(Becerro de oro -Vellocino de oro- mitología = Vellón suspendido en

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HISTORIA DE LAS EXPLORACIONES DE LAS CAVIDADES DEL CASTELLET DE LA MURTA
AGOST (Alicante)
“EL TESORO”
Por: J. Carbonell Escobar
Centro excursionista de Alicante
Corría el otoño del año 1957. La sierra de Fontcalent ya había hecho mella en nosotros
desde que el “tío Borino” (cazador donde los haya, anciano ya por entonces y popular entre los colegas de esta actividad en Benalúa) nos hablara de la “Cueva de las Palomas”, en Fontcalent, que tras
su localización y exploración comprobamos la privilegiada situación de esta escondida cueva, desde la
que se domina ALICANTE y su bahía a través de su amplia boca.
Por entonces, comenzamos a explorar cuantas cavidades, conocidas o por conocer, conseguíamos hallar en dicha sierra, que generalmente eran de pequeño desarrollo.
Nos encontrábamos en una de ellas, llamada Cueva del Ocre, cuando entablamos conversación con unos cazadores que pasaron por delante de la entrada y se interesaron por nuestra actividad. Y así fue, como en el dialogo creado oímos hablar, por primera vez, del atractivo:
TESORO DEL CASTELLET DE LA MURTA
Nos comentaron la existencia de los restos de un pequeño castillo sobre un peñasco, en
el término municipal de Agóst, en el cual se hallaba una impenetrable sima, por la profundidad y estrechez de su pozo principal, en cuyo fondo existía un fabuloso tesoro, (según la sabiduría popular) y
del que formaba parte un becerro de oro.
Todo esto ubicado en la finca de la Murta.
(Becerro de oro -Vellocino de oro- mitología =
Vellón suspendido en un roble del bosque sagrado de Marte en Cólquidas, guardado día y noche por un enorme dragón. .
Fue conquistado por los Argonautas al frente de cuya expedición iba Jasón que
se apoderó del Vellocino de oro)
Desde la situación en que nos encontrábamos, se divisaba la zona donde se encuentra dicho castillo en Agost, y por ello aquel día, entusiasmados por el relato de los cazadores, tomamos la decisión de trasladarnos y visitar la sima y el “Castellet” lo antes posible.
Al siguiente domingo y en el primer tranvía de la mañana, nos trasladamos a San
Vicente del Raspeig, y desde allí y a pie, emprendimos la marcha, el amigo Vicente y el que suscribe,
por la carretera de Castalla hasta una finca llamada “CASA DE LA CAÑAETA VERDA” (conocida mas
tarde como “Sabinar” al pasar a tomar parte de esta nueva finca) se hallaba a la derecha de la carretera y separada a cierta distancia, algo antes de llegar a CHIRAU.
En esta finca, (“la Cañaeta Verda”) recibimos información para localizar el
“Castellet,” que era visible desde allí.
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Un camino une la carretera de Castalla con la carretera de Agost, y parte de donde la
primera cruza el barranco que baja del Maigmó. Este camino nos condujo desde la “Cañaeta Verda”
hasta la finca de la Murta, al pie del “Castellet” buscado, desde donde se domina el valle que forman
las sierras de los Tajos, y “Sérra dels Castellans”, hallándose próximo a ésta.
Una vez en la finca de la Murta, encontramos a la primera persona que conocía la historia, o leyenda del “Castellet” y nos puso al corriente con amabilidad, al tiempo que saciábamos la sed
que el largo viaje nos había producido, en la espléndida fuente que en aquel entonces disfrutaba la
finca. José Pellin Torres (fallecido) nos contó la siguiente...
