Las emociones y su relación con la UCCM (unidad cuerpo cerebro mente) Monografía- trabajo final curso Capacitación Docente en Neurociencias FRANCES D. COTTO 7/9/2012 El interés del hombre por la comprensión de los orígenes y causas de las emociones viene desde la antigüedad. Hipócrates, cinco siglos antes de Cristo, decía que nuestra estabilidad emocional dependía del equilibrio de cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Los griegos distinguían entre ‘Pasión’ y ‘Razón’, separando el pensamiento de los sentimientos. En la concepción de la mente (el alma) para el mundo griego, la razón y pasión mantienen un cierto antagonismo. El intelecto superior debe controlar las pasiones, al ser éstas emociones desbocadas, que enturbian la capacidad de pensar con claridad y asociadas casi siempre al pecado y la culpa. Es sorprendente que aún hoy tienda a estudiarse científicamente la racionalidad o cognición como un proceso separado e independiente de la emoción (Belmonte, 2007). Este mismo autor, señala que en tiempos más recientes y gracias a las influyentes aportaciones de científicos y neurólogos como Joseph LeDoux y Antonio Damasio, se ha aceptado considerar que la consciencia no es el único elemento que ocupa la mente o que el cerebro, encargado del pensamiento consciente, es igualmente el que da origen a las emociones. Se han tardado siglos en aceptar que el cerebro es el asiento de nuestras funciones mentales, incluyendo las emociones. Un paso importante en el largo camino de la asociación entre cerebro y emociones lo representó Franz Joseph Gall, un científico que ante la evidencia clínica de que las diferentes funciones cerebrales se localizaban en zonas diferentes del cerebro asumió que tales regiones debían estar más o menos desarrolladas en los diferentes individuos según poseyeran en mayor o menor medida determinados rasgos de personalidad. A su vez, los neurólogos iban adquiriendo conciencia de que determinadas áreas del cerebro tenían que ver con las emociones. A principios pues del siglo XX, se imponía la evidencia de que las emociones se localizaban en el cerebro, un órgano que empezaba a revelarse como extraordinariamente complejo, gracias a los trabajos de Santiago Ramón y Cajal (Belmonte, 2007). William James (1842- 1910), científico y pensador, reafirmó la relación estrecha y la dependencia que existe entre la expresión emocional y la reacción fisiológica. Schachter-Singer (1962) sostiene que las capacidades cognoscitivas, que interpretan la situación y posibilitan la reacción del individuo, son los aspectos más importantes en la relación mente-cuerpo de la conducta emotiva. Las emociones han sido entendidas como una fuerza que incrementa la motivación para la acción o como un amplificador de los impulsos (Tomkins, 1962). Sabemos que las emociones constituyen un factor importante al momento de explicar o interpretar el comportamiento humano. Si las emociones definen el espacio de acciones posibles de realizar, entonces las emociones constituyen el aspecto de mayor relevancia para facilitar los aprendizajes en la educación: emociones positivas o gratas permitirán la realización de acciones favorables para el aprendizaje. Las emociones positivas, sirven como un factor de protección en los contextos de riesgo, promoviendo resultados saludables y contribuyendo así al aumento de la resiliencia. Por el contrario las emociones negativas o no gratas no lo permitirán. Por otra parte, la capacidad de discernir y comprender las emociones propias y ajenas es una de las habilidades que compone la competencia emocional, la cual nos permite conocer cómo y porqué las personas actúan, cómo lo hacen, e inferir lo que está ocurriendo a nuestro alrededor (Saarni, 1999). Thomson (1994), define regulación emocional como el proceso de iniciar, mantener, modular o cambiar la ocurrencia, intensidad o duración de los estados afectivos internos y los procesos fisiológicos, con el objetivo de alcanzar una meta. Esta definición se considera como base, porque permite conceptualizar la regulación emocional como un proceso que ayuda al ser humano a manejar sus estados emocionales, para lo que puede utilizar distintos tipos de estrategias que conducen a ese objetivo. Las emociones suceden muy rápidamente y muchas veces son tan vertiginosas que en ciertas ocasiones no nos permiten tomar conciencia de lo que está ocurriendo. La reacción rápida puede salvarnos la vida o provocar un desastre. Damasio define la emoción como la combinación del proceso mental simple o complejo con las respuestas del cuerpo, todo esto está relacionado con el cerebro y ocurre al mismo tiempo. La emoción es diferente al sentimiento. El cerebro monitorea continuamente los cambios en el cuerpo. El cuerpo es el que siente la emoción al mismo tiempo que la experimenta. Los mecanismos neurológicos de la emoción y el sentimiento se desarrollan para permitir conductas apropiadas en situaciones que no requieren pensamiento consiente. Le Doux (2000) sugiere que la discriminación de una emoción está facilitada por un mecanismo conectado con la amígdala, que cuenta con los llamados disparadores emocionales que posibilitan la detección y reacción apropiada en diferentes situaciones frente a estímulos nuevos y emociones negativas. Ekman (2003) expone que