La interrogación infantil del orden simbólico en El orfanato Charles St.George Arizona State University, School of International Letters & Cultures charles.stgeorge@asu.edu Resumen: Como punto de disyunción entre lo Real y lo Simbólico lacanianos, la figura del Niño se usa con mucha frecuencia en las películas de horror para producir un efecto estremecedor entre sus espectadores: un proceso que termina reinscribiendo el orden hegemónico—el cual se puede ejercer solamente como orden simbólico—como algo familiar y necesario. El orfanato (España, 2007) es único en el género de horror en que le da vuelta al papel tradicional del Niño para interrogar el orden simbólico en vez de legitimarlo. Este estudio explora algunas de las maneras en que el Niño en El orfanato se utiliza para cuestionar las nociones prescriptivas de familia que en el pasado franquista de España se han blandido como armas ideológicas en una campaña para naturalizar el orden hegemónico. Palabras clave: El orfanato - películas de horror - orden simbólico - teoría queer - futurismo reproductivo La interrogación infantil del orden simbólico en El orfanato Al principio de la iconoclasta película de horror brasileña À Meia-Noite Levarei Sua Alma (1964), el director (José Mojica Marins o “Zé do Caixão”) le apunta el dedo a la cámara y proclama explícitamente un tema que suele quedar implícito en el género de horror, a pesar de su centralidad en el mismo: “O que é a vida? É o princípio da morte… O que é a existência? É a continuidade do sangue! O que é o sangue? É a razão da existência!”. La inscripción de un tema tan abstracto como la razón de la existencia humana en una sustancia tan palpable y visible como la sangre es una estrategia retórica que naturaliza el sentido de continuidad que se imagina en la procreación. La transferencia de sangre que ocurre entre padres e hijos biológicos da cabida a la ilusión de cierta continuidad simbólica en el tiempo, a pesar de la realidad representada por la mortalidad. Por lo tanto, la figura retórica del Niño representa un punto de enfrentamiento entre lo Simbólico y lo Real (en el sentido lacaniano), lo cual ha fomentado su centralidad en los debates existenciales y en la política de lo íntimo: tema desarrollado por Zavarzadeh (1991) y Edelman (2004). Pocos años después de una reconfiguración de la política nacional española con respeto a lo íntimo/familiar—es decir, la concesión de los derechos de matrimonio y de adopción a los ciudadanos homosexuales—El orfanato (2007, dirigido por J.A. Bayona) reposiciona sutilmente al Niño para invitar una interrogación de la tradición narrativa que históricamente ha construido el imaginario nacional—por lo menos en parte—a través de un “futurismo reproductivo” (Edelman, 2004) que se encarna en el Niño mediante una esencialización de su sangre. El niño protagonista de El orfanato es Simón: un chico de siete años que no sabe que fue adoptado por Laura y Carlos. Tampoco está enterado de las implicaciones del VIH con el cual nació. De niña, Laura fue adoptada después de pasar parte de su niñez en un orfanato aislado en la costa norte de España, el cual eventualmente quedó abandonado. Se casó con Carlos y los dos decidieron comprar el edificio para convertirlo en una “residencia para niños discapacitados”. Una vez instalada la familia en su nueva casa, Simón empieza a hablar de Tomás—su nuevo amigo imaginario que, según mantiene Simón, le informa sobre su adopción y la gravedad de su enfermedad. Como no es lógico creer que un niño imaginario le divulgara estos secretos, Laura y Carlos suponen que Simón descubrió el archivo que contenía dichos secretos por su propia cuenta. Un día, Laura y Carlos dan una fiesta de disfraces e invitan a varios niños discapacitados y a sus padres para que consideren el antiguo orfanato como posible residencia. Durante esta fiesta, Simón desaparece, y con el paso de los meses y la falta de una explicación racional por su desaparición, Laura comienza a creer que hay una explicación sobrenatural que tiene que ver con el turbio pasado del orfanato. A pesar de las protestas de Carlos, Laura invita a unos paranormalistas al orfanato, entre ellos una médium que, estando gravemente enferma y cercana a la muerte ella misma, pretende poder establecer contacto con los espíritus de los muertos: en este caso, los fantasmas de los niños del orfanato. Luego Laura descubre que Tomás—el “amigo imaginario” de Simón—vivía en el orfanato con su madre Benigna, quien trabajaba allí. Tomás siempre traía puesto un saco en la cabeza que ocultaba la “malformación” con la que había nacido. Los niños le gastaron una broma que trágicamente