ANEXO IV. APARTADO I. EPÍGRAFE A: LA LÍRICA DEL SIGLO XX HASTA 1939. A finales del siglo XIX aparecen en España las primeras manifestaciones poéticas de carácter renovador que se oponen a las tendencias anteriores, ya agotadas: el postrromanticismo y la poesía prosaica realista. Ante este panorama, la poesía de principios de siglo sigue dos caminos: por un lado el que marca la estética modernista al calor de la influencia de Rubén Darío, por otro, la estela de la llamada crisis finisecular, que en España conocemos como generación del “98”. Más adelante, una y otra actitud se mezclarán con el Novecentismo y la Poesía de Vanguardia, y solo hay que esperar a los años veinte para que sean desbordadas por la Generación del “27”. El Modernismo designa a un movimiento literario surgido en Hispanoamérica a finales del siglo XIX en torno a dos figuras: José Martí y Rubén Darío. La estética modernista cultiva la idea del arte por el arte y anhela un ideal de belleza absoluta a través de la perfección formal del poema. Se trata de una forma de evasión: el poeta inventa mundos imaginarios y exóticos (poblados de ninfas, cisnes, hadas, princesas y caballeros, que deambulan como espíritus en palacios de la India, Oriente, el mundo antiguo o las culturas precolombinas) en los que ambienta sus composiciones. La poesía modernista supone una apertura al mundo de los sentidos a través de la creación de imágenes, se investiga en las posibilidades musicales del poema mediante aliteraciones y nuevas formas métricas como el dodecasílabo y el alejandrino. La concepción del poeta como médium, capaz de captar un mundo diferente al vivido y expresarlo a través de símbolos es otra de sus características, que se conecta con el gusto modernista por lo esotérico, lo onírico y maravilloso. Esta variante del Modernismo se aleja de los mundos ficticios y los paraísos artificiales, para dar cabida a un componente existencial: el desencanto, la angustia y el pesimismo aparecen como ejes de multitud de poemas. El desarrollo del movimiento modernista en España está estrechamente ligado a la figura de Rubén Darío. En la estela del poeta nicaragüense se sitúan poetas como Ricardo Gil, Manuel Reina, Salvador Rueda y Manuel Machado. Un primer momento modernista encontramos también en Antonio Machado (Soledades, galerías y otros poemas) y Juan Ramón Jiménez (Arias tristes). Junto con el Modernismo, coexiste en la literatura española de principios de siglo otro movimiento: la Generación del “98”. Formada por un grupo de autores (Baroja, Maeztu, “Azorín”, Valle-Inclán), con Miguel de Unamuno a la cabeza, que hacen con la poesía un “examen de conciencia”: es meditativa, analizadora, introspectiva y existencialista. Tras la pérdida de las últimas colonias españolas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), a la crisis económica, política y social en que estaba sumida la nación, se le une una crisis de ideas que se manifiesta especialmente en la tambaleante “idea de España. Así, en los versos de Campos de Castilla, de Antonio Machado y en los poemas de Miguel de Unamuno, se denuncia el atraso y la miseria del campesino castellano y se reivindica esa necesidad de regeneración nacional. En cuanto a la estética, la poesía de este grupo se aleja de los excesos modernistas y muestra una depuración formal: léxico menos retórico y versos más cortos. Pero, en torno a 1914 surge en España una nueva generación de intelectuales, formados en universidades y de clara vocación europeísta que reaccionan contra el sentimentalismo y el realismo y proponen un nuevo concepto de poesía “pura” o “deshumanizada” (desnuda e intelectual). Es el Novecentismo. Su poeta más representativo es Juan Ramón Jiménez con obras como Eternidades. La estética novecentista, que tiene a José Ortega y Gasset como precursor, se caracteriza por reaccionar contra el romanticismo y realismo decimonónico, huir del 1 sentimentalismo, abandonar los tonos vehementes; y todo ello lo consiguen con la idea de pulcritud y distanciamiento, con el uso cuidadoso del lenguaje y del estilo para terminar haciendo una poesía para minorías selectas. Será el Vanguardismo literario, no obstante, el que rompa totalmente con la tradición literaria anterior. Con este nombre se designa a un grupo de movimientos (“ismos”) que se oponen con virulencia a la estética