taxi driver-11marzo2009 - Colegio de Arquitectos de Venezuela

Anuncio
ESPECULACIONES ESPECULARES
NOTAS SOBRE TAXI DRIVER
Enrique Larrañaga -11 marzo 2009- ciclo de cine + arquitectura - Fundación
espacio
No hay nada más falaz que la supuesta cortesía de decir “si ustedes me lo permiten…” para
arrancar a decir lo que uno ya ha decidido que va a decir, independientemente de lo que diga el
supuesto “permitidor”. Así que me perdonan la ruda franqueza, pero voy a empezar tocando
dos temas de los que no pensaba hablar hoy pero creo que las circunstancias obligan y, acaso
más, un foro sobre arquitectura y ciudad.
El primero tiene que ver con la desaparición de talentos en la arquitectura venezolana, en
algunos casos explicable por motivos meramente biológicos pero en otros injustamente
temprana. Sin embargo, más trágico que la muerte, simplemente otra cara de la vida, me
parece la poca repercusión de esta tragedia intelectual en nuestra cotidianidad. Aparte de unas
esquelas de la Gobernación de Miranda y la Alcaldía Metropolitana (superando con nobleza
que no debería ser inusual las diferencias políticas pero lamentablemente lo es….), de la
Facultad de Arquitectura y un ciclo en el Colegio, se nos mueren cinco arquitectos
fundamentales y es como que aquí no ha pasado nada. De la obra de ellos, sólo existe el
catálogo de la exhibición sobre Sanabria hecha en la GAN, con la calidad usual en William
Niño pero también las limitaciones propias de un catálogo “todo público”. Varios de ellos dejan
proyectos de alta calidad sin construir. Quienes, en cargos públicos u organizaciones privadas,
dicen preocuparse tanto de la memoria urbana harían más por ésta registrando y publicando el
trabajo bien hecho que cazando peleas reaccionarias para meter la ciudad en el congelador,
mientras dejamos que legados tan importantes se pudran o incineren con los restos de sus
autores. Y las instituciones académicas y gremiales deberían asumir su liderazgo disciplinar
para promover que esos proyectos completos y no construidos se construyan. Pues patrimonio
es lo que se ha hecho, pero también lo que se está haciendo y lo que se ha debido hacer, si
miramos la vida hacia delante y no siempre por un empañado y desangelado espejo retrovisor.
El segundo es sobre la alarma roja (quizá nunca mejor dicho) que para los caraqueños (con lo
complejo que pueda ser definir el ámbito que abarca ese gentilicio) significa la propuesta de
confiscación de nuestro derecho a elegir mediante la creación de una figura de “autoridad
única” para desconocer no sólo las competencias y deberes de quienes fueron elegidos con
esa encomienda sino, de hecho, nuestra elección de esos individuos, más allá de que nos
gusten o nos caigan bien, para hacer lo que les toca. Considero indispensable que todos nos
opongamos, activa y decididamente, a la conuquización bajo el mando de un capataz que de
peón (pues no es más que un empleado nuestro) quiere pasar a emperador, y ponernos a
nosotros, los mandantes, a la orden de la discrecionalidad de sus arrebatos. Que, por otra
parte, la experiencia demuestra han sido rara vez acertados y más eficaces en destruir que en
construir, en disolver que en resolver.
Ahora, al tema y al texto que había preparado para hoy.
Aunque también tiene sus riesgos, conforta algo saberse entre tantos arquitectos y alguna
gente más normal (o ni TANTO, si están aquí…) y pienso aprovechar la circunstancia para decir
algo que todos sabemos de nosotros, aunque no nos gusta que nos lo digan otros, y es que los
arquitectos somos bastantes chismosos y muy faranduleros, lo que me permite comenzar con
una relación de datos que, aunque quizá algunos ya conozcan, no sobra recordar.
