castellano - Colegio Bosques de Sherwood

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Área:
Periodo a recuperar:
Fecha:
Estudiante:
COLEGIO BOSQUES DE SHERWOOD
CAC-007
TALLER DE REFUERZO
Ene. 13 de 2010 Ver 1.1.
HUMANIDADES
PRIMERO
MARZO 2016
Materia:
CASTELLANO
Grado:
DÉCIMO
Grupo:
Docente:
VALESKA BRETÓN
Taller:
Evaluación:
DESARROLLA A COMPUTADOR PEFECTAMENTE PRESENTABLE LAS ACTIVIDADES QUE APARECEN A
CONTINUACIÓN. SERÁ TU TALLER DE RECUPERACIÓN QUE EQUIVALE AL 10 % DE TU NOTA Y ES
OBLIGATORIO PARA QUE PUEDAS ACCEDER A LA OPORTUNIDAD DE LA SUSTENTACIÓN. RECUERDA
ADEMÁS, QUE LA SUSTENTACIÓN CORRESPONDE AL 90 % DE LA NOTA FINAL.
1. LEE LOS SIGUIENTES TEXTOS Y DE ACUERDO A ELLOS DESARROLLA LAS PREGUNTAS QUE APARECEN
AL FINAL.
TEXTO 1: EDAD MEDIA
La Edad Media es el periodo de la historia europea que transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de
Occidente, en el siglo V, hasta el siglo XV. Su comienzo se sitúa tradicionalmente en el año 476 con la caída del Imperio
Romano de Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio
Bizantino, fecha que coincide con la invención de la imprenta (Biblia de Gutenberg) y con el fin de la Guerra de los
Cien Años.
No obstante, las fechas anteriores no han de ser tomadas como referencias fijas ya que nunca hubo ruptura brusca
en el desarrollo cultural de Europa. Parece que el término lo empleó por vez primera el historiador Flavio Biondo de
Forli, en su obra “Historiarum ab inclinatione romanorun imperii decades” (“Décadas de historia desde la decadencia
del Imperio romano”), publicada en 1438 aunque fue escrita treinta años antes.
El término implicó en su origen una parálisis del progreso, considerando que la edad media fue un periodo de
estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la antigüedad clásica y el renacimiento. La
investigación actual tiende, no obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que constituyen la evolución
histórica europea, con sus propios procesos críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres
épocas.
INICIOS DE LA EDAD MEDIA
Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el inicio de la edad media: ni los ya mencionados como
referencia aproximada ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de
Rómulo Augústulo (último emperador romano de Occidente) fueron sucesos que sus contemporáneos consideraran
iniciadores de una nueva época.
La culminación a finales del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación
económica y las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano, hizo cambiar la faz de
Europa. Durante los siguientes trescientos años Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada
sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse u olvidarse por completo.
LA CREACIÓN DE UN NUEVO ORDEN
DESINTEGRACIÓN DEL PODER CENTRAL Y VASALLAJE
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El imperio de Carlomagno (742-814) constituyó el primer intento de crear un nuevo orden después de los graves
trastornos que se habían producido a raíz de las invasiones de los pueblos germánicos y la decadencia y caída final
del imperio romano.
A la muerte de Carlomagno (814) siguieron nuevas conmociones producidas en gran parte por nuevas migraciones
e invasiones: los germanos del norte o normandos, provenientes de Escandinavia, se dirigieron a Rusia, Inglaterra, el
norte de Francia y el Mediterráneo.
Los pueblos eslavos se extendieron por la Europa centro-oriental. Los húngaros o magiares, jinetes nómades
provenientes del centro de Asia, recorrieron la cuenca del Danubio. En el curso del siglo X estos pueblos se hicieron
sedentarios y se convirtieron al cristianismo. Empezaron a formarse los pueblos que en definitiva determinarían la
fisonomía de Europa.
Todos estos cambios se produjeron en medio de una transformación general de las formas económicas, sociales y
políticas. Decayeron las ciudades, disminuyó y casi desapareció el comercio internacional, se redujo el uso de la
moneda y la tierra quedó como la principal riqueza. Los poderes centrales perdieron toda autoridad y desapareció la
organización administrativa burocrática.
Lentamente se formó un nuevo orden que ha recibido el nombre de feudalismo.
En medio de las interminables guerras los hombres anhelaron por encima de todo poder disfrutar de protección y
seguridad. Como los poderes centrales perdieron toda autoridad se tuvo que recurrir a los poderes locales. Se
generalizó la costumbre de que los vecinos de un lugar se sometieron a quien los podía defender mejor: a veces un
conde, pero muchas veces también algún particular que no poseía ningún título o cargo oficial, pero que se imponía
a los demás por su valentía y su sentido de la autoridad. A estos hombres se les empezó a llamar señores, mientras
que las personas que se encomendaban a su protección recibieron el nombre de vasallos.
Entre señor y vasallo se estableció una especie de contrato: el señor prometía protección a su vasallo; éste se
comprometía, mediante un juramento de fidelidad, a ciertos servicios. El régimen vasálico se generalizó a través de
toda la sociedad: el rey encabezaba la pirámide: sus vasallos eran los duques, condes y otros señores poderosos. Éstos,
por su parte, recibían la "fidelidad" de las personas más ricas e influyentes de su región las cuales, a su vez, recibían los
servicios de vasallos más modestos. De esta manera, desde la cima hasta la base de la sociedad, toda persona estaba
vinculada a otra.
EL FEUDO
El régimen vasálico constituyó una determinada forma de organización del poder cuyo desarrollo se vio favorecido
por las condiciones económicas imperantes en la época. En aquellos tiempos la tierra era la única riqueza. Muchas
veces los propietarios, al encomendarse a una persona más poderosa, solicitaron protección no sólo para ellos mismos,
sino también para sus tierras. A menudo donaban sus tierras a su protector, pero conservaban su usufructo. Por otra
parte, los señores poderosos, dueños de grandes propiedades, para recompensar a sus servidores, les daban uno de
sus propios dominios y les permitieron recibir sus productos. El dueño daba su tierra en beneficio o, como se diría
luego, en feudo. En un comienzo se concedieron los feudos ante todo como compensación económica por los
servicios prestados. Más, con el tiempo se generalizó la costumbre de que los señores diesen los feudos a aquellos que
se encomendaban a ellos como vasallos. El régimen feudal nació de la combinación de vasallaje y feudo.
