Librado Loriente Arribas, presidente de Grupo Librado, S.A. Librado Loriente es más que una persona entrañable que cumplirá 84 años el próximo día 16 de julio; más que un empresario reconocido en su entorno como uno de los mejores de Castilla‐La Mancha; más que un jefe generoso y paternal para sus empleados y para su sobrina María del Carmen, llamada a sucederle; más que un líder natural que ha sido capaz de levantar un pequeño imperio en la localidad conquense de Tarancón. Es un referente para todos los que le han tratado y le conocen, un referente de bonhomía, compromiso con su tierra y sus convecinos y un ejemplo de integridad ética y moral. Se ha convertido además en una marca comercial que es garantía de calidad y servicio para sus clientes. Todo empezó el 16 de julio de 1929. Librado nace en Santa Cruz de la Zarza, un pueblo agrícola de la provincia de Toledo, en una familia de comerciantes que ya tienen otros tres hijos. Él llega al mundo once años después del hijo anterior y vive una infancia corta truncada por la guerra civil. Con siete años, Librado sufre un shock emocional con el estallido de la guerra. El pueblo está situado en una zona disputada por ambos bandos y sufre bombardeos continuos, que la familia y el resto de vecinos del pueblo pasan refugiados en las bodegas. Su padre, hombre humilde pero muy emprendedor, que aprendió a leer y escribir a los 20 años, era comerciante, vendía un poco de todo, ultramarinos, productos de la matanza del cerdo y trataba con mulas y caballos, lo cual impidió que la familia pasara hambre y necesidades, pero el ambiente, recuerda Librado, “era muy cruel. Yo era solo un niño, pero aquella época, en la que se hicieron las mayores atrocidades, en las que la vida no valía nada, todo se me quedó grabado y me ha marcado para el resto de mi vida”. Su hermana murió muy joven y su hermano mayor estaba en la guerra; hay que imaginarse cómo vivía esa situación un niño de su edad. La situación se complica cuando le son asignados a los Librado una familia de refugiados procedentes de una zona ocupada por las tropas franquistas. “Era un matrimonio con cinco hijos. Buenas personas, bien educadas. No dieron ningún problema. Vivíamos todos como una gran familia que compartía lo que había”. Por ejemplo, el maestro. “Un vecino jubilado nos daba clase a todos los niños en una mesa de su casa. A nuestros padres les daba miedo que fuéramos a la escuela, que estaba lejos, pues pensaban que nos podía coger un bombardeo. Preferían tenernos cerca en todo momento”. Librado aprendió a leer y escribir con ese vecino. Nunca más fue a la escuela. Una ferretería en Tarancón Acaba la guerra y su hermano mayor vuelve a casa. El ambiente en el pueblo no era muy favorable para encontrar trabajo y decide, de acuerdo con su padre, irse a Tarancón, pueblo de la provincia de Cuenca, pero distante solo una veintena de kilómetros de Santa Cruz de la Zarza, donde en ese momento se traspasa una pequeña ferretería en el centro del pueblo, de no más de 20 m2. Pagaron 25.000 pesetas y firma 12 letras de 1.000 a pagar mensualmente, que financió su padre vendiendo un solar que tenían en Santa Cruz. Librado se va con él a ayudarle en el incipiente negocio. “La ferretería era entonces un negocio muy desacreditado –nos cuenta‐. Como no había de nada o de casi nada en el mercado, los anteriores propietarios abusaban y ponían los precios que les parecía de forma arbitraria, vendiendo a quien les parecía. Había también otro ferretero más grande que era quien marcaba la pauta y la gente ya iba predispuesta sabiendo que les iban a cobrar lo que quisieran. Mi hermano demostró poco a poco que su planteamiento era diferente, que no abusaba de nadie, que las cosas podían ser de otra manera”. Estamos en 1944 y Librado tenía 15 años. “Algunas veces íbamos a una pensión de esas que llamaban de plato único. No