5. EL DISCURSO DEL MÉTODO 5.1. La profesionalización de la historia En el siglo xix, llamado "el siglo de la historia", el género histórico alcanza una verdadera profesionalización al proveerse de un método con sus reglas, sus ritos y sus modalidades particulares de entronización y reconocimiento. Los historiadores de la escuela que suele calificarse de "metódica" pretenden ser científicos de pura cepa y anuncian así una ruptura radical con la literatura.38 En 1880 se crea una licenciatura en enseñanza de la historia que se desvincula de la licenciatura literaria, indiferenciada hasta esa fecha.Esta profesionalización de la historia acarrea consigo todo un sistema de signos de pertenencia de un perfil singular. El historiador se presenta a través de sus escritos en la humilde situación de obediencia a una comunidad de especialistas en cuyo seno su subjetividad se mantiene a distancia. El buen historiador es reconocible por su ardor en el trabajo, su modestia y los criterios indiscutibles de su juicio científico. Rechaza en bloque lo que Charles-Victor Langlois y Charles Seignobos, los dos grandes maestros de la ciencia histórica en la Sorbona, autores de la célebre obra destinada a los estudiantes de historia, Introducción a los estudios históricos (1898), llaman "la retórica y las falsas apariencias" o "losmicrobios literarios" que contaminan el discurso histórico erudito. Se impone un modo de escritura que borra las huellas de la estética literaria en beneficio de una estilística casi anónima de valor pedagógico, a punto tal que es objeto de las pullas de Charles Péguy, quien estigmatiza "el Langlois tal como se lo habla" y reprocha a la historia su culto de la ciencia y su obsesión por la crítica en desmedro de la calidad estética. 5.2. La escuela metódica En el editorial-manifiesto de la escuela metódica, aparecido en el primer número de la Revue historique, "Du progrés des études historiques en France depuis le xvie siécle", Gabriel Monod muestra el camino del doble modelo de la historia profesional: Alemania, capaz de organizar una enseñanza universitaria eficaz, y la tradición erudita francesa desde los trabajos de los benedictinos. Monod considera que "Alemania hizo el aporte más vigoroso al trabajo histórico de nuestro siglo. [...J Alemania puede ser comparada a un vasto laboratorio histórico".[39] Y agrega que sería erróneo considerar a los alemanes como eruditos carentes de ideas generales, a diferencia de los franceses. Con referencia a sus trabajos, escribe: "no son fantasías literarias, inventos del capricho de un momento y para seducción ¿e la imaginación; no son sistemas y teorías destinados a complacer por su bella apariencia y su estructura artística; son ideas generales de carácter científico".[40] El comité de redacción de la Revue historique reúne en su labor a una generación más antigua encarnada por Victor Duruy, Ernest Renán, Taine o Fustel de Coulanges e historiadores más jóvenes como Gabriel Monod y Ernest Lavisse, en torno del axioma de la historia como "ciencia positiva". Deseosos de escapar al subjetivismo los promotores de la revista se dicen partidarios de la imparcialidad en nombre de la ciencia y el respeto por la verdad: "No tomaremos, por lo tanto, ninguna bandera; no profesaremos ningún credo dogmático; no nos pondremos a las órdenes de ningún partido, lo cual no quiere decir que nuestra Revue sea una Babel en la que todas las opiniones lleguen a manifestarse. El punto de vista estrictamente científico en que nos situamos bastará para dar a nuestra colección la unidad de tono y de carácter".[41] Sin embargo, detrás del estandarte científico, en esos historiadores metódicos se dejan ver con notoriedad ciertas tendencias 38 Cf. Christian Delacroix, Francois Dosse y Patrick Garcia, Les Courants historiques en France, XIX-XX'' siécle, París, Armand Colin, 1999, col. "U". implícitas o explícitas. Todos adhieren a una visión progresista de la historia, según la cual el historiador trabaja al servicio del progreso del género humano. La marcha hacia el progreso se despliega como una acumulación de la labor científica, en un enfoque lineal de la historia, enriquecido por el aporte de las ciencias auxiliares -antropología, filología comparada, numismática, epigrafía, paleografía e incluso diplomática- que le dan un aspecto cada vez más moderno en el siglo XIX. Como es evidente, luego de Sedán y de la amputación del territorio nacional todo ese esfuerzo colectivo se pone al servicio de la patria La finalidad nacional es explícita y el trabajo histórico apunta a un rearme moral de la nación: "De tal modo, la historia sin proponerse otra meta y otro fin que el beneficio extraído de la verdad, trabaja de una manera secreta y segura para la grandeza de la Patria, al mismo tiempo que para el progreso del género humano.[42] Movilizado por un objetivo claro y que parece en armonía con una imperiosa necesidad nacional, Monod pretende constituir una verdadera comunidad historiográfica unificada por su interés en un método eficaz e impulsada por la acumulación gradual de los trabajos del oficio de historiador desde el siglo xvi. A su juicio, en consecuencia, no hay tensión entre el objetivo científico y el objetivo nacional, visto que las fuentes archivísticas y los trabajos históricos acumulados desde aquel siglo pertenecen, en esencia, a la matriz nacional. 