LEYENDA: “A finales de siglo XIX, dos acaudaladas familias de procedencia desconocida
para el narrador, se presentaban en el lugar a bordo de un portentoso carruaje tirado por una no menos admirable y majestuosa reata de corceles del más puro porte señorial. Estos señores, haciéndose
eco de una información que presumía, que en el citado cerro, se hallaba oculto un fabuloso tesoro
escondido por los moros, la ubicación de los valores se suponían en lo más inaccesible por peligroso,
“la sima” por tanto decididos, tras las observaciones y conclusiones a comenzar los trabajos de búsqueda, lo hicieron perforando en el lateral del citado cerro, es de suponer que a más bajo nivel de la
boca de la sima, al objeto de conectar con la vertical del pozo, donde se suponía habrían de hallar el
tesoro, ya que el intentar el descenso, les producía pavor.
En sus tentativas de búsqueda, eran auxiliados por los servicios de una MEDIÚM, desde
la ciudad de Cartagena, que les orientaba a distancia, en la dirección correcta a perforar.
La tarea de mano de obra, corrió cargo de los vecinos de Agost residentes en las proximidades.
Se fue abriendo un túnel, (tal vez aprovechando alguna pequeña cueva o grieta natural)
tratando de evitar a toda costa el descenso de tan temida y sobrecogedora sima, hasta que por fin,
después de algún cambio de dirección, guiados por las ordenes de la médium, se descubrió la grieta
que ella había anunciado, pero sin noticias de que apareciesen restos del codiciado tesoro.
Se decía que ambas familias acometieron en dos ocasiones campañas similares hasta que
se dieron por arruinados con los gastos ocasionados por dichas actividades de excavación. El tesoro
seguía siendo una quimera.”
La expectativa por nuestra parte aumentó considerablemente, y nuestra curiosidad nos
dio fuerzas para emprender el ascenso hasta el castillo para ver, por lo menos, la boca de dicha sima.
A pesar de llevar mucho tiempo caminando aquella mañana, y las laderas del cerro ser bastante empinadas, pronto nos vimos a los pies de los acantilados que forman la parte alta del “Castellet”. El ascenso lo hicimos por su parte este, donde como nos había indicado el señor Pellin, se hallaba la boca
de la sima al pie de los acantilados.
La Sima
Dos son las bocas que dan acceso a la sima, una sobre otra en la ladera. Utilizamos la
que está a más bajo nivel que nos permitió entrar sin necesidad de utilizar material, pasando por deC/S - 766
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bajo de la otra boca la cual da paso a la entrada de luz natural al interior de este tramo de la sima
que por ser cruce de roturas era el punto más amplio de la cavidad, donde hallamos el primer desnivel a bajar.
Descendimos una vertical de unos cinco metros constituida por un muro artificial construido para la retención de posible caída de desprendimientos hacia la sima que a continuación, tras
descender una pequeña rampa, nos encontramos sobre la boca, tras la cual, le seguía una vertical de
unos cincuenta centímetros de ancha por un metro de larga en la entrada, apreciándose mucho más
larga a mayor profundidad.
“La vertical, a ruido de piedra, acojonante”.
Tras la prospección de esta parte de la sima como primera toma de contacto, dimos por
terminada la primera exploración; también por falta de material, ni pensamiento de continuar.
Seguidamente, ascendimos a la cumbre y castillo, comprobando que, efectivamente,
aún aparecían restos de muralla en lo alto así como restos de cerámica esparcidas por doquier.
Bullía en nosotros la idea de descender a esa sima, pues nos había impactado fuertemente y además, era la primera vertical con la que nos enfrentábamos, pero en absoluto disponíamos
de ningún tipo de material de descenso.
Había pasado algún tiempo, nos habíamos adentrado en el verano, y fue entonces la
casualidad la que nos allanó el futuro. Un camionero de los que frecuentaban el taller del padre de
Vicente, había tenido que comprar una cuerda para arrastrar un camión, una cuerda de cáñamo de
cincuenta metros de larga, que utilizó doble sacando dicho atascado camión, pero marcada la cuerda
por la mitad a causa del esfuerzo a que fue sometida. Una vez realizada dicha maniobra dejo de serle
útil, motivo que unido al de nuestra ilusión, nos brindo como regalo, cosa que nos convirtió en “unos
señores de las cuevas” y soñar, al poder continuar con nuestros planes.”