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RÉGIMEN FEUDAL
Este sistema de tenencia de la tierra y servicio personal se generalizó en la mayor parte de Europa, si bien sus formas
específicas variaron mucho de un país a otro y, de un siglo a otro. El acto mediante el cual una persona se convertía
en vasallo y recibía un feudo era solemne, lleno de colorido. El vasallo debía prestar el homenaje: se arrodillaba, con
la cabeza descubierta y sin armas, y colocaba sus manos juntas entre las manos del señor. Luego decía: "Señor, yo seré
vuestro hombre". Al homenaje seguía la fe, el juramento de fidelidad que se prestaba poniendo el vasallo sus manos
sobre las Sagradas Escrituras o una reliquia. Luego seguía la investidura: el señor investía al vasallo del feudo y con este
fin le entregaba un objeto simbólico, una rama o un terrón que representaba la tierra enfeudada. Mediante el
homenaje y la investidura se establecía un contrato que imponía obligaciones recíprocas.
El señor debía al vasallo protección y mantención. El vasallo debía ayuda y consejo. La ayuda más importante era el
servicio militar o servicio de hueste: el vasallo debía presentarse con armadura y caballo y debía mantenerse con sus
propios medios. Como un señor poderoso tenía a muchos vasallos, el vasallaje le proporcionaba las fuerzas armadas
necesarias para defender sus propiedades y las de sus vasallos y siervos. Con el tiempo, el servicio militar quedó
reducido a cuarenta días al año. El vasallo debía prestar ayuda pecuniaria: para pagar el rescate del señor que había
caído prisionero, para dotar de armadura al hijo primogénito del señor que era armado caballero, para el matrimonio
de la mayor, y para la partida del señor a Tierra Santa. El servicio de consejo comprendía, ante todo, la asistencia al
tribunal del señor.
Con el tiempo no sólo las tierras, sino también toda clase de funciones y derechos públicos fueron entregados en
feudos. Los condes, que una vez habían sido funcionarios nombrados por el rey, se convirtieron en vasallos que
ejercían las funciones públicas por derecho feudal. El rey feudal gozaba de un poder muy limitado. Sólo ejercía
autoridad sobre sus dominios propios y los vasallos inmediatos, pero no tenía ningún poder directo sobre la gran masa
de la población. Cada señor gobernaba en sus dominios. Los grandes señores, los duques y condes, eran verdaderos
reyes en sus dominios: mantenían sus propias fuerzas militares, administraban justicia, percibían impuestos y acuñaban
monedas. Y también los vasallos inferiores ejercían funciones públicas que en el imperio romano habían sido
desempeñadas por la administración imperial y que en el Estado moderno serían desempeñados por los organismos
propios del Estado.
El régimen feudo-vasálico fue, pues, una organización del poder político que correspondió a las condiciones especiales
de la Edad Media. El sistema feudal no pudo garantizar plena estabilidad política. Sin embargo, en tiempos de escaso
desarrollo económico y técnico y de mucha violencia, ofreció ciertas condiciones de paz y justicia e inculcó a los
hombres ciertos valores que conservan su sentido hasta la fecha: el sentido del honor, la virtud de la lealtad, el respeto
por la dignidad de la persona, la estimación de la mujer, la fe en la palabra dada.
LA IGLESIA EN EL SISTEMA FEUDAL
La Iglesia recibió por donación o legado extensas tierras que estaban sujetas a las obligaciones feudales. Los obispos
y abades, al mismo tiempo de ser ministros de la Iglesia, se convirtieron en vasallos de los reyes y en grandes señores.
Cuando moría un vasallo laico sin herederos, la administración del feudo volvía a manos del señor. En cambio, los
feudos de la Iglesia no pertenecían a un obispo o abad en particular. Por eso, cuando moría un obispo, el contrato
feudal no era alterado y la Iglesia conservaba la tierra. De esta manera, las posesiones de la Iglesia aumentaron cada
vez más y finalmente la tercera parte de la propiedad agrícola en la Europa occidental y central perteneció a la Iglesia.
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VIDA Y CULTURA CABALLERESCA
La vida del señor se desarrollaba principalmente en el castillo, que era habitación y fortaleza y símbolo de la vida noble.
Al medio se elevaba la torre señorial con su atalaya. Los edificios y patios estaban rodeados por gruesos muros provistos
de almenas y troneras y por un profundo foso. Para entrar al castillo había que bajar el puente levadizo y subir el
pesado portón. El castillo no ofrecía grandes comodidades y la vida transcurría tranquilamente. Las ventanas, sin vidrios
eran pequeñas para poderlas tapar en el invierno. En invierno se prendía fuego para protegerse contra el frío. Pero las
salas se llenaban de humo. Recién en el siglo XIV empezaron a construirse chimeneas.
Para las comidas las fuentes se ponían en la mesa. Cada uno se servía con los dedos o con una cuchara y cuchillo. No
se conocía el tenedor. Los huesos eran arrojados a los perros que se colocaban detrás de su amo. Las camas estaban
cubiertas por un baldaquino con pesadas cortinas para protegerse contra el frío. El día empezaba con la misa. Luego
el señor recorría el castillo, se preocupaba de sus caballos y perros y conversaba con su administrador. Las principales
diversiones eran la caza y los ejercicios ecuestres y de armas. Con regocijo se recibía a los prestidigitadores, comediantes
y músicos y, ante todo, a los trovadores que, en sus poesías y poemas, cantaban la dicha del amor y las épicas hazañas
del rey Arturo y otros valientes caballeros.
La caballería. Originalmente el caballero fue simplemente el guerrero que luchaba a caballo. A medida que el combate
a caballo se tornó cada vez más complicado, requiriendo de una preparación especial y de grandes medios
económicos, los caballeros empezaron a erigirse en un verdadero estado y casi en una orden que constituía la
realización máxima de los ideales que animaban a la nobleza medieval.
Por regla general, sólo el hijo de nobles podía llegar a ser caballero. Para serlo, debía someterse a un largo aprendizaje
de las armas. Servía a un ilustre caballero como paje y escudero. A la edad de veintiún años era armado caballero en
solemne ceremonia. Máxima expresión de la vida caballeresca eran los torneos. Pomposas fiestas en que los caballeros,
en presencia de las damas, medían sus fuerzas.