TAXI DRIVER, presentada en 1976, es la séptima película dirigida por Martin Scorsese,
apenas un año después del ALICIA YA NO VIVE AQUÍ, con la que Ellen Burstyn ganó el Oscar
como mejor actriz. Con ninguna de las dos Scorsese fue nominado como Mejor Director y,
aunque TAXI DRIVER se llevó la Palma de Oro en Cannes, fue vencida en los premios de la
Academia por ROCKY, fábula sobre el sueño americano que hoy resulta chimba hasta para una
tarde de domingo por Venevisión; ojalá los años no le hagan esto a Slumdog Millionaire.
Le costó varias otras películas y seis nominaciones a Scorsese ganarse su Oscar, y lo ganó por
una que, comparada con TAXI DRIVER o RAGING BULL, creo menor: THE DEPARTED.
Tampoco se llevó el Oscar Robert de Niro, quien siempre
será recordado por ese “are you talking to me?” que
acaba de electrizarnos. Lo obtuvo en 1980 por su trabajo
en RAGING BULL, una actuación inolvidable… que
pocos recuerdan.
En 1976 el Oscar fue para Peter Finch, por su, para mí, sobreactuado trabajo en NETWORK,
premiado con el único Oscar póstumo hasta que este año Heath Ledger le robó ese dudoso
honor, pues imagino que ambos hubieran preferido estar ahí para recibirlo, vivos y en vivo.
Con estos chismes preliminares quiero, además de
contextualizar la cinta, insistir en que ganar es siempre
circunstancial, pocas veces significa ser mejor y muchas
veces opera como una maldición. Aunque más fácil de
entender y compartir cuando se pierde, es indispensable
recordarlo cuando se gana…
Otra adicción de arquitecto es cuestionar las decisiones ajenas.
¿Por qué TAXI DRIVER para hablar de Nueva York? ¿Por qué no MANHATTAN, tan rendida a
la ciudad que la historia parece una excusa para pasearla y mostrarla? Woodyholic convicto y
confeso, propondría también HANNAH Y SUS HERMANAS (en particular la secuencia en que
el arquitecto muestra a las amigas/rivales las maravillas arquitectónicas de la ciudad no con
Obras Maestras sino con la maestría de ciertas obras, que suena casi igual pero es
totalmente opuesto cuando si queremos hablar de ciudad y no de un desfile de alaridos). Como
el drama de Romeo y Julieta es inmortal y universal, podría sugerir WEST SIDE STORY.
Detesto el esquematismo de Oliver Stone, pero una historia como la de WALL STREET sólo es
posible en el paradisíaco infierno de Nueva York, así como, en su antípoda, la exquisitamente
cruel banalidad de BREAKFAST AT TIFFANY’S o de THE DEVIL WEARS PRADA. Si, como
entiendo (o quiero entenderlo), la escogencia de TAXI DRIVER tiene que ver con la capciosa y
perturbadora belleza (no todo lo bello es bonito…) de lo sórdido, también podría haberse
escogido MIDNIGHT COWBOY, siete años anterior, aún más iconoclasta, en una ciudad aún
más miserable y con un final igualmente impreciso.
Pero se optó, ya es hora de decirlo y agradecerlo, por una de las películas que más me ha
conmovido, que más he visto, con escenas que jamás he podido olvidar y me habitan desde la
primera vez que las vi. Llegué incluso a considerar no volverla a ver hasta hoy y venir a hablar
no de LA película sino de MI película, la que cargo en el recuerdo, como una especie de
“PELÍCULA INVISIBLE”, como las ciudades de Calvino quien, por cierto, para sumar otro
chisme del que me enteré hace poco, nació en Cuba. Quizá cuando en el primer aliento es de
aire caribeño uno crece novelero, incluso si ese aire termina metabolizándose en Italia…
Planeo lanzar mis provocaciones para la discusión que sigue, hablando no DE TAXI DRIVER
sino SOBRE, ENCIMA, DESDE y A PARTIR DE ella para mirarla, más que, hablar, quizá ya lo
sospechan, como CARAQUEÑO. . Y es que, como le dice Marco Polo al Khan cuando éste le
reclama que le ha contado de mil ciudades sin decir nada de Venecia, uno habla siempre de la
ciudad que uno habita porque lo habita a uno, la que llena el alma, los recuerdos, la maleta,
como terminan sabiendo quienes emigran creyendo que lograrán escapar de lo que nunca les
quedó fuera, aunque duela admitirlo. Y el propósito de estas provocaciones es ESPECULAR.