El equipo
Aquella mañana formamos un equipo. Cuatro éramos en esta segunda oportunidad.
Con el mismo medio de transporte, primer tranvía a San Vicente del Raspeig y, carretera y manta hasta el término de Agost, y de nuevo finca de LA MURTA. Tras los saludos de rigor en la casa al señor
Pellín y llevando a cabo el correspondiente aprovisionamiento de agua emprendimos el acceso hacia
la aventura.
La Imprudencia
Una vez en la boca exterior de la sima los cuatro iniciamos el descenso de toda la parte iluminada de ésta, o sea, hasta el muro artificial y desde este, tras la rampa de derrubios nos instalamos en la boca del pozo vertical los cuatro.
Había llegando el momento decisivo, nos esperaba la exploración de nuestra “primera
sima.”
Con la cuerda de cáñamo anudada al pecho, el que cuenta esta aventurilla, con una
linterna redonda en la mano, linterna de aquella época, cuyo cristal era media esfera maciza y turbia,
vamos con poca luz, inicié el descenso. Arriba quedaban tres hombretones, la parte contraria de la
cuerda amarrada al cuerpo del amigo Seguí, que con su envergadura y fortaleza aparentaba no caber
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por la boca del pozo, toda una garantía, además, Paco y Vicente, seis manos para sujetar mi peso.
no era difícil descender. Consistía en ir deslizando el cuerpo por las partes menos estrechas de la
“DIACLASA” (grieta que componía el espacio a explorar). En algunos puntos el pecho y la espalda rozaban en las dos paredes al mismo tiempo. Descender diez metros fue coser y cantar pero aquello
continuaba (ya dije que el ruido de la piedra al caer era acojonante). Ahora lo presentía más nítidamente pero mi estado era satisfactoriamente relajado y continué buscando en el descenso las partes
menos estrechas. Una piedra atravesada de pared a pared me sirvió de descanso; estudie la situación
y no era muy clara, pues ya había descendido un buen tramo y no veía el fondo, decidí continuar unos
metro más... desde arriba, el aviso: ¡se acaba la cuerda!, habrá que pensar en ascender. Aquí, estando a unos veinte metros de profundidad hasta el equipo de apoyo, empecé a ver la cosa poco clara... o muy clara, había echo una barbaridad, había cometido una IMPRUDENCIA; no encontraba forma de ascender, no podía separar el cuerpo de la pared, me encontraba completamente vertical la
pared, completamente lisa, ningún agarre, (por eso descendí con tanta facilidad, no había ningún obstáculo.)
Era cuestión de estudiar la situación no perdiendo la calma; podría encontrar la forma
de ascender, aun estaba sujeto por la cuerda de cáñamo, y unos buenos brazos a la otra punta de
ésta. Al subir había que hacerlo por las partes menos estrechas de la grieta, que no eran continuadas
y la linterna ocupaba mi mano. La época era de pleno verano y se notaba hasta en las profundidades
de la sima. Para liberar mis manos decidí llevar la linterna con la boca y acordé con el equipo de arriba que a cada grito (con la linterna en la boca no podía hablar) ellos darían un tirón de la cuerda, haciéndome subir mientras yo, clavando literalmente las uñas en la pared, guiaría mi cuerpo hacia arriba. Las gotas de sudor me nublaban los ojos, los encharcaban. Pensaba en la novia que deje en Alicante y me prometí a mi mismo que no volvería más a ninguna cueva. Realicé verdaderos esfuerzos
desde la primera orden al grito, todo fue rápido sudor o lagrimas, pero cuando el agotamiento hacía
su aparición dos fuertes manos contactaban con las mías, estaba arriba. Efectivamente el equipo funcionó, también la linterna, con el esfuerzo de todos, estaba en la boca del pozo. Me tumbé en la rampa al pie del muro artificial hasta que los músculos se relajasen y el sudor se calmó. Creo que verdaderamente estuve en apuros.
