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ENCUENTROS EN VERINES 1991
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
HACIA EL NUEVO MITO
Rafael Vallbona
Después de haber escuchado diversas voces clamando desesperadamente ante la
presunta desaparición de toda la estructura tradicional de la mitología literaria a manos
de hordas tanto de jóvenes autores como de lectores, algunas de esas voces incluso se
han atrevido a anunciar el fin de la literatura, no me queda otro remedio que creer que
estoy asistiendo a los últimos estertores de una cultura que se hunde de manera
inexorable, a pesar de sus creadores, tanto los apocalípticos como los integrados.
En este fin de siglo estamos asistiendo a la muerte de la cultura libresca, la que
emanada de la ilustración ha servido de correa de transmisión tanto de conocimientos
como de poder y represión hasta nuestros días. La cultura de masas y su brazo armado,
los medios de comunicación, son los responsables de este brutal cambio en las
relaciones comunicacionales entre personas y colectivos.
Entendiendo que la cultura es el producto social del mercado de los mensajes; es
decir, que cultura es comunicación, la implosión de los mass-media en la sociedad ha
provocado un choque frontal entre las formas tradicionales de transmitir la cultura y las
nuevas. De este enfrentamiento, aún no solucionado, deberá emerger un nuevo
proyect6o cultura, social, político y educativo. Una nueva realidad emanada de los
mass-media.
En It’s all true (Todo es verdad), la que sin duda alguna ha sido su mejor
película para la televisión, el director Julien Temple(recuerden la adaptación de
Absolute Beginners de Colin McInnes con David Bowie y Patsi Kensit), planteaba al
teleespectador la gran duda de este fin de milenio:¿Lo que se ve en la pantalla es
realidad, o ficción?
Desconocedor todavía de la guerra del
Golfo Pérsico y su posterior
dramatización a cargo del periodista de la CNN Alex Barnett, Temple practicaba un
osado y provocador metalenguaje al plantear situaciones como la de unas posibles
nupcias por televisión, la existencia de repartidores de vídeos a domicilio, igual que el
lechero, la celebración de juicios por vídeo, la existencia de vídeo-tumbas en California,
la constitución de una sociedad de adictos a los vídeo juegos, o la asociación entre el
Pentágono y los fabricantes de videos para inventar y patentar vídeo juegos bélicos.
Pero lo mejor era el final, como sucede siempre. Un inmenso tipo vestido de
negro y vuelto de espaldas recitaba todas las posibilidades reales del vídeo hasta que, en
el último segundo, se daba la vuelta desafiando a la audiencia. Entonces decía con
parsimonia: Todo es verdad, soy Orson Welles. Os juro que, a pesar de que el autor de
Ciudadano Kane había muerto varios años antes de la realización de esa película, coño,
aquel tipo era él. Yo lo vi y lo he visto miles de veces en mi vídeo. ¿Estará vivo Orson
Welles?
A estas alturas supongo que alguien se estará preguntando a qué narices viene
tanto rollo televisivo. Pero ¿es que hay hoy en día algún medio de comunicación capaz
de generar mayor mito y realidad a la vez que la televisión? El profesor Fernando
Lázaro Carreter ha dicho: “La lírica de hoy en día es la música moderna, y la épica es la
televisión.” Todos los géneros y expresiones literarias clásicas, esas que practicamos a
solas y con la única compañía de la pluma o el ordenador, están abocadas a girar en la
órbita y a estructura narrativa y formal (ritmo, cadencia, intensidad dramática,
duración...) del lenguaje televisivo.
Y eso lo decía el profesor, insisto, antes de lo del Golfo. Después de esa guerra,
la realidad y el mito casi han perdido todos los valores que habían acuñado a lo largo de
la historia, e incluso, a partir de los cuales la mismísima televisión había construido su
propio espejismo realidad/ ficción. Ya lo dijo el ex líder de la Albania comunista Enver
Hoxa: “El peligro no está en las calles, está en los tejados”, en clara referencia a las
antenas parabólicas de T.V.
La televisión acabó con Ceaucescu, por la tele hemos asistido a la caída del
muro, la pantalla se está erigiendo en la protagonista de la construcción del nuevo
mundo; de Yeltsin a la guerra civil entre Croatas y Serbios, de la independencia de las
Báltica al referéndum del Frente Polisario o a la conferencia de paz entre árabes y
judíos. Ahora sólo cabe preguntarse si todo eso es verdad, como decía Welles en la
película de Julien Temple.
