Escena de Giulio Cesare en Módena Foto: Rolando Paolo Guerzoni Ópera en Italia Giulio Cesare en Módena Al término de una rica temporada, el Teatro Comunale di Modena “Luciano Pavarotti” puso en cartelera Giulio Cesare de Händel, demostrando la continua voluntad de crecimiento y difusión de cultura entre el público. Un poco reducida por el director de orquesta Ottavio Dantone, la partitura conserva los puntos salientes y los momentos más encantadores a pesar de que las supresiones recayeron sobre los coros y desafortunadamente sobre algunas arias notables. Las escenas de Michele Ricciarini desplazan la acción al tardío Ottocento, y los vestuarios de Cristina Aceti subrayan la idea del César explorador en el primer acto, mientras que en los siguientes la acción se desplaza a un Egipto tribal, con pocos elementos escenográficos. La dirección escénica de Alessio Pizzech, esencial en su cercana comparación con el físico de los intérpretes, prefiere ocuparse de las emociones más que de las acciones. Así, el Julio César de Sonia Prina tiene algunas discontinuidades canoras debido a un evidente cansancio de la artisa, mientras que convence plenamente su lado escénico. Elena Buratto es una Cleopatra que domina la partitura, pero tiene una entonación precaria, al revés del espléndido José septiembre-octubre 2011 María Lo Monaco, quien hizo una Cornelia de tintes bruñidos y que mostró un control óptimo de su emisión y fraseo. Los dos contratenores, Filippo Mineccia y Paolo López, han ofrecido pruebas diferentes: el primero, Ptolomeo, es desenvuelto en escena, e incluso a pesar de su falta de homogeneidad en el registro, tiene una voz en continuo desarrollo y está naturalmente dotada; el segundo, Sesto, tiene una voz áspera y le cuestan trabajo algunos pasajes de la partitura. Apreciable, el barítono Riccardo Novaro, Achilla, dotado de un instrumento multicolor y muy musical. Bien, el Curio de Andrea Mastroni, mientras que Floriano D’Auria, Nireno, nos pareció insuficiente. Dantone, con su siempre pulida Accademia Bizantina, ha dirigdo la partitura con personalidad, a pesar de que su lectura a menudo haya parecido poco vibrante. por Francesco Bertini Lucia di Lammermoor en Venecia El Teatro la Fenice di Venezia vuelve a tributar un homenaje a Lucia di Lammermoor que tanto público atrajo en el siglo XIX, demostrando el éxito inmediato que tuvo la obra de Donizetti. El pro ópera Roméo et Juliette en Milán Pasaron 80 años desde que Roméo et Juliette de Charles Gounod se montó por última vez en la escena del máximo teatro italiano (¡fue en 1934 cuando el papel de Roméo fue interpretado por Beniamino Gigli y el de Juliette por Mafalda Favero!). Por ello, la Scala propuso el espectáculo visto hace algunos años en el Festival de Salzburgo, que es una producción tradicional en una suntuosa escena fija creada por Michael Yeargan, en una plaza renacentista con la que el majestuoso palacio de los Capuletos sobresalía en la parte derecha del escenario y una alta y elegante columna delimitaba y enmarcaba la visión. Apropiados fueron los vestuarios de Catherine Zuber. El director escénico Bartlett Sher dio vida a la acción en cada momento cuidando a la perfección los gestos de los protagonistas y el movimiento de las masas de una manera muy natural. Jessica Pratt en Lucia di Lammermoor Foto: Michele Crosera espectáculo, coproducido con la Houston Grand Opera y Opera Australia, cuenta con escenografía mínima hasta lo inverosímil de Liz Ashcroft, también encargada del vestuario, y la dirección escénica de John Doyle, quien se mostró desinteresado en caracterizar a los personajes, que dejó al libre albedrío de los artistas. La Lucia propuesta para Venecia no satisfizo plenamente a los presentes. La soprano australiana Jessica Pratt no parece haber heredado la lujosa vocalidad de su predecesora australiana; se empeña más bien en demostrar la soltura de sus sobreagudos, a menudo faltos de entonación, con un fraseo desteñido y una mala dicción. El tenor georgiano Shalva Mukeria, Sir Edgardo di Ravenswood, parece salir, por su estilo, del pasado: si su instrumento no tuviera ya leves dificultades, la suya podría ser una verdadera lección de canto. Desafortunadamente, su prestación es discontinua y su zona aguda se siente muy forzada. Claudio Sgura, Lord Enrico Asthon, tiene una voz importante, aunque su técnica no está todavía sólida. El barítono de Puglia afronta con suficiente desenvoltura las asperezas canoras, emitiendo agudos a menudo inestables; pero su interpretación es destacada y su fraseo algo plausible. Dicha naturaleza fue también encontrada por la dirección de orquesta de Yannick Nézet-Séguin, el director franco-canadiense que atrapó el profundo intimismo de la partitura con una mano ligera, con sentido de la medida y del color, y nunca de una manera invasora o desbordante. El elenco fue apreciado por el público scaligero: Vittorio Grigolo dio vida a un apasionado Roméo de vocalidad generosa, exuberante y bien timbrada, aunque no muy refinada. Grigolo supo replegar su propio canto hacia acentos más íntimos y patéticos, como en la conmovedora conclusión del segundo acto. A su vez, su ‘Ah! Léve-toi, soleil!’ estuvo cargado de luminosidad. Nino Machaidze fue una Juliette vivaz y tierna, que a pesar de su timbre bronceado en el centro, tuvo dificultades en su registro más agudo, que pareció áspero y no siempre a fuego. Paternal y protector fue el Frère Laurence de Alexander Vinogradov, con emisión suave y segura. Frank Ferrari, de indudable timbre pastoso, tuvo problemas en la parte aguda de su Capulet. Sustancialmente correctos estuvieron: Juan Francisco Gatell (Tybalt), Russell Braun (Mercutio) y Cora Burggraaf (Stéphano). La Orquesta y el Coro del Teatro alla Scala se presentaron en óptima forma. o por Massimo Viazzo Mirco Palazzi, en el rol de Raimondo Bidebent, no demuestra su habitual bienestar en el repertorio donizettiano; la fragancia delicada de su instrumento sucumbe, en varios momentos, a una escritura que denota algunas fallas de emisión. Su interpretación, sin embargo, es encomiable por su adherencia al personaje que ejecuta. El rol de Arturo se ha confiado al joven Leonardo Cortellazzi que sale victorioso de la confrontación con el desposado y gana un vivo éxito debido a su fina prestación. El performance del Coro del Teatro La Fenice di Venezia, como ocurre usualmente, mantuvo buen nivel, al revés que la prueba del concertador Antonino Fogliani, quien a pesar de estar acostumbrado al repertorio donizettiano, perdió a menudo de vista el elemento romántico de la partitura: sus tiempos cerrados y poco pasionales devuelven una lectura, si bien correcta, bastante fría. por Francesco Bertini pro ópera Nino Machaidze y Vittorio Grigolo en Roméo et Juliette Foto: Brescia/Amisano septiembre-octubre 2011