La batalla de Roncesvalles y el nacimiento de Aragón

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La batalla de Roncesvalles y el nacimiento de Aragón ¿Se acuerdan de la batalla de Roncesvalles, en la que el valeroso caballero franco Roldán pereció haciendo sonar su cuerno y hendiendo con un tajo de su espada la cordillera de los Pirineos? Bueno, pues esta historia semilegendaria encierra en su argumento la causa que originó el nacimiento de Aragón. Se lo cuento con pelos y señales: En el año 711 los ejércitos musulmanes del norte de África entraban en la península Ibérica para intervenir a favor de uno de los contendientes en una de las luchas por el poder habituales en el Reino visigodo. Con una única gran victoria (probablemente a orillas del río Guadalete, en la actual provincia de Cádiz) los nuevos invasores se adueñaron con relativa facilidad y en tan sólo tres años de la parte más romanizada de la península, aquella que controlaban los visigodos. Sólo en las zonas montañosas del norte se mantendría una población rebelde, nunca sometida totalmente, que iniciaría la lucha contra los invasores. Su primer núcleo organizado de resistencia se constituyó en Asturias, alrededor de la figura del noble visigodo Pelayo, quien sería el primer rey de la dinastía asturleonesa tras su victoria en la batalla de Covadonga, en el año 722. Aunque tal vez habría que hablar más bien de una escaramuza (si aceptamos los datos que apuntan a que apenas participaron en ella unos centenares de combatientes por cada bando); pero seguramente se trata de la escaramuza más trascendental de la historia medieval de la península. Anteriormente a ese hecho, los musulmanes ya se habían presentado ante las puertas de Zaragoza en la primavera del año 714, justo después de haberse apoderado de Huesca y del resto de los demás núcleos urbanos del valle medio del Ebro. Parece ser que, tras una resistencia inicial, la entrada en la ciudad fue pacífica y pactada, lo cual no impidió que algunos nobles y altas dignidades eclesiásticas visigodas se declarasen insumisos y se refugiasen en los Pirineos entre los indígenas, recabando con el tiempo el apoyo de los antiguos vecinos y enemigos de los visigodos: los francos. Éstos, que ya habían realizado en el pasado incursiones en el valle del Ebro (atacando sin éxito Zaragoza en el año 541), también habían visto sus posesiones invadidas por los musulmanes, por lo que tuvieron que emprender su propia labor de reconquista, iniciada con su victoria en la batalla de Poitiers (732) y no culminada hasta el año 759, constituida ya la dinastía carolingia. Sólo el más famoso de los reyes carolingios (Carlomagno) se embarcaría en una decidida campaña para expulsar a los musulmanes del noreste peninsular, dirigida contra la más importante ciudad de la zona, que en aquella época se había rebelado contra el emir de Córdoba: Zaragoza. Dicha campaña, emprendida en el año 778, acabó en fracaso, pues Carlomagno no pudo apoderarse de la ciudad y, a su regreso, la retaguardia de su ejército fue atacada y derrotada en lo que hoy se conoce como la batalla de Roncesvalles. Así contaba lo que pasó, no muchos años después de aquel 15 de agosto del año 778, el biógrafo de Carlomagno, el venerable Eginhardo, en su Vita Karoli Magni: “Marchó a Hispania con todas las fuerzas disponibles, y salvados los montes Pirineos, logró la sumisión de todas las fortalezas y castillos que encontró. Al regreso, en la misma cima de los Pirineos, tuvo que experimentar la perfidia de los vascones cuando el ejército desfilaba en larga columna, como lo exigían las angosturas del lugar. Los vascones emboscados en el vértice de la montaña, descolgándose de lo alto, empujaron al barranco a la columna que escoltaba la impedimenta que cerraba la marcha, provocando que los hombres se precipitasen al valle situado más abajo, y trabando la lucha los mataron hasta el último. Después de lo cual, apoderándose del botín, protegidos por la noche que caía, se dispersaron con gran rapidez. Ayudó a los vascones no sólo la ligereza de su armamento, sino también la configuración del lugar en que la suerte se decidía. A los francos, tanto la pesadez de su armamento como el