PIDO LA PAZ Y LA PALABRA Mariluz Escribano Pueo Catedrática de Didáctica de la Lengua y la Literatura En la historia de la literatura, la poesía ha tenido siempre corrientes vinculadas a la crítica y al compromiso social. El por qué está claro y ya lo dijo el poeta: “la poesía es un arma cargada de futuro”. A eso yo añadiría que es posible alcanzar la ética de una sociedad determinada mediante la estética y de ahí la trascendencia del compromiso de los autores. La poesía tiene la función de actuar como revulsivo social, como motor de cambio, como voz de los que no la tienen o no son capaces de manifestarla. También de hacer memoria del pasado colectivo de la sociedad para que no se repita en el futuro. El poeta es consciente de que tiene que escribir para que el hombre tome conciencia, recobre la esperanza y empiece a tomar partido y de ahí surge gran parte de la literatura comprometida. La historia de la poesía es la historia de la humanidad, la historia de los hombres que la componen, que la construyen o la destruyen dependiendo de su actitud. La literatura no obedece a normas propias más que en lo estructural. La voz poética, por mucho que se pretenda a veces desdibujar, es la voz de un hombre, de un hombre que vive en un tiempo determinado, que siente y vive arraigado, a veces a su pesar, en la realidad y que, en ocasiones, tiene el deseo de modificarla con sus palabras, con su verbo vivo de persona comprometida. Lucha con la palabra. Y volvemos a lo mismo: “la poesía es un arma cargada de futuro”. Efectivamente. Si la poesía e “un arma cargada de futuro” nadie mejor que el escritor comprometido, el poeta en este caso para usarla y despejar sus fantasmas propios y los ajenos. Porque, y volviendo la mirada a Elena Martín Vivaldi, “hay que nombrarlo todo”. Que no se olvide nada porque aquello que olvidamos es posible que vuelva a repetirse. Por eso la voz poética bien modulada ha de ser el paladín en la defensa de las libertades del individuo, de sus derechos, de sus deseos, de lo mejor de su alma. Ha de ser paladín de la paz nuestro poeta, ponerse a su servicio, comprometerse con el mundo porque es el mundo el que le da la palabra, el que luego va a leer sus escritos que es lo más preciado que tiene el escritor. La literatura de cada autor es su alma convertida en palabras para el futuro, para la gente que vendrá porque nadie muere del todo mientras exista alguien que lo recuerde, que lo cante. Se vive por los demás, a través de los demás. De ahí que el don de la palabra haya que ponerlo al servicio de quienes lo necesiten. La palabra tiene el compromiso de estar siempre al servicio de la libertad, entre otras cosas porque la libertad es un acto de compromiso con la sociedad. Aunque el poeta pretenda evadirse de la realidad, al final esta realidad acaba absorbiéndolo y por acción o por omisión hace una literatura socialmente comprometida. No estamos tratando en esta ponencia de defender una temática, una forma de hacer literatura. Tampoco de reducir los temas a la realidad del presente. Lo que sí queremos decir es exactamente lo contrario: que la tradición no puede ser el motor de la poesía. O por lo menos no el motor único porque somos seres cambiantes, movibles, y la realidad está en permanente transformación. Tan válido ha de resultar el soneto al duque de Osuna de Quevedo –posiblemente ya con menor grado de vigencia estéticacomo el poeta dedicado a los niños de Somalia por Gloria Fuertes. Todo lo antedicho lo podemos resumir ahora en una frase: la literatura tiene un enorme poder para la lucha contra la injusticia, como creadora de conciencia ciudadana que hasta la segunda mitad del siglo XX no hemos sabido explorar correctamente, o por lo menos, no con la intensidad debida. Hay una creciente necesidad en muchos poetas por manifestar su deseo de la paz mundial, la búsqueda de la paz positiva como responsabilidad civil del que escribe puesto que el poeta, ante todo y sobre todo, entiendo yo que debe ser responsable. Tanto es así que, en ocasiones, el poeta se siente como un mero transmisor de la realidad a través de su arte