CARISMAS MISIONEROS RELIGIOSAS DEL VERBO ENCARNADO Prolongando la encarnación L as religiosas del Verbo Encarnado somos mujeres consagradas, que anhelamos seguir más de cerca a Jesús, Verbo Encarnado, y vivir su Evangelio para ser una extensión de su encarnación. Hemos vivido la experiencia de ser llamadas y amadas por Dios, con la certeza de tener la maravillosa misión de hacer presente a Jesús en las situaciones que nos toca vivir. Somos herederas de un carisma hermoso y actual dado en el siglo XVII a una gran mujer, mística francesa, Jeanne Chezard de Matel. En 1625 salió de la casa paterna de un pueblo de la campiña francesa llamado Roanne y, con otras dos jóvenes, inició una aventura que perduraría hasta nuestros días. Esta misión, inspirada por Dios, sería su motor hasta su muerte, en el año 1670. Un carisma para vivirse hoy Desde muy joven Jeanne tenía el deseo de hacer siempre la voluntad de Dios, y descubrió que, a través de la meditación constante de la Palabra del Señor y de la dirección espiritual, le sería revelada su misión en la vida. Un día, estando en su casa en la oración, el Señor le dijo: “Hija, tú amas tu recogimiento, pero mi divina sabiduría piensa de otro modo, habiéndote destinado para instituir una Orden bajo mi nombre, que honrará mi persona encarnada por amor a la humani- dad…”. Y más adelante le reveló que el nombre que quería para esta nueva Orden era el de “Verbo Encarnado”, y que deseaba que esta fuera “una extensión de su Encarnación”. Jeanne fue descubriendo que este instituto contemplaría el Misterio de la Encarnación de Jesús en el mundo, asumiendo en todo nuestra humanidad, como una expresión máxima del amor de la Trinidad por todos nosotros. Y que el deseo de Dios era que esta verdad fuera anunciada hasta los últimos rincones de la tierra. A través del tiempo, durante casi 400 años, las hermanas, fieles a este carisma, hemos dado pasos firmes, apoyadas en la oración y contemplación del NÚM. 144, ABRIL DE 2014 misioneros 43 CARISMAS MISIONEROS misterio de Dios, hecho hombre en Jesús. No sin dificultades, pero venciendo los distintos obstáculos, nos hemos extendido por tres continentes y once países: Francia, España, Estados Unidos, México, Guatemala. El Salvador, Argentina, Uruguay, Kenia, Tanzania y Ruanda. no, entre la tribu de los Pökot, pueblo seminómada, dedicado al pastoreo; una iniciativa considerada como misión de primera evangelización o de frontera, por no haber llegado el anuncio del Evangelio a esas tierras. Llamada a la misión “ad gentes” Yo misma tuve la gran fortuna de ser enviada a esta misión a escasos cuatro años de su fundación. Por ello, agradezco mucho al Padre que nos haya dado el carisma de encarnación, pues en muchos momentos fue la luz que nos guió en nuestro servicio a este gran pueblo. Durante muchos años nuestra labor apostólica ha sido fundamentalmente la educación de la niñez y la juventud. En el siglo pasado la Iglesia hizo un llamamiento a los institutos religiosos para que se abriesen a los países de misión con el fin de colaborar activamente en la misión ad gentes, a la que el Concilio Vaticano II nos había invitando. Y como herederas del carisma legado a Jeanne de Matel, quien era hija fiel de la Iglesia, nos abrimos a la experiencia de ir más allá de las fronteras de lo conocido. Este compromiso se hizo realidad, en primer lugar, en México, donde abrimos una comunidad en una región indígena del nudo mixteco, en una zona llamada Teposcolula. Allí iniciamos, con el Instituto Oaxaqueño de Promoción Educativa Fundamental, nuestra labor misionera ad gentes, que, en esta ocasión, no tenía otro objetivo que la formación de chicas como líderes comunitarias que transformarían a lo largo de los años a sus comunidades. Y así, con esta experiencia, en 1979, salió el primer grupo de hermanas rumbo a la diócesis de Nakuru, en Kenia, a hacernos presentes en una escuela perteneciente a la