romántica y realista, con propuestas que llevan implícita una radical concepción del arte y de la literatura. En pocos años se suceden los “-ismos” vanguardistas que afectan a toda Europa y a las artes plásticas, escénicas, cinematográficas, etc.: Futurismo, Cubismo, Dadaísmo, Surrealismo,…Común a todos ellos es el entusiasmo por el mundo moderno y la exaltación de la ciudad y la voluntad de renovación y experimentación poética mediante el empleo de metáforas e imágenes, caligramas, escritura automática, ausencia de signos de puntuación, de rima, de enlaces sintácticos, creación de neologismos,… En España, el desarrollo de la literatura de vanguardia es inseparable de la figura de Ramón Gómez de la Serna, impulsor y pionero de este tipo de literatura y creador de las famosas “greguerías” (metáfora+ humor). No menos importancia en la aclimatación del vanguardismo tendría el poeta chileno Vicente Huidobro, que iniciaría el Creacionismo, movimiento que aspira a un alejamiento de la realidad cercano a la abstracción en el que el poema sea un objeto autónomo que no imite nada. Otro de los promotores importantes de la vanguardia fue Guillermo de Torre, impulsor del Ultraísmo que subraya el antisentimentalismo en una línea futurista y cubista que les lleva a la exaltación de la técnica y la disposición tipográfica de los versos al modo de los caligramas. Pero va a ser el Surrealismo el movimiento de vanguardia de mayor importancia en España. Es indisociable de la figura de Juan Larrea y se manifestará en algunas obras de la Generación del “27”. Rafael Alberti (Sobre los ángeles), Federico García Lorca (Poeta en Nueva York), Luis Cernuda (Los placeres prohibidos). Por último, hacia 1925 surge con fuerza en el panorama literario español un grupo de escritores, fundamentalmente poetas, a los que se les conoce como Generación o Grupo del “27”. La nómina de este grupo estaría integrada básicamente por: Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre. La fecha que se toma como referencia para identificar al grupo, 1927, se corresponde con el momento culminante de su actividad conjunta, y procede de la celebración en el Ateneo de Sevilla del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, al que admiran. Aunque es difícil reducir a una misma evolución conjunta la obra de tantos autores, con sus peculiaridades, suelen distinguirse tres etapas básicas en la producción poética de este grupo: 1ª) Hasta aproximadamente 1927: Después de los lógicos tanteos iniciales, en los que los poetas buscan su propia identidad, las influencias que reciben los poetas serán: la de la poesía pura juanrramoniana, caracterizada por la eliminación de lo sentimental y la efusión personal, a favor de lo abstracto, la tendencia al poema breve y el retorno a las estrofas clásicas; la de las vanguardias, que llevan a los poetas del “27” a la metáfora y la imagen como centro de los poemas, a la irrupción del cosmopolitismo, lo urbano, las temáticas modernas o el uso innovador de la tipografía (Cal y canto, de Alberti e Imagen, de Gerardo Diego), la del neopopularismo, que consiste en reinterpretar lo popular, en fundirlo con lo más renovador y vanguardista de la lírica moderna (Romancero gitano, de Lorca). 2ª) De 1927 a la Guerra Civil: Comienza un periodo en el que la deshumanización en el arte deja de estar de moda, y se requiere una literatura comprometida social y 2 políticamente con los problemas de la época. Es importante la irrupción del Surrrealismo, que trae al “27” la libertad imaginativa, las imágenes oníricas, el verso amplio y libre y la temática de rebeldía y denuncia social. Las obras fundamentales de esta etapa son: Sobre los ángeles, de Alberti; Poeta en Nueva York, de Lorca; Los placeres prohibidos, de Cernuda; y Pasión de la Tierra, de Aleixandre. 3ª) De la guerra al exilio: La Guerra Civil supone para el grupo del “27” la dispersión: Lorca es asesinado, y el resto, excepto Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego, parten hacia el exilio. En él, las notas dominantes serán el dolor, la denuncia social y la nostalgia. Entre quienes se quedan, destaca también el tono angustiado, en combinación con las preocupaciones de carácter existencialista. El libro fundamental de esta etapa es Hijos de la ira, de D. Alonso, que da pie a la llamada poesía desarraigada de la posguerra. 3