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Schubert como proyecto vital
Madrid, 03.11.2005. Auditorio Nacional de Música. Sala Sinfónica. Thomas Quasthoff, barítono. Charles
Spencer, piano. Franz Schubert, Die schöne Müllerin. Ein Liederzyklus von Wilhelm Müller (La bella
molinera. Ciclo de canciones sobre textos de Wilhelm Müller), D. 795, Op. 25. Ciclo de Ibermúsica.
Aforo: 2324; ocupación: 92%
Pablo-L. Rodríguez
En una reciente entrevista, el barítono Thomas Quasthoff
afirma que para él lo más importante es la relación con el
público y que cuando esa relación no funciona “entonces es
que algo falla”. Desgraciadamente algo falló en su
concierto madrileño del ciclo de Ibermúsica, pues al final
el propio cantante reconoció no comprender cómo había
personas que venían a la sala de conciertos para “echar a
perder esta música sublime”.
La verdad es que no le faltaba razón, pues fue un
espectáculo bochornoso. Incluso más si tenemos en
cuenta que el propio Quasthoff había pedido al público
antes de empezar su recital que evitase toser de forma
exagerada entre cada uno de los lieder del ciclo de
Schubert. “Al final del concierto, si les parece, podemos
toser todos a la vez”, dijo con el humor que le caracteriza.
Al principio la cosa funcionó a medias, pero después del
tercer lied 'Halt!' las toses lejos de 'detenerse' se hicieron
cada vez más insistentes. Conforme avanzábamos hacia
el final y la música de Schubert se volvía cada vez más intimista, la cosa iba a peor, pues al
festival tusivo se unió el sonido de dos móviles y el de varias alarmas. Todo ello contribuyó
seriamente a deshacer el clima que Quasthoff y Spencer a duras penas lograron conseguir.
Y es que ha quedado patente que un sector del público de Ibermúsica no está preparado para
estos conciertos, en donde lo principal es el clima, el ambiente que se crea. No es un capricho
pedir al público que evite hacer ruido, pues cualquier estruendo hace que tanto los artistas
como los oyentes pierdan la concentración.
A este tipo de conciertos hay que ir con un mínimo de predisposición a abandonarse. Es decir,
a dejarse llevar por los versos de Müller y las melodías de Schubert. De hecho, para lo primero
uno disponía de una estupenda traducción de Luis Gago en el programa de mano y para lo
segundo se tenía subido en el escenario a uno de los grandes especialistas en este repertorio.
Pero está claro que un sector del público no lo supo aprovechar, pues hubo hasta treinta
personas abandonaron la sala durante el concierto y mientras muchos agradecimos la bronca
educada de Quasthoff del final, hubo alguno al que sentaron mal sus palabras.
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A pesar de lo dicho, hay que reconocer que el concierto fue estupendo, pero pudo llegar a ser
sublime. Quasthoff llegaba a nuestro país coincidiendo con la aparición en el mercado español
de su último disco donde canta precisamente Die schöne Müllerin de Schubert, esta vez con el
pianista Justus Zeyen. En relación con este CD, el apartado dedicado al barítono alemán dentro
de la página web del sello Deutsche Grammophon (http://www.deutschegrammophon.com/)
pone a disposición del público una interesante guía de audición en inglés de esta obra en la voz
del propio barítono en donde, a pesar de que no funcionen correctamente todos sus enlaces,
nos cuenta su punto de vista acerca de este ciclo de Schubert.
Para Quasthoff la interpretación de Die schöne Müllerin es un proyecto vital cercano a la
obsesión. Es una música de tal riqueza que, según afirma, “uno vuelve a ella una y otra vez, y
cada vez que lo hace descubre en ciertas canciones nuevos detalles, nuevos acercamientos a
este ciclo como un todo y también nuevos colores para enriquecer la línea vocal”. Al mismo
tiempo, este ciclo es para el barítono alemán como una ópera en donde un sólo cantante
asume todos los papeles y donde se presenta ante el público desnudo y armado tan sólo con las
experiencias y las emociones que pretende transmitir al público. De hecho, recalca en su
alocución que “tan sólo resulta creíble si uno es capaz de abrirse a estos estados emocionales
durante la interpretación”.
Su interpretación resulta perfectamente creíble y a pesar del tamaño de la sala y los ruidos
referidos consiguió trasmitir experiencias y emociones. Ya hablé hace un par de meses en otra
crítica de Quasthoff acerca de cómo las difíciles circunstancias personales del barítono alemán
le habían permitido adentrarse de forma privilegiada en los antihéroes retratados en los lieder
que canta. En este caso, su joven molinero está lleno de matices deliciosos, tanto en la forma
de enlazar cada verso de Müller como en la forma de mantener la tensión en cada frase de
Schubert. Al mismo tiempo, su evolución dramática resulta bastante convincente pues es
capaz de dotar de vida cada canción teniendo en cuenta tanto la que le sigue como la
precedente. No obstante, su versión del personaje central de este ciclo puede resultar a veces
demasiado estática desde el principio, lo que quizá quite efecto a los últimos lieder en donde la
pérdida del amor y los celos conducen al protagonista al estatismo más absoluto, la muerte.
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A pesar de que alguno deseó por sus ganas aplaudir que el concierto terminase con 'Trockne
Blumen' (Flores secas), faltaban todavía dos canciones más. Quizá eran las más importantes,
pues en ellas el joven molinero sucumbe y deja que el arroyo tome la voz para cerrar el ciclo.
Quasthoff salió adelante entre móviles, toses y alarmas componiendo un diálogo consigo
mismo, ora como molinero ora como arroyo. Su voz sonó como una evocación, es decir, como
la voz de quien está a punto de dejar de ser y de convertirse en un espectro. Ese color
pianissimo casi difuminado que Quasthoff ha perfeccionado mucho en los últimos años es
ciertamente magistral por su dulzura y resulta mucho más efectivo en la sala de conciertos
que en sus recientes grabaciones, pues requiere un espacio que no puede evocar un micrófono.
Con ese color vocal, la última canción resultó de una belleza extraordinaria. En ella
escuchamos una sorprendente canción de cuna del arroyo convertido ahora en un apacible
sepulcro para el molinero. La voz de Quasthoff se hundió como el cuerpo del molinero en medio
del arrullar del arrollo hasta un momento mágico en el que el piano se queda a solas acunando
un cadáver. Ese momento que es quizá uno de los más intimistas y bellos del ciclo, pero
también alguno sucumbió a las ganas de aplaudir y marcharse pronto a su casa.
No podemos terminar sin dedicar unas palabras a Charles Spencer que hizo un
acompañamiento extraordinario. Su sonido sin ser ciertamente perfecto buscó evocar y
proponer al cantante ideas y puntos de inflexión que contribuyeron a crear un ambiente
dramático muy apropiado para facilitar, sobre todo al final, la conducción del drama a su
confuso y triste desenlace.
Este texto fue publicado el 23.11.2005
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