HUMEDICAS 49 19/4/07 09:27 Página 1 Humanidades médicas Arte y medicina Patricia Mayayo Profesora de Historia del Arte. Universidad Autónoma. Madrid. En torno a Charcot: imágenes de la histeria Las fotografías de la Salpêtrière responden a unas determinadas convenciones iconográficas y artísticas Jean-Martin Charcot establece un catálogo visual de poses y actitudes que indica cómo debía representarse la histeria. Dicho de otro modo, se definía una tradición iconográfica a través de la cual la histérica tenía que aprender a comportarse como tal. Referentes artísticos Théodore Géricault Jean-Louis André Théodore Géricault (Ruan, Francia, 1791-París, 1824) es un prototipo de artista romántico. De corta y atormentada vida, desde los inicios de su carrera demuestra cualidades que le distinguen claramente de los pintores neoclásicos de la escuela de Jacques-Louis David. Así, prefiere tratar temas de la vida cotidiana, elevándolos a la categoría de hechos heroicos, mostrando al tiempo la desesperación y el sufrimiento de la gente. Su audacia en la composición y su vehemencia en el toque y el color se advierten en su lienzo más conocido: La balsa de la medusa (1819). Poco antes de su muerte, Géricault se dedica a pintar una serie de enfermos mentales, ejemplo del interés que despiertan en los artistas románticos las expresiones relacionadas Théodore Géricault, La loca con las neurosis y la alienación. 52 JANO 27 DE ABRIL-3 DE MAYO 2007. N.º 1.649 (envidia), 1822-1823, Museo de Bellas Artes de Lyón. . www.doyma.es/jano a representación de la histeria es, sin duda, la vertiente de la iconografía médica que más curiosidad ha suscitado entre artistas y pensadoras feministas en las últimas décadas. En efecto, en tanto que “enfermedad femenina” por excelencia, la histeria cumplirá un papel fundamental en la regulación de la sexualidad y, en general, de la subjetividad de las mujeres en el siglo XIX. Por otra parte, el énfasis que la psiquiatría decimonónica pondrá en las manifestaciones visuales de la enfermedad (transformando la fotografía en instrumento privilegiado de observación y clasificación de las pacientes) otorga a las imágenes científicas de la histeria, como veremos, un claro interés artístico. Tradicionalmente, la histeria (un término que proviene del griego hystera, útero) se atribuía a un desequilibrio humoral que provocaba, supuestamente, un desplazamiento del útero dentro del cuerpo de la mujer. Si bien esta teoría se fue abandonando en el siglo XVIII, la histeria siguió considerándose una enfermedad propiamente femenina: se crearon las categorías diagnósticas de “hipocondría” y “neurastenia” para designar a los varones con síntomas histéricos y aunque de vez en cuando se admitía la existencia de algún caso de histeria masculina, el enfermo era inmediatamente tildado de “afeminado”. L HUMEDICAS 49 19/4/07 09:27 Página 2 Charcot creía que las enfermedades mentales podían definirse y estudiarse a través de sus síntomas visibles. De ahí que organizase un servicio fotográfico en la Salpêtrière. Hoy en día parece claro que las calculadas fotos de Charcot están muy lejos de ser una transcripción neutra y fiel de las vivencias de las pacientes. Paul Régnard, “Attitudes passionnelles. Extase”, en Iconographie photographique de la Salpêtrière, tomo II, 1878. A finales del XIX, la “mujer nerviosa” se había convertido en una imagen omnipresente. ¿Cómo explicar este aparente florecimiento de casos de histeria femenina? ¿Por qué la histeria se transforma en una enfermedad de época? Reacción defensiva frente al sufragismo En su Historia de la sexualidad (1976), Michel Foucault interpreta la “histerización del cuerpo de las mujeres” como parte de una red de estrategias de poder destinadas a controlar la sexualidad femenina; el cuerpo de la enferma era sometido a diagnóstico (y descalificado como un cuerpo patológicamente saturado de sexualidad), integrado en la esfera de la práctica médica y, finalmente, asimilado al espacio familiar, en el que ejercía una función biológico-moral: “la Madre, con su imagen negativa, la ‘mujer nerviosa’, constituía —escribe Foucault— la forma más visible de esta histerización”1. Más recientemente, Elaine Showalter ha sugerido la posibilidad de que la obsesión de la medicina finisecular por la histeria femenina