RAMON MELLA

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principales de aq~tellailustre existencia, en espera del desea., ..,u
en que contemos con la calma de espíritu y los elementos indispensables, para narrar, siquiera sea en pobre estilo, pero libres de
afectos y de odios, aquellos sucesos, que mucho importa sean coiiocidos de la generación presente, y referidos a lo plosterida d, depurados de las falaces alucinacioiies que suelen ex1.raviar It>S juicios contemporáneos.
Nació Ramón Mella y Castillo en la ciudad de Santo Domingo,
el 25 de Febrero de 1816, y sus excelentes padres ciiidaron de darle la mejor educación que podía proporcionarse en los años de decadencia y oscurantisnio que coincidiendo con la adolescencia de
su hijo, transcurrieron bajo la infausta dominación del Iiaitiario
presidente ~ b y e r .El joven Ramón, que en el hogar paterno había
nutrido su alnia con los más sanos y elevados principios, pronto dejó de'ver la insiiperable aversión que sentía hacia el oprobioso yugo
que pesaba sobre su patria, y bajo la influencia de este sentimiento preponderante en él, como siguiendo ~ i r iimpulso instintivo, se
unió estrechamente con todos aquellos de sus compatriotas que se
hacían notar por igual pretlisposicióri hostil 1i;icia los domitiadores. Allí donde esa predisposición se manifestaba más enérgicaiiiente, con mayor imprutlencia y audacia, allí era segiiro encontrar al intrépido MELLA, cualquiera que f~iese la clase de los
contetidores. Su valor y la destreza que adq~iirióen el manejo de
las armas, le sirvieron pasa intervenir victoriosamente en todos los
lances en que se veían enipeñados con frecuencia los compañeros
de su juventud, o los rudos hijos del pueblo que eran blanco de las
agresiones armadas de multit~idde haitianos que andaban siempre
eri grupos, estorbando los bailes y diversiones iiocturnas. En esos
lances terciaba inopinadamente, la espada de Ranión Mella, quien
asumía entonces el carácter de principal actor de la fiesta, castigando duramente a los atrevidos agresores, y haciendolos huir bien
escarmentados, persuadidos de la imposibilidad de avasallar y vejar aquella raza tle leones.
No se presuma por este dato que Mella era eii sil niocedad lo
que se llama un calavera, aniante de la vida alegre y de vulgares
locuras. Lejos de eso, las nobles aspiraciones de su alma ardiente
y generosa se manifestaban en la austeridad de sus costu nibr-es,
en la seriedad de sus discursos y coriversaciones, como en la gravedad y compostura de toda su persona, dotada por la nat iiraleza
s o n un sello singular de circunspeccion y autoi.idad. Era q
tintivatiieiite, filella, como Francisco S51ichez, Pedro A. Pina
;ipoyo d e los habitantes d e la PARTE DEL ESTE, como s e denominaba por los haitianos el territorio d e la acttial República Dominicana. Esta comisión confidencial tuvo criniplido éxilo, y ctiatido se
proclamó la reforma y Boyer cayó, fué causa d e q u e los pati'iotas
dominicanos, considerados come adeptos del partido vencedor, pudieron d a r por Linos días expansión a s u s trabajos separatistas, y
organizarse casi ostensiblemente ante las per-plejas autoridades haitianas. En aquellos días, Mella, de regseso en Santo Domiiigo, concurrió y contribuyó poderosamente al proniiiiciamiento refoimista
efectuado en la plaza (le la Catedral, el día 24 d e Maszo de 1843, el
cual costó la vida al Comandante d e a r m a s y a Linos diez o doce
haitianos más.
