Colophonius Rayo de Lluvia, mis fieles amigos, no había sido siempre el mayor cazador de libros de Bibliópolis. Oh no, incluso hubo un tiempo en que ni siquiera se llamaba Colophonius. Era propio de la profesión de cazador de libros adoptar un seudónimo sonoro, y Rayo de Lluvia se distinguió desde el principio de sus colegas por elegir un nombre que sonaba muy poco marcial. En realidad se llamaba Taron Trekko. Y era sólo un perrillo vagabundo que, en sus vagabundeos, había ido a parar casualmente a la Ciudad de los Libros Soñadores. Sin embargo, como la mayoría de los perrillos, Trekko tenía una memoria colosal, y como muchos de los de su especie, utilizó ese don para ganarse la vida en los restaurantes: multiplicaba de memoria números de cien cifras mientras hacía juegos malabares con huevos crudos. Sin embargo, cuando llegó a Bibliópolis acababa de desencadenarse la lucha entre las antiquísimas matemáticas zamónicas y la aritmética druida, que dividió a toda la población de Zamonia en dos bandos irreconciliables, por lo que casi cada actuación de un artista de los números acababa con una riña multitudinaria. En aquella época, en cuanto un perrillo asomaba el hocico por la puerta de una taberna, el posadero le tiraba un jarro a la cabeza. Taron Trekko corría el riesgo de morirse de hambre, y eso en una ciudad que pululaba de restaurantes y gente con ganas de divertirse. Sin embargo, descubrió rápidamente con qué se podía ganar en Bibliópolis mucho más dinero que haciendo jueguecitos para borrachos: con libros raros. Llegar a esa conclusión no tuvo nada de difícil, porque allí casi todo el mundo vendía libros. Sin embargo, había un tipo de ejemplares especialmente raros para los que siempre había una gran demanda. Eran los libros de la Lista Dorada. 54 Los libros reunidos en esa lista no se podían comprar en ninguna librería de viejo de Bibliópolis. Sólo muy rara vez aparecía realmente alguno de ellos y era adquirido enseguida en subasta por algún coleccionista rico: eran leyendas que por todas partes suscitaban la codicia, parecidas a las de los diamantes gigantes de la Fortaleza de los Dragones. Entre esos libros estaban El libro sangriento, Las maldiciones de los demonios de Nokimo Norken o el Manual de los gestos peligrosos... y algunos centenares de títulos más. Un tipo especial de aventureros – los llamaban cazadores de libros – se había especializado en buscar esas obras valiosas en las entrañas de Bibliópolis y sacarlas a la superficie. Algunos de ellos habían sido contratados por coleccionistas o libreros, otros buscaban por su cuenta. Las recompensas ofrecidas por la consecución de los libros de la Lista Dorada eran tan astronómicas que encontrar un solo ejemplar podía hacer rico a un cazador de libros. Era una profesión peligrosa, la más peligrosa de toda Bibliópolis. La búsqueda de un libro desaparecido quizá os parezca, mis audaces compañeros de viaje, una aburrida ocupación de un librero gagá, pero allí en los abismos de la misteriosa ciudad conllevaba más riesgos mortales que la caza de escorpiones de cristal en las grutas de la Garganta de los Demonios. Porque en las catacumbas de Bibliópolis pululaban peligros de un tipo muy especial. Se hablaba de las conexiones de los laberintos con el Submundo, el misterioso reino del Mal, que al parecer se extendía bajo Zamonia. Sin embargo, las amenazas que acechaban en las tinieblas de abajo eran, según el libro de Colophonius Rayo de Lluvia, suficientemente concretas y peligrosas como para poder renunciar a apoyarse en cuentos de viejas. Hoy no puede determinarse ya cuándo descendieron a la oscuridad los primeros cazadores de libros. Se supone que debió de ser aproximadamente en la época de la aparición del comercio profesional de libros antiguos en Bibliópolis. Durante muchos siglos, sí, siglos, aquella ciudad fue el nudo de comunicaciones de la venta de libros en Zamonia: desde la época en que aparecieron los primeros libros manuscritos hasta los tiempos actuales de la producción en masa. Ya muy pronto se descubrió que las secas condiciones climáticas de los laberintos eran ideales para la conservación del papel. Bibliotecas oficiales enteras fueron alojadas en ellos, los príncipes escondieron allí sus tesoros literarios, los piratas de libros su botín, los libreros sus primeras ediciones, las editoriales sus existencias. 