constituyese una reacción defensiva frente a la amenaza que suponía el auge del movimiento feminista. No parece casual, así, que la moda científica de la histeria coinci- da con el apogeo de las reivindicaciones sufragistas: “en un momento en el que la cultura patriarcal se sentía atacada por sus hijas rebeldes, una estrategia obvia de defensa era catalogar a las mujeres que luchaban por el acceso a la universidad y al mundo laboral o por el derecho al voto como mentalmente perturbadas” 2. Basta echar una ojeada a la literatura clínica —subraya Showalter— para percatarse de que las pacientes histéricas son descritas muchas veces por sus médicos como reacias al matrimonio o especialmente independientes y activas. Por otro lado, tanto la prensa como la retórica antisufragista utilizarán con frecuencia el término “histéricas” para referirse a las activistas feministas, a las que se presenta como mujeres anormales y desquiciadas que han renunciado a su feminidad: en la imaginación de fin de siglo, “el feminismo y la histeria se superponen como formas de desviación, desorden y exceso y la idea de que el movimiento de mujeres estaba 1 FOUCAULT, Michel (1976): Historia de la sexualidad. Madrid, Siglo XXI, 1987, tomo I, p. 127. 2 SHOWALTER, E.: “Hysteria, Feminism, and Gender”, en GILMAN, S., et. al.: Hysteria Beyond Freud. Berkeley, Los Ángeles y Londres, University of California Press, 1993, p. 305. JANO 27 DE ABRIL-3 DE MAYO 2007. N.º 1.649 . www.doyma.es/jano 53 HUMEDICAS 49 19/4/07 09:27 Página 3 compuesto de histéricas fue uno de los argumentos más difundidos para intentar desacreditarlo”3. A pesar de esta feminización de la enfermedad, algunos médicos se interesarán también por el fenómeno de la histeria masculina. Uno de los ejemplos más llamativos es el de JeanMartin Charcot, responsable desde 1881 de la “Cátedra de enfermedades nerviosas” del hospital parisino de la Salpêtrière. Aunque se trataba de un hospital de mujeres, Charcot abrió una pequeña sección destinada a varones, además de atender a muchos más en la consulta externa; a su muerte, en 1893, había publicado más de sesenta casos clínicos de histeria masculina. Sin embargo, fueron las pacientes de sexo femenino de la Salpêtrière las que atrajeron de forma predominante la atención del público y las que se convirtieron, a la postre, en protagonistas principales del célebre archivo fotográfico del hospital. En efecto, Charcot se había hecho famoso por organizar sesiones públicas a las que acudían médicos, periodistas y curiosos, durante las cuales sus pacientes, bajo los efectos de la hipnosis, experimentaban violentos ataques de histeria. Estos ataques, según el médico galo, se dividían en tres fases: una fase epiléptica, a lo largo de la cual la paciente, inconsciente, echaba espuma por la boca; la fase del “clownismo”, llamada así porque las enfermas empezaban a retorcerse en extrañas contorsiones; y finalmente la fase de las “actitudes pasionales”, durante la cual las pacientes adoptaban una serie de poses de claras connotaciones sexuales. La crisis terminaba cuando el cuerpo de la enferma se tensaba violentamente formando un arco al que Charcot denominó l’arc-en-cercle. Extraño museo de la histeria Como la mayor parte de los psiquiatras de su época, Charcot creía que las enfermedades mentales podían definirse y estudiarse a través de sus síntomas visibles. De ahí que organizase un servicio fotográfico en la Salpêtrière, destinado a documentar la evolución y estadios de la enfermedad tal y como se manifestaban en la fisonomía y actitud de las pacientes. Publicadas bajo el nombre de Iconographie photographique de la Salpêtrière, estas imágenes constituyen un extraño museo de la histeria: las enfermas interpretan las distintas poses y contorsiones, la letargia, el grito, la catalepsia, el arco de círculo, con la aplicación estudiada propia de una representación teatral. ¿Qué dosis de simulacro, qué dosis de sugestión había en estos espectáculos orquestados por Charcot? La fotografía respondía perfectamente a las aspiraciones del positivismo decimonónico: el presunto carácter mecánico y objetivo del nuevo medio lo transformaba en una herramienta fundamental para registrar y catalogar enfermedades, un instrumento tan necesario para el estudio de las afecciones nerviosas —según se señalaba en una revista médica de 1879— como lo era el microscopio en el ámbito de la histología4. Sin embargo, hoy en día parece claro que las calculadas fotos de Charcot están muy lejos de ser una transcripción neutra y fiel de las vivencias de las pacientes. Por una parte, resulta difícil seguir manteniendo la ficción del “realismo” del medio fotográfico: la elección del punto de vista, la iluminación, el tipo de objetivo utilizado, los pormenores del positivado traducen siempre la mirada subjetiva del fotógrafo. Por otra, si analiza- mos con cuidado las imágenes de la Salpêtrière, veremos cómo responden a unas determinadas convenciones iconográficas y artísticas. Inclinaciones creativas En efecto, el propio Charcot, aficionado a la pintura y al dibujo, tenía, al parecer, inclinaciones creativas. Según señala su discípulo Sigmund Freud, “no era un hombre de talante reflexivo, un pensador, sino que su naturaleza se hallaba más próxima a la de un artista; era, como decía él mismo, una persona ‘visual’, un hombre que veía”5. El psiquiatra francés manifestó, de hecho, en ocasiones, su admiración por los retratos de monomaníacos que el pintor romántico Théodore Géricault había pintado entre 1821 y 1824 por encargo de otro médico de la Salpêtrière, el doctor Georget. Estos retratos pueden considerarse, sin duda, un precedente de las fotografías del archivo iconográfico de Charcot, y no tanto —como apunta Jo Ann Isaak— porque el psiquiatra galo extrajera alguna lección clínica de ellos, sino porque le proporcionaron una serie de pautas representativas: “Lo que Charcot aprendió de obras como La loca (maldad) o La loca (envidia) no fue cómo la maldad o la envidia se manifestaban en el rostro humano, sino qué aspecto debían tener las fotografías de la Salpêtrière”6. Éstas recogen, así, una serie de rasgos formales que ya se hallaban presentes en los cuadros de Géricault: el empleo de fondos neutros, el contraste lumínico marcado o la vestimenta indefinida de los pacientes, rasgos que incitan al espectador a centrar su atención en la expresión facial de los retratados. De este modo, escribe Isaak, “lo que Géricault le enseñó a Charcot […] no fue una forma de presentar, de forma auténtica, el hecho psíquico; lo que le enseñó fue cómo hacer que una imagen produjese significados previamente establecidos, cómo instituir un sistema de códigos perceptivos”7. Charcot era plenamente consciente de la existencia de dichos códigos: en 1887 publicó, junto a su colega Paul Richer, un libro titulado Les Démoniaques dans l’art, en el que estudiaban cómo evolucionó la representación de la posesión demoníaca desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVII en el arte religioso occidental. Charcot y Richer analizaban un amplio número de ejemplos, desde los mosaicos bizantinos de Rávena hasta algunos cuadros de Rubens, pasando por tapices medievales de Reims, litografías florentinas o relieves funerarios. Su tesis de partida era rotunda: lo que la superstición religiosa del pasado describía como fenómenos de posesión diabólica no eran, en realidad, sino casos de histeria no diagnosticados, de tal modo que existiría una continuidad visual entre las imágenes torturadas de los poseídos de la iconografía católica y las convulsiones terribles que mostraban las fotografías modernas de la histeria. Les Démoniaques dans l’art cumplía así un doble objetivo: por un lado, confirmar la universalidad de la categoría nosológica de la histeria, válida —proclamaban Charcot y Richer— en distintas épocas y contextos culturales; y por otro, establecer un catálogo visual de poses y actitudes que indicaba cómo había de representarse la histeria, qué aspecto debía tener una paciente en plena crisis. Dicho de otro modo, se definía una tradición iconográfica a través de la cual la histérica tenía que aprender a comportarse como tal.J 5 3 Ibíd., p. 306. 4 Progrès médical, nº 7, 1879, p. 331; cit. en GILMAN, S.: “The Image of the Hysteric”, en GILMAN, et al., Hysteria Beyond Freud, op. cit., p. 352. 54 JANO 27 DE ABRIL-3 DE MAYO 2007. N.º 1.649 . www.doyma.es/jano Cit. en ISAAK, J.A.: Feminism and Contemporary Art. The Revolutionary Power of Women’s Laughter. Londres, Routledge, 1996, p. 157. 6 ISAAK, op. cit., p. 159. 7 Ibíd., p. 160. Cursiva en el original.