Problemática del hombre para Mario Benedetti

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LA
PROBLEMÁTICA
DEL HOMBRE
PARA MARIO
BENEDETTI
Universidad Politécnica de Madrid
El mundo que Mario Benedetti recrea en sus cuentos es el de la mayoría de la
gente, el suyo propio, lo que facilita la comunicación y la identificación con el
lector. Benedetti es el portavoz de los sentimientos de la pequeña burguesía,
mediante el humor, la sinceridad y la ternura en su visión de la realidad de la
capital uruguaya.
Con él, la temática rural desapareció para dar paso a la ciudad, que será la
gran protagonista de sus cuentos, lo que le supuso más de una crítica por parte
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José
de quien le acusaba de obviar la importancia del elemento rural para el devenir
del pueblo uruguayo.
Para sus cuentos, Mario Benedetti se apoya en “cuentistas” ilustres como Poe,
Quiroga o Cortázar. Subraya el carácter sucinto del cuento, la unilateralidad del
enfoque y la importancia de la tensión para desembocar en el efecto por medio
de la sorpresa. Se concentra en el hombre de la ciudad, víctima de la
burocracia, lo que conlleva rutina, soledad y alineación. Montevideo, como
cualquier ciudad moderna, se halla regida por una escala de valores burgueses
que refuerzan esa prisión existencial que oprime y esclaviza al hombre medio.
Todo esto imposibilita la felicidad y la paz espiritual, pues en vano los
personajes de Benedetti intentan la comunicación con Dios, al igual que en lo
referente a la comunicación con sus semejantes, que tampoco obtiene los
frutos esperados. En este caso, las relaciones personales están gobernadas
por la traición, la venganza y la violencia, que, al fin y al cabo, representan las
únicas vías de escape de esa insustancial existencia de los personajes.
El escritor uruguayo se vale de la combinación de diferentes enfoques
narrativos, de la primera persona, de un desenlace inesperado y de efectos
humorísticos para la creación de su mundo narrativo.
El escenario burgués en el que se mueven sus personajes saca a relucir las
inclinaciones antiheróicas del burgués que lo empujan a comportamientos
desprovistos de dignidad. Trata de descubrir las pequeñas traiciones y
cobardías de esa gente; analiza minuciosamente las facetas más
desalentadoras de la clase media, descolorida, que sufre de una inflación de
valores morales. Los clichés de la clase media le permiten, al personaje,
evadirse de tomar decisiones propias: la salida más fácil será actuar como los
demás.
La hipocresía y la cobardía serán las causas principales de la decadencia
moral de dichos personajes (“Tan amigos”); son constantes temáticas porque el
mundo burgués de Benedetti adopta un molde de vida insatisfactorio para las
necesidades individuales y que empuja a acciones censurables.
El deterioro de esa sociedad montevideana se verá reflejado en el lenguaje
popular que adoptan los protagonistas de los cuentos.
Además, el ambiente donde tendrán que batallar aquéllos será la oficina, el
trabajo burocrático; allí se librarán algunos de los combates más significativos
de su existencia, como se puede observar en “El Presupuesto”. Ser oficinista
equivale a pertenecer a la clase media y, a través de los años y de las crisis
económicas, la importancia dentro de la sociedad de un empleo, especialmente
del gobierno, ha adquirido desproporcionada jerarquía. El individuo de la clase
media será el más perjudicado por la economía, ya que la clase adinerada
posee siempre medios para salir, con más o menos sacrificios, adelante y la
clase baja no tiene conquistas sociales o económicas que sacrificar.
Numerosos personajes de Benedetti se convierten en víctimas de esa oficina,
es un círculo vicioso donde el individuo aspira al empleo por seguridad y
prestigio, pero cuando cae en la trampa del “futuro asegurado” la rutina lo va
asfixiando lentamente. El microcosmos de la oficina mantiene prisioneros a los
individuos que se someten a la invariabilidad cotidiana y a la esclavitud
jerárquica. En este ambiente, el jefe es el dios de ese mundo, con un poder
omnipotente sobre sus subalternos. La envidia, la hipocresía y los cotilleos
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presiden las relaciones entre éstos y el jefe y entre los propios compañeros de
trabajo.