55 Al principio, Bibliópolis no era una verdadera ciudad, sino que existía casi exclusivamente bajo tierra, en forma de cavernas habitadas, cada vez más estrechamente conectadas por túneles, pozos, galerías y escaleras artificiales, en las que vivían tribus y bandas de las formas de vida más diversas. En la superficie sólo había entradas de cavernas y algunas cabañas, que sólo con el tiempo se convirtieron en la ciudad de la superficie, hasta alcanzar finalmente su tamaño actual. Hubo una época salvaje y anarquista en la historia de Bibliópolis. Una época sin ley ni orden, en la que, en los laberintos, los atracos y correrías, asesinatos y homicidios, incluso guerras en toda regla para conquistar valiosas bibliotecas estaban a la orden del día. Príncipes de la guerra y despiadados piratas de libros gobernaban en las catacumbas, y luchaban entre sí hasta el derramamiento de sangre, arrebatándose mutuamente sus tesoros una y otra vez. Los libros eran secuestrados y enterrados, colecciones enteras caprichosamente sepultadas por sus propietarios para esconderlas de los piratas. Libreros ricos se hacían momificar después de su muerte y emparedar con sus tesoros. Había algunos libros valiosos para los que se convirtieron zonas enteras de los laberintos en trampas mortales, con paredes movibles y fosas erizadas de lanzas y cuchillas automáticas que podían atravesar o decapitar a los ladrones incautos. Los túneles podían llenarse en un abrir y cerrar de ojos de agua o ácido si se tropezaba en un alambre, y uno podía quedar aplastado por una viga del techo que se derrumbaba. Otros pasillos estaban infestados de insectos y otros animales peligrosos, que luego se extendían sin control y hacían las catacumbas más peligrosas aún. Los libroquimistas, una asociación secreta de libreros de viejo, de tendencias alquimistas, celebraban allí abajo rituales indescriptibles. Se cree que la aparición de los Libros peligrosos se produjo en esa época sin ley. Luego siguieron epidemias y catástrofes naturales, terremotos y erupciones volcánicas subterráneas que expulsaron de los laberintos a todas las formas de vida dotadas de razón, y sólo quedaron las más obstinadas y resistentes. Ése fue el verdadero comienzo de la vida civilizada de la ciudad y el nacimiento de los libreros de viejo profesionales en Bibliópolis. Se sacaron muchos tesoros a la luz, surgieron librerías y viviendas, se fundaron gremios, se promulgaron leyes, se proscribieron los delitos, se aumentaron los impuestos. Se construyó encima de los accesos al mundo subterráneo, otros accesos se tapiaron y lo que quedó abierto fue cerrado con puertas y tapas de alcantarilla, y es56 trechamente vigilado. A partir de entonces, sólo se pudo entrar en las zonas de los laberintos que habían sido medidas y cartografiadas y que se consideraba seguras. Y sólo pudieron hacerlo los libreros de viejo que habían obtenido una licencia para esas zonas. Era a ellos a quienes incumbía explotar los túneles objeto de licencia y vender los libros encontrados. Podían investigar también en zonas más profundas, pero pronto no se atrevió ya ninguno, cuando los más osados no volvieron o lo hicieron más muertos que vivos. Por esa razón aparecieron en escena los primeros cazadores de libros. Eran audaces aventureros que habían concertado acuerdos con libreros o coleccionistas a fin de buscar para ellos libros raros. En aquella época no existía aún una Lista Dorada, pero por entonces comenzaron a surgir leyendas sobre los libros más raros. Los cazadores de libros buscaban al principio, sin orden ni concierto, libros raros y valiosos, siguiendo a menudo la sencilla especulación de que cuanto más viejo y valioso fuera un libro tanto más profundo se encontraría bajo la tierra. Los cazadores eran en su mayoría criaturas toscas e insensibles, antiguos mercenarios y delincuentes, que en general no tenían idea de literatura ni libros viejos, y a veces ni siquiera sabían leer. Su calificación principal era la intrepidez. Lo mismo entonces que ahora, algunas leyes sencillas regulaban el negocio de los