En la caballería medieval se armonizaron la ética heroica de los germanos y los principios de la moral cristiana. El
caballero cristiano debía usar la espada en defensa de la religión y en protección de las viudas, los huérfanos y todos
los pobres y desamparados.
IGLESIA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA MEDIEVAL
A diferencia del feudalismo, que se caracterizaba por la existencia de un sinnúmero de poderes locales, la Iglesia
disponía de una fuerte organización centralizada que constituyó la principal fuerza unificadora durante la Edad Media.
Bajo la dirección de la Iglesia, la cristiandad o República cristiana se comprendió como unidad. La Iglesia ejerció
numerosas funciones propias del gobierno civil y tuvo decisiva influencia sobre todo el desarrollo social y cultural. La
Iglesia poseyó también un enorme poder material, ya que tenía el derecho al diezmo, la décima parte que cada uno
debía pagar de sus entradas a la Iglesia y, además, recibió grandes donaciones de tierras.
La iglesia acompañaba al hombre durante toda su vida. Por medio del sacramento del bautismo el niño se convertía
en cristiano y recibía un nombre cristiano. Por medio de la confirmación el bautizado era recibido definitivamente en
la Iglesia. La confesión y penitencia absolvían al pecador de sus pecados. En la celebración de la Santa Eucaristía el
sacerdote consagraba el pan y el vino en conmemoración de la Última Cena. El matrimonio sólo era reconocido
cuando recibía la sanción y bendición por medio del sacramento del matrimonio. El sacramento de la ordenación era
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conferido a los que se ordenaban sacerdotes. El sacramento de la extrema unción era dado por el sacerdote antes de
la muerte. Los sacerdotes eran esenciales para la salvación eterna. Los sacramentos los confería la Iglesia por intermedio
de sus sacerdotes.
Durante la Edad Media la Iglesia se esforzó por suavizar las costumbres, suprimir los espantos de la guerra e imponer
el ideal cristiano de la paz. Por medio de la Tregua de Dios la Iglesia logró limitar las acciones bélicas a ciertos días de
la semana, quedando prohibido el uso de la espada en los días consagrados especialmente a Dios. La Iglesia mantenía
sus propios tribunales con el fin de proteger a los débiles y desamparados y de castigar a los que violaban los
mandamientos religiosos y eclesiásticos. Administraba justicia según el Derecho Canónigo, el derecho de la Iglesia,
una recopilación basada en las Sagradas Escrituras, los escritos de los Santos Padres, las resoluciones de los Concilios y
los decretos de los Papas.
El peor crimen y pecado era la herejía, la creencia en errores que, por ser contrarios al dogma, habían sido condenados
por la Iglesia. La herejía era un crimen contra Dios y la sociedad. El herético se colocaba al margen de la sociedad
religiosa y de la sociedad civil y era castigado por ambas. Para perseguir y castigar a los herejes, la Iglesia estableció los
tribunales de la Inquisición. Las principales armas que usaba la Iglesia contra quienes la ofendían eran la excomunión,
el entredicho y la destitución de los gobernantes impíos. La excomunión negaba al culpable los servicios de la Iglesia.
El hereje que no se reconciliaba con la Iglesia era entregado a las autoridades civiles que solían condenarlo a morir en
la hoguera. Por medio del entredicho se cerraban las Iglesias y se suspendían los servicios religiosos en un distrito
entero hasta que los culpables, bajo la presión de la población piadosa afectada por esta terrible medida, deponían su
actitud rebelde.
El gobernante que violaba las leves de la Iglesia podía ser destituido por ésta. Los súbditos de un príncipe excomulgado
quedaban absueltos del juramento de fidelidad. En el curso del tiempo las relaciones entre el poder temporal y el
poder espiritual se hicieron cada vez más estrechas. Los reyes francos y los emperadores alemanes que siguieron a
Carlomagno ayudaron a los Papas. Estos intervenían en la coronación de los emperadores. Los obispos que obtenían
algún feudo debían servir a su señor feudal. Durante el siglo X los emperadores alemanes intervinieron directamente
en Roma con el fin de proteger a los Papas contra la poderosa nobleza y el inquieto pueblo romano. Los emperadores
y reyes se arrogaron el derecho de designar directamente a los obispos y abades.
Durante el siglo XI se produjo un profundo renacimiento religioso que tuvo su origen en la orden monástica de Cluny
que había sido fundada en Borgoña en 910. Los monjes cluniaenses quisieron reformar los monasterios y la Iglesia
entera con el fin de que se pudiera dedicar enteramente a sus fines religiosos. Para ello era necesario librarla de la
dominación de los Príncipes. Había que poner término a la investidura laica, la designación de los obispos por los
reyes.
En el año 1059 se creó el Colegio de Cardenales en Roma, que recibió la función de elegir al Papa con prescindencia
de toda posible influencia por parte de los poderes políticos. La reforma fue apoyada entusiastamente por el Papa
Gregorio VII (1073-1'085). Durante la querella de las investiduras se produjo un violento conflicto entre el Papado y
el Imperio. El emperador Enrique IV insistió en su tradicional derecho de nombrar a los obispos. Gregorio VII luchó
por la libertad de la Iglesia y excomulgó a Enrique IV. Este se vio obligado a someterse. En el año 1077 Enrique IV
apareció en Canosa, un castillo de los Apeninos, vestido de penitente, y permaneció descalzo durante tres días y tres
noches en la nieve hasta que Gregorio lo absolvió y lo admitió nuevamente en la Iglesia.
En los decenios siguientes la Iglesia pudo imponer ampliamente sus exigencias y el Papado alcanzó un poder cada
vez mayor. Inocencio III (1198-1216) proclamaba que la autoridad del Papa estaba por encima de todo poder
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temporal. Los reyes de Inglaterra, Dinamarca, Polonia, Hungría, Aragón y Portugal se convirtieron en vasallos de San
Pedro y juraron fidelidad al Papa. En el curso de los siglos XII y XIII se produjeron grandes cambios en Europa.