El hombre medio, asaltado por las obligaciones y problemas que se han
generalizado en la vida ciudadana, ha llegado a encontrar en la rutina una
cierta medida de paz; sabiéndose a merced de lo imprevisto, al paso que el
ambiente que lo rodea se hace más artificial y su existencia se va complicando,
su alineación se intensifica. La rutina, entonces, es lo no confuso, lo predecible
y, por eso, atrae.
La falta de iniciativa generalmente va acompañada de cobardía.
Sin embargo, no siempre los personajes aceptan con resignación su destino;
los intentos de evasión de esa rutina surgen una y otra vez. Uno de los más
frecuentes es la violencia: dominado por la frustración y el desaliento, la
violencia, muchas veces el crimen, se convierten en escape de angustia. Otra
forma de evasión es el desequilibrio mental: año tras año de existencia gris y
azarosa, sin posibilidad de redención, impulsan a un divorcio categórico de la
mente con la realidad.
La oficina le sirve a Mario Benedetti para presentar situaciones en que se
evidencia la interacción entre el hombre medio y el mundo exterior; es donde el
individuo pasa la mayor parte de su tiempo cuando no está en casa.
En lo referente a las relaciones familiares, en ellas se reflejan los valores de la
clase media. La actitud de los padres, autoritaria, provoca conflictos en las
mentes de los jóvenes; los estigmas familiares son herencia irrevocable.
Es recurrente en la obra de Benedetti la oposición familiar a uniones
matrimoniales por razones de prejuicios sociales, lo que desemboca en
enfrentamientos de la clase baja con la clase media; la relación con la
servidumbre está muy presente en estos conflictos, como podemos observar
en “Corazonada”, donde La Vieja se opone a la unión entre su hijo y su antigua
sirvienta.
Existe un continuo afán de la clase media para mantenerse o aumentar su nivel
económico. De esta forma, se convierten, a veces, en muñecos exánimes y
laxos al empeñarse en sostener una carrera desigual con las circunstancias. Es
también la realidad de la vida que desvanece esperanzas e idilios y convierte al
hombre en un ser calculador y falto de escrúpulos.
Diariamente el personaje de Mario Benedetti debe enfrentarse con la
sistemática división del día de acuerdo con sus responsabilidades. El resultado
es siempre el mismo: el hombre medio ha de hacer un máximo de sacrificios
para obtener un mínimo de bienestar.
Las circunstancias diarias de rutina y esclavitud provocan una honda
frustración que fomenta la mediocridad y alienta las tendencias más bajas del
hombre, sus instintos primitivos. Los personajes demuestran su incapacidad de
sobreponerse a las circunstancias; existe una apatía y una cierta cobardía
individual que les impide tomar decisiones drásticas y rompe los lazos con lo
prestablecido: las proclamas de independencia no pasan de amagos o intentos
frustrados.
La burocracia súper desarrollada, la falsa moralidad en las transacciones
públicas y privadas, los sacrificios que un gran sector de la población debe
realizar para vivir decentemente con la consecuente problemática en las
relaciones familiares, constituyen la base temática en la narrativa de Benedetti;
así como la soledad, la falta de fe en la religión, la muerte, el fracaso del amor
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romántico y el desquite ante la imposibilidad de hacer realidad sus deseos más
vehementes por parte del individuo medio, elementos, estos últimos, que
salpican constantemente la trama de los cuentos del escritor uruguayo,
otorgándole al conjunto de su obra, si bien no una unidad temática como tal, sí
unas características comunes y definitorias que hacen de sus cuentos un claro
ejemplo de la literatura creada por el hombre medio, sobre el hombre medio y
para el hombre medio.
La soledad junto a la muerte y la fe en Dios, es uno de los temas que invaden
los cuentos de Mario Benedetti. Este sentimiento de soledad hace estragos en
el alma de los personajes y se debe a un aislamiento espiritual, no físico,
consecuencia de la falta de comunicación sintomática de las condiciones de la
sociedad actual.