Los actos despóticos y brutales del Jefe Siipremo de la triunfante revolución General Charles Helaid Riviére, enaidecieron los
ánimos d e los patriotas, al mismo tiempo que, en presencia de las
persecucioiies sufridas por m ~ i c h o sbuenos doniinicanos, los más
connotados por la exaltación d e s u s opiiiiones, tenían q u e ocultars e los ulios y huir al extranjei-o los otros. Mella aprove'clió los días
d e s u forzoso eclipse en coriipletar la pi.opaganda separatista, valiéiidose d e los medios más ingeniosos para conferenciar con s u s
amigos, salir d e la ciudad y volver a ella, viajando a grandes distancias, sin caer en manos de las autoridades haitianas. Llegó por
fi11 el día del supremo esfiierzo, el glorioso 27 de Febrero d e 1844,
y sabido e s lo que hizo Mella por sri parte, desd el momento en
q u e por su oportuno disparo del arma d e fuego con que 11, b'ia concurrido al plinto convenido, disipó los últimos e s c r ú p ~ ~ l oy svacilaciones d e los más tímidos de sus compañeros, dárido cl primer viva a la República Dominicana, hecho qiie delelminó la ociipación
del fuerte d e El Conde y la organización d e la Junta revolucionaria
en q u e figuró entre los primeros caudillos. hasta que pasó al Cibao
y si no s e halló en la brillante acción del 30 d e Marzo, primer tinibre d e ilustración d e la heroica Santiago, ftié porque el bizarro general Imbert, q u e mandaba en Jefe, le encomendó la conlisión de
traer refuerzos desde la Sierra.
No e s d e este lugar, por la brevedad a que debenios ceñirnos,
relatar la parte activa y muy decisiva qiie en el ésito feliz de la separación tuvieron otros trabajos preparatorios y complementarios
en q u e intervino la política extrangera. Diiémos, si, d e paso, que
n o creemos que s e haya hecho todavía un concienzudo examen de
los medios qiie otros patriotas experimentados v reflexivos emplearon para asegurar ese éxito y librar la Patria del yugo haitiailo: I n
S
pasión s e interpuso demasiado temprano y dividi6 a los hermanos
q u e coiispirabaii a 1111 mismo fin, hacieiido q u e s e ofuscaran, hasta
el plinto d e riegaiAserecípi-ocanieiite toda virtud y todo mérito. A
distancia d e esas luchas, todo el que de ellas esci-iba está obligado
en conciencia a repoiiei. c;ida iiornbre y cada asuiito en sil lugar; y
por esto creemos qiie aun no se ha hecho la debida justicia a la memoria del cónsul fraricés en Port-au Pr.ir~ce,Mr. Levasseur; ni s e le
ha hecho a la influencia d e otros agentes oficiales franceses en los
acoiitecin-iientos d e la sepriración, aiinqlie ya comienzan a disipar-s e las tinieblas, que d e buena f é sin duda, s e h a n esparcido sobre
esos aco~itecimientos,y no hace muchos días q u e en un periódico
d e Santiago, EL ECO DEL PUEBLO (2), henlos leíclo con viva satisfacción las primeras alabanzas, muy nierecitias por cierto, que
s e tributan al nombre de Mr. Juchereau de Saint-Denis, q u e era
cónsul d e Fr;incia en Santo Domingo ciiaiitlo se pi.oclamó la independencia, y coope1.ó eficazmente con sil autoi.itl;itl nioral a la capitulación d e las f~iei-zashiiitianas.
Corrainos un velo sobi-e los sucesos posteriores, sobi-e los graves y tristes yei-ros a qiie la pasión y la discoi'cli;~polílica indujeron
a los caudillos d e la revol~ici0n,eiifi-eiitaiido conio sañiidos encniigos, d e uria parte a ,los Iiéroes del 27 d e Febrero, y de la otra .LI I esforzado general Pedro Santana, vencedor e11 'la batalla (le Azua, veinte
días después y s u s ariiigos personales. ¿De quién frié la ciilpa? No
nos precipileinos en decirlo, sin consultai- todos los datos fidedignos, y oir las disctilpas d e los contentlientes. Bástenos por hoy con
deplorar la fiitalidad, qiie así piido ;icibarar inmediatrinieiite el regocijo d e la frimilia doinii~icana,cu;iiido apeiias coiiienzaba a saborear la dicha d e llamarse libre, inei.ced a los esfuerzos d e siis
mejores hijos.