Para mi seguridad y por si hay aquí algún funcionario de lo que antes era el INDECU y que no
recuerdo cómo se llama ahora (como a su Director lo nombraron titular de un Ministerio al que
también le cambiaron el nombre, posiblemente se llame ya de otra forma), aclaro, Diccionario
de la Real Academia en mano, que no utilizo el término en su sexta acepción como verbo,
“procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil”, sino su segunda acepción verbal,
“meditar, reflexionar con hondura, teorizar” y, la primera adjetival, “perteneciente o relativo a un
espejo”, para proponer una activa mirada a nosotros mientras revisamos (tendenciosamente,
pero ¿qué mirada que busque ver puede ser neutral?) lo que se acaba de proyectar. Algunos
de ustedes conocen mi obsesión con el espejo como mecanismo de análisis y proyección, pero
dejo ese tema para otra noche; para que me vuelvan a invitar.
Como ya varios habrán pensado, proponer especulaciones especulares, es decir,
reflexiones de, desde, en, entre y sobre esta película ligando estas dos ciudades, es
pichármela bombita.
La Nueva York de TAXI DRIVER no es la Disneylandizada de
hoy día, sino la llena de inseguridad, droga y prostitución; la de
los veteranos de Vietnam ajenos a un mundo que prefiere
negarlos y que ellos ya no entienden; la del país que celebra el
bicentenario de su independencia con un presidente –Gerald
Ford- que no fue elegido con votos sino por descarte, después
de sacar al presidente y al vicepresidente (Spiro Agnew y
Richard Nixon)por bribones, y encaminándose a elegir un
presidente –Jimmy Carter- tan gris como Ford pero aún más
torpe; la de la indigencia y la violencia como moneda de cambio
cotidiana; la de un mundo político autista que parece habitar
otra galaxia; la de las luces empobrecidas y las miradas turbias:
todo tan parecido a la angustia de cualquiera de nosotros
regresando a casa de madrugada rogando que nuestro nombre
no esté mañana en una lista en la Morgue. Aquella Nueva York
y esta Caracas están más cerca de lo que sabíamos entonces y
podemos admitir ahora, ufanos de Venezuela Saudita en
aquellos años en que todo parecía posible y rendidos al
pesimismo en éstos en que todo luce bloqueado.
Otro flash-back histórico/chismográfico. Venezuela comienza 1976 nacionalizando el petróleo y
fundando PDVSA. Unos días más tarde muere Agatha Christie, en marzo Luchino Visconti, en
mayo Alvar Aalto y Martin Heidegger, en agosto Fritz Lang y Lezama Lima, en septiembre Mao
TseTung y en noviembre André Malraux. En marzo nace Reese Witherspoon. En abril se funda
Apple Computer Company. En julio Adolfo Suárez asume como Presidente del Gobierno
español e inicia el proceso hacia lo que es España hoy. En septiembre Morochito Rodríguez
logra en Montreal nuestro primer oro olímpico, casi cuando nace Ronaldo. En octubre
Maradona juega su primer partido de Primera División. Saul Bellow gana el Pulitzer y el Nóbel
de Literatura. Menos relevante, pero no lo pienso dejar pasar, en septiembre la que sería la
primera promoción de arquitectos de la Simón Bolívar comienza su último año de estudios.
Tal es el año en que Travis pasa las noches dando vueltas en su taxi por Nueva York, tomando
café con colegas que no se escuchan o visitando cines porno.