poética, de sus palabras maduradas e hilvanadas al son del sentimiento, lo mismo que un artesano construye con sus manos una vasija de barro. Es igual, salvo que el medio es diferente. En definitiva, el poeta encarna el centro a través del cual pasan todos los hilos de conexión universal, es decir, torrentes de energía que conforman el cosmos y a los que el poeta es tremendamente sensible. De ahí que el deber del poeta sea, a nuestro juicio, describir la realidad suprema en la que se enmarcan los actos cotidianos de individuo. Se construye una lírica centrífuga desde el „yo‟ poético a la sociedad que lo recibe. Y eso no lo puede discutir ni siquiera la permanente refutación de la figura del verdadero poeta como agente social e, incluso, político. Porque, como dice Luis García Montero (2003), Las discusiones sobre arte y compromiso, sobre los intelectuales y su vinculación con la sociedad, suelen situar el problema en el ámbito de la voluntad individual y en las relaciones directas o lejanas del autor con la política. Conviene recordar que se trata sólo del aspecto más superficial de las implicaciones profundas que siempre hay entre la creación y la historia. Es, por tanto, una manera superficial de acercarse a la entidad de lo individual, a la historia y a sus creaciones. La literatura es histórica y hace historia porque el escritor vive en un tiempo concreto, como ser histórico, y responde a las exigencias de ese tiempo y de la tradición literaria, que es también histórica. Sólo puede definirse como individuo y como escritor en la historia, sólo puede buscarse, crearse a sí mismo, a partir de ella. La ideología, ya se sabe, no es un conjunto de ideas políticas fijas, sino el contradictorio movimiento de valores que pone en juego nuestra mirada al observar y comprender el mundo. Un beso es tan histórico como una comisaría o como un golpe de Estado (que jamás abolirá la historia). Pensar en la historia, sabernos historia que se hace, es la única forma de plantearnos la libertad de nuestros poemas o de nuestros labios. La voluntad individual y la conciencia no dependen de decisiones que podamos tomar al margen de los interrogatorios y de los deseos de la historia, sino de las respuestas que damos en el inevitable interior de sus movimientos, siempre tan complejos como una estrofa mal resuelta. Nosotros reivindicamos la poesía social y solidaria, no como movimiento cerrado a unos años concretos (50 y 60, como afirma la crítica) sino como estética permanente de compromiso del hombre con su sociedad. La voz del poeta ejerce de voz de todos, en especial de instrumento de los que no tienen voz para declarar con firmeza dónde, cuándo y cómo se comenten injusticias ignominiosas contra los menesterosos y los indefensos. Partiendo de todo esto, hemos hecho una selección mínima de poetas y de poemas de los últimos cincuenta años –no sólo de los años 50 y 60- que han puesto voz de denuncia y de protesta a la necesidad de construir una sociedad en paz. Que han pedido la paz y la palabra. Se trata de Blas de Otero, Gabriel Celaya, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Nicolás Guillén, Gloria Fuertes, Dulce Chacón, Ángel González, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, José Manuel Caballero Bonald. Se trata de diez autores de diferente momento histórico, filiación estética y actitud vital. Eso lo hace, seguramente más interesante. Vamos, ahora a aproximarnos, a dar siquiera unas pinceladas, uno a uno, a cada uno de los autores y de los poemas seleccionados porque en la memoria de casi todos están algunos de estos versos sin poner cara o nombre a su autor ni al momento histórico en que fueron compuestos. Blas de Otero La poesía del bilbaino Blas de Otero (1916-1979) es uno de los referentes clave de la poesía social de nuestro tiempo. Obras como Ángel fieramente humano (1950), Redoble de conciencia (1951) o el continente que representa Pido la paz y la palabra (1955) construyen una poética de compromiso que va desde el “yo” inicial al “nosotros”: Definitivamente cantaré para el hombre. / Algún día -después- alguna