El Retorno a casa
Ya cuesta abajo, de retorno a casa, los comentarios eran variados, alegres por haber salido todos bien, los cuatro volvíamos a casa, aun no teníamos claro si volveríamos a continuar la exploración, pues los medios en material eran escasos, más bien nulos. Paco, componente del equipo
apuntó que en el Centro Excursionista de Alicante los espeleólogos disponían de unas escalas de cuerda enrollables que facilitaban el descenso y subida a las simas. Aquello nos agradó, pero quedaba lejos de nuestro alcance.
Así llegamos a casa a digerir la excursión. Después del descanso las cosas se ven más claras, vamos se ven de otra forma.
Por aquellos tiempos mi relación con el pueblo de Agost era bastante amplia, mi trabajo
me relacionaba con una mayoría de cerámicos y alfareros que a sido bastante continuada.
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Trabajando de tornero desde el año 1951, en la empresa de CARLOS DOMENECH, cerámicos, alfareros, y otros empresarios de Agost, como aquel maestro de escuela “Manolo”, metido a
pionero en los movimientos de tierras mecánicos, como tractorista con su monstruo de cadenas, al
que le realizamos importantes arreglos. Los excelentes mecánicos “Llopis” y el “Pino” nos visitaban
continuamente, pues trabajábamos para ellos y con ellos. Yo con mi afición, siempre sacaba en conversación “El Castellet de la Murta” tratando de reunir el máximo de información aclaratoria hacia el
sobresaliente tema.
Los primeros con los que intercambié conversaciones sobre la Murta fueron los hermanos Pepito
y Joaquín Ramón Seller de la “Cerámica San Ramón” creo que la primera cerámica para la que trabajó
Domenech y con los que nos unió una buena amistad.
Pepito interesado desde el primer momento por el tema me hablo que conocía otra cueva no menos atractiva relacionada con el “Castellet” y que participaba en su leyenda y que el maestro
de la escuela a la que él asistía de chico les había llevado en alguna ocasión de visita escolar asegurándoles la veracidad de la leyenda. También Pepito me aseguraba, convencido de la leyenda, que si
ahora no comunicaba el túnel con la sima, sería porque habría algún hundimiento posterior.
La Coveta de San Martín
Contaba esta pequeña cueva con la leyenda de que un pasadizo la unía con el “Castellet”
de la Murta” para utilización de los moros de la época, en su traslado desde el pueblo, a la atalaya.
El Tío Casto
También por medio de los citados hermanos conocí a una persona muy relacionada con la
historia de la búsqueda del tesoro:
Casto Ivorra Piñol
Trabajaba con ellos en la cerámica un maestro albañil conocido por el “Tío Casto” que
llevó a cabo la instalación de las maquinas que Domenech había construido para la cerámica de San
Ramón.
Este señor fue testigo directo de los trabajos realizados costeados por las desconocidas
familias en la Murta ya comentado.
Los señores Domenech, padre, hijo y yo, como principiante, formábamos equipo, aparte
de, en el trabajo, en actividades de caza que solíamos llevar a cabo en ocasiones, en el termino de
Agost. Para este fin, el señor Casto nos facilitó la llave de una casita con aljibe que poseía en la zona
de los llanos del Cid hacia el límite del Término de Agost con Monforte en su parte oeste más allá de
Tarrac.
En diversas ocasiones coincidíamos con él en dicho lugar y fue allí donde el señor Casto
nos ofreció su versión del acontecimiento, relacionado con la búsqueda del tesoro del “Castellet”, historia que exponía con amabilidad, entusiasmo, y no exento de cierta nostalgia.
Ratificó la versión con detalles, que el señor Pellin me facilitara en la primera visita a la
Murta, convirtiendo la leyenda en historia, por su presencia en el hecho:
Siendo un chiquillo acompañaba a su padre el señor Casildo Ivorra Carbonell quien contratado
por las mencionadas familias participó en las labores de búsqueda del codiciado tesoro en dos ocasioC/S - 766
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nes y por periodos prolongados. El chico “Casto” efectuó labores de abastecimiento de agua a los trabajadores que como verdaderos mineros perforaban un túnel abierto en la parte sur del cerro y a una
altura inferior a las de las bocas de entrada a la sima del tesoro con el fin de acceder al fondo de ésta
puesto que el socavón era descendente.