Por coiisecueiicia de aqiiellos trislísiinos siicesos, Mella fué con
siis más distinguidos c o n ~ p a ñ e r o scoiitleiiado al destierro, pena
q u e sufrió coi1 la entereza varoiiil que lo caracterizaba, y qiie
acaso contribuyó a darle aquella niadiirez d e juicio, y la impasible
magnaniriiidad q u e demostró despiiés en los sigiiieiites siicesos d e
s u agitada existencia.. Regresó al país cuando las pasiones d e partido s e calniaron, y s e redujo a la vida privada, a fin d e reponer sil
modesta foi'tuila, descuidada y en ruina por su consagración al servicio d e la Patria. Dedicado a la exl~lotaciónde Lin corte d e niade-
( 2 ) V. B. A. G. N., 194.3,NO. 28-29, pliga. 145-146.
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ras que poseía en la costa solitaria de Puesto I'lata, conipletanieiite
retraído d e la política, solo pudieron restiliiirlo a la vid21 pública
los gravísimos acontecirnieiitos d e 1849.
Un fuerte ejército tioniiiiicílno, tlisuelto eri Aztia por la inlriga
y la traición conibinñdas; el enipesados d e Haití, el feroz Soulouque, n~archaiidocon siis numerosas huestes sobi-e la capital de Santo Domingo; ritiestros soldatlos dispersos y sin confianza ya en s u s
jefes, las familias huyendo al extrangei.o o a los montes; la coiisternación en todos los ánimos; tal e i a el cuadi-o que la Nación, desiiimada y atónita, presentaba por lodas partes.
Mella sale d e su retiro, y biisca ansiosaniente a los que quieran morir por la Patria. El Congreso Nacioii;il, presitlido por Bueiiaveritura Biez, hace u n y-aiide esfuerzo pati-iótico, y confía al valor
d e Santana el eiicargo d e salvar la República. Acude el gran soldado desde los campos del Seybo, doncie vivía aislatlo y bajo el pes o del rencor d e siis aclvei.sarios políticos; llama en torno suyo a
los q u e s e sieiitan capaces de acompañarle a la desesperada lid, y
~ i i i o spocos, iiiuy pocos, responden a su Ilaiiiainiento. Ramón Mella, dando a generoso olvido los agi-a\,ios antiguos, fiié tle los primeros que, coi110 Antonio Duvergé, J ~ i a i iCoiili-eras y otros bravos
d e imperecedero renonibi.e, cosrieron presurosos a Iii voz del bizarro caudillo, y bajo s u s ói.deiies legasoii a la Historia la joi-liada
inmortal d e 1;is CAIIRERAS. Acliiella poi.teritosa victoria tiel valor
tloniinicaiio, en qiie apeiias ocliocieiitos Iionibres, no del todo bien
armaclos, (lesti-ozaron y ai-i-ollaron al engi-eítlo ejéscilo (le Soulouque, cotiipuesto de diez mil soldados (le todas ai.mas, fiié seg~iicla
d e LIII nuevo intersticio rle luctiiosas pasioi~es; conlo si más qtie
otro pueblo alguno est~iviéseiiiospi~eclestiiiadosa ofrecer al inundo
coiitrastes y alteri~ativasI)r~iscas,destellos de luz esplenderosa seguidos d e negras y malsaiias sombras. La gtierra civil volvió a cernerse sobre los destinos de la joven Repfiblica, tra!lénclole larga copia d e inforti~niosy Iági-imas.
MELLA estii\po en su piieslo, y como corisec~ienciadel vínculo
que establecían entre los vencedores la victoria y los laureles d e
LAS CARRERAS, después d e la caída del iiifort~iiiadopresidente
Jimetiés, al instalarse el gobier~iode Buenaventura Báez fué ilamado a desempeñar una cartera en el Ministerio, lo qiie hizo (le
mal grado, en espera d e I;t primera ocasión que s e le presentara
para dimitir y volverse a la vida del hogar. No tardó en cumplirse
s u deseo: surgió en el seno del gabinete un desacuerdo, en el cual
qiiedaroii dos ministros en minoría, uno de ellos MELLA, q u e en el
tado d e la vida pública se'retiró otra vez para consagrarse a s u s
negocios privados, y e n ellos estaba ocupaclo, cuando supo q u e
peligraba la nacionalidad con el proyecto d e anexión a España.