se podían pedir tres platos. Allí comí mis primeras lentejas. Los tiempos de la posguerra fueron duros para todos, de una precariedad total”. Los fines de semana regresaban al pueblo y se quedaban con la familia. La ferretería estaba entre una tienda de tejidos y otra de coloniales y eran las tres tiendas que estaban en el centro del pueblo. Recuerda Librado que fueron muy bien recibidos por los otros comerciantes en un momento en el que los desplazamientos de un lugar a otro no eran muy fáciles. “Había que pedir permisos, ver los antecedentes y confiar que la gente te acogiera. Tarancón, que siempre ha sido un poco la cabecera de la comarca, era ya por aquel entonces un pueblo comercial donde contaban más esos temas que consideraciones de otras índoles”. Mili y boda En 1948, su hermano se casa y decide independizarse y dedicarse a la trata de caballos. Sus padres, ya mayores, deciden irse con él a Tarancón y su hermana, que se había casado, se quedó al frente de la tienda de Santa Cruz. Sus padres se hacen cargo de la ferretería durante los dos años que Librado va a hacer el servicio militar a Madrid, de voluntario en aviación. A él le gustaba quedarse los fines de semana en la capital para estar con sus amigos estudiantes en un ambiente diferente, pero “mi padre me obligaba a venir al pueblo y colaborar en la ferretería pasando los pedidos y demás”. En 1950, de vuelta de la mili, se incorpora definitivamente a la ferretería y el negocio empieza a prosperar. En el 44, en España solo se aspiraba a comer pan. En los primeros 50 había ya alguna cosa más y España empezó lentamente a despegar. Librado dice que “en aquellos años lo difícil era tener qué vender, ahora lo difícil es cómo vender”. Hasta entonces la ferretería se abastecía de mayoristas, pero él siempre quiso llegar al origen de los productos, aunque por su tamaño y sus volúmenes era impensable comprar directamente a las fábricas. Hasta que se casó, en 1955, el negocio creció mucho. Él dice que “partiendo de tan abajo era fácil crecer”. Lo cierto es que en aquellos primeros cincuenta el negocio creció mucho y fue alcanzando volúmenes respetables para la época. Con 25 años, se casa con la será la mujer de su vida, María Luisa Jiménez, con la que compartirá absolutamente todo hasta su fallecimiento en noviembre del año pasado. “Desde el primer día, María Luisa empezó a despachar clavos y a echarme una mano en todo”. Les pide a sus padres tener independencia económica y forman una sociedad en el que los beneficios se reparten al 50% entre ambos matrimonios. Se trasladan a vivir a una casa solariega que había cerca de la ferretería, propiedad de un médico, con dos plantas, que se dividieron con sus padres. La casa, situada a unos sesenta metros de la ferretería, tenía unos cobertizos y unos patios que empezaron a utilizar como almacenes para hierros que era algo que Librado vio como un negocio de futuro. También utilizaban habitaciones de la casa para guardar porcelana y otros artículos. “Compramos un coche que era un antiguo taxi retirado de Madrid y empezamos a visitar los pueblos de la zona para vender de todo. Porque en aquella época se necesitaba de todo en el ámbito rural”. Luego compraron un Seat 600, el mítico coche de los años cincuenta en España. “Con él íbamos a Bilbao a comprar herraduras, clavos de herrar y todo lo que encontrábamos. Aprovechábamos el mes de julio, que en el campo se paraba casi todo, y mi mujer y yo nos íbamos al País Vasco a hacer un ‘veraneo comercial’. Yo iba por las localidades de alrededor a buscar qué había por allí. Mi intención era comprar directamente a la fábrica todo lo que pudiera”. Mecanización del campo En un negocio que giraba alrededor de la agricultura, la mecanización del campo que empieza a producirse en España en el cambio de la década de los 50 a los 60, es vista por Librado como una