Los media están conformando una nueva realidad a base de subvertir
revolucionariamente los tres niveles del conocimiento: mito, memoria y tradición.
Además, en tanto que los mitos generados por los media son altamente fungibles y
caducidófilos, se ha previsto la necesidad de generar el antídoto, en eso consiste
precisamente la teoría del Kitch.
Durante muchos años la literatura construyó su edificio simbólico a partir de la
manera de entender el mito, la memoria y la tradición que le dio la ilustración. Es
normal pues que ahora sus cimientos tiemblen hasta la zozobra. No entender que está
emergiendo una nueva dialéctica de la cultura, y que es a partir de esta dialéctica que los
jóvenes narradores están construyendo su obra, es ser un apocalíptico en el sentido que
lo definió, hace ya 26 años, Humberto Eco.
Pero la cultura de masas no es excluyente. Es un corpus pluridisciplinario,
heterodoxo e interclasista, y es a partir de esos valores universales cuando realiza su
interpretación del mundo. Toda la cultura oral y la escrita que se han acumulado durante
siglos tanto en oriente como en occidente, tiene también cabida en la cultura de masas,
lo que varía es su lectura e interpretación a cargo de los medios de comunicación,
auténticos agentes mediadores en el conflicto, aunque partidistas.
La cultura de masas no destruye la tradición oral, sino que genera una nueva
oralidad, no incendia la tradición escrita, sino que la rescribe. Y además ha creado un
nuevo registro de memoria inexistente hasta ahora, la memoria de lo visual, con lo cual
su interpretación del mundo quizás pueda llegar a ser más completa con el paso del
tiempo.
El marco social, histórico y político donde se está librando este relevo cultural
es, según el filósofo italiano Gianni Vattimo, la posmodernidad. Y si atiendo a la tesis
de este filósofo es porque fue él quien dijo en primer lugar que vivimos en un tiempo de
pensamiento leve. Pero no vamos a discutir ahora si eso es o no cierto. Partamos de la
base de que lo es, puesto que si no ya no se habría calificado, en estos mismos
encuentros, de leve a la joven novela contemporánea.
La posmodernidad
no es ni más ni menos que el punto y el tiempo de
intersección entre la cultura de la ilustración y la nueva cultura mass-mediótica. Es en
ese cruce donde se está generando la realidad actual y, por tanto, la novela, ventana
abierta a esa realidad. Es lógico que, como en cualquier fusión de elementos en acción,
se produzca un tremendo ruido, entropía, que distorsiona la vida misma de los seres que
habitan ese tiempo.
Ese ruido, entropía, es el nuevo material novelable. Un mundo objetual de
símbolos polisémicos y rápidamente caducos(no vivimos en las coordenadas de
Bergson sino en su producto, la velocidad), de continentes sin contenido y donde la
única fórmula de sobrevivir en la intimidad hasta el minimalismo, la reflexión
doméstica que, en algún momento, deviene código universal con capacidad para
perdurar en el tiempo y el espacio, invirtiendo el proceso destructivo que impone la
velocidad a pesar de que, tal y como dijo Aldous Huxley, la velocidad es el único placer
moderno.
Pero si la entropía de lo social es la máquina que genera esa nueva narrativa, sus
efectos también se reproducen en el mismo ser humano convirtiéndolo en fragmentario,
descreído y breve. A pesar de que un análisis del comportamiento del hombre
posmoderno sería objeto del otro tipo de trabajo y de otro tipo de encuentro, quiero
sugerir tan sólo la posibilidad del efecto que opera esta triple característica en la nueva
narrativa, no en vano se dirige hacia un tipo de lector que, posiblemente, corresponde a
esa tipología; a la vez que su autor también puede mostrar esas mismas pautas de
comportamiento. Y si ello es así ¿no es lógica esa angustia que refleja la novelística
actual?
La joven narrativa cuenta la lucha del hombre posmoderno entre lo que es y lo
que le enseñaron que debía ser. Producto de este tiempo de encrucijada de culturas, de
intersección de valores y mundos, el hombre de hoy vive en una angustia existencialista
más cercana a Jean Paul Sartre que al falso positivismo que nos han querido inculcar de
pequeños, como una cortina de humo que intentaba disimular las décadas grises de
guerra fría y de conflictos universales que hoy en día se han trasladado de lo colectivo a
lo íntimo. Y en eso reside el talento.
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