Renacieron las ciudades y el comercio y se fundaron colegios y universidades. Para responder a estos cambios se
crearon dos nuevas órdenes religiosas: la orden franciscano, fundada por San Francisco, y la orden dominicana,
fundada por Santo Domingo. Los monjes de estas nuevas órdenes no se retiraban a la soledad monástica, sino que
se mezclaban con el pueblo. Recorrían las calles y las plazas y predicaban el Evangelio con el fin de inculcar la fe
cristiana y combatir las herejías. Los dominicanos se destacaron como filósofos y teólogos y muchos de ellos fueron
profesores eminentes en las universidades de Bologna, París, Colonia y Oxford.
Durante cientos de años los peregrinos cristianos pudieron visitar los santos lugares en Palestina, ante todo los lugares
de la Pasión y el Santo Sepulcro en Jerusalén. Pero en el siglo XI los turcos seldyúcidas, fanáticos musulmanes, se
apoderaron de Palestina y pusieron en peligro a Bizancio, cuyo emperador solicitó ayuda de la iglesia de Occidente.
En el Concilio de Clermont (1095) el Papa Urbano II invitó a los fieles a "tomar la cruz" y a rescatar Tierra Santa de los
infieles. Durante los siglos XII y XIII millares de cruzados se dirigieron a Palestina, por mar y por tierra, con el fin de
reconquistar Tierra Santa para la cristiandad. Los cristianos conquistaron grandes triunfos y, temporalmente, pudieron
establecer su dominio sobre Jerusalén y otros lugares. Mas, a la postre, los musulmanes lograron mantener su posición.
A pesar de que las Cruzadas no consiguieron su fin, tuvieron enormes efectos sobre Occidente. Se estrecharon los
contactos con Oriente, los europeos conocieron una cultura que en muchos aspectos era superior a la propia, se
abrieron los mercados asiáticos y se intensificó el comercio internacional. Los mercaderes italianos se encargaron de
llevar a Europa caña de azúcar del Líbano y Siria, y sedas, especias, tejidos finos y piedras preciosas del Cercano y del
Lejano Oriente.
TEXTO 2: RELATOS DE LA MESA REDONDA (ANÓNIMO)
El rey Arturo, héroe de muchos poemas y relatos que datan de los siglos XII y XIII, es un rey legendario del país de
Gales, cuya existencia tiende a admitirse en la actualidad y que habría defendido a su pueblo contra los sajones en el
siglo VI. Narra la leyenda que recibió de las hadas una espada mágica, merced a la cual dominó a toda Europa y logró
traer de Palestina la cruz de Jesucristo. Instituyó la orden de los Caballeros de la Mesa Redonda, llamados así porque
sus miembros deliberaban en torno de una mesa circular. El rey Arturo ha sido considerado como la flor de la caballería
céltica, y los relatos escritos sobre él y los caballeros de su corte en la Edad Media se conocen como “relatos del ciclo
bretón”.
LA HISTORIA DEL REY ARTURO
Las torres del castillo del rey Uther brillaban apenas con los primeros rayos del sol naciente cuando Merlín, el viejo
mago esperaba con visible impaciencia, junto a la poterna. Poco después, la puerta se abrió, y salieron dos caballeros
y dos damas, una de las cuales llevaba un niño envuelto en un paño de brocado de oro. Ese día, Merlín estaba
disfrazado de harapiento mendigo. Tomó el niño de manos de la dama que lo llevaba y se fue con él, apretándolo
contra su pecho. Se lo llevó a sir Héctor, un digno caba-llero, quien, con su noble esposa, lo recibió gustosamente,
sabiendo muy bien quién era aquella criatura. Luego, sir Héctor llamó a un religioso, que bautizó al niño con el nombre
de Arturo.
Y así fue como Arturo se crió con sir Héctor y su noble esposa y llamó hermano al hijo de ambos, kay. Sólo sir Héctor
y su esposa sabían que aquel niño era de sangre real; porque Merlín había aconsejado al rey Uther que ocultara a su
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hijo, para que sus enemigos no le hicieran daño. Y Arturo creció llamando padre y madre a sir Héctor y su esposa, sin
saber que era hijo de un rey. Mientras tanto, las guerras seguían librándose furiosamente en la infortunada Britania,
ya que muchos enemigos querían arrebatar su reino a Uther. Cuando, por fin, el rey empezó a padecer una horrenda
enfermedad, sus enemigos se envalentonaron más que nunca, para avasallar a su país y matar a su pueblo.
Entonces, Merlín dijo al rey:
—Mi señor, los reyes del norte se unen y marchan sobre Londres, y el pueblo tiembla y huye ante ellos. ¿Sigues siendo
rey de este país o ya no lo eres? La litera está ante la puerta. ¡Levántate, y que el pueblo vea que aún tiene rey!
De manera que el rey Uther fue trasladado al campo de batalla en una litera llevada por caballos, y en una tremenda
lucha que se efectuó en Saint Albans, su ejército resultó victorioso, y muchos reyes nórdicos murieron. Entonces, Uther
quedó satisfecho y volvió a Londres con triunfal alegría. Pero su enfermedad se acentuaba. Y cuando, por fin, pasó
postrado tres días sin hablar, sus afligidos barones llamaron con urgencia a Merlín, el sabio mago, para que les
aconsejara. Cuando Merlín entró a la cámara de la muerte, vio que no había tiempo que perder y gritó al rey
moribundo:
—Sire… ¿Será rey vuestro hijo Arturo, después de vos?
El rey reaccionó y dijo, en presencia de todos los barones:
—Le doy la bendición de Dios y la mía y le pido que ore por mi alma y reclame mi corona.
Después de lo cual, murió.
Entonces hubo gran agitación y dificultades en el país y grandes reuniones de hombres de armas, porque muchos
querían reinar después de Uther. Pero Merlín y el arzobispo de Canterbury consultaron el asunto entre sí y convocaron
a una reunión de los señores y caballeros, un día de Navidad, pidiéndoles que purificaran su vida y su corazón antes
de acudir a la misma.
Cuando se reunieron en la iglesia más grande de Londres, vieron en el patio un yunque y, atravesándolo, una espada.
En la espada se hallaban cinceladas con letras de oro estas palabras:
“Quienquiera saque esta espada de este yunque, es legítimamente rey de toda Inglaterra.”