Como muchos otros, Travis ha regresado de la guerra en Vietnam, pero no ha logrado salir de
ella. La violencia que lo ha marcado se convierte en una jaula tan insuperable que ni siquiera
sospecha su imposibilidad de vencerla, y opta por otra jaula, el taxi, en el que pasa su día (que
es la noche) para luego regresar a la jaula de su habitación depauperada para, durante su
noche (que es el día), dejar testimonio escrito de la deshilachada existencia que le queda en el
torpemente escrito espejo de su diario. Desde el taxi, ve la ciudad por un parabrisas lleno de
reflejos y, a veces, a sus clientes, por el retrovisor; en la habitación, habla consigo mismo en el
espejo del cuadernillo y el que cuelga de la pared. La calle le brinda dos espejismos:
•
el amor de una bella mujer en una, digamos, “relación” que cabría definir con la
demoledora frase de la novela de Nadine Gordimer, Get a life: “vivían en otro tiempo, en
otro país, en común más que realmente juntos”
•
y la posibilidad de ser el héroe que no ha sido, rescatando a una niña que lo ve como
una curiosidad entrañable pero incomprensible.
Tan solo como Paul Schrader (quien escribió el guión
en los 10 días que la mujer con la que vivía después
de divorciarse le dio para abandonar el apartamento),
Travis vive en, quizá porque ES, una burbuja de
soledad, sin habitar la ciudad ni sus cosas ni sus
nexos ni a sí mismo, como flotando en una pecera
llena de destellos desdibujados que la banda sonora
entremezcla con la sensualidad esquiva del saxo,
bocanadas de humo y goterones de lluvia, siempre externos y también siempre huecos. Travis
no habita nada, por lo que evita todo; ni podría hacerlo, porque necesita evitarse para ver si se
halla. Más que ocurrir EN Nueva York (el guión sólo indica “una gran ciudad”), TAXI DRIVER
discurre ENTRE Nueva York, como un nómada extraviado en un confinado desierto lleno de
gente, un pez dando vueltas irremisiblemente en una pecera falsamente amplia; simplemente
una cárcel más, pero a otra escala.
Por la rendija horizontal del parabrisas o el retrovisor, Travis se asoma a mundos “en común
más que realmente juntos”, en los que se coexisten, sin cruzarse, estratos paralelos de
realidades que no buscan ni podrán encontrarse: la diosa, la putica, el chulo, el paladín, el
potorro que ya verá qué hace con el malandro muerto, los que dejan el asiento trasero pringado
de semen, los jíbaros, los carros, más carros, luces, carteles y más carros; y pocas caras. En la
ventana vertical del espejo de su cuarto, Travis se descubre héroe, habla con el Travis que, sin
contestarle, repite en el espejo todo lo que él dice y lo mira con la misma mirada amenazante,
fuera, enfrente, y al mismo tiempo dentro de él. En el espejo de la calle, el guardaespaldas cree
escrutarlo mientras Travis se lo vacila con datos tan falsos como el titán de lentes oscuros; los
compañeros de trabajo se reúnen para tomar café sin jamás compartir nada y ni la “sabiduría”
del Wizard entiende nada de la confusa confesión de Travis cuando le dice que quiere hacer
algo que no sabe qué es pero que tiene muchas cosas en la cabeza, y el Wizard le explica que
uno consigue un trabajo y termina siendo lo que ese trabajo es y te hace: un taxi, una cápsula
errante, una distancia, un reflejo que refleja buscando mirar cuando no sabe lo que ve pero
sigue rebotando vistazos del frente al retrovisor a la calle a las peleas entre bandas a la basura
que le pide al paladín (el senador Palantine) que limpie, pues la va en las bolsas rotas y
rodeadas de ratas pero, en realidad, la siente invadiendo, siendo y corroyendo todo: mentes,
cosas, gente, noche, esperanza, espejos todos de la mierda que derramamos, aceptamos,
corroboramos, somos. Uno es lo que hace y lo que haces te hace ser.