5.3. Una ciencia de la contingencia La disciplina histórica que se autonomiza en el plano universitario debe pensar su desarrollo al margen de la literatura, de la misma manera que deberá darle la espalda a la filosofía que se constituye en la misma época como una carrera específica. Así, esta escuela piensa la historia como una ciencia de lo singular, lo contingente, lo ideográfico, en en oposición a la epistemología de las ciencias de la naturaleza que pueden aspirar a la elaboración de leyes y fenómenos reproducibles, y por lo tanto de lo nomotético. Recuperando la inspiración erudita y su ambición de crítica de las fuentes, Langlois y Seignobos escriben juntos las reglas de autentificación de la verdad según los procedimientos de un conocimiento histórico que sólo es un conocimiento indirecto, al contrario de las ciencias experimentales: “Ante todo, se observa el documento. ¿Es tal como era cuando se elaboró? ¿No se ha deteriorado desde entonces? Se investiga cómo se fabricó a fin de devolverlo, de ser preciso, a su tenor original y determinar luego su procedencia. Este primer grupo de investigaciones previos, referidos a la escritura, la lengua, las formas, las fuentes, etc., constituye el dominio específico de la CRÍTICA EXTERNA o crítica erudita. A continuación toca su turno a la CRÍTICA INTERNA: por medio de razonamientos por analogía que en el caso de los principales se toman de la psicología general, esta crítica procura representarse los estados psicológicos por los cuales atravesó el autor del documento. En conocimiento de lo que ese autor ha dicho, nos preguntamos: 1) qué quiso decir; 2) si creyó lo que dijo y 3) si tenía motivos para creer los que creyó.[43] Su pedagogía de las ciencias históricas da la espalda a la filosofía para constituir las reglas de la profesión de historiador que “hace un trabajo de trapero”, provisto de un método cuyo valor heurístico es más pedagógico que especulativo: “La historia cura la credulidad, esa forma tan difundida de cobardía intelectual”. Encontramos en este intento la misma intento la misma inquietud del editorial–manifiesto de Monod en 1876: fundar un bloque republicano aún nuevo y frágil en la unión íntima de la ciencia y la pedagogía. 5.4 Una inquietud didáctica Los historiadores de la escuela metódica no fueron los ingenuos que se quiso ver en ellos. Ya no puede decirse que cultivaban un fetichismo del documento y negaban la pertinencia de la subjetividad del historiador. Como lo mostró con claridad Antoine Prost, tenían plena conciencia de que la historia es construcción.[44] Con la salvedad de que la escuela metódica veía la grandeza del historiador en su capacidad de controlar la subjetividad, de ponerle freno. Es cierto, sin embargo, que la afirmación disciplinaria de la historia se apoya en dos exigencias considerables: una escritura puramente ascética y una inquietud esencialmente didáctica, que aparta a los investigadores de toda interrogación sobre la historia como escritura. Se trata de una elección deliberada, la de una historia que busca los caminos del rigor cortando los la.zos con sus orígenes literarios: "La historia ha padecido mucho por haber sido un género oratorio. Las formulas de la elocuencia no son ornamentos inofensivos; ocultan la realidad; desvían la atención de los objetos para dirigirla hacia las formas; debilitan el esfuerzo que debe consistir [...] en representarse las cosas y comprender sus relaciones".[45] 4 Langlois y Seignobos son muy conscientes de que los "hechos" sobre los cuales trabajan los historiadores resultan de una construcción social que conviene poner en perspectiva a través del método critico de los documentos, tanto desde el punto de vista externo de su autentificación como en el plano interno, también calificado de hermenéutico: "Por eso el arte de reconocer y determinar el sentido oculto de los textos siempre ocupó un gran lugar la teoría de la hermenéutica”.[46] El documento, considerado como la ultima etapa de una larga serie de operaciones, sólo adquiere sentido una vez terminado el proceso de develamiento de todas las operaciones que condujeron a su autor a la visibilidad. Seignobos, que se convertirá en el cabeza de turco de Lucien Febvre, como contraste útil para una mejor promoción del programa de los Annales a partir de la década de 1930, se ajusta bastante poco a la caricatura del obsesionado por la historia de fechas y batallas y puramente política que se ha hecho de él. Como recordó Antoine Prost, en una fase muy temprana de su carrera definió un proyecto de historia social, al escribir en su primer artículo de 1881 que el objetivo de la historia es describir, por medio de los documentos, las sociedades pasadas y sus metamorfosis". [39] G. Monod, "Du progrés des études historiques en France depuis le xvie siécle", Revue historique, 1, 1876. [40] Ibíd. [41] Ibíd. [42] Ibíd. [43] C. V. Langlois y C. Seignobos, Introduction aux études historiques, Paris, Hachette, 1898, pp. 45-47, reedición, París, Kimé, 1992 [traducción castellano: Introducción a los estudios históricos, Buenos Aires, La Pléyade, 1972]. [44] A. Prost, “Seignobos revisité”, Vingtième Siècle. 43, julio-septiembre de 1994, pp. 100-115. [45] C. Seignobos, L’Histoire dan l’ensegnament secondaire, Paris, Armand Colin, 1906, pp 38-39. [46] C.V. Langlois y C. Seignobos, Introduction aux études historiques, op. Cit., p. 131.