Con las manos atadas Jueves, 17 de julio de 2014 | 12:05 am 0 Rosa Alayza M. (*) La vida pública se ha vuelto un espectáculo donde las formas cívicas brillan por su ausencia. Hemos olvidado para qué sirve la vida en común, qué papel tiene el Estado, para qué elegimos a los representantes y a quién se busca atender con la política pública. Nuestro papel como ciudadanos se debilita. Por eso, más allá de escandalizarnos o firmar comunicados de protesta o salir a la calle ¿no vemos que algo se pudre? ¿Cómo salir de las recetas caducas y proponer caminos efectivos? Son preguntas que surgen a menudo y no siempre encuentran respuestas claras. La esfera política, local, provincial, regional y nacional, se ha convertido en plataforma para la realización de intereses personales, sin que importe mucho el valor de estos espacios. “Todo se compra y todo se vende” o “que roben pero que hagan obra”, dicen por allí alegremente. Se organizan grupos políticos personalistas basados en un líder, que vende los puestos en su lista. Varias instituciones del Estado funcionan tejidas entre redes de corrupción que les imprimen un ritmo y velocidad, al punto que uno se pregunta: ¿funcionarían esas instituciones sin esas redes de corrupción? Se dice que hace falta una carrera pública con niveles de jerarquía y formación de los funcionarios. También es indispensable que los partidos políticos se fortalezcan para que sus representantes se sientan parte de un colectivo y también vigilados por el colectivo y así piensen varias veces antes de ceder a la corrupción. La política estatal funciona con una baja regulación de intereses privados de las empresas, y esto ocurre a costa de dimensiones vitales, como la preservación del medio ambiente o de los pueblos indígenas. Hacen falta instancias participativas y deliberativas donde la discusión pública sea incorporada como parte de la toma de decisiones de las autoridades. Y la lista puede seguir. LAS RESPUESTAS ORGANIZADAS DE LOS CIUDADANOS HAN IDO PERDIENDO PESO No se trata de seguir recetas, hacer juicios morales ni rasgarse las vestiduras; tampoco pensar que todos los males empiezan y terminan en el Estado. Este, obviamente, incorpora las formas de vivir y pensar de sus ciudadanos, donde está -a la orden del día- la exclusividad del interés personal a toda costa, cayendo en la corrupción -chica o grande- y donde el Estado equivale a un botín sin fondo. No conversan los intereses privados con los públicos, los primeros mueven a los segundos, y eso no es solo un mal del Estado, sino también de la sociedad. De otro lado, las repuestas organizadas de los ciudadanos han ido perdiendo peso. Las organizaciones sociales y cívicas, en todos los estratos sociales, se han debilitado. Distintas causas han contribuido a ello, sin descontar las traídas por los procesos políticos, se suman factores internos como la falta de renovación de líderes y discursos que las llevan al estancamiento; la corrupción de sus dirigencias y el descreimiento en su efectividad, que sumado a los múltiples estímulos de la vida social, terminan por ponerlas en una posición marginal, salvo algunas excepciones. Los ciudadanos necesitamos canalizar nuestras inquietudes, ideas y propuestas, puesto que los canales de hoy no parecen ser los más adecuados, y tampoco las autoridades estar muy dispuestas a escuchar o canalizar las propuestas UN ANÁLISIS REALISTA NO ESTÁ REÑIDO CON UNA ESPERANZA DE CAMBIO Seguramente hay muchas excepciones, tanto en el Estado como en la sociedad. Sí existen representantes, funcionarios y ciudadanos trabajando por llevar adelante la vida pública, pero no son ellos los que le imprimen el ritmo ni la agenda. Me queda la inquietud por saber si las energías ciudadanas existentes en todo lado poseen el vigor y disposición suficiente de comprarse este pleito. Pese a que el análisis presentado tiene una carga negativa que viene de la realidad, creo en las energías humanas y en su capacidad de renovación. No podemos cansarnos de darle vueltas a este espectáculo de la política actual que nos agobia, porque, dentro él, es donde tenemos que encontrar las fuerzas y posibilidades de renovación. Si no, ¿de qué otro lugar vendrían? Un análisis realista no está reñido con una esperanza de cambio. El cambio es posible, si es que persistimos en creer tercamente en el poder que tenemos todas las personas para cambiar nuestras circunstancias, incluso cuando nos sentimos con las manos atadas. (*) Politóloga, docente de la PUCP y miembro del Instituto Bartolomé de Las Casas