“Una incapacidad de comunicación nos había mantenido a
prudente distancia, postergando siempre el intercambio franco,
generoso, para el cual, por otras razones, estábamos bien dotados.”
(“Los Novios”)
El carácter vertiginoso del mundo contemporáneo aísla progresivamente al
habitante de la gran ciudad que, torpemente, intenta encontrar un punto de
apoyo en la realidad que lo rodea sin conseguirlo. Se encuentra en un mundo
carente de luz y de ilusión.
“Y allí terminó mi soledad. No la soledad angustiosa y amarga
que después iba a convertirse en mal endémico de mis treinta
años, sino la soledad atrayente y buscada, la soledad exclusiva
que todas las tardes me esperaba en el altillo, ese reducto hasta
el que llegaba el pulso tranquilo de la siesta del pueblo, de la siesta total.”
(“Los Novios”)
La antítesis entre la necesidad humana de hallar una solución razonable y el
impenetrable silencio del universo originan una gran frustración por ese deseo
truncado. La tensión entre la realidad social y la del individuo es fruto de un
empeño por encontrar significado a la existencia y un deseo de afirmarse
individualmente en la confusa y paradójica sociedad actual de la que es parte
integrante el individuo.
El hombre parece condenado a ser un náufrago perpetuo a la merced de un
mar de dudas y frustraciones; los personajes de Benedetti deben encontrar por
sí mismos el camino a seguir.
El autor acude a las ideas de Nietzsche para quien la metafísica se encuentra
en las tribulaciones del pequeño hombre de carne y hueso; de ahí que en
ocasiones sus personajes no tengan nombre propio (La Vieja de “Corazonada”,
por ejemplo), puesto que es superfluo individualizar a los protagonistas.
El hombre hispanoamericano carece de una tradición cultural moldeada por la
experiencia de innumerables generaciones anudadas por un sentido geográfico
y de solidaridad racial, lo que conlleva, irremediablemente, un sentimiento de
desarraigo cultural que, a su vez, origina una revalorización de la herencia
autóctona. Sin embargo, esto no ocurre en Uruguay, donde su población es
enteramente europea y tienen un afán de absorber los valores del Viejo
Continente. Como colectividad, se ha asimilado lo externo de las formas
civilizadas de la vida y la cultura; los moldes de esas vidas serán algo impuesto
desde fuera, por lo que el individuo vivirá desubicado ante su contorno social y
cultural.
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La vivencia de la soledad interior puede adquirir un carácter morboso cuando
se convierte en fuga ante la realidad, en intento de eludir esa realidad exterior,
o lo que es lo mismo, un esfuerzo inconsciente de destruirse a sí mismo, ya
que en esa circunstancia, la realidad agobia al solitario y se venga del que
quiso eludirla. Así, pues, ante la impotencia de aniquilar el mundo, este solitario
termina queriendo aniquilarse.
Ciertas actitudes de los personajes de Benedetti hacia la muerte y hacia Dios
están relacionadas con la soledad. Sienten hostilidad hacia el concepto de
“creador omnipotente”; Dios es considerado más como un enemigo que como
un aliado. Sin embargo, no ha muerto para ellos; la actitud que muestran hacia
él es la de un ser que intenta comunicarse con otro, bien en tono esperanzado
(“Sábado de Gloria”) o con reproche. Se le concede a Dios unas características
humanas para facilitar el diálogo con él.
La negación y el rechazo hacia él aparecen momentáneamente cuando el
personaje está hundido en la monótona soledad.
En “Sábado de Gloria”, el personaje se convence de que sólo teniendo a Dios
de aliado existe la posibilidad de lograr lo imposible.
Mario Benedetti a veces se ensaña con Dios por permitir tanta miseria humana,
a veces se apiada de él por ser una víctima más; es entonces cuando realiza
conjeturas sobre la naturaleza de Dios, como en su poema “Ausencia de Dios”:
“Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarradoramente idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
Ahora que miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar las uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que Dios retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandará siglos de ceniza.
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Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.”
O en “Si Dios fuera una mujer”:
¿Y si Dios fuera una mujer?
Juan Gelman
“¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.”