Por lo tanto, cuando se dijo la misa mayor, cada uno de los presentes intentó sacar la espada. Pero nadie pudo hacerlo.
Cuando todos hubieron fracasado, el arzobispo insinuó que se anunciara un gran torneo para el día de Año Nuevo:
entonces, todos los caballeros del reino podrían tratar de sacar la espada, y quizá Dios revelara quién era el rey legítimo.
El día de Año Nuevo, sir Héctor llegó a caballo a Londres, con su hijo Kay y su hijo adoptivo Arturo, para ver el torneo.
Kay se proponía probar suerte con los otros jóvenes: por eso, al notar que había dejado su espada en los aposentos
de su padre, rogó a Arturo, que sólo tenía quince años, que fuera a buscarla. Pero cuando Arturo llegó allí, la casa
estaba cerrada con llave: todos se habían marchado a ver el torneo. Arturo frunció el ceño, preguntándose qué podía
hacer por Kay, su hermano.
“Iré al cementerio de la iglesia y sacaré la espada metida en el yunque”, pensó. “Porque es una lástima que mi hermano
no tenga una espada.”
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Cuando llegó al cementerio, sacó la espada fácilmente y se la trajo con toda inocencia a Kay, sin saber qué había
hecho. Pero Kay miró la espada y la reconoció.
—¡Señor! —gritó a su padre—. ¡Tengo la espada del yunque! ¡Ahora seré el rey del país!
Pero sir Héctor le hizo confesar a su hijo, bajo juramento, cómo había obtenido la espada y, llamando a Arturo, se lo
preguntó también a él.
—Ahora comprendo que eres tú quien debe ser rey —dijo sir Héctor, cuando lo hubo oído.
—Pero… ¿por qué? —preguntó Artruro, asombrado.
—Señor —respondió sir Héctor, con nyevo y extraño respeto— ¡Dios lo quiere así! Pero volvamos al cementerio y veamos
si puedes volver a poner la espada en él yunque y sacarla nuevamente.
Y los tres volvieron al cementerio, y Arturo puso la espada en su sitio. Luego. Kay, a pesar de sus esfuerzos, no logró
retirarla. Pero Arturo tornó a sacarla con la mayor facilidad. Al ver lo hecho por Arturo, sir Héctor se hincó de rodillas
y ordenó a su hijo que hiciera lo mismo.
—Mi querido padre, mi querido hermano… ¿por qué habéis de arrodillaros ante mí? —exclamó Arturo, afligido.
—Mi señor Arturo —respondió entonces sir Héctor—. Nunca fui vuestro padre y Kay vuestro hermano. La sangre que
fluye por vuestras venas es mucho más noble que la mía.
Luego contó al joven que era hijo del rey Uther. Pero Arturo estaba acongojado, porque amaba a sus padres adoptivos
como si fueran los suyos propios.
—No os apenéis —dijo el buen sir Héctor—. Sed, solamente, mi noble y gentil señor, cuando seáis rey.
— Por cierto que eres el hombre a quien más debo en el mundo y lo mismo a mi buena señora y madre, tu esposa! —
grito Arturo—. Si es la voluntad de Dios que yo sea rey algún día, pídeme lo que quieras y no permita Dios que yo deje
de hacerlo.
—Lo único que habré de pedir, es que se nombre a Kay senescal de tu reino —dijo sir Héctor.
Y así fue como coronaron rey a Arturo, cuando hubo probado a todos que podía sacar la’ espada del yunque. Muchos
se alegraron y le fueron leales; pe-ro otros muchos se irritaron, clamando que Arturo no era hijo de Uther. Y algunos
contaron que el niño había sido arrojado sobre una ola de oro a la playa, por la magia de Merlín, y que sólo era un
hijo de las hadas.
Y ocurrió que, cuando el rey Arturo anunció una gran fiesta en Pentecostés, muchos reyes y nobles caballeros se
reunieron como para honrarlo. Pero cuando les envió corteses saludos y regalos, le devolvieron sus palabras y sus
presentes con desdén, diciendo que no acep-tarían dones de un niño imberbe, de hu-milde cuna. Preferían darle
“dones de duras espadas, entre el cuello y los hombros”.
El rey fue a hablar con los indómitos, con doble malla bajo la capa; y lo acom-pañaron el arzobispo, sir Kay y otros
leales amigos. Como la antigua crónica dice: “cuando se reunieron, no hubo mansedumbre, sino palabras fuertes por
ambas partes; pero el rey Arturo respondía siempre a ellas y dijo que él les haría inclinarse, si vivía”. En esa forma, tanto
Arturo como sus ingobernables barones se prepararon para la guerra. Y hubo un período, largo e infortunado, en
que los caballeros que debían haber combatido hombro con hombro, se quebraban mutuamente los escudos. Pero,
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por fin, después de prodigiosas batallas, el rey Arturo venció. Junto al rey se hallaba siempre Merlín, viejo y sabio, para
guiarlo y aconsejarlo. Merlín advirtió a Arturo que no debía casarse con la hermosa princesa Guinevere, ya que el
mejor caballero y más caro amigo del rey, sir Lancelot, estaba enamorado de ella. Pero el imprudente monarca hizo
caso omiso de la advertencia. Merlín le avisó, también, que aparecería un hombre, nacido en determinado día de
mayo, que le traería una catástrofe, tanto al rey como a toda la corte. Y Arturo escuchó esta advertencia y ordenó que
todos los niños nacidos en ese día de mayo fuesen enviados a su corte. Pero el barco naufragó durante la travesía, y
todos se ahogaron. . ., salvo uno, que las olas arrojaron a la playa y al que encontró un buen hombre, que lo educó
como si fuera su propio hijo. Ese niño era Modred, de quien habrá mucho que decir más adelante.
Pero, a pesar de la guerra que ardía en sus estados y de sus problemas privados, el joven rey estaba forjando un noble
reino. Congregó a su alrededor a los mejores caballeros de la cristiandad, audaces por sus hechos y de corazón recto.