noche, / me oirán. Hoy van -vamos- sin rumbo, / sordos de sed, famélicos de oscuro” escribe (en Ángel fieramente humano). Como señala el profesor Alarcos Llorach, la poesía es para Blas de Otero labor de apostolado “de sumergimiento en la inmensa mayoría, de poner el dedo en las llagas que padece y sufrirlas con ella, de manera que así despierte y comience a levantar las ruinas”. De Blas de Otero resuenan todavía en mi alma sus versos de “Pido la paz y la palabra”: Escribo/ en defensa del reino/ del hombre y su justicia./ Pido la paz/ y la palabra”. Otro poema significativo es “Labor”: “Paz para la pluma y para el aire./Paz para el papel y para el fuego./Paz para la palabra y para la tierra./Paz para el pan y para el agua./ Paz para el amor y para la causa. /Paz para el pensamiento y para el camino./ Paz para la semilla y para el átomo./ Paz para la obra y para el hombre”. Gabriel Celaya Gabriel Celaya (1911-1991) es el máximo representante de la corriente denominada “poesía comprometida”. El guipuzcoano, perteneciente a la generación literaria de posguerra, es autor de algunos de los poemarios más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Lo demás es silencio (1952) y Cantos íberos (1955) son las obras esenciales de este autor comprometido con la realidad de su tiempo que busca hacer una poesía para cambiar el mundo. Rodríguez Puértolas toma unas palabras de Gabriel Celaya y así las reproduce: “Cantemos como quien respira. Hablemos de lo que cada día nos ocupa. Nada de lo humano debe quedar fuera de nuestra obra En el poema debe haber barro, con perdón de los poetas poetísimos. La Poesía no es un fin en sí. La Poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo”. Esta poesía del pueblo tiene ese sello de lo que debe vivir a la intemperie soportando la lluvia, el sol, la nieve, el viento. Es poesía que debe pasar de mano en mano. Poesía que ha sido golpeada, que no tiene la simetría griega de los rostros perfectos. Tiene cicatrices en su rostro alegre y amargo. Poesía verdadera sin más. Poesía que es como un grito que permanece en el aire. “Son gritos en el cielo”, nos dijo el poeta. Hemos elegido dos poemas: “Hacia la paz” (“La paz: ese regreso ya sin nuevas salidas./ Melancólica y rubia, la paz./ Y lo completo.”); y “Mi chico no era malo…”: “Mi chico no era malo,/ dice. /Tenía muchas novias,/ claro. /Tocaba la guitarra /y algo /le bailaba en los dedos, malo. /Yo no digo que no fuera / raro,/pero explíqueme, Señor, /por qué lo fusilaron”. Rafael Alberti La voz personalísima de Rafael Alberti (1902-1999) también estuvo al servicio del compromiso ético. Aparte de su etapa de intenso compromiso político, la obra de Alberti toma tintes de defensa de los desfavorecidos y de deseo de paz. Así se manifiesta en el poema que hemos seleccionado titulado “Ese general” con versos tan esplendentes como “¿Qué quiere el general?/ Una espada desea el general./ Ya no existen espadas, general.[…]”. Para concluir: “Parece que está mudo el general./ Parece que no existe el general./ Parece que se ha muerto el general,/ que ya, ni como un perro, se ha muerto el general,/ que el mundo destruido, ya sin el general./ Va a empezar nuevamente, sin ese general”. Vicente Aleixandre El sevillano y miembro de la „Generación del 27‟ Vicente Aleixandre (18981984) es una voces más conocidas de la lírica española. Su poesía social se engloba dentro de la etapa de su obra denominada “antropocéntrica”, en la que encontramos dos de sus poemarios capitales: Historia del corazón, de 1954 y En un vasto dominio, de 1962. A pesar de su indudable interés, no son éstas obras suyas tan conocidas como Espadas como labios» en 1932, «Pasión de la tierra» en 1935, «Sombra del paraíso» en 1944, «Mundo a solas» en 1950, «Nacimiento último» en 1953, «Historia del corazón» en 1954, «Poemas de la consumación» en 1968 o «Diálogos del conocimiento» en 1974. Hemos elegido de su vasta obra “El niño raro”. Miguel Hernández Miguel Hernández (1910-1942), epígono de la Generación del 27, es uno de los poetas más comprometidos en la defensa de la paz y los desfavorecidos. De él hemos escogido dos poemas que son un verdadero canto a la necesidad de paz entre los hombres en tiempos en que soplaban vientos de guerra; „Canción del antiavionista‟ y „Tristes guerras‟: “Tristes guerras/ si no es amor la empresa.”