Enfonces hizo lo que pocos hicieron: los odios y antagonismos
d e partido habían enei.vado d e tal modo el patriotismo, q u e parecía inuerto el anior a la independencia, y echaba raíces en muchos
ánimos la opiiiióii d e q u e más valía darse al diablo, q u e s e r gobernado por los santanistas. De esto dieron flagrante testimonio la matríciila española q u e s e abrió en el a ñ o de 1856, y el pronunciamiento d e Doiningo liamirez, Tabera y otros en favor d e los
haitianos (3), bajo la sugestión d e \7aleiitín Alcántara, en 1859. En
el primer caso, viendo los numerosos matriciilados q u e desertaban
d e la nacionalidad, decía Mella q u e todo s e remediaría con envolver al cónsul Segovia en su bandera, y expulsarlo del país; mientras q u e en el ánimo d e Santana entraba el pensamiento d e q u e la
iiimeasa mayoría d e los doininicanos queria ligar su suerte a la de
España. En el segundo caso, Santana y Mella pudieron creer q u e el
patriotisn-io estaba muerto; sólo q u e el primero vió como única salvación posible para sus compatriotas la aiiexióii a España, mientras q u e Mella jamás capituló con la idea d e q u e desapareciera la
nacionalidad. Por esto, al pi-oclamai-se la anexión en 1861, Mella
se opuso enérgicamente a ella, fue encarcelado, y salió para el destierro.
No quiso regresar durante la dominación española por más q u e
se le invitó a q u e lo hiciera, brincláiidole consideración y garantías.
Sólo cuando la fama le llevó la noticia del alzanliento nacional, iniciíido en Capotillo por Cabrera y Moiición, acudió presuroso a ocupar iiri puesto entre los niás denodados patriotas. Venía ya muy
quebi.antado d e saliid, 51 las fatigas q u e se impuso para organizar
los ramos q u e se encomendaron inmediatamente a su cargo como
11110 d e los rniiiistros del gobierno i~evolucionario,agravaron mortalmerite s u s dolencias. Uii supremo y extraordinario servicio, d e
iiii~iensovalor para la causa nacional, aceleró s u fin.
Sabido es q u e la violencia y las brutalidades saiiguiilarias del
general Pedro Florentino fueron el mayor inconveniente q u e a los
i-estaui.atlores dorniiiicanos s e op~isieroii para que la revolución
cundiera en el S u r de la Isla. Aquel feroz capitán, por siis recelos
iiiiustos, por s u s bárbaras medidas contra cuaiitos sospechaba d e
(3) N6
e11 favor
de los haitianos, sino en coiitra de Saiitnria.
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BOLETINDEI, ARCHIVOGENERALDE LA NACION
adictos a los españoles, fué causa de que muchos que arna1)aii de
todo corazón la independencia y trabajaban por ella abandonaran
las filas de la revolución y se p~isieranal lado de las autoridades
españolas. El gobierno provisional de Santiago conoció muy pronto el daño y descrédito que aquellos salvajes ci-ínienes inferían a
su causa, pero en vano intentó reprimir los desafueros de Florentino. Este se desmandó con los emisarios del gobierno, y siguió
haciendo cuantas maldades le plugo. Reservada estaba a Ramón
Mella la gloria de purgar la tierra de aquel monsti-uo, y librar a la
revolución de semejante ignominia. Enfermo y todo, fué en persona al teatro de las sanguinosas hazañas de Florentino, y negándose
Cste a constituirse eii prisión, Mella segun lo exigían las circunstancias, confió al valeroso Juan Rendón el encargo cle prenderle, y
de matarlo en caso de resistencia, como así sucedió en efecto.
Este acto vigoroso hizo respetable el gobierno revolucionario,
y sirvió inmensamente al crédito y buen nombre de la revoliición
restauradora. Con él coronó RAMON MELLA una vitla de grandes
servicios a su patria, y al morir, pudo cerrar los ojos tranquilo,
confiando en la resurrección definitiva del objeto de todos sus clesvelos y sacrificios, la libertad e independeiicia tle la República Dominicana.
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