Cuando pasaron las guerras, sus caballeros partieron en busca de valerosas hazañas o de misiones caballerescas o
piadosas, para ayudar a los caballeros o a las bellas damas en apuros. “El rey dio una situación acomodada a todos
sus caballeros; y a los que no poseían tie-rras, se las dio y les dijo que nunca co-metieran agravios ni crímenes y que
re­huyeran siempre la traición”, dice To­más Mallory. “Además, los exhortó a no ser crueles, sino a dar misericordia al
que la pidiera y a proporcionar siempre ayuda a las damas, doncellas y mujeres nobles en general, que estuvieran en
apuros. Estableció, igualmente, que ningún hombre debía combatir por querellas irrazonables, por nada del mundo.
Todo esto lo juraron los caballeros de la Mesa Redonda, tanto los jóvenes como los viejos. Y cada año repetían el
juramento, en la gran fiesta de Pentecostés.” Y hasta la época de la caída final de su reino, la historia habla más de esos
caballeros de la Mesa Redonda que de su rey. Pero fue la gloria de su noble corte y su alta reputación en materia
caballeresca lo que llevó a los héroes a Camelot, que el gran rey hizo su capital. En todo el mundo, no hubo honor
tan codiciado por un valiente y caballeresco joven, como el de formar parte de la piadosa hermandad que compartía
con el rey Arturo la gran Mesa Redonda, reservada a los caballeros más selectos y devotos.
Pero siempre había en la Mesa Redonda dos lugares vacíos: a uno de ellos lo llamaban el Asiento Peligroso, porque
ningún hombre podía sentarse en él, salvo que fuera totalmente puro y bueno. En cierta ocasión, un hombre indigno
se arriesgó a sentarse allí, y la tierra se abrió y se lo tragó vivo.
LA MUERTE DEL REY ARTURO
Merlín, el sabio mago, había muerto desde hacía mucho tiempo, pero el rey Arturo no había olvidado sus dos
advertencias: aquella a la cual no había prestado atención, la de que no tomara por esposa a Guinevere, ya que sir
Lancelot la amaba; y la del peligro que el rey creía, arrogantemente, haber evitado: la de que un hombre nacido un
primero de mayo llevaría la ruina al reino. Pero cuando los días de gloria de la Mesa Redonda eran ya recuerdos
lejanos, y la vida del rey se consumía lentamente, ambas advertencias surgieron para aco-sarlo.
Porque cuando los vientos destrozaron el barco que llevaba a la corte a todas las criaturas nacidas el primero de mayo,
una fue perdonada por las aguas. Y desde hacía tiempo, había llegado ya a la edad viril. Era medio hermano de los
tres nobles caballeros sir Gawain, sir Gaheris y sir Gareth, y sobrino del rey. Pero, a pesar de su noble estirpe, sir Modred
era un traidor.
Y fue mediante la otra advertencia de Merlín, de la cual el rey no había hecho caso, como urdió su traición. Porque sir
Modred codiciaba la corona de su tío y pensaba en lo mucho que luciría sobre su propia cabeza. Entonces, tomó en
cuenta la amistad existente entre sir Lancelot y el rey, y comprendió que, mientras se conservara intacta, tenía pocas
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probabilidades de que triunfara cualquier plan para llegar a ocupar el trono. Por fin, se enteró de las habladurías de la
corte concernientes a Lancelot y la reina y pensó en provocar una riña entre el rey y su más noble caballero,
levan-tando en el corazón de Arturo una tor-menta de celos. Astutamente, sir Modred planteó su plan ante sus
hermanos. Pero tanto sir Gawain como sir Gáheris y sir Gareth rechazaron sus torpes propósitos. Sólo Agravaine
consintió, cobardemente, en colaborar con el traidor.
Una noche, cuando la reina había pedido a sir Lancelot que acudiera a su presencia para consultarle, sir Bors suplicó
a su amigo que no fuese. Se murmuraba entre los caballeros, le dijo, que alguien maquinaba un atentado contra la
vida de sir Lancelot. Pero éste le contestó que no podía desobedecer a su reina, aunque se llevó la espada bajo la
capa, como medida de precaución. Acababa de llegar a los aposentos de la reina cuando Agravaine se lanzó sobre
él, con otros doce caballeros. Después de una terrible lucha, sir Lancelot los mató a todos.
La enconada querella se acentuó, y algunos caballeros de la corte tomaron partido por Modred y otros por Lancelot.
En cuanto al rey, a pesar de toda su sabiduría y de sus regias virtudes, era apasionado y celoso. Cuando Modred se le
acercó para exponerle sus malignas sospechas, habría podido rechazarlas, al ver de quién provenían; o pudo llamar a
su amigo Lancelot, pidiéndole que le dijera la verdad; o recordar la flaqueza de todos los seres humanos y perdonar.
Pero optó por escuchar las malvadas palabras de Modred y dejó que su corazón se llenara de ira contra Lancelot y la
reina.
Por fin, le pareció vergonzoso dejar vivir a una reina tan culpable. Llamó entonces a sir Gawain y, terrible en su ira, le
ordenó que la hiciera comparecer a juicio, para hacerla condenar, por traición, a morir en la hoguera. Pero Gawain
no quiso obedecer la dura orden, ni aun pidiéndoselo el rey.
—¡De ningún modo, mi muy noble señor! —dijo—. ¡Yo no haré eso! Nunca estaré en el sitio donde una reina tan noble
como mi señora Guinevere deba sufrir tan humillante muerte.
Entonces, el severo monarca llamó a los hermanos de Gawain, sir Gaheris y sir Gareth. También a ellos las palabras de
Arturo les parecieron harto severas y crueles; pero consideraron menos ver-gonzoso hacer aquello que desobedecer
a su rey. Sin embargo, cuando fueron a cumplir su triste recado, no quisieron ponerse la armadura, resueltos a no
intervenir en lucha alguna que pudiera sobrevenir.
Y así fue cómo la majestuosa reina Guinevere fue conducida, entre los lamentos del pueblo, a sufrir la muerte en la
hoguera. Pero en el propio instante en que se erguía, pálida y aterrorizada, entre las primeras humaredas del fuego,
apareció impetuosamente sir Lancelot, que se abrió paso repartiendo mandobles a diestro y siniestro entre la guardia,
y se llevó a la reina consigo, a su sólido castillo de Joyous Gard.
¡Fue una desgracia que sir Gaheris y sir Gareth creyeran vergonzoso, en aquel triste sitio, usar armadura! ¡Y otra
desgracia, mayor aún, que sir Lancelot descargara sus mandobles tan a ciegas! Porque con dos golpes de su espada,
sin saberlo, había matado a dos de sus más queridos amigos.
