El respeto que “merecemos” de los hijos, ¿nos lo tenemos que ganar? Lic. Vivian Saade El respeto se gana, no se exige. En el vasto tema del respeto, ¿por dónde empezar? Por respetarse uno mismo y, a partir de ello, reconocer y respetar a los demás. Sin respeto por uno mismo, es poco probable que se pueda generar el respeto de los otros. Crear una armonía con uno mismo ayudará a generarla con todas las personas que nos rodean. Respeto es comprender y aceptar la forma de ser y de pensar de uno mismo y de los demás; aunque esta última sea diferente a la nuestra. Esto suena fácil pero, en realidad, faltarnos al respeto a nosotros mismos puede ser incluso descuidar nuestra salud o permitir que otros tomen decisiones que son personales. Y en relación con otros, una falta de respeto sería no aceptar que nuestra pareja, amigos o hijos se comporten distinto a lo que nosotros esperamos; no mal, distinto. Un ejemplo en relación con los hijos pequeños sería cuando quieren ser independientes en temas como escoger su ropa, alimentos, horarios para hacer tarea, etcétera. Aunque eso los encamina a su independencia de manera positiva, los padres pueden interpretarlo como reto o amenaza. O cuando llega la adolescencia, una etapa en la que naturalmente los planes de vida del hijo pueden diferir de lo que los padres esperan y estos pueden llegar incluso a imponerles qué estudiar, a qué hora llegar, a qué amigos frecuentar, etcétera, de nuevo considerando como amenaza el que “no hagan caso” cuando se les da una “orden”, sin permitir que poco a poco se auto-regulen con el ensayo-error, lleguen a acuerdos o pongan consecuencias lógicas si no se cumplen las reglas preestablecidas. Cuando los padres no saben manejar adecuadamente su enojo, temor o coraje, estos “retos”, los van reprimiendo de manera drástica, y esto puede manifestarse en regaños, gritos, castigos o agresiones verbales; generando una distancia en la relación con los hijos que se va acumulando en forma de resentimiento; además, esto representa una pérdida de autoridad, ya que los hijos se dan cuenta de que pueden hacer que los padres pierdan el control de sí mismos. Existen dos razones frecuentes por las que los niños y jóvenes comenten faltas de respeto: Cuando los padres tienen un trato duro y desigual con los hijos, creyendo en el fondo de su corazón que “eso es lo que necesitan” y que “no les va a pasar nada” si les gritan o regañan constantemente; por el contrario, creen que “así van a aprender”. Y claro que aprenden: aprenden que cuando se está en una posición de poder, se puede ofender, lastimar, tratar mal, gritar, pegar y muchas cosas más. Asumirán que el trato que han recibido es el correcto y lo van a imitar en sus relaciones. 1 Los padres que, siendo el otro lado de la moneda, permiten que los hijos desde pequeños los ofendan a ellos, a sus abuelos, personal de servicio, maestros o amigos en sus arrebatos o berrinches; creyendo que cuando crezcan ya los educarán o que “cuando sean grandes” van a aprender solos. Los pensamientos que comúnmente llevan a permitir que los hijos tengan faltas de respeto sin ser sancionadas son: la culpa (por no ser los mejores padres, por embarazos difíciles, infancias con enfermedades), el miedo a ser demasiado duros con los niños (que su autoestima se lastime, que digan que no los quieren o se alejen de ellos). Expresar frases como: “te odio”, “ya no te quiero” o “eres el peor papá” no quiere decir que realmente se sientan de esa forma por el padre; lo que en realidad odian es lo que ha sucedido. Ésta es, a veces, la única forma que tienen los niños para comunicar sus sentimientos de confusión, dolor y miedo. Se puede intentar averiguar por qué los niños están enfadados, tristes o preocupados; qué ha motivado ese sentimiento hacia el padre o madre, e intentar hacerle ver qué lo llevó a decir esas frases. Hay que validar sus sentimientos pero expresar lo que al padre le hace sentir al escucharlo. Se puede también enseñar lo que el padre hace cuando está enojado, con miedo o triste y así dotarle de nuevas formas para responder ante estos sentimientos desagradables y confusos. Tal vez las primeras faltas de respeto sean por descontrol de los niños o jóvenes, sin embargo, darse cuenta de que lo único que provocan en los demás es desconcierto e inactividad, hará que se repita la conducta, ya que se interpreta como control. Por lo tanto, a cualquier edad, las faltas de respeto sin consecuencias provocan automáticamente que los hijos se empiecen a empoderar. El respeto es distinto del temor: es dignidad, orgullo y justicia. Desde que los hijos son pequeños, nuestra relación debe basarse en el respeto mutuo; sólo si nosotros modelamos respeto hacia ellos, entenderán lo que se les pide. Aunque el respeto tiene que darse en todos los niveles, es fundamental enseñarles a respetar profundamente a los padres y a no permitir, bajo ningún concepto, que se los falten, a pesar de las diferencias que pueda haber entre los padres o entre padres e hijos. Cuando llega a haber diferencia de criterios, es importante darle a los hijos información suficiente para que sepan que sus padres están actuando con criterios justos y razonables, y que deben confiar en ellos aunque a veces no los entiendan. Prediquemos con el ejemplo para lograr convivencias armónicas, amorosas y duraderas. 2