En esta perforación se izo alguna variación de dirección siguiendo las directrices de la MEDIUM de Cartagena como ya hemos comentado.
Corrió el tiempo, y las circunstancias por mi interés a las actividades de la montaña me
acercaron a Centro Excursionista de Alicante donde comencé a participar en sus actividades espeleológicas, así como también en las de montaña, adquirido cierto conocimiento en manejo de las escalas
de cuerda utilizadas en aquella época. Solo entonces encaminé a este equipo, basándome en mis experiencias de aquel verano ya pasado, hacia la sima de la Murta. Sin variar el medio de transporte
utilizado en anteriores ocasiones el tranvía nos volvió a trasladar a S.VICENTE desde donde volvimos
a emprender la marcha, en esta ocasión provistos del material adecuado con la variante de haber emprendido la salida el sábado tarde pernoctando en un vivac en la zona.
Instalamos las escalas en la boca del pozo buscando anclaje en los salientes de la roca,
evitando roces en los derrubios existentes bajo la rampa, por el peligro que suponía su caída sobre la
vertical.
Llevamos a cabo el primer descenso con escala y cuerda de seguridad al pecho. La grieta seguía
siendo rabiosamente estrecha, como en la bajada anterior, la escala de cuerda era un obstáculo más,
pero en aquella ocasión cómoda, permitiendo desplazarse colgado de ella para buscar los pasos más
holgados y, ya con suficiente cuerda de seguridad mis pies tocaron fondo sin más contratiempos, sobre un cono de derrubios a 35 metros de la boca del pozo donde el equipo de apoyo esperaba mis
noticias.
Siguiendo la dirección de la grieta que ubica la sima de bajada, nos encontramos con una
pequeña sala de hasta un par de metros de ancha cuyo suelo lo componen los derrubios procedentes
de la parte superior de la sima. El recorrido efectuando se estimó en unos 45 metros y el desnivel
total desde el exterior de 57 metros.
El resumen de lo explorado se llevó en un parte efectuando un croquis topográfico por
parte de V. Moran
Como ha quedado entendido, ninguna sombra del celebre tesoro se dejo ver ante nuestros
ojos, lo que no cierra del todo la puerta a la esperanza.
La Coveta de San Martín
Como he comentado, esta cueva me fue comunicada su existencia por el amigo José Ramón Seller –Pepito- que una vez visitada por mi, mantuvimos siempre diferentes opiniones sobre ella,
respecto a su posible relación con el “Castellet” de la Murta como contaba la sabiduría popular y que
Pepito mantenía firme, influenciado por ella y los recuerdos de la explicación del profesor, junto a la
oscuridad de la cueva, en la mente de los alumnos que realizaron la excursión del colegio de aquel
día. Por mi parte cuando visité la cavidad comprobé que en el punto más profundo donde se presumía
la continuidad, el sedimento del suelo se unía al techo que era sólido sin hundimiento posible. Apreciándose en el sedimento del suelo restos arqueológicos como cerámica negra pulida echa a mano lo
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que evidenciaba la ausencia de un posible hundimiento o prolongación.
En esta visita que se llevo a cabo en el año 1963 se levantó la topografía de la “Coveta de
San Martín.”
En recientes visitas efectuadas al “castellet de la Murta” con ánimo de comprobar la propia
historia redactada en algunos detalles para cerrar dudas antiguas, no han hecho más que crecer al
visitar de nuevo el cerro, las roturas apreciadas desde el exterior, no me recuerdan el desarrollo de la
topografía levantada en su día.
Lo que sugiere la falta de una nueva comprobación situando las roturas exteriores sobre la
topografía y observando la relación de todas ellas con los espacios explorados.
Nunca he pensado que la última palabra estaba dicha.
Jaime Carbonell
Alicante
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