. Así de rotundamente empieza el poema. Nicolás Guillén El cubano Nicolás Guillén es el único autor hispanoamericano que, por cuestiones de tiempo, hemos podido incluir en este breve comentario aproximativo a la poesía por la paz. Tiene una densa obra social representada con Tengo (1964), Poemas de amor (1964), El gran zoo (1967), La rueda dentada (1972), El diario que a diario (1972) y Por el mar de las Antillas anda un barco de papel. Poemas para niños y mayores de edad (1977) demostrarían su capacidad para conjugar preocupaciones diversas y encontrar formas de expresión siempre renovadas. Hemos elegido su poema musicado más conocido, „La muralla‟ que acaba con estos maravillosos versos: “Alcemos una muralla/ juntando todas las manos;/ los negros, sus manos negras,/ los blancos, sus blancas manos./ Una muralla que vaya/ desde la playa hasta el monte,/ desde el monte hasta la playa,/ allá sobre el horizonte ...” Gloria Fuertes La poesía de Gloria Fuertes en su dilatada trayectoria es una poesía distinta, elaborada desde su voz singular para tratar temas universales como la injusticia social y las guerras. A pesar de que tenga una curiosa sencillez estética, rozando la oralidad, y un buscado desaliño (“Escribo como escribo,/A veces deliberadamente mal,/ Para que os llegue bien”, dice en su Arte Poética) que coincide con su propia personalidad, logró que resonaran con fuerza sus versos utilizando para ello un campo en el que no se había hecho demasiado caso hasta ese momento: los niños. Gloria se dirige a un público plural, pero tiene siempre en los niños a sus mejores y más comprometidos lectores. De sus obras queremos destacar Poemas del suburbio, Ni tiro, ni veneno ni navaja o Todo asusta. No me resisto a reproducir aquí versos de su poema „Niños de Somalia‟: “Yo como./ Tú comes/ El come/ Nosotros comemos/ Vosotros coméis/ ¡Ellos no!”. Ángel González El oventense Ángel González (1925-2008) es autor de una poesía fruto de la mescolanza entre poesía social o testimonial e intimismo, entre el „nosotros‟ y el „yo‟. Desde Áspero mundo (1956) ya nos vamos encontrando con esa voz que se va modulando en posteriores poemarios como Sin esperanza con convencimiento (1962), hasta su luminoso Tratado de urbanismo (1967). El poema de González seleccionado es el que empieza “Hoy voy a describir el campo/ de batalla”. Tremendamente expresivos resultan los versos: “Por el oeste el viento traía sangre,/ por el este la tierra era ceniza,/ el norte entero estaba/ bloqueado/ por alambradas secas y por gritos,/ y únicamente el sur,/ tan sólo/ el sur,/ se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos./ Pero el sur no existía:” Luis García Montero Decía Luis García Montero en un artículo de El País publicado en 2006 que “La poesía es un asunto de ciudadanos, no de héroes”. Magnífico titular que puede definir el sentimiento del poeta comprometido con el tiempo en el que vive. Luis ha hecho mucha poesía del sentimiento, mucha poesía de la experiencia y también bastante poesía con tintes sociales muy marcados. Desde Y ahora ya eres el dueño del puente de Brooklyn de hace casi treinta años (se publicó en 1980), García Montero ha recorrido un largo camino hasta instalarse en su personal manera de componer el verso dentro de un compromiso social perfectamente perceptible. De él hemos elegido, para cerrar con un autor de la tierra el siguiente poema que, completo, resume lo que hemos querido expresar en esta ponencia: A vosotros, que cortáis la manzana de la muerte con el anonimato de una guerra, os pido caridad. Por un Dios en el que jamás he creído. Por una Justicia de la que desconfío. Por el orden de un Mundo que no respeto. Para que renunciéis a vuestra guerra, yo renuncio a mis dudas, que son parte de mí como la luz amarga es parte del otoño. Y escribo Dios, Justicia, Mundo, y os pido caridad, y os lo suplico.