más destacados residen en los puntos señalados en las anteriores reflexiones, que apenas pueden ser entendidas como una inicial y tímida aproximación a las inmensas complejidades inherentes al proceso de negociación que condujo a la desmovilización de tres de las más importantes milicias urbanas de Medellín.