Y con ese hecho, convirtió a otro de ellos, el valiente sir Gawain, en su enemigo mortal. Gawain lloró amargamente
la muerte de sus hermanos y culpó con encono a sir Lancelot, que los había muerto desarmados, aunque sólo por
una infausta fatalidad. Y en su ciego rencor Gawain incitó al rey a sitiar el castillo de Joyous Gard.
Pero el castillo era una sólida fortaleza, de modo que se prolongó el asedio y, por tanto, la matanza de guerreros de
uno y otro bando, todos subditos del rey Arturo. La sangre fluía por el cuerpo de los caballos de guerra, y las heridas
y la muerte ensombrecían los días. El dolor hostigaba también el corazón de aquellos caballeros, antaño hermanos
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de la Mesa Redonda, que volvían ahora la espada los unos contra los otros. Sir Lancelot estaba más dolorido que nadie
por ello, y se abstenía de usar todo su poder contra su rey.
Finalmente, el papa, en la lejana Roma, se sintió movido a piedad y a ira por toda aquella estúpida matanza. Y ordenó
a Arturo que volviera a recibir a Guinevere e hiciera las paces con Lancelot. De lo contrario, decretaría un interdicto
sobre toda Inglaterra; y no se podrían decir misas ni ofrecer sacramentos ni dar cristiana sepultura. ¿Qué podía hacer
el rey, sino obedecer?
Cuando el buen obispo de Rochester fue a ver a sir Lancelot con el documento ya firmado por el rey, sir Lancelot
profirió una exclamación de alegría.
—¡Doy gracias a Dios porque el papa haya podido hacer la paz para la reina! —dijo—. ¡Dios sabe que me alegrará mil
veces más devolverla al lado del rey de lo que me alegró antaño arrebatársela para salvar su vida de la injusta cólera
del monarca!
La reina y sir Lancelot se vistieron con paño blanco y oro y llevaron consigo a un centenar de caballeros ataviados de
terciopelo verde. Cada uno de éstos llevaba en la mano el símbolo de la paz, una rama de olivo, y las veinte damas de
honor de la reina portaban también sendas ramas de olivo, al cabalgar junto a ella. De este modo, toda la cabal-gata
pasó de Joyous Gard a la corte del rey.
Cuando llegaron al salón del rey, desmontaron, y sir Lancelot y la reina en-traron allí y se hincaron ante el rey y ante
sir Gawain y todos los presentes. Allí, pidieron perdón por cualquier mal que hubiesen podido cometer. Y la historia
dice que “había muchos valientes caballeros con el rey Arturo, que lloraron tiernamente”.
Entonces, sir Lancelot se puso de pie para alegar en favor de su causa. Ofreció combatir contra cualquier caballero
que se atreviera a poner en duda la honestidad de la reina. Iría descalzo y en camisa, dijo, desde Camelot a Sandwich;
y cada diez leguas levantaría una casa de religiosos y pagaría por el mantenimiento de todas ellas; y allí se rezaría y
cantaría día y noche por las almas de sir Gareth y sir Gaheris.
Cuando oyeron este alegato y su penitencia, “todos los caballeros y damas que estaban allí lloraron como si estuviesen
locos, y las lágrimas resbalaron por las mejillas del rey Arturo”. Sólo sir Gawain, recordando cómo se había matado a
sus hermanos sin arma-dura, no se dejó conmover. Y puesto que gozaba aún de la confianza del rey, no hubo paz
entre Arturo y Lancelot.
Por lo tanto, apenado, sir Lancelot cruzó el mar, para ir a sus posesiones de Bretaña. El rey y Gawain lo siguieron allí,
con todos sus hombres, y empezó de nuevo una terrible guerra entre el rey y sir Lancelot, en la que muchos miles de
hombres murieron.
Mientras tanto, sir Modred esperaba su oportunidad, observando cómo se acrecentaba el desastre que había
provocado. Cuando el rey partió hacia Francia, pensó que ésa era la ocasión propicia. Y divulgó la falsa noticia de que
el monarca había muerto en las guerras contra sir Lancelot. Entonces, se apo-deró del trono y exigió que la reina
Guinevere se casara con él. Sólo había un hombre en el mundo entero con quien habría querido casarse la reina
Guinevere si muriera el rey. Pero en su terror a sir Modred, le pareció que lo mejor era hacer creer que asentía, pidiendo
solamente que la dejaran ir a Londres a comprar cosas para la boda. Ya en Londres, se encerró en la Torre y allí se
mantuvo firmemente contra sir Modred, aunque éste asedió la fortaleza con sus máquinas de guerra.
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Mientras tanto, la noticia de la traición de sir Modred había llegado a oídos del rey. Abandonando la guerra que libraba
tan de mala gana contra sir Lancelot, partió para afrontar aquel peligro, más grave. Ambos ejércitos chocaron, y el de
sir Modred fue puesto en fuga.
Pero cuando concluyó la batalla, sir Gawain se moría. Era un caballero harto valiente para temer a la muerte; pero
sintió ahora gran dolor por haberse portado tan injustamente con sir Lancelot, antaño su amigo tan querido, y porque
su terquedad había causado al reino toda aquella desolación y muerte.
—Tío rey —dijo—. Ha llegado el día de mi muerte y ella se debe a mi propia precipitación y terquedad. Si sir Lanza-rote
hubiese estado a tu lado aconsejándote, como antes, esta desdichada guerra no habría empezado. ¡Y yo soy la causa
de todo ello! Entonces, escribió a Lancelot una afectuosa carta de confesión y despedida. Y después de recibir los
santos sacramentos, murió.
El rey Arturo, ocultando su pena, fue a presentar batalla al traidor sir Modred. Hubo un gran encuentro en Salisbury
Down, en el cual lucharon cien mil hombres de cada lado. Finalmente, se convino en que el rey Arturo y sir Modred
se encontrarían entre los dos ejércitos, cada cual con catorce caballeros a su lado, para parlamentar. Pero cada uno
de ellos advirtió a los suyos que, si veían levantarse una espada, debían lanzarse sin vacilar a la refriega. Parlamentaron
bastante razonablemente. Sir Modred consintió en conformarse, en vida de Arturo, con los condados de Kent y de
Cornwall, con tal de sucederlo en el trono a su muerte. Pero cuando se vislumbraba el fin de la traición y del
derramamiento de sangre, se deslizó una víbora y picó en el pie a uno de los ca-balleros que parlamentaban. Sin
detenerse a pensarlo, éste alzó la espada para matarla.