le resultó fatal, y para vengarse, Benigna los envenenó y quemó sus cadáveres en la caldera. El horroroso pasado del orfanato es lo que crea el espacio fantasmal habitado por estos niños. Laura decide que la única manera de averiguar qué le pasó a Simón es poniéndose en contacto con los mismos, por lo cual toma unas pastillas nocivas para estar más cercana a la muerte. Los niños fantasmales empiezan a jugar con ella, llevándola a descubrir una puerta escondida que da al sótano, donde encuentra el cadáver de Simón. Los espíritus de Simón y los demás niños se alegran porque ahora Laura ha cruzado al otro lado (es decir, ha muerto) para cuidar de ellos y curar las heridas de su pasado. Bayona deja abierta tanto la posibilidad de una explicación sobrenatural por lo suceso como la posibilidad de una explicación racional: las alucinaciones de una madre vuelta loca (o por lo menos desesperada) que toma demasiadas pastillas y muere de una sobredosis. Aunque abundan temas en El orfanato que son dignos de exploración—entre ellos esta doble narrativa—en este estudio nos enfocaremos en el uso de la figura del Niño. En su libro No Future: Queer Theory and the Death Drive, Lee Edelman (2004) propone que el Niño—cuya capacidad de imponer sus propios intereses políticos está limitada por su edad—sirve como superficie conceptual para la proyección de la ideología política. La promesa de un mejor futuro para nuestros hijos ha sido un grito de guerra muy eficaz para todo un sinfín de causas políticas, desde las más extremas hasta las más templadas—eficaz en términos prácticos porque el futuro es un momento que nunca llega, y eficaz en términos retóricos porque, al fin y al cabo, ¿quién se opondría a un niño: símbolo de lo más inocente y lo más vulnerable de la humanidad, y por ende, merecedor de gran defensa contra cualquier amenaza que se perciba (o mejor dicho, que se plantee estratégicamente como tal)? La representación ideológica del Niño depende de una fantasía que suspende el tiempo, congelando eternamente al Niño en una etapa anterior a cualquier identidad propia en términos sexuales o políticos para que siga representando la humanidad en su estado más “natural”. Puesto que la suspensión del tiempo no es posible sino mediante un proceso imaginativo, es evidente que el estado “natural” representado por el Niño es más bien un estado naturalizado mediante dicho proceso de fantasía. Además, el deseo de representar al Niño como un sujeto apolítico es sintomático de una agenda patentemente política según lo ha observado Slavoj Žižek en su ensayo “Fantasy as a Political Category: A Lacanian Approach”: “Ideological identification exerts a true hold on us precisely when we maintain an awareness that we are not fully identical to it, that there is a rich human person beneath it. The position, not all is ideology, beneath the ideological mask, I am also a human person, is the very form of ideology, of its ‘practical efficiency’” (1996: 82). De esta manera, el Niño se presta fácilmente a múltiples agendas políticas para ser blandido como un arma retórica, facilitando la demarcación de grupos “naturales”/proniño que se definen en oposición a grupos designados como antinaturales/anti-niño. Por lo tanto, Edelman (2004) postula que las relaciones heterosexuales que “naturalmente” producen hijos se han naturalizado en oposición a las homosexuales en el discurso conservador, aunque destaca que tanto la Izquierda como la Derecha se niegan a cuestionar el futurismo reproductivo que establece los límites conceptuales del debate. Por virtud de la coartada proporcionada por la procreación, las relaciones heterosexuales gozan de un privilegio sociopolítico cuya validez se alimenta de esta naturalización. No obstante, la realidad ontológica presenta contraejemplos que exponen rupturas en este orden utópico: sujetos (por marginados que sean) que problematizan este proceso de naturalización, entre ellos los homosexuales, los heterosexuales estériles o los que no quieren tener hijos y los huérfanos y niños adoptivos. Tal como se pregunta Zé do Caixão (1964), “Vale a pena viver se não há continuidade do sangue?”