ocasión magnífica para prosperar. “Yo veía que había grandes posibilidades con la mecanización, pero no sabía nada ni de máquinas ni de nada parecido, ni teníamos espacio. Era una ilusión y una dificultad. Desde el 56 al 62 yo llegué a juntar 1 millón de pesetas que invertí en un terreno en la calle Hospital –donde ahora estamos‐ por donde entraban los que venían de los pueblos limítrofes. Era muy grande y me costó 500.000 pesetas. Con las otras 500.000 empecé a construir un local hasta donde dio el dinero”. Entonces uno contaba con lo que tenía y nada más. No había créditos. Inició entonces una actividad de maquinaria agrícola de la mano del delegado de Cuenca de Vidaurreta y Cía. “Era mucho más mayor que yo, pero un día me preguntó si me creía capaz de vender tractores de un catálogo que me enseñó. A mí me parecía aquello otro mundo. Aquellos tractores valían millones de pesetas, cuando nosotros estábamos acostumbrados a vender como por miles en el caso de mulas o caballos o por cientos en la ferretería”. Al final le conceden la representación en comisión y le pagan 1.500 pesetas mensuales por guardar las máquinas. El primer año vendimos cuatro tractores, seis o siete cosechadoras de arrastre y 33 segadoras. Los agricultores estaban abocados a la mecanización porque los trabajadores del campo iban desapareciendo paulatinamente”. Como anécdota cuenta que una vez le enviaron con mucho retraso unas segadoras, cuando la época de siega estaba encima. “Después de reclamar una y otra vez las segadoras, por fin llegan un día en camiones, pero por piezas, todas desmontadas. Y me dicen que no tienen mecánicos en la fábrica para montarlas. Yo me había comprometido con los clientes a entregarlas un día concreto, así que tuvimos que solucionar el tema buscando a un jubilado del pueblo que había trabajado en Vidaurreta y a tres chavales de diferentes talleres para montarlas. Las máquinas no eran mías pero el compromiso de servirlas, sí y yo no quería fallar por nada del mundo a los clientes y, finalmente, lo conseguimos”. Decide entonces rescindir el contrato con ellos y, con las ganancias de las ventas ‐150.000 pesetas en el año 63‐, empezó a comprar cosas directamente y vender lo que podía. “Establecí un sistema diferente al que había, con muchos intermediarios, con una venta directa y unos márgenes justos que nos dio muy buen resultado porque el dinero no se quedaba por ahí, entre los avisadores, los comisionistas y otros”. Se fue consolidando con la venta de maquinaria y también de hierro, que podía almacenar en las instalaciones de la calle Hospital, que fue sufriendo diferentes reformas año tras año. Concesión de John Deere Cuando cumplió 40 años, construyó una vivienda justo encima de la ferretería, cuando tuvo dinero para pagarla. Antes, en 1967, su padre se retiró y él le dio su parte del negocio y se quedó con todo. En aquel tiempo ya vendían grandes cantidades de aperos, maquinaria, hierros y en general todo lo que pudiera necesitar el hombre del campo, que era el cliente típico: electrodomésticos, neumáticos, pinturas, sanitarios, vidrio, materiales de construcción de todo tipo, etc. También tenían concesiones de diferentes marcas de tractores pero de segundas marcas. “Entonces había dos grandes marcas de tractores que estaban polarizando el mercado: John Deere, la marca emergente, y Motor Ibérica (con la marca Ebro), de más tradición. A mí me gustaba más la primera y, finalmente, conseguimos la concesión en 1977. La venta de tractores, cosechadoras, empacadoras y demás nos obligó a adaptar el organigrama de la empresa a las nuevas necesidades, siguiendo las directrices de la marca, que nos llevó a montar una zona de exposición, almacenes de recambios y talleres, lo cual nos llevó a liderar la venta de maquinaria en nuestra zona de influencia durante los 33 años que duró la concesión”. Actualmente