La semana pasada nos quedamos accidentados, casi al anochecer, en el distribuidor de La
Bandera, al borde del río pestilente, entre botellas de cerveza y autobuses tragándose la curva
como bólidos, hasta que apareció una grúa, mitad rescate y mitad amenaza, que contraté con
el miedo comprimiendo mis esfínteres hasta completar el traslado. El sábado paseé (¡en carro!)
a un amigo visitante por Los Próceres, al otro lado del mismo río hediondo, en medio de la
lluvia y una oscuridad atemorizante, sólo contradicha por el hiriente exceso de vatios sobre los
monolitos de un modo que hizo que el forastero gritara con vehemente espontaneidad “¡Third
Reich!”. En este momento, encerrados todos en esta helada cava subterránea, trato de
provocar una reflexión sobre la ciudad que encontraremos a la salida, cuando, cada uno en su
carro, con las ventanas cerradas, apriete esa chola para tratar de llegar vivo a casa a pesar de
lo tarde que ya se nos hizo. Seguramente, después de abrir las varias cerraduras de la amable
y personalísima cárcel que llamamos casa, estén en pleno
desarrollo “La Hojilla” y “Buenas Noches”, y podremos
columpiarnos entre uno y otro, rebotando entre realidades reales
que ninguna es cierta, resignados, como al inicio de MATCH
POINT, de Woody Allen, (no quiero arruinar la discusión de la
semana que viene) a que ese azar que llamamos destino nos lance
a uno de los lados. No hemos regresado de la guerra pero vivimos igualmente angustiados y
extraviados en el conflicto diario de tratar de evitarla, quizá esperando nuestro paladín que
mate al chulo, al cliente, al bribón y nos mire juguetón con las manos llenas de sangre para
convertirlo en héroe por haber sido un asesino, pero de “los buenos”. Despreciamos la ciudad
que ensuciamos y abusamos, denostamos de administraciones que asfixiamos evadiendo
impuestos, diseñamos edificios llenos de trucos para, habitabilidad mediante, violentar la
norma. Maldecimos a “la oposición” en tercera persona, o criticamos o apoyamos un “proceso
social” que depende de un individuo que no pierde oportunidad de recordárnoslo, pero siempre
exentos de toda responsabilidad en los errores que identificamos con tan preciso tino. El
jueves, durante la presentación de un libro, alguien cuya inteligencia admiro y con posición
política que ambos sabemos opuesta, alababa el evento como demostración de que es posible
hablarnos aunque pensemos distinto. ¡Coño! ¿Cómo no vamos a sentir alma, esperanza y
futuro hechos añicos si rompimos todos los espejos en los que podríamos reconocernos,
fracturamos los mecanismos que permitirían conocernos, sembramos resquemor en todo lo
(bueno, regular y malo) que podría hacernos, sin siquiera voltear a ver qué pasa o podría pasar,
como peces boqueando sobre el peñero que los conduce a la muerte y de allí al horno o la
sartén, huérfanos hasta de unos poquitos gramos de dignidad que dejamos olvidados en el
bolsillo de una chaqueta que hace años no usamos?
Como la cresta tomahawk que parte la cabeza de Travis, nuestra mente, ciudad, cotidianidad,
ética, pensamiento, sueños, NUESTRA VIDA, están tasajeados por barreras que no sólo no
notamos o decidimos ignorar, sino que alimentamos con nuestro oportunismo, dejadez,
antiparabolismo y melovacilotodismo; todas formas de vivir muertos, de pasar para jamás llegar
a nada, de acusar con saña todo lo podrido en el otro sin asumir ni admitir que simplemente
nos estamos viendo en el espejo, mientras seguimos hablando sin escuchar ni oírnos.
Quizá algún día nos bajemos del taxi. Quizá para ser y hacer algo no tengamos que bañarnos
en sangre ni jugar a suicidarnos. Quizá algún sólo hiedan las bolsas negras que recoge un
camión a una hora establecida. Quizá alguna vez la soledad no sea nuestra única opción.
Quizá, entonces, incluso, no sea ya demasiado tarde.
Descargar