8B LOCAL N O R O E S T E . co m Jueves 14 de febrero de 2013 El amor de madre ha sobrepasado los días y las noches. Catalina mantiene vivo el recuerdo de su hijo Luis Francisco, desparecido en 1977. Luis Francisco García Castro, hoy 14 de febrero, cumpliría 53 años. Lo trajo al mundo un 14 de febrero La espera de Catalina Desde 1977 Catalina Castro espera a su hijo Luis Francisco, desaparecido en la Guerra Sucia. Hoy cumpliría 53 años y ella pasa frente a la ventana, imaginando que regresa a casa D esde aquel 26 de agosto de 1977 cuando Luis Francisco desapareció, Catalina Castro no ha dejado de esperarlo. Las madrugadas la han tomado frente a la ventana imaginando que regrese a casa. Los días han sido duros. Le han golpeado el corazón, ese preciso espacio donde mantiene los recuerdos de su hijo, aquel que salió con rumbo al Tecnológico de Culiacán para inscribirse en la carrera de ingeniería electrónica y que no regresó. Tenía 17 años y muchos sueños. Tocaba la guitarra y como prestador de servicio social daba clases de matemáticas y física. No era un delincuente. Una fotografía, en la sala de la casa, lo muestra tímido, de cabellera larga, ojos rasgados y claros. Es la misma imagen que ha estado presente en todos los pasos que Catalina ha dado; en marchas, en su desespero y en la lucha ejercida con la Unión de Madres con Hijos Desaparecidos. La toma en sus manos y dice: “A mi hijo yo lo tengo aquí en mí. Quizás ya no lo vuelva a ver, pero me he dedicado en cuerpo y alma a buscarlo; he hecho algo así como dice aquella canción ‘El tiempo que te quede libre, si te es posible dedícalo a mí’”. Luis Francisco hoy cumpliría 53 años. Fue el 14 de febrero de 1960 cuando su madre lo trajo a este mundo, y no ha podido despedirse de él. El último día Aquel último día, una voz anónima detrás del auricular preguntó: “Oye Antero, ¿qué hizo Luis? Lo acaban de bajar de un minibús y lo subieron a un impala blanco. Le quitaron la camisa, le amarraron la cara, y lo echaron a la cajuela, a él y a otro muchacho”. “¿Quién eres?”, espetó el esposo de Catalina. Colgaron. Entonces empezó la búsqueda, la espera y la confirmación de que el amor de madre es infinito. Durante la llamada Guerra Sucia, el Gobierno mexicano emprendió una campaña de represión. Fueron encarcelados, perseguidos, desaparecidos cientos de personas: maestros, estudiantes, luchadores sociales, gente común. Todos por igual, sin que nadie diera respuestas. Luis Francisco fue uno de ellos. “Mi hijo fue desaparecido un 26 de agosto de 1977, se dice que participó en difusión de propaganda de la Liga 23 de Septiembre, pero yo nunca vi nada, sólo recuerdo que le pedí, le supliqué que dejara el cargo que le habían dado en la sociedad de alumnos de su escuela, porque eso se prestaba a que lo acusaran de ser ratero”. La búsqueda incesante El 7 de abril de 1978 Catalina se sumó a la Unión de Madres con Hijo Desaparecidos, y dejaron claro la siguiente petición: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Desde esta trinchera espetaron a los gobiernos, tomaron calles. Los días pasaron y el recuerdo de Luis Francisco era más fuerte. Con el tiempo fue aceptando que la espera sería larga. A petición de su esposo se deshizo de su ropa, objetos personales, no así de sus recuerdos. “Me dolió en el alma hacer eso, pero el dolor estaba vivo: mi esposo vivió en silencio todo esto, una vez me dijo: ‘tiras, quemas o vendes sus cosas’. Así lo hice para sacar dinero para seguir en la búsqueda”. Catalina no desfalleció. Aprendió a vivir con el dolor de no ver a su hijo. A los 10 años de la desaparición su esposo murió, ella no quería dejar de trabajar como bibliotecaria de la Universidad, pero necesitaba un pretexto para sobrellevar su doble dolor. “No era bueno para mí dejar de trabajar porque tenía mucho dolor, en algo tenía que ocupar mi tiempo, pero decidí entregarme en cuerpo y alma a buscar a mi hijo. No era la misma estar pidiendo permisos para faltar al trabajo, y tramité mi jubilación”. El lugar prometido Una llamada de nuevo. 1990. Luis Francisco había sido visto en un restaurante de Tijuana. Le dijeron que no sufría, que vestía de manera elegante, que tenía barba y que de su pecho pendía una medallita. Catalina acomodó sus medicamentos en una maleta y se fue. No llevaba una dirección exacta. Recorrió de un lugar a otro la ciudad. En sus manos cargaba su fotografía. “Ahí anduve y anduve, me llevé medicina para un mes, no me dieron dirección, ni nada, una señora que lo conoció cuando tenía como 7 años, lo miró y a ella le dijo que se llamaba Pancho, que era de La Cruz de Elota, de Sinaloa, y que no podía regresar porque lo perseguían”. A corazón latente, pensó en su encuentro. Preguntaba a la gente. Lo buscaba en todo establecimiento. En uno, le dijeron: “Sí, sí, aquí trabajaba. Es Pancho, pero ahorita