Librado Loriente distribuye dos prestigiosas marcas: Fendt, que fabrica tractores, empacadoras y cosechadoras; y Valtra, de tractores. Diversificación Con el paso de los años, la empresa fue diversificando su actividad y abriendo establecimientos especializados. En 1984 trasladan el almacén de hierros a la N‐III, que descongestiona las abarrotadas instalaciones de la calle Hospital. De forma paralela se abrieron tiendas en el centro de Tarancón: una de electrodomésticos de gama blanca, marrón y PAE; otra para venta de sanitarios Roca y muebles de baño; y una tercera para la venta de pinturas Procolor y decoración. A mediados de los noventa se inauguran instalaciones en Cuenca en las que se comercializan los mismos productos que en Tarancón y se añade la venta de automóviles mediante una concesión de Chevrolet, con exposición, taller y almacén de recambios. Con el cambio de siglo, las instalaciones de la N‐III acogen las actividades de maquinaria agrícola y neumáticos. Dichas instalaciones disponen de amplias campas al aire libre para exposición, un almacén robotizado para la venta de recambios, autoservicio de ferretería y suministro agrícola y talleres especializados en reparaciones agrícolas, instalación y reparación de neumáticos y mecánica rápida para automóviles. El almacén de hierros se amplia y se le dota de nuevos puentes grúa y una moderna máquina de corte programable. Esta diversificación ha supuesto importantes cambios societarios. De una empresa constituida como persona física, Librado Loriente se ha constituido en un grupo de empresas, Grupo Librado, que integra a ocho sociedades en los diversos ámbitos de actividad. La trayectoria de Librado Loriente ha sido reconocida con el título de empresario del año en Cuenca, en 2011, y su inclusión en el libro “Grandes empresarios de Castilla‐La Mancha”, publicado por la Universidad de Castilla‐La Mancha, en 2012. Símbolo y referencia La trayectoria empresarial de Librado Loriente no es, sin embargo, el mayor de sus méritos. Según todos los que le conocen, Librado es ante todo una persona íntegra, generosa, de trato afable, que no tiene enemigos, que mantiene los mismos amigos de la infancia, solidaria, cumplidora… Él dice que lo único que ha tratado de hacer en toda su vida es “comportarme correctamente, no buscar enemistades con nadie, tratar de crear riqueza en nuestra zona de influencia abasteciendo a los vecinos de los pueblos de todos los productos que pudieran necesitar. Yo pienso que todo lo bueno o malo que uno hace en la vida le acaba volviendo; por eso es mejor comportarse bien y tratar de no perjudicar a nadie”. Para sus cerca de 90 empleados, Librado es un símbolo y una referencia. Una muestra de ello es la placa que le obsequiaron con motivo de su elección como empresario del año, cuya inscripción reza: “Al esfuerzo, humildad y honradez, jamás les falta premio. Con sumo afecto y respeto. Los empleados del grupo”. Y lo es también para sus clientes, convecinos y, por supuesto, para su familia. “María Luisa y yo no tuvimos hijos, pero hemos tenido un montón de sobrinos, que han sido como hijos. Mi mujer y la familia han sido mis apoyos, los que me han permitido construir lo que poco a poco hemos ido creando. Una de mis sobrinas, Mari Carmen –presente durante la entrevista personal para realizar esta semblanza‐, es la heredera de la empresa. Empezó a trabajar conmigo a los 14 años, se ha preparado en la universidad y se ha ido empapando de todos los aspectos de la compañía. Para mí es una alegría que alguien de la familia coja el timón cuando yo ya no pueda”. Pero con 83 años, Librado hace –dice él‐ la misma vida de siempre: trabaja de sol a sol –salvo la sobremesa larga para jugar su partida de dominó‐, conduce, monta a caballo y acude puntualmente a la feria de San Isidro para disfrutar con una de sus pasiones: los toros.