La espada levantada fue interpretada por ambos bandos como señal de com­bate, y “nunca se vio una batalla más
triste en los campos de la cristiandad”. Cuando anocheció, apenas si quedaban hombres de aquella poderosa multitud.
Sir Modred vivía aún, pero ya no le quedaba un solo partidario vivo. Y Arturo no había caído, pero de todos sus
caballeros sólo restaban dos, los hermanos sir Lucan y sir Bedivere. Mientras los tres conversaban tristemente, los ojos
del rey se posaron sobre sir Modred, apoyado sobre su espada entre una legión de muertos.
—¡Dadme mi lanza! —gritó Arturo.
—¡Señor, déjalo! —le suplicó sir Lucan—. Por amor de Dios, abandonemos todo esto. Si lo dejas ahora, esta aciaga hora
de tu destino habrá pasado.
Pero el corazón del rey estaba enar-decido contra el traidor. Se lanzó feroz-mente sobre sir Modred y lo mató de un
lanzazo. Mas, al caer, sir Modred asestó al rey un golpe mortal.
Sir Lucan, que se tambaleaba a causa de sus propias heridas, se inclinó sobre el rey caído, para levantarlo. Pero el
esfuerzo fue excesivo y se desplomó muerto sobre él. Entonces Arturo, sabiendo que ya se acercaba su fin, llamó a su
lado al único caballero que quedaba con vida.
—Sir Bedivere —murmuró—. ¿Ves mi espada Excalibur? Me la dio la Dama del Lago y lo escrito sobre su empuñadura
da a entender que algún día habrá que tirarla. Mis días han terminado. Toma la espada y arrójala al mar.
Sir Bedivere la tomó y la llevó a la orilla. Pero al mirar la refulgente y enjoyada empuñadura, pensó que era una lástima
que los hombres perdieran una espada tan bella. De modo que la ocultó y, al volver al lado de Arturo, le dijo una
mentira; mas el rey adivinó la verdad y le encargó que volviera e hiciera lo ordenado.
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Sir Bedivere volvió, pues, a la playa, proponiéndose tirar la espada. Pero cuando la tomó, la enjoyada empuñadura
centelleaba a la luz de la luna, y volvió a ocultarla entre las cañas. Y, por segunda vez, el rey adivinó la verdad y se lo
reprochó amargamente.
Entonces, sir Bedivere fue de nuevo hacia el agua. Esta vez no se atrevió a mirar la empuñadura y, con los ojos cerrados,
la asió y la arrojó con violencia hacia el mar. Luego, abrió los ojos y vio que una mano surgía de las profundidades y
atrapaba a Excalibur, la agitaba tres veces y desaparecía con ella debajo del agua. Entonces, volvió y contó al
moribundo rey lo que había visto.
Al oírlo, Arturo comprendió que su hora había llegado. A ruego suyo, sir Bedivere lo incorporó penosamente y lo llevó
hasta el borde del agua. Allí aguardaba una barca cubierta de paños negros, en la que estaban sentadas, plañideras,
tres majestuosas reinas. El rey fue depositado suavemente en la barcaza, y ésta se alejó, llevándolo a través del mar.
Algunos dicen que su cadáver fue hallado en la celda de un ermitaño y yace sepultado en Glastonbury. Otros afirman
que no murió en realidad, sino que vive aún en la mística isla de Avalón, esperando la hora de su regreso. En cuanto
a la reina Guinevere, cuando se enteró de que el rey había muerto, entró a un convento y allí vivió, llena de pena por
todo el dolor ocurrido por cau-sa suya, orando y ayunando hasta su muerte.
Sir Lancelot, por su parte, al volver a Inglaterra, entró, con otros siete caballeros, en un monasterio. Pero al enterarse
de que la reina estaba en Almsbury, él y sus siete camaradas fueron humildemente a pie, para poder ver el rostro de
la reina, antes de que muriera. Pero cuando llegaron al convento, la reina había muerto ya. Desde entonces, sir
Lancelot se agotó rezando y ayunando y haciendo penitencia, y fue inútil que sir Bors tratara de hacerle comer lo
suficiente para man-tener la vida en el cuerpo.Y ocurrió que, cierto día, los frailes llegaron hasta el lecho de sir Lancelot
y lo encontraron muerto; y allí tendido, parecía sonreír.
TALLER:
De acuerdo al texto 1: EDAD MEDIA desarrolla
1. Redacta 1 PÁRRAFO que presente el concepto de la Edad Media, con la información completa suministrada en el
texto.
2. Extraer o re-escribir al menos UNA IDEA PRINCIPAL (conceptual) de cada uno de los párrafos. Debes leer con
atención para poder identificar cuáles son los conceptos o ideas más importantes que se presentan.
3. De acuerdo con las ideas relevantes que identificaste en el texto, debes crear 10 PREGUNTAS ABIERTAS que
abarquen TODO el texto con sus respectivas respuestas. Ejemplo: ¿Qué importancia tuvo el feudo para el régimen
económico de la Edad Media?
4. Elaborar una LÍNEA DE TIEMPO (borrador) con los eventos más importantes del tema La Edad Media.
5. En relación con el Texto 2: LA LEYENDA DEL REY ARTURO, debes contar esta leyenda en MÍNIMO 5 POSTERS que
conformen una sola historia y sea plegable. Cada poster deberá tener mínimo un tamaño de 1/8 de cartulina, al
tiempo que, debe contener imagen y texto que cuenten la Leyenda del Rey Arturo. Debe ser un trabajo ESTÉTICO,
dado que se instalará en el colegio.
NOTA IMPORTANTE: El taller debe estar 100% COMPLETO para poder desarrollar la sustentación. Además, recuerden
que la sustentación escrita se basa en las DOS LECTURAS que aparecen en este taller. Así que, deben leer el
documento completo.
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2ª Copia: Carpeta de Base de Datos de Talleres
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