. ¿Qué pasa cuando en las venas del Niño corre la sangre de unos padres que—en abierta contradicción al orden utópico—se le han muerto (o peor, lo han abandonado)? ¿Cómo se puede imaginar una continuidad de sangre sin haber conocido nunca las fuentes de dicha sangre? Simón descubre que su relación con sus padres no es “natural”, sino una mentira cuidadosamente construida: “¡Tú no eres mi madre!”, exclama. “¡Eres una mentirosa!” La naturalización de las relaciones sanguíneas es semejante a la naturalización del lenguaje mismo como representativo de la realidad. Tal como lo señaló el formalismo y luego el psicoanálisis, mediante el lenguaje se construye todo un mundo referencial: un mundo simbólico que pretende ponerle cierta gramática o cierto orden a la vida y organizar el caos de la realidad para que “tenga sentido”. La existencia humana se define mediante este orden colectivo lingüístico/conceptual—una existencia que se define en oposición a los polos que miden su trayectoria: la vida y la muerte. Recién llegados de aquella terra incognita que está más allá del orden simbólico, los niños, como principiantes—aprendices del orden simbólico—nos recuerdan que, por naturalizado que sea, nuestro orden es una mentira cuidadosamente construida. En la película abundan ejemplos de estos recordatorios inquietantes llevados a cabo inconcientemente por los niños. En una de las primeras escenas de la película, Simón se despierta a lado de su madre y le pregunta, “Mamá, ¿me puedo despertar? ¿Me puedo despertar?”. Laura se despierta y le corrige el uso del verbo despertarse: “Ya estás despierto, hijo. Ahora te puedes levantar”. Para un adulto, la diferencia entre despertarse y levantarse ya se ha naturalizado. No se cuestiona—se da por enterado. El error del niño nos recuerda que la diferencia conceptual entre los dos verbos no es natural, sino construida; imaginada; arbitraria. La gramática sólo existe porque se va enseñando de generación en generación. El lenguaje y la narrativa nos posibilitan una ilusión compartida de continuidad, al igual que la procreación. Este descubrimiento expone una ruptura en nuestro orden simbólico, ilustrando la fisura entre lo Simbólico y lo Real y provocando una interrogación de otras cosas que como colectivo afirmamos que existen. Después de que Laura y su marido Carlos hablan con Simón acerca de su adopción y revelan que no son sus padres “naturales”, el niño les pregunta, “Lo de los Reyes Magos, ¿también es mentira?”. Laura y Carlos sonríen sin responderle que sí: que es mentira. Esta pregunta inocente trae consigo un peso inquietante. ¿Será que se imagina la existencia de Dios de la misma manera de la que se imagina la “naturalidad” de las relaciones sanguíneas, nuestra continuidad a través de las mismas y la diferencia gramatical entre despertarse y levantarse? ¿Y se hace por el mismo motivo: para calmar nuestra ansiedad ante los misterios de lo Real? En la escena de la fiesta de disfraces, se nota que el orfanato hecho residencia cuenta con varios salones grandes—entre ellos una especie de capilla, repleta de ornamentación religiosa. Durante su visita, los niños corren juguetonamente por la capilla sin hacerle caso al (o sin darse cuenta del) ambiente que típicamente se asocia con ella. Que la capilla no ocasione una reverencia natural de parte de los niños indica que no es un lugar sagrado por excelencia (o por “naturaleza”). Más bien, la calidad sagrada que se le atribuye depende de un consenso entre los sujetos presentes para imaginar que es un lugar sagrado, creando así una ilusión compartida, construida y aprendida. El hecho de que este recordatorio se transmita a través de los niños explica su recurrente centralidad en el cine de horror, cuyo deber definitivo involucra la desfamiliarización de lo natural(izado) con finalidad de producir un efecto estremecedor entre los espectadores. Este viaje turístico al margen nos acerca al inquietante caos de lo Real para luego devolvernos al imaginado orden de lo Simbólico y su reconfortante cotidianeidad, reinscribiendo de esta manera el centro como tal y la familiaridad y la validez de dicho orden como fuerza organizadora social: un proceso que naturaliza y legitima la hegemonía que se ejerce a través del mismo.1 El orfanato es una película que corre el riesgo—como toda película de horror—de repetir esta reinscripción tradicional. ¿Qué, entonces, es lo que hace que esta película sea excepcional? Como lo observa Anthony Lane en su reseña en The New Yorker, “‘The Orphanage’ is unblushingly traditional, one rule of horror movies being that there is nothing new under the moon” (2008: 86). Seguro que esta película no es la primera en explotar la inquietud inherente en un orfanato como lugar distópico de acción, y como ya se ha mencionado, los niños no escasean en el cine de horror. Tomás—el “protagonista” de los niños fantasmales— no habla nunca, lo cual lo mantiene inquietantemente distanciado del orden simbólico, y por ende, inmune a las leyes del mismo. En su escena más amenazante (en la fiesta de disfraces, donde le aparece a Laura entre los niños “vivientes”), gruñe como un animal, supuestamente