está castigado”. Segundos después otro hombre se acerca, observa la fotografía y aseguró: “No usted se equivoca, nadie como él trabaja aquí”. “Yo nunca en mi vida había sentido esas ganas de matar a alguien, me trabé, sentí que estaban jugando con mi dolor, porque uno me dice que sí con mucha confianza, y el otro que no, me dijeron que me retirara”. Supo por un vendedor de revistas, que Pancho era “A mi hijo yo lo tengo aquí en mí. Quizás ya no lo vuelva a ver, pero me he dedicado en cuerpo y alma a buscarlo; he hecho algo así como dice aquella canción ‘El tiempo que te quede libre, si te es posible dedícalo a mí’”. Catalina Castro chofer del taxi marcado con el número 520. En una esquina de la estación, lo esperó por días, todo un mes de septiembre para ser exactos. Nunca llegó. Nuevas noticias Hace ocho años trabajadores de los Derechos Humanos de la Nación tocaron su puerta: “Le tenemos noticias”, le anunciaron. Catalina les replicó: “La única noticia que me pudieran dar, es que encontraron a mi hijo y que me lo traen aquí”. “Yo tenía mucho coraje con las autoridades, porque siempre mienten. No lo quería dejar entrar a mi casa, les dije que fueran a los archivos, que ahí estaba toda la información, que no me interesaban las mentiras, hasta que me convencieron, los dejé entrar y me dijeron que mi hijo estaba vivo”. Esa noticia se convirtió en una tortura. Cada automóvil que pasaba despacio frente a su casa, la inquietaba. Las 3 de la mañana la alcanzaban junto a la ventana, esperando que Luis Francisco tocara su puerta. “Desde entonces no recibo a nadie, eso fue para mí una tortura, no dormía, a veces me daban las 3, 4 de la mañana, aunque yo sé que tengo que morir en la raya, luchando, y esperando que mi hijo regrese”. ‘No sé si llorar o rezar’ A sus 80 años Catalina es fuerte como un roble, no se dobla. Y cuando sabe de una amiga que pierde a su hijo, la felicita porque tiene la oportunidad de enterrarlo, rezarle, entregarlo a Dios, mientras que ella no sabe si rezarle o llorarle. Esa sensación sintió desde aquel día en el que Luis Francisco no regresó. No hace mucho tiempo optó por hacer una concesión Catalina Castro aprendió a vivir con el dolor de no ver a su hijo. A los 10 años de la desaparición, su esposo murió; ella no quería dejar de trabajar como bibliotecaria de la Universidad, pues necesitaba estar activa para sobrellevar su doble dolor. con Dios: “Le dije a Dios es tuyo, te lo entrego, antes yo le pedía como se le pide a un enfermo, pero yo a estas alturas se lo he entregado”. “Siempre lo he esperado, el amor de madre es así. Los hijos lo son todo. Luis Francisco está en mi corazón, de ese lugar nadie me lo quita”. Las desapariciones Según Óscar Loza Ochoa, las desapariciones forzadas en Sinaloa se dieron en un contexto de fuertes luchas armadas y civiles, opositoras al régimen autoritario priista, bajo el esquema de represión política. En total 43 personas jamás fueron encontradas, entre ellas Luis Francisco. La lucha venía a denunciar el abandono que sufrían grandes masas de campesinos y obreros agrícolas. Cuando la crisis tocó a la ciudad, la sociedad entera mostró una amplia disposición de lucha. Los movimientos urbanos cobraron una gran importancia y sus demandas reclamaban soluciones a corto plazo. El estado sólo atinó a dar una respuesta violenta. La represión brutal y la negativa a dar trato civilizado a quienes reclamaban atención fue lo sobresaliente. En el libro Tiempo de Espera, Loza Ochoa añade que en abril de 1973, en Guadalajara se organizó la primera reunión nacional de coordinación de grupos políticos. La representación estuvo a cargo del grupo Los Enfermos. Las primeras actividades de importancia de la Liga 23 de Septiembre en Sinaloa se realizaron en Un diploma de Luis Francisco, de los tesoros más preciados por Catalina. el mes de septiembre. Los días 26 y 27, durante una manifestación pública, se lanzaron algunas bombas molotov a casas de comercio de Culiacán. La policía intervino disparando sus armas. Disolvió el mitín y también realizó la primera de una larga lista de aprehensiones. “Todos aquellos con aspecto de estudiantes eran golpeados y aprehendidos. Detenciones masivas, en 1975 más de 80 detenidos, perseguidos políticos. Y secuestrados, la práctica se extendió por el largo perío- do de cinco años, durante el mismo la zozobra, incertidumbre e intranquilidad de amplios sectores se manifestó dramáticamente en varios sectores”. En 1977 fue un año de repunte para el movimiento, las madres y el movimiento universitarios, tiempo de dolor para muchas madres, Chuyita Caldera de Barrón, Unión de Padres con Hijos Desaparecidos y el Frente Estatal Contra la Represión. Plantones, marchas, estudiantes de secundaria, profesional y maestros universitarios. Fotos: Noreste / Marco Ontiveros Azucena Manjarrez