Refugio en el conflicto Por Cecil A. Poole, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Hace muchos años, existía la tradición de que se podía buscar refugio o protección contra el peligro o la desgracia, entrando en determinados lugares, conocidos con el nombre de lugares de refugio o de asilo. Estos lugares estaban destinados a tal fin, con el objeto de que el hombre pudiera escapar, por lo menos temporalmente, a las adversidades que pudieran surgir a su alrededor. Esta forma de refugio era de gran ayuda para el individuo que se hallaba bajo una amenaza de cualquier clase. Este derecho, que era privilegio de todo individuo sujeto al código vigente, era conocido con el nombre de derecho de asilo. El asilo era un derecho del hombre en el caso que se viera perseguido, bien por quienes pudieran causarle daños corporales o desposeerle de sus propiedades, o incluso, por aquellos que pudieran aprisionarle, en el nombre de la ley entonces vigente. La importancia de la religión en la Edad Media, dio una fuerza adicional a este derecho de asilo. Generalmente este asilo se encontraba en las iglesias o catedrales. En la historia, así como en la ficción, existen muchas narraciones sobre personas que escaparon de sus perseguidores, entrando en una iglesia, monasterio o templo, que gozara de este privilegio de asilo. Generalmente, se consideraba que tal santuario era un asilo inviolable o lugar de refugio, en el cual el individuo refugiado no podía ser tocado de ninguna manera. Proveía inmunidad por parte de la ley, contra la persecución o el daño corporal. No siempre era respetado este derecho. Existen historias clásicas algunas de ellas ciertas y otras en el campo de la ficción, de la violación de este derecho de asilo. Probablemente, las más antiguas en los anales de las cuales tenemos una prueba razonable, son un cierto número de historias bíblicas. Los seguidores del rey David, no disfrutaron del privilegio de asilo, después de la accesión de Salomón al trono de Israel. La práctica actual En el mondo de hoy, esta práctica no se observa generalmente. En los últimos años, ha habido menos fe en este concepto del asilo, a causa, en parte, del hecho de que ningún lugar es igualmente Sagrado para todos los individuos. En la mayor parte del mundo libre, no existe ninguna presión en cuanto se refiere a las creencias, y por lo tanto, ninguna iglesia o templo, tendría ningún privilegio exclusivo de ofrecer asilo; por otra parte, tampoco el individuo medio esperaría un tratamiento semejante. Los conflictos actuales, aún cuando de naturaleza distinta a la de aquellos por los que los antiguos buscaban asilo no son por eso menos graves. Las presiones y conflictos que nos rodean hacen que estemos buscando continuamente un refugio, en vez de aislarnos individualmente como una persona que huye de una persecución real. Hoy día, en un mundo en el que una vasta destrucción es posibilidad potencial en cualquier momento, muchas personas han pensado intensamente en la posibilidad de hallar un refugio en el caso de una emergencia extrema. No es raro leer en la prensa diaria sugestiones para la edificación de protecciones o lugares de refugio que nos librasen de un asalto del exterior que pudiera ser fatal para nuestras vidas y posesiones. Recientemente apareció un libro, cuyo titulo aludía al caso de que no había ningún lugar en la tierra donde ocultarse, en el que pudiéramos estar libres y tener asilo y refugio en cualquier situación abrumadora. La posible inminencia de un desastre mundial está causando actualmente un efecto sobre la filosofía de muchas gentes mucho más profundo de lo que pudiera suponerse, por la observación, más o menos superficial, de las circunstancias de los acontecimientos. La gente joven esta viviendo una filosofía más fatalista, no precisamente en el sentido del fatalismo del pasado, es decir: que estamos sujetos a ciertas fuerzas que nos rodean, no importa lo que podamos hacer; sino más bien en el sentido de que, hagamos lo que hagamos, el final no es nada halagüeño. Esta clase de filosofía ha existido en todas las épocas, y han existido seres que se han erguido por encima de este punto de vista pesimista. Cada tiempo, a su vez, ha vencido la desesperanza temporal de esos individuos que buscan alrededor de ellos y no encuentran ningún lugar de refugio en el que puedan hallar asilo y libertad contra los conflictos que les rodean. La cuestión ante la cual se halla el mundo actual es la siguiente: ¿Llegará la destrucción, que hubiere en un tremendo cataclismo, a envolver totalmente la vida y las manifestaciones de la civilización? Además, si tal cosa ocurre, la cuestión conduce a preguntarnos si habrá alguna esperanza de poder salvar algún vestigio de la civilización y de la cultura humana. Naturalmente, lo más importante para el individuo es la antigua expresión del deseo de sobrevivir: ¿podré como individuo sobrevivir a un cataclismo, que pudiera producirse, por ejemplo, en el caso que otra guerra utilizara las potencialidades de las armas actuales? No tendremos un cuadro alentador, si nos atenemos al valor de las informaciones de los sucesos diarios, que son recibidas por los diferentes servicios de información a través de los cuales se difunden las noticias mundiales. Este concepto de que el hombre puede ser condenado a sufrir las consecuencias de sus propias hazañas es de una categoría tal que hace que sea minada en sus cimientos la filosofía constructiva, aún cuando, como antes he dicho, no es ésta la primera vez en la historia que el hombre ha mirado a su alrededor y solamente ha visto desesperanza y desesperación. Muchas de tales filosofías asolaron el pensamiento humano a través de la historia; pero el hombre mantuvo, a pesar de ello, cierto grado de cultura, y la raza humana finalmente sobrevivió. No obstante, existe hoy día un hecho que no podemos ignorar en el análisis o, por lo menos, en el examen que estamos obligados a hacer de nuestro medio ambiente. Y es que, desde el punto de vista físico, es cierto que no existe ningún lugar en que ocultarse. Hemos explorado la mayor parte de la superficie terrestre. Hemos utilizado muchas de las fuerzas potenciales dadas al hombre para desarrollarlas en este mundo físico, y ya no existen fronteras, hablando desde el punto de vista físico, hacia las cuales el hombre pueda correr o dirigirse para hallar en ellas refugio o seguridad. La lección por excelencia Posiblemente, en todo esto existe un propósito, mucho más allá de la comprensión inmediata del hombre. Es probable que, mientras que al hombre le fue dado un cierto grado de dominio de la tierra, éste no anuló el derecho aún más importante en el hombre de aprender el dominio de sí mismo. Por lo tanto, en un mundo en contracción, tecnológicamente hablando, el hombre debiera estar aprendiendo la lección por excelencia, cuyo aprendizaje ha constituido la finalidad de la raza humana, a través de la historia: el verdadero refugio ante los conflictos, el asilo que aún existe es el santuario interno, o del yo. Por YO significo la comprensión del hombre y la consideración de su verdadero lugar en el universo, y no precisamente su relación con las fuerzas físicas que le rodean. El hombre es una manifestación de vida, que se halla unida a la fuente de toda vida. Cuando él da a este privilegio y a esta conexión con el Infinito su valor debido, entonces puede hallar refugio dentro de sí mismo, en el conocimiento de que esta expresión del ser, hallada en todas las manifestaciones de vida, tiene conexión con una fuente de vida más elevada de lo que la realización humana puede alcanzar. La Catedral del Alma, mantenida por esta organización, es una expresión del asilo que puede ser nuestro. En los confines más íntimos de nuestra propia consciencia, podemos alcanzar la Paz que proviene de la comprensión y de la realización de nuestro lugar en el Ser Infinito, más bien que de un simple lugar en el espacio y tiempo físico.