para que salga aun más espantoso—efecto que reinscribe el confort de las palabras, con todos sus efectos naturalizadores. No obstante, veremos cómo El orfanato invita una interrogación de la tradición narrativa cuya construcción representa una simbiosis con dicho orden. Como se mencionó anteriormente, el pequeño Simón descubre que no hay una relación 1 Žižek (1996) explora este tema en términos más generales con respeto al género de fantasía. sanguínea entre él y sus padres, lo cual rompe con la idea de la familia orgánica en el imaginario nacional.2 Algo que intensifica esta interrogación de la validez de esta ilusión es el hecho de que Simón nació con VIH—un virus que invoca una problemática queer y que está presente en su sangre por virtud de una transferencia natural y orgánica de su madre biológica: un virus que complicará el proceso de procreación y que problematizará la esencialización de la sangre que tradicionalmente se ha utilizado para reinscribir la ilusión narrativa de su continuidad en el tiempo. En la sociedad española (y en muchas otras), esta ilusión ha dependido de la procreación como coartada para el deseo sexual, como una razón coherente de “ser” (filosofía ejemplificada por el monólogo de Zé do Caixão) y como evidencia para la legitimidad “natural” del heteronormativismo.3 Si “la continuidad de la sangre” es la “razón de la existencia” según la narrativa tradicional, el caso de Simón invita una interrogación tanto de esta tradición como del mismo orden simbólico. De esta manera podemos ver que, mientras El orfanato nos acerca a la fisura entre lo Real y lo Simbólico, lo cual reinscribe hasta cierto punto la validez de éste (como toda película de horror), ejerce también cierta interrogación del orden simbólico, haciendo eco de la reciente interrogación política de la definición prescriptiva/exclusiva del matrimonio y de la familia. Además, al quitarles a los niños fantasmales su elemento espeluznante al final de la película y al alegorizar la marginación de Tomás, el film termina abogando por una conciencia más inclusiva entre el público español. En otras palabras, el espacio que tradicionalmente ha constituido el margen de la sociedad española—en el contexto del film, un orfanato situado en el margen de la península; en el contexto más ancho, los españoles que no cumplen con la utópica familia normativa prescrita por Franco y que han sido marginados por la misma—no tiene por qué seguir siendo un lugar abyecto, temido u horroroso. Bayona manipula la figura del Niño para aprovecharse de su clásica propensión al género y para luego darle vuelta, cuestionando sutilmente el futurismo reproductivo tradicionalmente asociado con el Niño e 2 Llera (2001) examina el uso ideológico de la palabra “orgánico” en la retórica de la dictadura franquista, la cual intentó naturalizar su propia autoridad a través de un paralelismo retórico con la idea de la familia orgánica: “Nosotros, a la democracia inorgánica le oponemos una democracia orgánica, en que los hombres discurren a través de sus cauces naturales, de la familia, del Municipio y del Sindicato, y queremos que lo mismo los Municipios que los Sindicatos cumplan su misión y sean el medio por donde pueda llegar la voluntad del pueblo a las altas esferas del Estado”. 3 Manrique Arribas (2007) analiza el heteronormativismo falangista con respeto a la mujer y su prescrito papel procreativo—su razón de existir—dentro de la visión franquista para una sociedad española utópica. Este heteronormativismo literalmente se institucionalizó en la Sección Femenina. interrogando—explícita e implícitamente—el orden simbólico sobre el cual el mismo se construye. Bibliografia Bayona, J.A (2007), El orfanato [Película], Barcelona: Está Vivo! Edelman, Lee (2004), No Future: Queer Theory and the Death Drive, Durham y Londres: Duke UP. Lane, Anthony (2008), “Dangerous Games; ‘The Orphanage”, [Versión electrónica], en The New Yorker, p. 86. Llera, José Antonio (2001), “La retórica del poder en los discursos de Franco”, en Espéculo: Revista de estudios literarios 18, Recuperado de http://www.ucm.es/info/especulo/numero18/discurso.html. Manrique Arribas, Juan Carlos (2007), “La familia como medio de inclusión de la mujer en la sociedad franquista”, en Hispania Nova 7, Recuperado de http://hispanianova.rediris.es/7/index.htm. Marins, José Mojica (1964), À Meia-Noite Levarei Sua Alma, São Paulo: Fantoma. Zavarzadeh, Mas’ud (1991), Seeing Films Politically, Albany: State U of New York P. Žižek, Slavoj (1996), “Fantasy as a Political Category: A Lacanian Approach”, en JPCS: Journal for the Psychoanalysis of Culture and Society 1(2), 77-85.