estar en un lugar más bajo, les hizo inferiores en todo momento. Entre otros muchos perecieron el senescal Egiardo, el conde de palacio Anselmo y Roldán, prefecto de la Marca de Bretaña. Este fracaso no pudo ser vengado, porque los enemigos se dispersaron de tal manera que ni siquiera quedó rastro del lugar donde podían hallarse.” Sean estos “vascones” habitantes del Pirineo navarro o, como aventuraba el medievalista Don Antonio Ubieto, de la Universidad de Zaragoza, pastores de la Bal d’Echo, lo cierto es que esta derrota supuso todo un trauma para el poderoso imperio carolingio, que tardó mucho en digerir este desastre en torno al cual se desarrolló toda una tradición literaria de siglos basada en el Cantar de Roldán. Vamos, algo así como las innumerables películas creadas por Hollywood para sublimar el impacto psicológico que tuvo entre los norteamericanos su derrota en Vietnam... pero trasladado a la Edad Media, claro. Dicho fracaso determinó a los francos a adoptar una estrategia más gradual, creando con el apoyo de las comunidades indígenas del Pirineo y las familias visigodas allí exiliadas, una amalgama de condados fronterizos desde los que lanzar ataques contra los musulmanes e ir arañándoles poco a poco un territorio que fuesen después capaces de defender mediante su fortificación y su repoblación. Esta nueva estrategia permitió a partir del año 785 la creación de los primeros condados de la Marca Hispánica en el norte de la actual Cataluña, ocupando gradualmente a partir de ellos nuevos territorios hasta llegar a ocupar Barcelona en el año 801, punto a partir del cual el avance franco se estancaría. Es en esos primeros años del siglo IX cuando los francos también crean condados en Pallars, Ribagorza, Aragón y hacen frustrados intentos de controlar el territorio circundante a la ciudad de Pamplona. Los condes y gobernadores de la Marca Hispánica eran nombrados por los reyes carolingios entre la nobleza franca, pero muy pronto surgieron movimientos, a menudo violentos, entre los líderes indígenas para ocupar el mando que ostentaban los ultrapirenaicos. La primera de estas revueltas y conspiraciones que triunfó fue la que en el año 809 llevó a la sustitución del primer conde franco de Aragón (Aureolo, Oriol o Uriol, ya documentado como conde de Aragón en el año 802, y cuyo recuerdo dio nombre a la Peña Oroel) por un conde indígena llamado Aznar Galíndez. Aznar I acabaría extendiendo su dominio sobre el condado de Sobrarbe (el cual posiblemente nunca estuvo gobernado por los francos), Cerdaña y Urgel. En Pamplona, el precario dominio de los francos acaba cuando en el año 824 Íñigo Arista, un noble indígena emparentado con la poderosa familia musulmana de los Musa ibn Musa y con la familia condal aragonesa, consigue derrotar a los condes francos Elbe y Aznar, titulándose a partir de ese momento Rey de Pamplona y dominando todo el territorio que se extendía entre Irati, Echo, Pamplona y Tudela. A pesar de estos reveses, los francos aplastaron las revueltas que se produjeron en el resto de los condados de la Marca Hispánica en el año 825, por lo que la sujección de éstos a la suerte del imperio franco (y, con ello, a las luchas internas que se iban a desatar en él) determinó la progresiva pérdida de su vigor reconquistador. Como resultado de estos acontecimientos, junto al ya consolidado reino asturleonés fundado en la primera mitad del siglo VIII, surgen a principios del siglo IX dos nuevos protagonistas, Navarra y Aragón, que sucesivamente se constituirían junto al primero como los principales desafíos para Al-­‐Andalus en sus fronteras septentrionales. En conclusión: si Carlomagno hubiese podido ocupar todo el Valle del Ebro, como pretendió inicialmente, de un solo golpe, probablemente Aragón no hubiese nacido y la Historia se hubiese escrito de un modo diferente. Así pues, la batalla de Roncesvalles (¿o de la Bal d’Echo?) fue determinante para que hoy vivamos en este trozo de Europa unas gentes que nos reconocemos como aragonesas y aragoneses, orgullosas de su pasado y con ganas de pelear con rasmia por su futuro. Miguel Martínez Tomey Fundación Gaspar Torrente 
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