La soledad, enraizada en lo más profundo del ser, constituye un elemento
integrante de la esencia humana; el hombre reconoce que no puede vivir sin
ella, pero no entiende su complejidad, el carácter místico de la soledad que
identifica a Dios con la Soledad Absoluta. La falta de fe en Dios obliga al
hombre a acercarse a la soledad de otro ser.
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En la mayoría de los casos hay una constante queja ante la indiferencia del
Creador: Dios es alguien a quien maldecir por la contradicción que depara el
destino contra las frustraciones cotidianas.
Respecto a la muerte, ésta aparece de forma sorpresiva o planeada; es quien
arrebata al ser querido pero también es un escape ante la intolerable
circunstancia vital, el último intento de solucionar un conflicto personal.
La muerte de la persona amada provoca que la soledad se sienta más
hondamente, lo que provoca una actitud de profunda hostilidad; además, ese
aumento del sentimiento de soledad conlleva un aumento directamente
proporcional de la rutina del individuo.
El hombre sabe que algún día morirá pero alberga una especie de secreta
presunción de que logrará escapar; es siempre más factible imaginar la muerte
ajena, la de los otros. La muerte llega entonces a convertirse en una presencia
casi palpable y Dios en el último recurso: el hombre se dirige hacia Dios para
obtener lo imposible, para lo posible se basta por sí solo.
A veces, la muerte no es una enemiga sino una aliada por el deseo de cambiar
la realidad tal cual es; será el instrumento necesario para modificar las
circunstancias. Pero como el propio Benedetti afirma: “la muerte no borra nada,
quedan siempre cicatrices”.
Ante la muerte, en ocasiones se nos muestras una actitud pasiva del personaje
frente a los acontecimientos; se trata de una especie de suicidio indirecto. Morir
voluntariamente implica haber reconocido lo ridículo de la existencia; no se
muere de enfermedad, sino por el deseo de morir.
Con la llegada próxima de la muerte se intensifica el deseo de estar solo; el
protagonista busca su fin a solas. La vida impone soledad; en soledad
nacemos, en soledad vivimos y afrontamos nuestra muerte en soledad.
El crimen, por su parte, pone de manifiesto intensos conflictos emocionales; en
algunos cuentos, el crimen es consecuencia de la imposibilidad por parte del
protagonista de comunicarse con el mundo, es, pues, consecuencia de su
propia soledad.
En los momentos en los que la crisis culmina, el asesino se aferra
momentáneamente a la posibilidad de la existencia de Dios, pero es un gesto
más de impotencia. Cuando el desequilibrio se extrema y resuelve el odio en
asesinato, se consuma el proceso desintegrador de la personalidad, como
ocurre en “El Altillo”.
Mario Benedetti explora las maneras con que el hombre busca romper las
barreras que lo aíslan de sus semejantes, las dudas metafísicas que padece y
sus relaciones con el sexo opuesto; existe una frágil armonía de los vínculos
entre el hombre y la mujer. Cada situación presentada es prueba de la
incapacidad del hombre para establecer una unión sincera, consecuencia de la
pequeñez moral con que proceden los personajes.
Las enfermedades repentinas y mortales que acometen a ciertos protagonistas
es otra manera de expresar que el hombre y la mujer están condenados a una
soledad inalienable (“Sábado de Gloria”).
El ser humano en Benedetti, pues, se debate en solitario, sin fe religiosa,
intentando establecer un medio que le permita comunicarse con los llamados a
compartir directa o indirectamente sus experiencias. Las desilusiones que se
suceden le recuerdan constantemente las limitaciones de su naturaleza,
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obligándole a refugiarse en un estilo de vida carente de toda ilusión e
idealismo.
BIBLIOGRAFÍA
Benedetti, Mario: Antología Poética; Alianza Editorial; Madrid, 1998.
Benedetti, Mario: Cuentos; Alianza Editorial; Madrid, 1982.
Benedetti, Mario: Sólo mientras tanto; Visor Libros; Madrid, 1998.
http://cervantesvirtual.com
http://www.galeon.com/froblesortega/benedettiprincipal.htm
http://www.zap.cl/cuentos/autor2.html
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