las emociones determinan la calidad de nuestras vidas y la motivan. Estudios recientes sugieren la existencia de las neuronas espejo que permiten la detección de las emociones y posibilitan imitar las emociones de quienes nos rodean. Por esta red neuronal es que pueden observarse la expresión y la detección de las emociones desde temprano en la vida (Rizzolatti y Craighero, 2004). Según Orsi (2006), las emociones nos ayudan a orientarnos por el mundo y no poseerlas de forma normal nos convierte en seres marginales o extraños al mundo en común. Necesitamos comprender cómo funcionan nuestras emociones morales para comprender los juicios que nos atribuimos los unos a los otros. De acuerdo con Belmonte Martínez (2007) son muchas las emociones que podemos experimentar los seres humanos. Algunos han sido llamadas emociones primarias como son el miedo, la ira, la alegría, la tristeza, el disgusto y la sorpresa. Estas emociones van a acompañadas de patrones de conducta tales como respuestas faciales, motoras, vocales, endocrinas y autonómicas y que son reconocibles por encima de diferencias culturales y raciales en los seres humanos. Unas y otras constituyen sin duda parte esencial de nuestra vida, a la que confieren color y carácter. Más aún, la alteración de los sistemas neurales de los que dependen las expresiones emocionales, provoca grandes trastornos de conducta. A lo largo de la historia de la cultura, cognición y emoción han sido considerados procesos independientes y en cierta medida contrapuestos. Cada uno de ellos, en realidad engloba a muchos otros. Dentro de lo que llamamos de modo genérico “la cognición” se incluyen la percepción, la memoria, la atención o la acción. El concepto de “emoción” abarca también desde la experiencia subjetiva (el sentimiento) hasta las reacciones que llamamos vegetativas (sudoración, temblor, palidez) y motoras (gestos y posturas). Respecto a las neurociencias, Fernández, Dufey y Mourgues (2007) señalan que estas han posibilitado el estudio de una diversidad de fenómenos relacionados con la expresión y reconocimiento emocional, tales como la neurobiología de las emociones, los procesos neuropsicológicos que subyacen a la percepción emocional, la identificación de estructuras que participan en el significado emocional de los estímulos y a la producción y regulación de estados afectivos, acorde al contexto en que estos son producidos. Desde la mirada evolucionista las emociones han sido consideradas como un patrón filogenético que se ha ido complejizando con la socialización. Esto ha llevado a la búsqueda de modelos universales tanto en la expresión como en el reconocimiento de la emoción. El aporte de las neurociencias parece ser prometedor, la aplicación de estas en conjunto con el área fisiológica de la experiencia emocional y con técnicas de localización de la actividad cerebral, parece predecir la posibilidad de explorar distintas propuestas experimentales que se han implementado para el estudio de las emociones. Guedes y Álvaro (2010) argumentan que las personas reconocen que las emociones son parte de la vida cotidiana, ya que les permiten entender los motivos que mueven sus vidas independientemente de la diferencia conceptuales que existen entre emoción, sentimiento y otros estados afectivos. Asimismo, las emociones son el reflejo de estados afectivos personales y colectivos, influyen en las relaciones interpersonales y grupales y expresan nuestras reacciones ante los valores, costumbres y normas sociales. Las emociones son procesos y productos sociales porque nuestros roles nos indican qué emociones debemos sentir y cómo debemos expresarlas. Para comprender el significado de las emociones es necesario aprender los valores culturales y las normas sociales de quien las expresa, los modos en que entendemos y manejamos nuestras propias emociones y la de los otros, así como las creencias culturales sobre su naturaleza. La evidencia actual lleva a reconocer que las emociones son fundamentales tanto para la perpetuación de la especie como para el mantenimiento y regulación de las interacciones sociales y el orden social. A lo largo de la evolución humana, las emociones permitieron garantizar la supervivencia de la especie, pero no se puede negar que todas las emociones son fruto del aprendizaje social. ParraEsquivel (2010), asegura que los procesos cognitivos cobran vital importancia en la vida de las personas y la cognición es la causa de las emociones humanas complejas; además la emoción puede ser un producto cognitivo y la cognición puede ser el efecto de la emoción. En conclusión no se puede negar que la manifestación de las emociones implica procesos mentales y comportamentales individuales, pero estas manifestaciones no pueden estudiarse separadas de los procesos socioculturales e históricos. Hoy día es imposible estudiar los procesos cognitivos prescindiendo de las emociones y viceversa; tampoco es posible comprender la cognición y emociones sin considerar el medio social, cultural e histórico en el que surgen (Guedes y Álvaro 2010). Parra-Esquivel (2010), concluyen que la promoción, el desarrollo y el mantenimiento de las emociones y los procesos cognitivos pueden fundamentar los ideales de comportamiento social más allá del cumplimiento de normas establecidas.