cazadores de libros. Como, cuando se llegaba a las catacumbas, no había ninguna garantía de si se volvería a salir y, en caso afirmativo, por dónde, regía el siguiente acuerdo: el librero por el que se salía otra vez a la superficie podía vender los libros apresados y quedarse con el diez por ciento de las ganancias. Otro diez por ciento iba a la caja oficial de Bibliópolis... y la parte del león correspondía al cazador de libros. De todas formas, era un secreto a voces que los cazadores buscaban también otras vías ilegales para, a través de la canalización, los pozos de ventilación o túneles secretos excavados por ellos mismos, poder luego malvender su botín en el marcado negro. Los cazadores de libros, con el tiempo, habían encontrado una serie de métodos para encontrar el camino de vuelta a la superficie. Marcaban las estanterías de libros con tiza, tendían largas cuerdas o dejaban caer pedacitos de papel, granos de arroz, perlas de cristal o piedrecitas. Dibujaban planos elementales y se ocupaban de iluminar muchas zonas del laberinto, a las que llevaron lámparas medusa, en las que vegetaban medusas luminosas en su líquido nutriente. Jalonaron y situaron provisiones... A su estilo modesto, acercaron por decirlo así a las catacumbas de Bibliópolis a la civilización. 57 Sin embargo, la caza de libros era y siguió siendo una forma peligrosa de ganarse la vida, porque de generación en generación había que conquistar nuevas zonas de los laberintos y, cuanto más profundo se descendía, mayor era el peligro. Formas de vida hasta entonces desconocidas, insectos gigantescos, bichos voladores chupadores de sangre, gusanos de la lava, escarabajos mordedores y serpientes venenosas hacían que su trabajo no fuera fácil. Pero lo más peligroso para los cazadores de libros era los otros cazadores de libros. Cuanto más raros eran lo libros realmente valiosos, tanto más aumentaba la competencia. Si al principio había sido posible servirse de un exceso de oferta de tesoros, ahora varios cazadores perseguía una misma biblioteca desaparecida o un mismo libro de la Lista Dorada. Entonces no era raro que se produjeran carreras y luchas, incluso a cuchillo, en las que sólo uno podía ser vencedor. Las catacumbas de Bibliópolis estaban llenas de esqueletos de cazadores de libros con un hacha clavada en su pálido cráneo. Cuanto más se refinaban las formas de transición de la ciudad, arriba, tanto más brutales se hacían en el mundo de abajo, y finalmente reinó allí una guerra continua, de todos contra todos, sin leyes y sin compasión. Taron Trekko no hubiera podido elegir un momento menos apropiado para adoptar el nombre de artista de Colophonius Rayo de Lluvia y convertirse en cazador de libros. Colophonius Rayo de Lluvia fue el primer perrillo entre los cazadores de libros y, como tal, claramente predestinado para esa profesión. Los perrillos son duros, de excelente constitución, una memoria excepcional, un sentido de orientación superior a la media y mucha imaginación. Mientras que la mayoría de los cazadores de libros sólo se caracterizaban por su intrepidez y brutalidad, Rayo de Lluvia puso en juego una cualidad nueva: la inteligencia. Tenía que luchar con sus temores mucho más que sus colegas, no era tan fuerte ni tan despiadado como ellos, ni disponía de su energía criminal. Sin embargo, había ideado un plan y tenía la ambición de convertirse en el cazador de libros de más éxito de todos los tiempos. Para ello, su herramienta más importante debía ser su memoria fenomenal. Mientras seguía alimentándose de limosnas (y, como confesaba, de pequeños robos y hurtos para comer), pasaba tiempo en la biblioteca municipal y en las innumerables librerías, para adquirir los conocimientos que le parecían indispensables para sus fines. Aprendió docenas de idiomas antiguos, estudió antiguos mapas del submundo de Bibliópolis y elaboró mentalmente un gran plan. 58 Rayo de Lluvia estudió la historia de la fabricación y el arte de los libros, desde los manuscritos hasta los modernos libros impresos, y trabajó temporalmente en una imprenta y en una fábrica de papel. Aprendió a distinguir con los ojos vendados los diversos papeles y tintas de imprenta por el olor... (Sigue en tu librería)