Los cuentos de la tierra El tesoro de la Puerta de Baeza El tesoro de la Puerta de Baeza F átima había vivido con su madre desde siempre en esa casa. Le encantaba salir al balcón y casi tocar el ventanal de la casa de enfrente. La calle de los huérfanos era de una de esas calles del casco antiguo donde pocas cosas habían cambiado. Adoraba bajar a la calle y torcer la esquina para ver jugar a los niños en la plazoleta de igual nombre. La tienda de ultramarinos de doña Dolores de la esquina donde comprar caramelos. Tan cerca de la catedral, tan próximo a la iglesia de San juan, a tiro de piedra de la capilla de San Andrés y a sólo unos pasos del monasterio de Santa Clara. En aquella zona de la ciudad el tiempo se había detenido hacía años y aún se respiraba en ambiente embriagador de la antigua judería. No en vano, en el sótano de su casa una inscripción en hebreo aún estaba grabada en la pared אור שנת סוף עד הנרo como siempre había traducido su madre “hasta el final de la luz de la vela”. Decían que la vieja zona de la muralla del antiguo Jaén donde estuvo la famosa Puerta de Baeza, justo en el mismo sitio en que se encontraba la casa de Fátima, había sido antaño refugio de judíos que abandonaron, cuando su expulsión de España por los Reyes Católicos, fastuosos tesoros al no poder llevárselos con ellos. Las viejas historias de tesoros escondidos siempre habían entusiasmado a la muchacha que esperaba poder encontrar alguno. Un día por la noche, un grupo de pastores llamaron a la puerta pidiendo asilo. Habían dejado el ganado en lugar seguro cerca de la fuente de la Magdalena pero era ya noche y no habían encontrado dónde alojarse. La madre de Fátima no era muy amiga de dejar pasar a desconocidos y mucho menos a esas horas del día. Pero la muerte de su marido unos años atrás la había sumido en una profunda miseria y se sentía incapaz de poder mantener a su hija. Por este motivo y por la gran suma dinero que le ofrecieron por el hospedaje, dejó que los pastores pasaran la noche en el sótano de la casona. Pasadas las doce de la noche y movida por la curiosidad y la valentía típica de la edad, la joven Fátima, viendo el destello de luz reflejarse por la puerta del sótano, decidió bajar sigilosa a husmear. Los hombres estaban rodeando la luz de una vela y susurrando palabras en hebreo que Fátima no conseguía traducir. Pudo, no obstante, recordar el mensaje cíclico que aquel aquelarre de pastores repetía sin parar. De repente la vela dio una llamarada y los pastores dejaron de hablar. Fátima se echó las manos a la boca para evitar que saliera de ella algún sonido involuntario. Las piedras del viejo muro se movieron con el sortilegio y los hombres entraron dentro de la gruta. Al instante salieron con las manos llenas de tesoros. Copas de oro con rubíes engarzados, collares de perlas preciosas y cajas de joyas multicolor llamaron la 1 El tesoro de la Puerta de Baeza Los cuentos de la tierra atención de la joven. Guardaron el tesoro en las alforjas y apagaron la vela a medio consumir. Fátima apenas pudo dormir el resto de la noche. Estaba deseando enseñarle a su madre lo que había visto en el sótano. Se afanaba en recordar cada una de las palabras que los forasteros habían repetido para desgarrar el muro y abrir la puerta de la gruta del tesoro. Por la mañana, el grupo de pastores le dieron las gracias a la señora y le pagaron lo acordado la noche anterior. A Fátima le hubiera gustado decirles que le habían robado y que tendrían que pagar más por cuanto de su casa habían cogido, pero sabía que había más donde ellos habían sacado su parte, por lo que apremió a su madre para que los despidiera. - ¡Madre!, no se va a creer lo que he visto hacer a esos hombres que se acaban de ir – dijo Fátima a su madre mientras tiraba de ella hacia el sótano. - Mira niña – dijo la madre –, ¡que vas a tirar! Cuando llegaron al sótano, Fátima encendió la misma vela que los pastores habían usado la noche anterior y repitió las palabras que les había escuchado decir. La vela dio de nuevo la llamarada y, como por arte de magia, la puerta de la cueva se volvió a abrir ante la atónita mirada de la madre. 2 Los cuentos de la tierra - El tesoro de la Puerta de Baeza Es el fin de nuestras fatigas, ¡madre! Fátima se adentró en la gruta y empezó a valorar las riquezas que en ella se amontonaban. La muchacha empezó a coger y a soltar tesoros sin decidirse cuál sería el más caro para vender. Mientras, en la otra parte del mágico portal, la madre sostenía la cada vez más reducida vela. El cirio estaba empezando a dar pequeños destellos y la madre de Fátima parecía cada vez más nerviosa pues la niña no salía de la cueva. - ¡Vamos, niña, y ven ya pacá! – decía. Sin darse cuenta, la luz de la vela se apagó dejando a oscuras el sótano. El ruido ensordecedor piedras en movimiento puso en pie de batalla a la madre de Fátima, que corrió a encender una nueva lámpara. Cuando se hizo de nuevo la luz, el sótano estaba indemne. No había ni rastro de la puerta de la cueva del tesoro. En su lugar, la inscripción en hebreo que tantas veces había leído Fátima y tantas veces había traducido su madre a la muchacha. La mujer corrió al muro intentando recordar inútilmente las palabras que su hija había verbalizado unos minutos atrás. No pudo. Se arrodilló bajo la inscripción intentando encontrar el latido de su hija tras la pared pero nadie respondía a sus lamentos. Desde entonces, en las noches frías del viejo Jaén, cuando la noche está tranquila, una voz entre murallas se escucha susurrar, una y otra vez “tu tesoro te espera, tu tesoro aquí se halla, abre las puertas de tu muralla”. Juan González 3