diócesis. Y a los tres años, la congregación dio un paso más al abrir una nueva comunidad al norte de este mismo país africa44 misioneros NÚM. 144, ABRIL DE 2014 Evangelizada y evangelizadora Cuando llegamos a Pökot nos dimos cuenta de que era un pueblo sumamente religioso, pero que no habían conocido a Jesús; tenían sus creencias, costumbres y ritos. Cuando los fuimos conociendo llegamos a pensar, con nuestra mentalidad occidental, que eran paganos. ¡Oh, gran error! Y así, surgieron muchos cuestionamientos. Pero, como dice la Escritura, “Dios no hace acepción de personas” (Rom 2,11); su mayor interés siempre ha sido la salvación de toda la humanidad y es libre de utilizar los medios que Él quiera para cumplir ese propósito, porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Nos preguntábamos si los Pökot eran ignorantes de Dios, si Dios se había esperado a que llegáramos nosotras para revelárseles a ellos. Y nos surgía la pregunta: ¿Tenían ya experiencia religiosa? ¿Se había manifestado Dios a ellos de alguna manera? ¿Necesitaban la salvación que se supone les ofrecíamos?... Un mañana lleno de esperanza C on el Verbo Encarnado, horizontes insospechados se abren en nuestro camino; nos abrimos a ellos porque, firmes en la fe, seducidas, convocadas y enviadas por la Palabra, queremos llevar la buena noticia de Jesús hasta los últimos confines de la tierra, donde Él sea más conocido y amado, como el Verbo se lo encomendó a Jeanne Chézard de Matel. Y nosotras ofrecemos esta oportunidad, para realizarse en plenitud, colaborando a esta maravillosa tarea. La alegría de las hermanas en tierras de misión es una alegría misionera que surge de nuestra intimidad con Jesús. En palabras del papa Francisco (cf. Evangelii gaudium, 24), ellas primerean, se involucran, acompañan, fructifican y festejan ahí donde son llamadas a prolongar la Encarnación del Verbo. La respuesta es que Dios entrega a cada hombre y mujer, a cada época, cultura o nación, su amor incondicional. Ciertamente, nosotras no llevábamos a Dios; Él se nos había adelantado mucho tiempo antes. Solo estábamos invitadas a experimentar su presencia junto a esta gente. Entonces se inició un diálogo hermoso, donde fuimos descubriendo las “semillas del Verbo”, presentes en la vida seminómada de nuestros hermanos Pökot; un diálogo donde no solo se fue revelando el misterio de la Palabra hecha carne a los Pökot, sino a nosotras como misioneras, que fuimos descubriendo la riqueza de un pueblo que había caminado con Töroröt (nombre dado a Dios en Pökot). Aprendimos así, de su propia experiencia religiosa, la fidelidad de Dios, que no deja de manifestarse de mil formas; des- cubrimos el sentido de lo sagrado y el valor de la Palabra. Ser testigos de la prolongación de la Encarnación del Verbo en tierras africanas significó para nosotras ser testigos también del surgimiento de comunidades donde Jesús se convirtió en el centro y fundamento de la vida de los pueblos, donde la Eucaristía fue acogida como el pan de vida y la celebración central de la existencia de las personas. Los mismos ritos y ceremonias adquirieron un significado distinto y más profundo en Cristo y, a su vez, enriquecieron el sentido de los sacramentos. Esta experiencia se ha ido multiplicando... Hace 30 años llegué a Kenia para ser compañera de las primeras hermanas africanas; hoy la familia del Verbo Encarnado atiende ocho comunidades en Kenia, dos en Tanzania y una en Ruanda, con casi 80 hermanas que comparten la misión de prolongar la Encarnación del Verbo. Situación similar se está dando en Guatemala, El Salvador y en México –en Oaxaca, Tabasco y Ecatepec–, donde las hermanas comparten la vida de los hermanos más necesitados y desposeídos, llevando con su vida y su trabajo la presencia de Jesús que libera, promueve y dignifica a la medida de Jesús, Hijo único de Dios. Hna. MARÍA ELENA GONZÁLEZ, cvi NÚM. 144, ABRIL DE 2014 misioneros 45